Fénix Exultante (21 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Fénix Exultante
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—Habéis manipulado a los Exhortadores para reprimirme, despojarme, difamarme, exiliarme. Pero no podéis detenerme, ni apartarme un paso de mi propósito, a menos que mandéis a alguien para matarme.

«Pero no os atrevéis a cometer un homicidio en medio de la Ecumene Dorada, ¿verdad? Aun en los lugares más desiertos, hay muchos ojos para ver, muchas mentes para entender, la prueba del homicidio.

Hizo una pausa en este monólogo al comprender que, en efecto, podía haber espías y monitores escuchando, observando, incluidos instrumentos enviados por su enemigo.

—Nada Sofotec, silentes, Scaramouche, o como os llaméis —dijo—, podéis superarme en poder y fuerza del intelecto, y podéis tener armas y fuerzas a vuestra disposición que mi pensamiento ni siquiera puede aprehender sin ayuda. Pero os replegáis y ocultáis con aprensión, poseídos por el miedo y el odio y otros males desconocidos para los hombres cuerdos y virtuosos. Mi mente puede ser inferior a la vuestra, pero al menos está en paz.

No esperaba una respuesta. Lo más probable era que nadie lo observara, y que el enemigo ignorase su paradero. Dudaba que hubiera enemigos al alcance de su voz.

Por otra parte, aún había un aliado con quien podía hablar, a poca distancia.

Extrajo la pequeña pizarra y con, un enchufe de corto alcance, se conectó con la tienda y empleó el viejo traductor que había encontrado. Activó el circuito y transcribió: «Me dirijo a la Cerebelina llamada Hija-del-Mar y envío saludos y buenos deseos. Señora mía, te informo con gran lamentación que nuestro período de negocios y ayuda mutua, iniciado tardíamente, ha cesado abruptamente. Los Exhortadores (mejor dicho, Nabucodonosor Sofotec, actuando por cuenta de ellos) han manipulado los hechos para privarnos de la fuerza laboral de floteros. No puedo cumplir mi contrato contigo en lo concerniente al cuidado de aves, la poda, la microgénesis y otras tareas sencillas que deseabas realizar».

Luego describía la situación con cierto detalle. Explicaba su plan de introducir formas neptunianas entre los floteros, para generar capital, de modo que pudiera persuadir a los neptunianos de contratarlo como piloto de la
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Sabía que los empobrecidos neptunianos, sin asistencia, quizá ni siquiera tuvieran el dinero necesario para enviar la
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desde la Estación Equilateral de Mercurio hasta el sistema exterior.

Su conclusión: «En consecuencia, la única salvación en la que deposito esperanzas debe venir de ti. Como no eres una exiliada de veras, es posible que Antisemris y sus clientes desviacionistas negocien contigo, y estén dispuestos a llevar mensajes tuyos a la Duma neptuniana. Sólo si se establece contacto con mi amigo Diomedes y las recién fundadas casas Gris Plata de los neptunianos, se podrá resucitar mi proyecto de exploración estelar. ¿Puedes enviarles estos mensajes y ofrecimientos míos?».

La pizarra codificó los mensajes como una serie de señales químicas y feromonas. Faetón extrajo algunos gramos del revestimiento de su armadura e imprimió esas señales en la nanomaquinaria. Arrojó ese fragmento al agua.

Poco después una avecilla nocturna (perteneciente a Hija-del-Mar, esperaba él) cogió el fragmento con el pico, lo tragó y echó a volar.

Gramo por gramo, su nanomaquinaria estaba desapareciendo. No pudo reprimir una punzada de lamentación mientras el avecilla se alejaba.

Se puso a esperar. Hija-del-Mar, una Cerebelina, no tenía una estructura de consciencia unificada. Las diversas partes de las redes mentales que le servían como córtex, mesencéfalo y postencéfalo estaban desperdigadas en ciento veinte hectáreas de vegetación, algas y cables, bosques farmacéuticos, enjambres de insectos y bandadas de aves. No todas las partes se comunicaban con las demás por el mismo medio ni a la misma velocidad. Un pensamiento codificado como electricidad podía tardar un microsegundo en viajar de un lado al otro del sistema de raíces; un pensamiento codificado químicamente, o como geometrías de crecimiento, podía tardar horas o años.

Faetón se preguntó por qué alguien se prestaría a tener una consciencia tan desorganizada y lenta. Pero, por su parte, los Invariantes y Taquioestructuralistas debían de preguntarse lo mismo acerca del torpe y lento cerebro orgánico humano de Faetón, con sus múltiples niveles.

Fue con gran sorpresa que Faetón vio que su pizarra se encendía con una respuesta antes del transcurso de media hora. Hija-del-Mar debía de haber reconstruido parte de su consciencia, o asignado una bandada especial de portadores de pensamiento, para mantener tasas temporales casi estándar tan sólo para él, en caso de que llamara. Faetón se conmovió.

La respuesta era irradiada en pulsaciones inaudibles desde un grupo de arbustos medicinales y enredaderas que se aferraban al acantilado sur.

La traducción decía: «La angustia es siempre mayor que las palabras que usamos para manifestarla. ¿Puedo tratar de expresar mi alma sin culpa? ¿Qué son tus pensamientos sino lucecillas que fulguran a través de los vitrales de las palabras, ardiendo en la soledad de tu cráneo? Y quieres que arroje esa luz hacia los ojos de los ciegos neptunianos. ¿Dónde hay moneda suficiente para arder en el Faros de tan alto deseo, que me permitiera encender una hoguera que aun los gigantes envidiarían, y enviar un haz tan brillante a través de una noche tan vasta? ¿Con qué fin? El éxito llevará a Faetón al firmamento, para luchar con monstruos silentes en la ancha oscuridad interrumpida por las estrellas; o el fracaso arrojará a Faetón a una solitaria tumba de menesteroso bajo una piedra sin nombre. En cualquiera de ambos destinos, el brillante Faetón se marcha, todo su fuego se pierde, dejándome a mí, Hija-del-Mar, de nuevo en la tristeza y la soledad de este mundo verdoso y frágil, edulcorado y carente de espíritu y viento, un mundo que desprecio».

Faetón frunció el ceño. ¿Luchar con monstruos silentes en la oscuridad? ¿Hija-del-Mar esperaba que Faetón condujera una guerra contra lo que hubiera quedado de la Segunda Ecumene? Quizá esos «monstruos silentes» fueran una metáfora de las diversas fuerzas de la naturaleza inanimada con la cual todo ingeniero debe luchar mientras construye. No importaba. No se podía comprender todo lo que querían decir los demás, ni siquiera cuando pertenecían a la misma neuroforma.

Pero entendía la esencia del mensaje. Hija-del-Mar quería saber qué ganaría ella con ese trato.

Faetón ordenó al traductor que enviara la respuesta en el mismo tono florido y metafórico: «Crearé para ti, en una roca o masa cometaria que orbite Deneb o la lejana Arcturus, un mundo que será el prometido de tu deleite. Todo será como dicen tus deseos. Las furibundas nubes de la perdida Venus hervirán de nuevo con miasmas de fétido azufre en la atmósfera de ese mundo lejano, y nunca necesitarás respirar de nuevo el tenue y quieto aire de la Tierra. Tumultuosos paisajes volcánicos anegarán una superficie trémula, inmensos como la risa de un dios en tus oídos, y una vez más observarás huracanes de ácido verterse en llamas desde pesados y ponzoñosos cielos negros en apestosos mares de hojalata derretida. ¡Te corporizarás de nuevo, como en Venus, Venus tal como era tiempo atrás! Órganos y adaptaciones venéreas (que no encuentran otro lugar ni propósito, perdido el viejo Venus) florecerán en ti nuevamente, y te entregarás a esas sensaciones tórridas, extrañas, potentes, desconocidas por ojos terráqueos, esas sensuales impresiones que tus recuerdos tan débilmente reflejan. ¡Ven! ¡Ayúdame! Y cuando la
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vuelva a ser mía, anidará dentro del círculo de la galaxia y empollará una prole de mil mundos brillantes».

Era la misma oferta que le había hecho a Notor-Kotok. Los códigos químicos aparecieron en la pantalla de traducción, y una vez más tomó otro precioso gramo de su limitado nanomaterial, impregnó el mensaje con él, y lo arrojó a las aguas.

Un ave nocturna lo devoró.

Era Gran Medianoche cuando Faetón fue bajo cubierta para celebrar sus oblaciones nocturnas. Esto incluía una alimentación indigna del nombre «representación mensal» (se limitaba a untar el revestimiento de su capa con nutrientes, y dejaba que la capa lo alimentara en forma intravenosa). A continuación, se sometió a un cuidadoso y espartano ciclo de sueño. Al fin, realizó un ejercicio de ajuste de su neuroquímica, que él incluía en una ceremonia llamada «respuesta al círculo». Esta ceremonia databa de principios de la Cuarta Era, y originalmente se usaba para restaurar la salud, el coraje y la determinación de los miembros fatigados de vastas mentes colectivas.

Horas después, cerca de la Medianoche Menor (como se llamaba a la medianoche joviana), Faetón emergió a cubierta. La pizarra mostraba una respuesta de Hija-del-Mar que había llegado, esta vez, desde otro centro de su consciencia albergado en hierbas de filtración, tierra adentro. La pizarra no tenía complejidad suficiente para decirle si esta parte de la mente de Hija-del-Mar era análoga a un nivel «consciente», o si esto era una reacción subconsciente, algo parecido a un sueño. «Pobre-semilla-esparce-respuesta/aproxímase-máscara-oscura/siembra de brillantes promesas-aceptar-¿mundo de blandas cadenas? Ya llega uno».

Ejecutó otras dos reconstrucciones mediante el traductor, intentando otras modalidades. Las partes del mensaje se desplegaron y fueron interpretadas con un formato coherente: «Careciendo de riqueza o prestigio, careciendo de fondos o amigos suficientes para comprar o solicitar los medios que Faetón requiere para comunicarse con sus remotos neptunianos, Hija-del-Mar esta noche irradia tu mensaje en varias modalidades. Por tierra y mar y cielo se propaga, en luz, en lenguaje, en letras impresas tal como ya nadie conoce, salvo los Gris Plata que aman el pasado. Cada mensaje, esparcido como mil semillas extravagantes, recita la promesa de recompensas venideras a quien pueda llevarlo un paso más. En tu nombre, prometí que cada gramo dedicado a tu causa sería devuelto cien veces, y cada exiliado desterrado por tu causa recibiría un mundo propio. Sin duda un sinfín de cientos de estos mensajes fueron simplemente consumidos por el silencio, semillas arrojadas en terreno pedregoso. Pero una respuesta vino de alguien que usa máscara, protegido, durante el festival, de los ojos de los Exhortadores. Este enmascarado acepta tu oferta, y dice que serás llevado de este lugar, y trasladado al yermo infinito y silencioso del espacio, donde no tendrás a nadie salvo tu amor solitario para protegerte, para nunca ser visto de nuevo. Este enmascarado prometió que crearás un mundo que te cobijará, allí sujeto con suaves cadenas, y que no te adentres demasiado en los misterios del espacio exterior como sueña esta ambición. Ya llega éste».

Faetón miró las palabras. ¿El enmascarado era Scaramouche? ¿Un bromista que se había conectado para responder, oculto por la Mascarada de la represalia de los Exhortadores? O quizá un sueño o fantasía inventado por un segmento no literal de la desperdigada consciencia de Hija-del-Mar?

En todo caso, las palabras parecían ominosas. Su armadura había quedado abajo; Faetón se preguntó si debería descender y ponérsela.

Por otra parte, la energía de las baterías del traje no era infinita…

Oyó un chapaleo en el agua.

En la tenue luz pudo ver una silueta amorfa que se desplazaba por el agua con chapoteos enérgicos. En la oscuridad costaba discernir la forma corporal de la criatura. Parecía bicéfala, con muchas piernas. O quizá fuera un hombre delgado a horcajadas de una criatura acuática más grande.

La criatura chocó contra el casco con un ruido seco. Se oyó un relincho agudo y más ruidos secos mientras subía del agua a la escalera flotante de la plancha. La curva del casco impedía ver al visitante.

—¡Hola! —dijo una voz—. ¡Permiso para subir a bordo!

Faetón se quedó tieso. Reconocía esa voz.

Oyó la enorme y precipitada trepidación de una gran bestia que trepaba por la plancha. Faetón se volvió, mudo y aturdido de asombro.

La alta sombra de un caballo acometió por la escalera, sacudiéndose el agua de la crin y la cola. Aferrada al pescuezo, con la cabeza gacha, la chaqueta al viento, había una forma esbelta con arcaico traje de montar y una cabellera negra y ondeante.

Ella rió con alegría, y el caballo corcoveó, quizá con fastidio, quizá triunfalmente.

Con un raudo movimiento, la forma esbelta se apeó y caminó ligeramente hacia Faetón.

Se golpeó las altas botas negras con la fusta. Se pasó los dedos por el sedoso cabello.

—Perdí mi sombrero —dijo. Y luego, acercándose—: ¿No vas a besarme?

Allí, bajo la pálida luz de las estrellas, bajo el dosel de los pabellones de diamante, estaba Dafne, sonriendo. Usaba una larga chaqueta oscura, con encaje en la garganta, y pantalones de montar claros y ceñidos.

—Dafne. —Faetón trató de recordarse que éste era el maniquí, la copia, y se dijo que la súbita emoción que lo embargaba no tenía sentido—. ¿Dafne en el exilio? ¿Cuánto hace que te han desterrado?

—Hace un segundo, cuando dije hola. —Ella sonrió picaramente.

—Pero, ¿por qué? Ahora tu vida está arruinada —dijo Faetón, la voz hueca de espanto.

—Niño tonto, he venido a rescatarte. ¿No vas a besarme? No lo pediré de nuevo.

No tenía sentido. Ningún sentido. Ésta no era realmente la mujer de quien se había enamorado, ¿verdad? ¿Por qué ella había arruinado su vida para estar con él? Él la cogió en brazos. Acercó sus labios a los de ella. De pronto, tenía todo el sentido del mundo.

En la semioscura cubierta de la barca, Faetón y Dafne se abrazaban. Cerca de la proa, el potro olisqueaba en silencio los paneles de cristal de los pabellones.

Al este, como un arco iris de acero, el tercio inferior de la ciudad anular brillaba con una luz voltaica y lunar, plateada en el horizonte, rojo áureo y rosado en las alturas. Esto era un reflejo de un amanecer para el que aún faltaban horas, leve y rojizo, curvado por la atmósfera y modelado contra las paredes orbitales y velas de la ciudad, para brillar sobre partes del mundo aún abrazadas por la noche. El reflejo de esa gran curva de luz formaba a su vez una estela ondulante sobre las aguas, como una carretera al cielo, y espejeaba en las olas para jugar contra la mejilla de Dafne y relucir en sus ojos oscuros. Faetón, mirando esos ojos, se maravilló ante las torsiones y reflejos —luz solar, luz voltaica y destello del mar— que confluían para que bailara la luz en los ojos de su esposa. Pero aún era luz solar.

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