—No he venido por vosotros. Estoy buscando a mi... —«A mi hermana», había estado a punto de decir—. A un bufón.
—Yo soy un bufón —anunció Shagwell con tono alegre.
—No el que quiero. El que busco viaja con una niña noble, la hija de Lord Stark de Invernalia.
—Ah, el Perro —intervino Timeon—. Tampoco está aquí, mira qué cosas. Sólo nosotros.
—¿Sandor Clegane? —preguntó Brienne sorprendida—. ¿Qué quieres decir?
—Es el que tiene a la Stark. Por lo que me dijeron, la cría iba a Aguasdulces cuando la capturó. Condenado Perro.
«Aguasdulces —pensó Brienne—. Se dirigía a Aguasdulces. Con sus tíos.»
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo dijo uno de la banda de Beric. El señor del relámpago también la busca. Ha apostado a sus hombres a lo largo de todo el Tridente para localizarla. Después de salir de Harrenhal nos encontramos con tres, y a uno le sacamos la historia antes de que muriera.
—Puede que mintiera.
—Puede, pero no. Más tarde nos enteramos de que el Perro había matado a tres hombres de su hermano en una posada de una encrucijada. La cría iba con él. El posadero lo juró antes de que Rorge lo matara, igual que las putas. Joder, qué feas eran. No tanto como tú, claro, pero aun así...
«Está intentando distraerme —comprendió Brienne. Pyg se le estaba acercando. Shagwell dio un salto hacia ella. Retrocedió un paso—. Si lo permito, me acorralarán contra el acantilado.»
—No os acerquéis —les advirtió.
—Te voy a follar por la nariz, moza —anunció Shagwell—. ¿A que tendrá gracia?
—Tiene la polla muy pequeña —le explicó Timeon—. Suelta esa espada tan bonita y puede que te tratemos bien, mujer. Necesitamos oro para pagar a los contrabandistas, nada más.
—Si os doy oro, ¿nos dejaréis marchar?
—Claro. —Timeon sonrió—. Después de follarte. Te pagaremos como a una buena puta: una moneda de plata por polvo. O si no, cogemos el oro y te violamos igual, y te hacemos lo mismo que le hizo la Montaña a Lord Vargo. ¿Qué eliges?
—Esto.
Brienne se lanzó contra Pyg.
El hombre alzó la espada rota para protegerse el rostro, pero ella atacó por abajo.
Guardajuramentos
atravesó el cuero, la lana, la piel y el músculo del muslo del mercenario. Pyg lanzó un tajo al aire al perder pie. La espada rota le arañó la cota de malla antes de que el hombre cayera de espaldas. Brienne le clavó la hoja en la garganta, la retorció y la sacó, y se volvió justo en el momento en que el dardo de Timeon pasaba junto a su rostro.
«No he dudado —pensó mientras la sangre roja le corría por la mejilla—. ¿Habéis visto, Ser Goodwin?» Apenas había notado el corte.
—Tu turno —dijo a Timeon mientras el dorniense sacaba un segundo dardo, más corto y grueso que el primero—. Lánzalo.
—¿Para que lo esquives y me ataques? Acabaría tan muerto como Pyg. No. Ocúpate de ella, Shags.
—Ocúpate tú —replicó Shagwell—. ¿Has visto lo que le ha hecho a Pyg? La sangre de la luna la ha enloquecido.
El bufón estaba tras ella, y Timeon, delante. Se volviera hacia donde se volviera le daría la espalda a uno.
—Ocúpate tú y te podrás follar el cadáver —insistió Timeon.
—Vaya, cuánto me quieres.
El mangual estaba girando.
«Elige a uno —se dijo Brienne—. Elige a uno y mátalo deprisa.» En aquel momento, una piedra llegó volando de la nada y acertó a Shagwell en la cabeza. Brienne no titubeó. Se lanzó contra Timeon.
Era mejor que Pyg, pero sólo tenía un dardo, mientras que ella esgrimía acero valyrio.
Guardajuramentos
cobraba vida en sus manos. Nunca se había sentido tan rápida. La espada se convirtió en un centelleo gris. El hombre la hirió en el hombro, pero ella le cortó la oreja y la mitad de la mejilla, le segó la punta del dardo y le clavó un palmo de acero ondulado en el vientre, a través de los eslabones de la cota de malla.
Timeon aún trataba de luchar cuando le arrancó la espada con la hoja enrojecida de sangre. Se echó la mano al cinturón y sacó un puñal, de modo que Brienne le cortó la mano.
«Eso ha sido por Jaime.»
—Madre, apiádate de mí —jadeó el dorniense mientras la sangre le manaba de la boca y le brotaba a borbotones de la muñeca—. Acaba. Mándame a Dorne, hija de puta.
Así lo hizo.
Cuando se volvió, Shagwell seguía de rodillas, confuso, buscando el mangual. Se puso en pie tambaleante, y en aquel momento, otra piedra lo acertó en una oreja. Podrick había trepado por el muro caído y estaba entre la hiedra, con el ceño fruncido y otra piedra ya en la mano.
—¡Os dije que sabía luchar! —gritó.
Shagwell trató de alejarse a rastras.
—¡Me rindo! —chilló el bufón—. ¡Me rindo! No le podéis hacer daño al pobre Shagwell, soy demasiado gracioso para morir.
—No eres mejor que los demás. Has robado, violado y asesinado.
—Sí, es verdad, sí, no lo niego... Pero soy tan gracioso, con mis bromas y cabriolas... Hago reír a los hombres.
—Y llorar a las mujeres.
—¿Qué culpa tengo yo de que las mujeres no tengan sentido del humor?
Brienne bajó a
Guardajuramentos
.
—Cava una tumba. Ahí, bajo el arciano. —Señaló con la hoja.
—No tengo pala.
—Tienes dos manos. —«Una más de las que le dejaste a Jaime.»
—¿Para qué molestarse? Que se los coman los cuervos.
—Timeon y Pyg serán pasto de los cuervos; Dick
el Ágil
tendrá una tumba. Era un Crabb. Este es su lugar.
La lluvia había ablandado la tierra, pero aun así, el bufón tardó el resto del día en cavar un hoyo de profundidad suficiente. Cuando terminó, la noche había caído, y tenía las manos ensangrentadas y llenas de ampollas. Brienne envainó
Guardajuramentos
, cogió en brazos a Dick Crabb y lo llevó al agujero. Su cara era un espectáculo aterrador.
—Siento no haber confiado en vos. Ya no sé confiar.
«El muy idiota lo va a intentar ahora, mientras le doy la espalda», pensó mientras se arrodillaba para depositar el cadáver.
Oyó la respiración jadeante medio segundo antes de que Podrick gritara para alertarla. Shagwell tenía una piedra puntiaguda en una mano. Brienne tenía el puñal en la manga.
El cuchillo gana casi siempre a la piedra.
Le apartó el brazo de golpe y le clavó el acero en las entrañas.
—Ríete —le rugió. Sin embargo, el bufón gimió—. Ríete —le repitió al tiempo que le agarraba la garganta con una mano y le apuñalaba el vientre con la otra—. ¡Ríete!
Lo siguió repitiendo, una y otra vez, hasta que tuvo la mano manchada de rojo hasta la muñeca y el hedor de la muerte del bufón amenazaba con asfixiarla. Pero Shagwell no se rió. Los sollozos que oía Brienne eran los suyos propios. Cuando se dio cuenta, tiró a un lado el puñal, temblorosa.
Podrick la ayudó a bajar a Dick
el Ágil
al agujero. Cuando terminaron, la luna ya se elevaba por el cielo. Brienne se limpió la tierra de las manos y depositó dos dragones en la tumba.
—¿Por qué hacéis eso, mi señora? ¿Ser? —inquirió Pod.
—Es la recompensa que le prometí si daba con el bufón.
Una carcajada resonó a sus espaldas. Brienne desenvainó
Guardajuramentos
y se volvió, pensando que se encontraría ante más Titiriteros Sangrientos... Pero sólo era Hyle Hunt, sentado con las piernas cruzadas en los restos de la muralla.
—Si hay burdeles en el infierno, os estará muy agradecido —les gritó el caballero—. Si no, vaya desperdicio de oro.
—Siempre cumplo mis promesas. ¿Qué hacéis vos aquí?
—Lord Randyll me encomendó que os siguiera. Si por una remota casualidad dabais con Sansa Stark, mi deber era llevarla a Poza de la Doncella. No temáis; se me ordenó que no os hiciera daño.
Brienne soltó un bufido.
—¡Como si pudierais!
—¿Qué haréis ahora, mi señora?
—Enterrarlo.
—Quiero decir con la niña. Con Lady Sansa.
Brienne lo pensó un instante.
—Si Timeon me dijo la verdad, iba hacia Aguasdulces. En algún punto del camino, el Perro se apoderó de ella. Si lo encuentro...
—... os matará.
—O lo mataré yo a él —replicó, testaruda—. ¿Me ayudáis a enterrar al pobre Crabb, ser?
—Ningún caballero de verdad le negaría su ayuda a mujer tan bella.
Ser Hyle bajó de la muralla. Juntos cubrieron de tierra el cadáver de Dick
el Ágil
mientras la luna ascendía por el cielo y, bajo tierra, las cabezas de reyes olvidados se susurraban secretos.
Bajo el ardiente sol de Dorne, la riqueza se medía tanto en agua como en oro, de modo que los pozos estaban bien vigilados. Pero el de Piedrafresca se había secado hacía ya cien años; sus guardianes se habían marchado en busca de lugares más húmedos, abandonando la modesta edificación de columnas acanaladas y arcada triple. Después, las arenas recuperaron lo que les pertenecía.
Arianne Martell llegó con Drey y Sylva cuando el sol empezaba a ponerse, el oeste se convertía en un tapiz dorado y lila, y las nubes brillaban con fulgor escarlata. Las ruinas también parecían brillar; las columnas caídas tenían un resplandor rosado; las sombras rojas reptaban entre las baldosas de piedra agrietadas, y las propias arenas iban del dorado al anaranjado y al violeta a medida que menguaba la luz. Garin había llegado horas antes, y el caballero al que llamaban Estrellaoscura, el día anterior.
—Esto es muy bonito —comentó Drey mientras ayudaba a Garin a dar de beber a los caballos. Habían llevado el agua que necesitaban. Los corceles de arena de Dorne eran rápidos e incansables, y podían galopar muchas leguas después de que otros caballos se rindieran, pero ni ellos podían vivir sin líquido—. ¿Cómo es que conocías este lugar?
—Me trajo mi tío, con Tyene y Sarella. —El recuerdo hizo sonreír a Arianne—. Cogió unas cuantas víboras y enseñó a Tyene la manera más segura de ordeñarles el veneno. Sarella se dedicó a pasear por las rocas, quitó la arena de los mosaicos y quiso saberlo todo de las personas que vivieron aquí.
—¿Y qué hacías tú, princesa? —preguntó Sylva
Pintas
.
«Me senté junto al pozo y me imaginé que un caballero ladrón me había traído para hacer conmigo lo que le viniera en gana —pensó—. Un hombre alto, musculoso, con ojos negros y un pico en el nacimiento del pelo.» El recuerdo la incomodó.
—Soñar despierta —respondió—, y cuando se puso el sol, me senté con las piernas cruzadas a los pies de mi tío y le pedí que me contara una historia.
—El príncipe Oberyn sabía muchas historias. —Garin también había estado con ellos aquel día; era hermano de leche de Arianne, y desde que aprendieron a caminar habían sido inseparables—. Recuerdo que nos habló del príncipe Garin, en cuyo honor me habían puesto el nombre.
—Garin
el Grande
—asintió Drey—, la maravilla del Rhoyne.
—Ese mismo. Hizo temblar a toda Valyria.
—Vaya si temblaron —dijo Ser Gerold—. Y luego lo mataron. Si llevo a la muerte a un cuarto de millón de hombres, ¿me llamarán Gerold
el Grande
? —Soltó un bufido—. No, gracias, me quedaré con Estrellaoscura. Al menos es mi propio nombre.
Desenvainó la espada larga, se sentó al borde del pozo y empezó a afilar la hoja con una amoladora.
Arianne lo observó con desconfianza.
«Es de noble cuna, lo suficiente para ser un digno consorte —pensó—. Mi padre pondría en duda mi sentido común, pero nuestros hijos serían tan hermosos como los Señores Dragón.» Si había un hombre más atractivo en Dorne, ella no lo conocía. Ser Gerold Dayne tenía la nariz aquilina, los pómulos altos y la mandíbula fuerte. Iba bien afeitado, pero la melena le caía hasta los hombros como un glaciar de plata, dividido por un mechón negro como la medianoche. «Pero tiene una boca cruel, y una lengua más cruel todavía.» Allí, a la contraluz del sol poniente, mientras afilaba el acero, sus ojos parecían negros, pero ella se los había visto de cerca y sabía que eran violeta. «Violeta oscuro. Oscuros y airados.»
Debió de notar su mirada, porque levantó la vista de la espada, clavó los ojos en los suyos y sonrió. Arianne se sintió sonrojar. «No debería haberlo traído. Si me mira así delante de Arys, correrá sangre por la arena.» Lo que no sabía era de quién sería la sangre. Por tradición, los caballeros de la Guardia Real eran los mejores de los Siete Reinos... Pero Estrellaoscura era Estrellaoscura.
Las noches dornienses eran frías en las arenas. Garin recogió leña, ramas blanquecinas de árboles que se habían secado y muerto cien años atrás. Drey encendió la hoguera, silbando mientras arrancaba chispas al pedernal.
Luego se sentaron en torno a las llamas y se pasaron de mano en mano un pellejo de vino del verano... Todos excepto Estrellaoscura, que prefería beber agua de limón sin endulzar. Garin estaba de buen humor, y los divirtió con las últimas anécdotas de la Ciudad de los Tablones, en la boca del Sangreverde, donde los huérfanos del río acudían a comerciar con las carracas, las cocas y las galeras procedentes de la otra orilla del mar Angosto. A juzgar por lo que decían los marinos, el Este era un hervidero de maravillas y horrores: una revuelta de esclavos en Astapor, dragones en Qarth, peste gris en Yi Ti... Un nuevo rey corsario se había alzado en las Islas del Basilisco y había atacado Árboles Altos, y en Qohor, los seguidores de los sacerdotes rojos se habían amotinado y habían tratado de quemar la Cabra Negra.
—Y la Compañía Dorada ha roto su contrato con Myr, justo cuando los myrienses estaban a punto de entrar en guerra con Lys.
—Seguro que los lysenos les han pagado —sugirió Sylva.
—Muy listos —asintió Drey—. Muy listos y cobardes.
Arianne sabía que no era así.
«Si Quentyn tiene el apoyo de la Compañía Dorada... —Su grito de guerra era "Bajo el oro está el amargo acero"—. Para darme de lado vas a necesitar amargo acero y mucho más, hermano.» Arianne era muy querida en Dorne, mientras que a Quentyn apenas lo conocían. Eso no había compañía de mercenarios que lo pudiera cambiar.
—Voy a mear —declaró Ser Gerold al tiempo que se levantaba.
—Vigila dónde pisas —le avisó Drey—. Hace mucho que el príncipe Oberyn ordeñó las víboras de la zona por última vez.
—Me amamantaron con veneno, Dalt. La víbora que me muerda lo lamentará.
Ser Gerold desapareció tras un arco caído. Los demás intercambiaron miradas.