Festín de cuervos (108 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Festín de cuervos
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—De acuerdo. —Cedra se escondió el mensaje en el corpiño—. Antes de que se ponga el sol habré encontrado a alguien, princesa.

—Bien —dijo—. Ya me contarás mañana cómo han ido las cosas.

Pero la niña no apareció al día siguiente. Tampoco acudió un día después. Cuando llegó la hora del baño de Arianne, Morra y Mellei le llenaron la bañera y se quedaron para frotarle la espalda y cepillarle el cabello.

—¿Qué le pasa a Cedra? ¿Está enferma? —les preguntó la princesa, pero no respondieron.

«La han descubierto —fue lo único que se le ocurrió—. ¿Qué otra cosa puede haber pasado?»

Aquella noche apenas pudo dormir por miedo a lo que pudiera suceder.

Al día siguiente, cuando Timoth le llevó el desayuno, Arianne pidió ver a Ricasso en vez de a su padre. Era evidente que no iba a conseguir que el príncipe Doran fuera a visitarla, pero sin duda, un simple senescal no desoiría la llamada de la heredera legítima de Lanza del Sol.

Sin embargo, la desoyó.

—¿Le diste mi recado a Ricasso? —le preguntó imperiosa a Timoth cuando volvió a verlo—. ¿Le has dicho que lo necesito?

Al ver que se negaba a responder, Arianne cogió la frasca de vino tinto y se la vació en la cabeza. El criado se retiró chorreando, con el rostro convertido en una máscara de dignidad herida.

«Mi padre piensa dejarme pudrir aquí —decidió la princesa—. O eso, o está haciendo planes para casarme con algún viejo asqueroso y me quiere tener encerrada hasta el encamamiento.»

Arianne Martell había crecido pensando que algún día se casaría con un gran señor elegido por su padre. Le enseñaron que para eso estaban las princesas... Aunque, desde luego, su tío Oberyn tenía una opinión diferente.

—Si queréis casaros, casaos —les decía la Víbora Roja a sus hijas—. Si no, tomad el placer allí donde lo encontréis. Demasiado escasea ya en el mundo. Pero elegid bien: si os cargáis con un imbécil o con un bestia, no me pidáis luego que os libre de él. Ya os he dado instrumentos para que lo hagáis vosotras solas.

La heredera legítima del príncipe Doran no había disfrutado nunca de la libertad que el príncipe Oberyn concedía a sus hijas bastardas. Arianne tenía que casarse; lo había aceptado. Drey había aspirado a ella, lo sabía, al igual que su hermano Deziel, el Caballero de Limonar. Daemon Arena había llegado incluso más lejos y había pedido su mano. Pero Daemon era bastardo, y el príncipe Doran no quería casarla con un dorniense.

Eso también lo había aceptado Arianne. Un año, el hermano del rey Robert fue a visitarlos y ella hizo lo que pudo por seducirlo, pero era casi una niña, y sus intentos divirtieron más que encandilaron a Lord Renly. Más adelante, cuando Hoster Tully le pidió que fuera a Aguasdulces para conocer a su heredero, encendió velas a la Doncella en muestra de gratitud, pero el príncipe Doran declinó la invitación. La princesa habría considerado incluso a Willas Tyrell, tullido y todo, pero su padre se negó a enviarla a Altojardín para que lo conociera. Pese a todo, trató de ir con ayuda de Tyene, pero el príncipe Oberyn las atrapó en Vaith y las obligó a volver. Aquel mismo año, el príncipe Doran trató de prometerla con Ben Beesbury, un señor menor de más de ochenta años, tan ciego como desdentado.

Beesbury murió pocos años después. Aquello le proporcionaba cierto consuelo en su situación actual: si estaba muerto, no podían obligarla a que fuera su esposa. Y el señor del Cruce había vuelto a contraer matrimonio, así que también estaba a salvo de él.

«Pero Elden Estermont sigue vivo y soltero. Igual que Lord Rosby y Lord Grandison.» Grandison tenía el sobrenombre de Barbagrís, aunque cuando ella lo conoció, su barba ya era blanca como la nieve. En el banquete de bienvenida se quedó dormido entre el plato de pescado y el de carne. A Drey le pareció muy apropiado, ya que su blasón representaba un león dormido. Garin la retó a que le hiciera un nudo en la barba sin despertarlo, pero Arianne se negó. Grandison le parecía un tipo agradable, menos quejumbroso que Estermont y más robusto que Rosby. Pero nunca se casaría con él. «Ni aunque Hotah estuviera detrás de mí con un hacha.»

Nadie fue a casarse con ella al día siguiente, ni al otro. Cedra no regresó. Arianne trató de ganarse a Morra y a Mellei de la misma manera, pero no sirvió de nada. Si hubiera podido quedarse a solas con una de ellas, quizá hubiera tenido alguna posibilidad, pero juntas, las hermanas eran una muralla. A aquellas alturas, la princesa habría agradecido un hierro al rojo o una noche en el potro de tortura. La soledad iba a volverla loca.

«Me merezco el hacha del verdugo por lo que hice, pero ni eso me quiere dar. Prefiere encerrarme y olvidarse de que he nacido.»

Se preguntó si el maestre Caleotte estaría redactando el pregón para nombrar heredero de Dorne a su hermano Quentyn.

Los días llegaban y pasaban, uno tras otro, tantos que Arianne perdió la noción del tiempo que llevaba prisionera. Cada vez se pasaba más horas en la cama, hasta que llegó a tal extremo que no se levantaba, excepto para ir al retrete. Las comidas que le servían se enfriaban sin que las tocara. Arianne dormía, despertaba y volvía a dormir, y aun así estaba tan agotada que no podía levantarse. Rezaba a la Madre para pedirle misericordia y al Guerrero para que le diera valor, y luego volvía a dormir. Otras comidas reemplazaban a las anteriores, y también quedaban intactas. En cierta ocasión en que se sintió fuerte, llevó toda la comida a la ventana y la tiró al patio para que no la tentara. El esfuerzo la dejó tan agotada que tuvo que meterse en la cama, y durmió media jornada.

Entonces llegó un día en que una mano callosa la despertó sacudiéndola por el hombro.

—Princesita —dijo una voz que había conocido desde la infancia—. Levantaos y vestíos. El príncipe quiere veros.

Areo Hotah, su viejo amigo y protector, estaba ante ella. Y le hablaba. Arianne sonrió adormilada. Se alegraba de ver aquella cara llena de cicatrices, de oír su voz ronca y gruñona con acento norvoshi.

—¿Qué habéis hecho con Cedra?

—El príncipe la envió a los Jardines del Agua —respondió Hotah—. Él mismo os lo dirá. Pero antes tenéis que comer y asearos.

Debía de tener un aspecto espantoso. Arianne salió de la cama tan débil como un gatito.

—Pedidles a Morra y a Mellei que preparen la bañera —le dijo—. Que Timoth me suba comida. Algo ligero. Un poco de caldo frío, pan y fruta.

—Sí, mi señora —respondió Hotah.

Arianne no había oído jamás un sonido tan dulce.

El capitán aguardó fuera mientras la princesa se bañaba, se cepillaba el pelo y mordisqueaba el queso y la fruta que le habían llevado. También bebió un poco de vino para aflojarse el nudo de la boca del estómago.

«Tengo miedo —comprendió—. Por primera vez en mi vida, tengo miedo de mi padre.»

Aquello le provocó tal ataque de risa que el vino se le salió por la nariz. Cuando llegó el momento de vestirse, optó por un sencillo vestido de lino color marfil con bordados en las mangas y el corpiño, en forma de uvas y hojas de parra. No se puso joyas. «Tengo que mostrarme humilde y contrita. Tengo que arrojarme a sus pies y suplicarle perdón, o tal vez no vuelva a oír una voz humana en mi vida.»

Cuando estuvo lista ya había anochecido. Arianne había pensado que Hotah la escoltaría hasta la Torre del Sol para oír el veredicto de su padre, pero la llevó a sus habitaciones privadas, donde Doran Martell aguardaba sentado tras un tablero de
sitrang
y las piernas gotosas reposando en un escabel almohadillado. Jugaba con un elefante de ónice; le daba vueltas en las manos hinchadas y enrojecidas. Nunca había visto tan mal al príncipe. Tenía la cara pálida y embotada, y las articulaciones, tan hinchadas que le dolía con sólo mirárselas. Cuando lo vio así, su corazón voló hacia él... Pero, sin saber por qué, no pudo arrodillarse y suplicarle como había planeado.

—Padre —se limitó a decir.

Cuando alzó la cabeza para mirarla, Doran tenía los ojos nublados de dolor.

«¿Será por la gota? —se preguntó Arianne—. ¿O por mí?»

—Los volantinos son un pueblo extraño y sutil —murmuró mientras dejaba el elefante a un lado—. Estuve en Volantis una vez, de camino a Norvos, donde conocí a Mellario. Las campanas sonaban y los osos bailaban en las escaleras. Seguro que Areo se acuerda de aquel día.

—Me acuerdo —asintió Areo Hotah con su voz recia—. Los osos bailaban, las campanas sonaban, y el príncipe vestía de rojo, dorado y naranja. Mi señora me preguntó quién era aquel que brillaba tanto.

El príncipe Doran esbozó una sonrisa débil.

—Dejadnos a solas, capitán.

Hotah golpeó el suelo con el mango de la alabarda, dio media vuelta y salió.

—Dije que pusieran un tablero de
sitrang
en tus habitaciones —le dijo su padre cuando se encontraron a solas.

—¿Y con quién iba a jugar?

«¿Por qué habla de un juego? ¿Es que la gota le ha reblandecido el seso?»

—Contigo misma. A veces es mejor estudiar un juego antes de empezar una partida. ¿Hasta qué punto lo conoces, Arianne?

—Lo suficiente para jugar.

—Pero no para ganar. A mi hermano le gustaba la lucha por el puro placer de luchar, pero yo sólo juego cuando puedo ganar. El
sitrang
no es para mí. —Examinó su rostro un largo momento—. ¿Por qué? Dime por qué, Arianne. Dime por qué.

—Por el honor de nuestra Casa. —La voz de su padre la enfurecía. Sonaba tan triste, tan agotado tan débil... Habría querido gritarle: «¡Eres un príncipe! ¡Deberíais estar encolerizado!»—. Tu mansedumbre es la vergüenza de todo Dorne, padre. ¡Tu hermano fue a Desembarco del Rey en tu lugar y lo mataron!

—¿Y crees que no lo sé? Oberyn viene conmigo cada vez que cierro los ojos.

—Para decirte que los abras, seguro. —Se sentó frente a él, al otro lado del tablero de
sitrang
.

—No te he dado permiso para sentarte.

—Pues vuelve a llamar a Hotah y dile que me azote por mi insolencia. Eres el príncipe de Dorne. Puedes hacerlo. —Tocó una pieza de
sitrang
, el pesado caballo—. ¿Habéis cogido a Ser Gerold?

—Ojalá. —Sacudió la cabeza—. Fue una locura que lo metieras en esto. Estrellaoscura es el hombre más peligroso de Dorne. Juntos nos habéis hecho mucho daño.

Arianne casi tenía miedo de preguntar.

—Myrcella... ¿Está...?

—¿Muerta? No, pero no porque Estrellaoscura no lo intentara. Todos los ojos estaban clavados en tu caballero blanco y nadie sabe a ciencia cierta qué pasó, pero al parecer, su caballo se asustó del otro en el último momento; si no, le habría destrozado el cráneo a la niña. Aun así, el tajo le abrió la mejilla hasta el hueso y le cortó la oreja derecha. El maestre Caleotte consiguió salvarle la vida, pero no hay cataplasma ni pócima que le arregle la cara. Era mi pupila, Arianne. La prometida de tu hermano. Estaba bajo mi protección. Nos has deshonrado a todos.

—Nunca quise que le pasara nada —insistió Arianne—. Si Hotah no se hubiera entrometido...

—Habrías coronado a Myrcella para provocar una rebelión contra su hermano. En vez de una oreja, habría perdido la vida.

—Sólo si hubiéramos perdido.

—¿Si hubierais perdido? Querrás decir cuando hubierais perdido. Dorne es el menos poblado de los Siete Reinos. Al Joven Dragón le gustaba fingir que nuestros ejércitos eran muy numerosos cuando escribía su libro, porque así su conquista parecía mucho más gloriosa, y a nosotros nos gusta regar la semilla que sembró para que nuestros enemigos nos crean más poderosos de lo que somos, pero una princesa tendría que conocer la verdad. El valor no es buen sustituto de la superioridad numérica. Por sí solo, Dorne no puede aspirar a vencer en una guerra contra el Trono de Hierro. Y aun así, tal vez sea lo que has provocado. ¿Estás orgullosa? —El príncipe no le dio tiempo de responder—. ¿Qué voy a hacer contigo, Arianne?

«Perdonarme», quería decir una parte de ella, pero sus palabras la habían herido demasiado profundamente.

—Bueno, haz lo que haces siempre: nada.

—Me pones difícil tragarme la ira.

—Más vale que dejes de tragártela, o te ahogarás. —El príncipe no respondió—. Dime cómo supiste de mis planes.

—Soy el príncipe de Dorne. Los hombres buscan mi favor.

«Alguien habló.»

—Lo sabías, e incluso así nos permitiste que nos marcháramos con Myrcella. ¿Por qué?

—Ahí fue donde cometí el error, y un error muy grave. Eres mi hija, Arianne. La nenita que acudía a mí cuando se despellejaba las rodillas. No me podía creer que conspirases contra mí. Tenía que averiguar la verdad.

—Ya la has averiguado. Quiero saber quién me delató.

—Si yo estuviera en tu lugar, también querría saberlo.

—¿Me lo vas a decir?

—No veo ningún motivo.

—¿Crees que no puedo descubrirlo por mí misma?

—Puedes intentarlo. Pero, mientras lo averiguas, desconfiarás de todo el mundo... Y un poco de desconfianza es bueno para una princesa. —El príncipe Doran suspiró—. Me decepcionas, Arianne.

—Dijo el cuervo al grajo. Tú llevas años decepcionándome a mí, padre.

No había pretendido ser tan directa, pero las palabras se le escaparon. «Ya está, ya lo he dicho.»

—Lo sé. Soy demasiado manso, débil y cauteloso, demasiado indulgente con nuestros enemigos. Pero en este momento me parece que te conviene un poco de esa indulgencia. Tendrías que estar suplicándome perdón en vez de tratar de provocarme aún más.

—Sólo pido indulgencia para mis amigos.

—Qué noble por tu parte.

—Hicieron lo que hicieron por el cariño que me profesan. No merecen morir en Rocagrís.

—Por extraño que parezca, estamos de acuerdo. Aparte de Estrellaoscura, tus compañeros de conspiración no eran nada más que niños alocados. Pero no se trataba de una inofensiva partida de
sitrang
. Tus amigos y tú jugabais a la traición. Podría haber ordenado que les cortaran la cabeza.

—Podrías, pero no lo hiciste. Dayne, Dalt, Santagar... No, jamás te atreverías a enemistarte con semejantes Casas.

—Me atrevo a mucho más de lo que crees, pero dejemos eso por el momento. A Ser Andrey lo he enviado a Norvos, a servir a tu señora madre durante tres años. Garin pasará los dos próximos años en Tyrosh. He conseguido dinero y rehenes de los demás huérfanos. A Lady Sylva no la castigué, pero ya estaba en edad de contraer matrimonio, y su padre la ha enviado por barco a Piedraverde para casarla con Lord Estermont. En cuanto a Arys Oakheart, eligió su destino y se enfrentó a él con valor. Un caballero de la Guardia Real... ¿Qué le hiciste?

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