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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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—Respetamos eso —respondí. Shaun y Buffy asintieron con la cabeza.

El senador Ryman pareció satisfecho con nuestra respuesta, porque también asintió convencido.

—Nadie quería que incorporara blogueros a mi campaña —continuó sin andarse con preámbulos. Yo me enderecé en la silla. Toda la comunidad de internautas sabía que los asesores del senador le habían recomendado que no incluyera blogueros en el grupo de prensa oficial de la campaña, pero nunca imaginé que se lo oiría decir tan lisa y llanamente—. Tienen metida en la cabeza la idea de que informaréis de lo que os dé la gana y no de lo que sea beneficioso para la campaña.

—¿Está diciendo entonces que sus asesores son tipos listos? —inquirió Shaun, arrastrando las palabras en un tono soso y tonto, que hubiera resultado creíble de no ser por la sonrisita que tenía dibujada en los labios mientras hablaba.

El senador rió estruendosamente, y Emily levantó la mirada del fogón, evidentemente divertida.

—Para eso les pago, así que espero que lo sean, Shaun. Sí, son unos tipos listos. Os han tomado la media de cómo sois realmente.

—¿Y cómo somos, senador? —pregunté.

Más serio, se inclinó hacia delante.

—Sois los hijos del Levantamiento. La mayor revolución que nuestras generaciones, la mía, la vuestra y por lo menos las dos siguientes, verán jamás. El mundo cambió de la noche a la mañana, y a veces me lamento por haber nacido demasiado pronto y no poder vivir vuestra experiencia. Vosotros, chicos, sois quienes forjaréis el verdadero futuro, el que importará de verdad. No yo, no mi encantadora esposa, ni, por supuesto, un puñado de cabezas parlantes a las que se les paga para ser lo suficientemente listos como para darse cuenta de que una pandilla de chavales blogueros del área de la Bahía de San Francisco va a contar la verdad tal como la ve, sin importarles un pimiento las consecuencias políticas.

Enarqué las cejas de nuevo.

—Eso no explica por qué le pareció importante tenernos aquí.

—Estáis aquí por lo que representáis: la verdad. —El senador sonrió y recuperó su aire juvenil—. La gente creerá todo lo que le contéis. Vuestra carrera depende de a cuántos tíos muertos tu hermano puede molestar con un palo, cuántos poemas escribe tu amiga y cuánta verdad escribes tú.

—¿Y qué ocurrirá si lo que contamos no le deja tan bien parado como a usted le gustaría? —inquirió Buffy, con el ceño fruncido y la cabeza ladeada. Habría pasado por un gesto de lo más natural de no ser porque yo sabía que el pendiente en forma de luna y estrellas que le colgaba de la oreja izquierda escondía una cámara que respondía a los movimientos de su cabeza. Estaba activando el zoom para captar mejor la expresión del senador respondiendo a su pregunta.

—Si no me dejáis tan bien parado como me gustaría, entonces supongo que no debería convertirme en el presidente de los Estados Unidos de América. Si queréis hurgar en los escándalos, seguro que mis oponentes podrán proporcionaros un mapa para guiaros. Si queréis informar sobre esta campaña, informad de lo que veis y no os preocupéis de si va a gustarme o no, porque eso carece de importancia.

Nos habíamos quedado mirándolo atentamente, pensando en que contestara algo que, salido de la boca de un político, parecía tan real como un zombie recitando un soneto, cuando Emily Ryman se acercó y empezó a repartir platos por la mesa. Agradecí la interrupción. Por cómo estaba desarrollándose el día, me estaba quedando sin capacidad de asombro y me desplazaba rápidamente hacia la región de la «ligera sorpresa», de modo que la aparición de la esposa del senador me dio la oportunidad de ordenarme un poco las ideas.

Emily se sentó después de repartir todos los platos y cogió la mano del senador Ryman.

—Peter, ¿bendices tú la mesa?

—Claro. —Shaun y yo nos lanzamos una mirada fugaz antes de cogernos de las manos y formar con los Ryman y con Buffy un círculo de manos entrelazadas. El senador agachó la cabeza y cerró los ojos—. Nuestro Señor amado, te pedimos que bendigas esta mesa y a quienes se han congregado a su alrededor. Gracias por los dones que nos concedes, por la salud que nos regalas a nosotros y a nuestras familias, por la compañía y por la comida que estamos a punto de disfrutar, y por el futuro que has tenido a bien concedernos. Gracias, Señor, por tu generosidad y por las pruebas que habremos de superar para alcanzar un mayor conocimiento de ti.

Shaun y yo permanecíamos con los ojos abiertos, observando al senador mientras hablaba. Nosotros somos ateos; es difícil ser otra cosa en un mundo en el que los zombies pueden irrumpir en el festival de fin de curso de tu colegio. Buena parte del país ha dado la espalda a la fe; no obstante, los ciudadanos siguen comportándose influidos por la vaga creencia de que tener a Dios de tu lado no puede hacerte ningún daño. Eché una ojeada a Buffy, que asentía a las palabras del senador con los ojos apretados con fuerza. Ella es mucho más religiosa de lo que mucha gente imagina (su familia es de ascendencia francesa y católica), y lleva bendiciendo cualquier tipo de reunión multitudinaria desde que nació. Además, los domingos sigue asistiendo a una iglesia no virtual.

—Amén —concluyó el senador. Los demás lo repetimos a coro con distintos grados de sinceridad.

Emily Ryman sonrió.

—A comer todos. Hay más si os quedáis con hambre. Aunque yo también quiero comer, así que tendréis que levantaros y serviros vosotros si queréis repetir. —El senador recibió un beso en la mejilla para acompañar su taco de pescado. El resto de nosotros empezamos a comer sin más.

Por supuesto, Shaun no iba a dejar pasar la comida sin entablar una charla. De los tres, él es el sociable. Alguien tenía que serlo.

—¿Nos acompañará durante toda la campaña, señora? —preguntó, con una educación desacostumbrada, demostrando una vez más el sano respeto que profesaba hacia las mujeres que le daban de comer.

—No habría dinero suficiente en el mundo para pagar mi presencia en este circo ambulante —respondió Emily con sequedad—. En mi opinión, chicos, creo que estáis locos de atar. Adoro vuestra página, es tremendamente entretenida, pero estáis locos.

—Tomaré esa respuesta como un «no» —señalé.

—Ajá. De ningún modo metería a mis hijos en esta vorágine. Ni hablar. Los tutores que se contratan en estos casos no responden a mis exigencias. —Dirigió una sonrisa al senador, que le dio un golpecito en la rodilla de una manera inconscientemente cordial—. Además, estarían todo el día rodeados de periodistas y políticos, que no son la clase de personas con las que deben estar unos niños impresionables.

—Ya ve cómo hemos salido nosotros —dijo Shaun.

—Exacto —concordó sin inmutarse la esposa del senador—. Además, el rancho no funciona solo.

Hice un gesto de asentimiento con la cabeza.

—Su familia sigue explotando un rancho de caballos, ¿verdad?

—Ya conoces la respuesta a esa pregunta, Georgia —intervino el senador—. Ha pertenecido a la familia de Emily desde finales del siglo XIX.

—Si piensas que el riesgo de que mis caballos palominos se conviertan en zombies es suficiente motivo para que renuncie a ellos, es que nunca has conocido a un verdadero amante de los caballos —respondió ella, sonriendo—. No te sulfures, conozco tu posición respecto a la restricción de la posesión masiva de animales. Apoyas fervientemente la Ley Mason, ¿verdad?

—Si no es con fines esenciales y simplemente como afición, sí —apunté.

Gracias al hijo biológico de los Mason, cuando Shaun y yo tratábamos con gente que trabajaba con animales, nos encontrábamos con que sabían quiénes éramos sin conocernos. Antes de Phillip, nadie se había dado cuenta de que todos los mamíferos con un peso superior a los veinte kilos podían convertirse en portadores del virus en estado activo o que el Kellis-Amberlee no tenía problema para pasar de una especie a otra, animal a hombre y de vuelta al animal. Mamá disparó entre ceja y ceja a su único hijo en una época en que todavía eso era demasiado novedoso para no marcarte de por vida, cuando uno aún sentía que estaba cometiendo un asesinato, no un acto de piedad. Así que sí, podría decirse que apoyo la Ley Mason.

—Si yo estuviera en tu lugar también la defendería —dijo Emily. El tono de su voz no contenía ninguna de las acusaciones a las que estoy acostumbrada a oír de los activistas por los derechos de los animales; hablaba con sinceridad, y yo podía elegir con libertad cómo tomármelo—. ¡Ahora, comamos! Estamos en el principio de un largo día… y de un largo mes.

—¡Vamos, comed antes de que se enfríe! —añadió el senador, mientras cogía su bebida. Shaun y yo nos miramos, nos encogimos de hombros casi a la vez y echamos mano de nuestros tenedores.

En una dirección u otra, habíamos iniciado un viaje.

Mi hermana padece el síndrome del Kellis-Amberlee de retina. Consiste en que el filovirus se replica de forma masiva en el fluido ocular. Existe un término técnico acuñado recientemente, pero a mí, personalmente, me gusta llamarlo el «síndrome del ojo pringado», porque a George le fastidia. Las pupilas se dilatan al máximo y ya nunca más vuelven a contraerse, como ocurriría en las personas normales. Es casi exclusivo de las chicas, lo que es un alivio, ya que yo con gafas de sol parezco tonto. Se supone que ella tiene los ojos marrones, pero todo el mundo piensa que son negros, porque sólo tiene pupilas.

Le diagnosticaron la enfermedad cuando teníamos cinco años, así que prácticamente no tengo un recuerdo de ella sin gafas de sol. Cuando teníamos nueve años tuvimos a esta niñera, boba como ella sola, que le dijo que no necesitaba las gafas de sol, se las quitó y las lanzó al patio, convencida de que éramos unos mocosos pijos con demasiado miedo al mundo exterior para salir a buscarlas. Lo que, por otra parte, deja bastante claro que tenía una mente tan brillante como la de una manada de zombies.

Un momento después, George y yo estábamos hurgando entre la hierba alta buscando sus gafas de sol cuando de pronto ella se queda paralizada con los ojos abiertos como platos y me dice: «Shaun». Y yo le digo: «¿Qué?». Y ella: «Hay alguien más en el patio.» Yo me doy la vuelta y ¡zas!, un zombie, ¡justo delante de nosotros! Yo no lo había visto porque mi vista no es tan buena como la suya cuando hay poca luz. Así que tiene sus ventajas tener las pupilas permanentemente dilatadas; excepto por que sin un análisis de sangre no pueden saber en el colegio si vas colocado o no.

Bueno, da igual. Teníamos un zombie en el patio. ¡FUE TAN GUAY!

Sí, ya lo sé, ha pasado más de una década desde aquella noche. Aun así sigue siendo el mejor regalo que nunca me ha hecho mi hermana.

Extraído de
¡Viva el rey!
,

blog de
Shaun Mason
,

7 de abril de 2037

Seis

E

l personal de seguridad del senador Ryman tardó seis horas y media en dar el visto bueno a nuestro equipo. Shaun pasó las primeras dos horas enredando para esconder sus aparatitos y al final consiguió que nos enviaran adentro. Entonces se quedó sentado enfurruñado en el sofá de la sala, con la barbilla casi rozándole el pecho.

—¿Qué pretenden desmontando la furgoneta? ¿Estarán registrándola para asegurarse de que no escondemos zombies entre los paneles? —rezongó—. Porque, vamos, ésa sería una estrategia de lo más perfecta para asesinar al senador.

—Ya se ha intentado —dijo Buffy—. ¿Recordáis al tipo que intentó matar a George Romero con los pit bulls zombies?

—Eso es una leyenda urbana, Buffy. Se ha desmentido como noventa veces —dije, sin dejar de deambular por la sala—. George Romero murió plácidamente en su cama.

—Y ahora se pasea felizmente arrastrando los pies por un centro de investigación gubernamental —añadió Shaun, olvidando por un momento su enfurruñamiento para hacer movimientos de zombie con los brazos. Ese gesto para «zombie» se ha convertido en uno de los más universales, al mismo nivel que el dedo anular levantado con el puño cerrado. Algunas cosas hay que dejarlas claras al momento.

—Es un poco triste imaginárselo dando vueltas tambaleándose por ahí fuera, medio podrido y sin cerebro, incapaz de recordar los clásicos de su época dorada —comentó Buffy.

Me volví a ella.

—Es un zombie del gobierno. Come mejor que nosotros.

—Es el principio de todo —replicó.

Pasó un tiempo hasta que se confirmó que las primeras manifestaciones del Kellis-Amberlee no eran una broma, y después hubo que esperar a que las distintas agencias gubernamentales acabaran de pelearse por quién tenía que encargarse del problema. Tras tres días de debate, los del CDC ya no aguantaron más y se lanzaron de cabeza en el asunto sin volver la vista atrás. Antes de la segunda semana ya habían desplegado brigadas y habían capturado zombies para la investigación. Enseguida se despejaron las dudas sobre la posible curación de los zombies; es imposible reparar el daño cerebral que causa el virus con un tratamiento menos agresivo que una bala en la tapa de los sesos. Sin embargo, puede buscarse maneras de neutralizar el Kellis-Amberlee, y puesto que lo único que hace un zombie es convertir la carne en virus, unos cuantos muertos cautivos son los sujetos idóneos para los experimentos.

Tras veinte años de pruebas y el abandono de casi todos los campos de la ciencia que no nutrían directamente a la profesión médica, se ha obtenido poco más que nada en absoluto. En estos momentos se puede eliminar completamente el Kellis-Amberlee de un cuerpo vivo mediante una combinación de quimioterapia, transfusiones de sangre y de una cepa repugnante de Ebola, que se ha modificado para que busque y destruya a su primo hermano. Tiene un par de inconvenientes, como que el precio de un tratamiento supera los diez mil dólares y que ninguno de los sujetos que lo ha probado ha sobrevivido… ¡Ah! Y también que persiste el temor de que el virus mute, como en el caso de Marburg Amberlee, y tengamos que vérnoslas con algo todavía peor. En cuanto a los muertos vivientes, todavía estamos en la casilla de salida.

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