Kant en un principio reconoció la existencia de sentimientos humanos positivos y beneficiosos así como de otros negativos y destructivos. Sin embargo, la conducta moral para Kant surge de una deliberación racional individual en la que los sentimientos son irrelevantes o no tienen ningún papel significativo.
Afortunadamente hay una progresiva disolución de estas valoraciones tan occidentales. Tanto los estudios desde la psicología de las emociones como el análisis filosófico de los conceptos emocionales delatarán el importante papel de las emociones en la vida humana. En este largo proceso de revalorización de las emociones Hume será una figura clave.
El dualismo cartesiano tendrá una clara influencia en el problema filosófico de los afectos. La diferencia entre razón y emoción se califica como la diferencia entre agente y paciente. Es decir la razón gobierna nuestras acciones, mientras que las emociones son simples efectos o expresiones de esas acciones, son pacientes. En la tradición filosófica, ya desde Aristóteles se valora más el agente que el paciente. Con lo que según esta regla de tres, las emociones no tienen ningún papel o ninguna función para la acción moral.
RAZÓN → AGENTE | HUME ROMPERÁ ESTA ESTRUCTURA |
EMOCIÓN → PACIENTE |
El descubrimiento decisivo es el de la utilidad de los afectos. Para Spinoza, por ejemplo la utilización de las pasiones consistiría en una técnica de conversión de los afectos que son pasiones en afectos que no lo son. Esta técnica consistiría en formarse de la pasión que nos acomete una idea clara y distinta (Rodríguez González, 1999: 34). Esta idea se basa en la consideración de que unos afectos son pasiones y otros no. «Concuerdan con la razón los afectos que no son pasiones, sino que, al contrario, hacen brotar y acompañan nuestras acciones» (Rodríguez González, 1999: 41).
Ese combate entre la razón y la emoción […] combate en el que se concedería a la primera todos los derechos del vencedor, oculta para Hume una confusión radical que él mismo estará decidido a eliminar desde el primer momento. Pues sucede que la razón nunca puede constituirse en motivo para la voluntad y, por lo tanto, jamás podrá oponerse a la pasión a este nivel (Rodríguez González, 1999: 56-57).
¿Pero entonces a qué refería la tradicional distinción entre razón y emoción? Para Hume a la oposición entre pasiones violentas y pasiones apacibles, oposición en la que hemos identificado la razón con las pasiones apacibles y la emoción con las pasiones violentas. Pero, a pesar de que Hume rescatara la importante función de las emociones para la acción moral, en pleno siglo
XX
, la teoría moral predominante —es el caso de la ética discursiva— presenta un claro sesgo racionalista.
No otras son las características que en diversas ocasiones ha expuesto Habermas como propias de su ética discursiva. Y es preciso reconocer que poca relación parecen guardar con el sentimentalismo-erotismo, teleologismo y materialismo de los fundadores de la Escuela. No parecen tener un gran respeto los jóvenes francfortianos por ese sentimiento moral, que hasta Kant —a su modo— tuvo a bien venerar. El síndrome de la racionalidad parece, por el contrario, caracterizar a esta ética que, en principio, parecía tan sentimental por
dialógica
(Cortina, 1985: 153).
El motivo que originó esta tendencia tan claramente racionalista fue el interés por luchar contra el escepticismo ético que opinaba que la ética era mero sentimentalismo, lo que les condujo a fundamentar la ética desde el mero racionalismo. A principios del siglo
XX
diferentes autores pusieron en entredicho la posibilidad de una reflexión y un acuerdo en torno a temas morales. Lo que arrastró a la filosofía moral hacia el subjetivismo, el nihilismo y el relativismo. El emotivismo fue, por ejemplo, una de las tesis sostenidas por el positivismo lógico de principios del siglo
XX
, y, aunque se inspiraron en la obra de Hume tanto en sus implicaciones epistemológicas como morales, su interpretación del sentimiento moral es radicalmente diferente. Mientras que para Hume los juicios morales referían a una presencia objetiva u operación causal de los sentimientos y las emociones, para los emotivistas los juicios morales expresaban solo los sentimientos subjetivos de aquellos que los emitían. La moral, sin embargo, es algo más que expresar una preferencia particular como argumentaban los emotivistas, para Hume existían criterios objetivos para la bondad de las acciones y las conductas.
Como reacción al emotivismo y al relativismo, autores como Rawls, Apel, Habermas o Kohlberg trataron de fundamentar nuevamente la filosofía moral pero utilizaron propuestas demasiado procedimentales, basadas en el formalismo y carentes de valores. En su intento de asepsia emocional han producido teorías morales vacías e inertes. De ahí la crítica y la aportación que recientemente se hace desde diferentes tradiciones entre las que se encuentra la ética del cuidado.
A la hora de hablar de sentimientos y ética cabe hacer una diferenciación (Guisán, 1994): existen teorías filosóficas que fundamentan la ética en el sentimiento moral y existen teorías filosóficas que disuelven la ética al reducirla a sentimientos individuales, desembocando así en un subjetivismo y un relativismo. El haber confundido ambas corrientes ha desembocado en una injusta descalificación de las teorías fundamentadas en sentimientos morales. Y ha desembocado en una fundamentación excesivamente racionalista de la ética, en un intento de salvarla del subjetivismo y del relativismo.
Es importante saber deslindar la ética de los sentimientos morales del emotivismo contemporáneo. Pues es importante señalar que:
No todos los sentimientos humanos son sentimientos morales, sino los que ayudan a la promoción de la excelencia individual y la vida cooperativa comunitaria. Los sentimientos morales no son puramente subjetivos, sino intersubjetivos, generados en la convivencia, y dichos sentimientos no son fruto de una sociedad particular, ni se deben a las decisiones de individuos aislados y particulares, sino que permanecen en el tiempo, son transculturales, y en cierta medida inmutables (en tanto en cuanto no se modifique la naturaleza o condición humana) (Guisán, 1994: 394-395).
1.3.1.2 APORTACIÓN DE LOS SENTIMIENTOS A LA VIDA MORAL
Una de las reivindicaciones de muchas teóricas morales feministas es la necesidad de abrir un espacio para lo que algunos denominan emociones o sentimientos morales. El racionalismo de muchas de las teorías morales tradicionales es sospechoso en su denigración del papel de las emociones. A menudo las feministas insisten en la importancia de las emociones para la capacidad moral. Se valoran las emociones pero no sólo en la forma en la que las teorías morales tradicionales lo hacen como comodines para la acción moral. Las emociones tienen una función importante en el desarrollo de la capacidad moral y no como meros comodines o complementos de éstas. Los sentimientos deberían ser respetados desde el punto de vista moral más que marginados por falta de imparcialidad.
Es cierto que existen emociones moralmente dañinas como son el deseo de venganza, el egoísmo o el odio. Pero despejar la teoría moral de emociones dañinas desechando todo el espectro emocional es todavía más dañino. Emociones como la empatía, la preocupación por otros y la indignación frente a la crueldad son cruciales en el desarrollo de posturas morales apropiadas. Una adecuada teoría moral debería construirse tanto sobre sentimientos apropiados como sobre razonamientos apropiados. El cuidado, por ejemplo, es parcialmente emocional. Implica sentimientos y requiere un alto grado de empatía. Gilligan desafía el racionalismo de las teorías morales predominantes. Las teorías kantianas hacen énfasis, por ejemplo, en el control racional de las emociones, en lugar de en cultivar formas deseables de emoción como propone Gilligan (Baier, 1995: 57).
Las emociones cumplen una función importante en el ámbito de la acción moral. Una de sus utilidades es la de percepción de la realidad, la percepción del contexto de las situaciones morales. Una correcta acción moral viene precedida por una correcta percepción de la situación moral. Para Nussbaum la atención es un fenómeno cognitivo-emocional. La visión precisa de la realidad moral es producto de una capacidad de discernir que no está simplemente localizada en el intelecto, sino que requiere la participación de múltiples capacidades (Salles, 1999: 218).
Según Arleen Salles las emociones colaboran a una correcta percepción de la situación moral (1999: 218-219), a diferencia de las ideas tradicionales que sostienen que para una correcta percepción de la realidad debemos abstraernos de las emociones. En primer lugar, la capacidad de experimentar las emociones que sienten otras personas en determinadas situaciones permite, si no justificar las acciones de esas personas, si comprender con mayor amplitud el panorama moral. De ahí la importancia de la empatía «sentir una cierta empatía es esencial para apreciar el dolor ajeno, dado que una percepción plena requiere una dimensión afectiva» (Salles, 1999: 218). En segundo lugar, «los compromisos afectivos particulares nos incentivan a aprehender ciertas situaciones específicas de una manera más rica y completa» (Salles, 1999: 219). El compromiso afectivo con la justicia, la concientización de su valor, nos induce a ser más susceptibles a las injusticias y a detectarlas con mayor facilidad. «La aceptación e internalización de una actitud o un valor requiere un compromiso total (emocional e intelectual) con el valor en cuestión» (Salles, 1999: 224).
Argumentar por el papel protagónico de las emociones presenta un desafío importante a la perspectiva predominante sobre la percepción moral. Sin embargo, la concepción de la percepción como fenómeno cognitivo-emocional está empíricamente justificada y tiene gran importancia teórica en tanto que amplía la base informativa de los factores a considerar cuando nos embarcamos en la ardua tarea de examinar la vida moral (Salles, 1999: 225).
Además de ayudarnos a una mejor percepción de las situaciones morales, las emociones son componentes imprescindibles para una respuesta moral plena.
Aunque las teorías morales tradicionales niegan u ocultan la importancia moral de la emoción, recientes investigaciones descubren que incluso la justicia implica emociones características como el respeto y la indignación. Similarmente, los teóricos del cuidado se resisten a reducir a simple sentimiento el cuidado e insisten en los elementos cognitivos que conlleva.
Las razones y las emociones se encuentran pues interconectadas, el razonamiento tiene un importante componente afectivo, así como las emociones también tienen un contenido cognitivo. La distinción entre razón y emoción tuvo en su inicio una voluntad descriptiva y aclaratoria, pero la experiencia moral humana conjuga de una forma inseparable ambas dimensiones. En nuestro mundo moral no podemos hablar sin incorporar los sentimientos a nuestra argumentación.
Uno de los grandes problemas teóricos de la filosofía en general y de la ética en particular ha sido la cegazón para reconocer la importancia de los sentimientos y las emociones, a pesar de que varios de nuestros padres filosóficos como Locke, Hume, Rousseau o Diderot sí los destacaron. Así hemos sido unilaterales a la hora de hablar de moral y política con lo que hemos solido estar fuera del mundo del cual realmente queríamos hablar (Seoane Pinilla, 2004: 15).
«El vínculo entre emociones y acción además de causal es racional» (Rodríguez González, 1999: 153). No es de extrañar que
emoción y motivo
tengan orígenes etimológicos comunes, ya que la emoción es lo que nos mueve. Que las emociones sean tan importantes para la conducta desmiente el pasivismo y el irracionalismo de que se había acusado a la vida pasional.
Cada vez son más las autoras que afirman que la dicotomía cuidado-justicia es racionalmente inverosímil y que los dos conceptos son conceptualmente compatibles (Friedman, 1993). Esta rivalidad entre el cuidado y la justicia que la obra de Gilligan ha despertado responde a una oposición más general y antigua en el ámbito de la filosofía moral entre la
tradición de la justicia
representada por filósofos morales como John Rawls (siglo
XX
), Kant (s.
XIX
) o John Locke (s.
XVII
) y la
tradición de la virtud
en la que Hume (s.
XVIII
) es el más moderno teórico y que se extiende en la antigüedad hasta Aristóteles (Waithe, 1989). A pesar de estas dos diferentes tradiciones, la filosofía moral en general, y la tradición de la virtud en particular ha mantenido consistentemente que aunque podemos hablar sobre el cuidado (normalmente llamado
sentimiento
) como algo diferente de la justicia, no podemos hablar de acción virtuosa o moralmente correcta a menos que se trate de una acción que esté motivada tanto por el cuidado y la preocupación como por la justicia (Waithe, 1989: 5). Históricamente la mayoría de las teorías de filosofía moral han considerado tanto la virtud como la justicia rasgos o características de una acción moral correcta. A lo largo de la historia, uno de los principios morales más importantes ha sido el principio del cuidado y la preocupación por los otros, Aristóteles (s.
III
a.C.) y Cicerón (s.
II
a.C.) son dos de los más famosos filósofos de la antigüedad cuyos escritos ni han excluido ni despreciado la importancia del cuidado en la acción moral (Waithe, 1989: 5)
Como vemos la histórica discusión sobre si hay diferencias entre el cuidado y la justicia, si hay diferencias de género en la capacidad para el juicio moral o si hay diferentes predisposiciones hacia el cuidado o la justicia, empezó hace más de dos mil años.
Conviene también no pasar por alto que las éticas de los sentimientos morales no niegan el papel de la razón en la ética, si bien realicen un uso meramente instrumental de la misma, lo cual, pese a la aparente modestia de las tareas a la razón confiadas, evita acertadamente el irracionalismo, el subjetivismo y la arbitrariedad (Guisán, 1994: 382).
Sara Ruddick afirma que la maternidad une el intelecto y la emoción (Ruddick, 1997: 588). Según ella se ha escrito mucho y se han hecho muchas poesías sobre el
corazón
de la mujer, pero poco sobre su cabeza, su intelecto. Ruddick pretende mostrar el pensamiento que se esconde en el ejercicio de la maternidad, el tipo de habilidades cognitivas e intelectuales que la actividad maternal desarrolla, el pensamiento materno.