Read Experimento maligno Online
Authors: Jude Watson
—¿Y cómo podrías conseguirlo? —preguntó Tahl—. ¿Estás seguro de que podrías salir de allí?
No estaba seguro, pero daba igual; tenía que salvar a Qui-Gon y a Didi. Eso era lo más importante. Obi-Wan miró a Astri.
—Tengo un plan.
—No hagas nada sin pensarlo, Obi-Wan —le advirtió Tahl—. Simpla-12 no está lejos. Puedo enviar varios equipos para allá en caso necesario. Y asegúrate de que no haya vigilancia en el exterior del edificio. Nada debe delatar tu presencia a Zan Arbor.
—Jamás pondría en peligro la vida de Qui-Gon —dijo Obi-Wan serio—. Pero creo que cuanto más tiempo esté cautivo de esa mujer, más peligro corre.
—Yo también lo creo —dijo Tahl suavemente. Su intercomunicador pitó, y ella frunció el ceño—. Me tengo que ir. Tengo a varios equipos siguiendo pistas importantes. Que la Fuerza te acompañe, Obi-Wan.
Tahl se marchó apresuradamente. Obi-Wan se subió a la nave, en la que le esperaban Astri y el resto. Encendió los motores y se dirigió hacia la atmósfera superior. A cada segundo, sentía que la vida de Qui-Gon se desvanecía. Con todo su corazón, le rogó en silencio a Qui-Gon que aguantara.
***
El Cuadrante 2 estaba en los suburbios de Sim-Primera. Era un lugar en el que se había abandonado toda intención de mantener el orden y la limpieza. Muchos edificios estaban sellados con láminas de duracero. De vez en cuando Pasaba un deslizador, pero no había nadie andando por las aceras.
Astri escudriñó a través de la niebla.
—Y yo que pensaba que Sim-Primera no podía ser peor —murmuró.
Obi-Wan consultó una consola de navegación portátil.
—La Unidad Bloque 3 está por aquí. A medida que andaban, el barrio comenzó a empeorar. Las nubes se espesaron hasta que el día se hizo tan oscuro como la noche. Era fácil ocultarse. La zona estaba en sombras. Muchas de las farolas estaban apagadas. De vez en cuando, una de ellas lanzaba un débil punto de luz hacia la acera.
Obi-Wan se detuvo. A poca distancia, en la otra acera, había un edificio grande, sin ventanas, hecho de metal negro resplandeciente. Abarcaba toda una manzana. El aprendiz de Jedi tiró de Astri hacia la sombra de una cornisa.
—Ahí es.
Recordó las instrucciones de Tahl, y, dejando a Astri para vigilar la entrada, rodeó el edificio. Iba de sombra en sombra, buscando aparatos de vigilancia. Trepó al tejado de un edificio cercano para inspeccionar el bloque que quedaba bajo él. No parecía haber vigilantes. Utilizó sus macrobinoculares para estudiar el edificio desde todos los ángulos.
Volvió con Astri.
—Los vigilantes deben de estar dentro. Hay un monitor visual en la puerta principal. No hay control de huellas ni escáner de retina. Menos mal. Tengo un presentimiento, Astri. Este es el laboratorio.
Ella miró hacia atrás.
—¿Estás seguro de que Cholly y los otros vendrán?
—No te preocupes. Harían cualquier cosa por unos créditos —dijo Obi-Wan.
No tuvieron que esperar mucho. Al poco tiempo oyeron unos pasos acercándose. Cholly, Tup y Weez bajaban la calle rápidamente, mirando a un lado y a otro cautelosos.
—Uf, menos mal que os hemos encontrado —dijo Tup mientras se acercaban. Sus ojos redondos estaban llenos de ansiedad—. No sabía que Sim-Primera podía dar tanto miedo.
—¿Conseguisteis lo que os pedí? —inquirió Obi-Wan.
Cholly sacó varios objetos de su mochila y le dio uno a Obi-Wan.
—Espero que te esté bien.
—Es para Astri —dijo Obi-Wan mientras entregaba el visor negro a la chica.
Astri se lo pasó por la cabeza. Oscurecía sus rasgos y le daba un aspecto amenazador.
—Me queda bien —dijo ella.
Se lo quitó y sacudió su larga melena rizada. Obi-Wan le dio un par de botas altas de piel. Ella se quitó la túnica, se ajustó el cinturón más a las caderas y se puso las botas.
—Una cosa más —dijo Obi-Wan—. Lo siento, Astri, pero...
Ella apretó la mandíbula.
—Adelante.
Con una vibronavaja que le dio Cholly, Obi-Wan le cortó la preciosa melena y después le rapó con cuidado la cabeza.
—¡Qué lástima! —murmuró Tup.
Astri tenía una expresión determinada.
—Merece la pena.
Cuando Obi-Wan terminó, Astri se colocó el visor negro sobre los ojos. Su cráneo afeitado brillaba. Obi-Wan le dio el látigo de Ona Nobis. Ella lo enrolló y se lo colgó del cinturón. Con la altura extra de las botas de tacón, se parecía a la cazarrecompensas.
—Sólo espero que no te miren de cerca —dijo Obi-Wan. Se giró hacia Cholly, Weez y Tup—. Quedaos aquí. Si aparece la auténtica Ona Nobis, haced todo lo que podáis para que no entre en el edificio. Es muy rápida, muy lista.
—Somos tres contra una —dijo Cholly—. ¿Cómo íbamos a fallar?
—Vosotros contáis con el factor sorpresa —dijo Obi-Wan—. Os di el teléfono de contacto de Tahl en el Templo.
Si Astri no ha salido en diez minutos, llamad a Tahl y decidle que envíe a los equipos de rescate.
—Nosotros nos ocuparemos de todo —le garantizó Weez.
Obi-Wan no estaba muy seguro, pero esperaba que Ona Nobis no apareciera por allí. Él no iba a necesitar mucho tiempo.
Astri y él avanzaron por la acera hacia la entrada del edificio.
—¿Qué has querido decir con eso de "si no salgo de allí"? —le preguntó Astri con la voz entrecortada—, ¿y qué pasa contigo?
—Si encontramos a Qui-Gon y no podemos liberarle tendrás que irte sin mí —le dijo—. Llamarás a Tahl y le contarás lo que haya pasado.
—No puedo abandonarte, Obi-Wan...
—Tendrás que hacerlo —dijo él con firmeza—. Soy tu prisionero. En caso necesario, me entregarás, buscarás los medicamentos y te irás. Prométemelo. Podrías ser la última esperanza de Qui-Gon.
Él no podía verle los ojos por el casco, pero la chica apretó los labios fuertemente.
—Lo prometo.
Ella pulsó el botón. Obi-Wan notó que le temblaban los dedos. ¿Y si Ona Nobis ya estaba dentro? Una vez más, Obi-Wan se maravilló ante el valor de la chica. Astri se tragó su miedo y siguió adelante.
—Eres tan buena como un Jedi —le dijo él en voz baja.
No pudo ver la expresión de la chica bajo el visor, pero ella le apretó la mano brevemente a modo de agradecimiento.
El rostro de un vigilante apareció en la pantalla. Obi-Wan reconoció el vello fino y plumoso y los ojos triangulares de los quint.
—Soy yo —dijo Astri con brusquedad, bajando el tono de voz.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el guardia.
—Traigo un prisionero Jedi —ladró Astri con impaciencia—. Déjame entrar.
La pantalla se puso en negro. Obi-Wan sentía los segundos pasar. ¿Les dejarían entrar?
La puerta siseó al abrirse. Obi-Wan vio que Astri respiraba profundamente. Entonces entraron juntos en el laboratorio secreto.
La puerta se cerró tras ellos. Estaban en un estrecho pasillo con un suelo de pulida superficie. Frente a ellos había una puerta doble con una mirilla. Avanzaron hacia ella.
La puerta se abrió de repente y el mismo vigilante quint se aproximó hacia ellos.
—Estamos un poco ocupados, ¿sabes? —soltó él—. Tendrás que llevar tú misma al prisionero a la sala de retención C.
—Yo no acepto tus órdenes —replicó Astri.
—¿Por qué no está sujeto el prisionero? —preguntó de repente el quint, aminorando el paso—. Tú siempre usas servoesposas con los prisioneros —se llevó la mano hacia la pistola láser.
La verdadera identidad de Astri podía revelarse de un momento a otro. Él había pensado que llegarían un poco más lejos, pero al menos estaban dentro. Obi-Wan cogió el látigo de Astri y lo desenrolló con un suave gesto. Lo chasqueó por encima de la cabeza, apuntando al vigilante quint. Se enrolló en su tobillo y Obi-Wan dio un tirón. El quint cayó al suelo lanzando un aullido. Obi-Wan saltó hacia delante y ató al vigilante con el látigo, aprisionándole las manos y los pies. Después le arrastró a través de las puertas dobles hasta un largo pasillo. Astri se adelantó y abrió una puerta corredera, que descubrió una sala de retención vacía. Obi-Wan arrojó dentro al guardia.
—Más nos vale darnos prisa —dijo él—. Seguro que el vigilante ha de informar regularmente. Y es probable que haya más.
Había pasillos a la izquierda y a la derecha, y una puerta enfrente, al final del pasillo. Estaba rota y la habían dejado medio abierta, con el marco torcido. Obi-Wan sintió la emanación de la Fuerza. Su Maestro estaba detrás de esa puerta.
Obi-Wan le indicó a Astri que retrocediera. Pegado a la pared, se acercó silenciosamente a la puerta. Se asomó para mirar por la abertura.
El laboratorio era inmaculadamente blanco y estaba lleno de instrumentos técnicos. Al principio pensó que no había nadie. Luego volvió a mirar a una cámara transparente llena de vapor. A través de las nubes de gas, Obi-Wan vio claramente a su Maestro, prisionero. Los ojos de Qui-Gon estaban cerrados. Incluso podía estar muerto.
Obi-Wan quería entrar corriendo al laboratorio y destrozar las paredes de la cámara, pero recordó la advertencia de Tahl de que fuera cuidadoso. Respiró hondo y dejó escapar la ira. Tenía que concentrarse, mantener la calma.
Le indicó a Astri que le siguiera y entró.
Se acercó a la cámara transparente y colocó las manos sobre la pulida superficie. Qui-Gon flotaba, con los ojos cerrados. Obi-Wan sintió que se ahogaba de angustia al ver aquello. Sabía que su Maestro estaba vivo, pero se sentía como si estuviera presenciando su muerte.
No creía que se le oyera dentro de la cámara. Obi-Wan pronunció suavemente el nombre de su Maestro.
—Qui-Gon.
Los ojos de Qui-Gon se abrieron. Vio a Obi-Wan. Sonrió. Articuló las palabras.
Sabía que vendrías...
Obi-Wan se llevó la mano al sable láser.
—¡Obi-Wan! —susurró Astri—. ¡Viene alguien!
Él dudó.
—Todavía no puedes liberarle —susurró Astri—. Si alguien se entera de que estamos aquí, puede que ya no podamos salir.
Obi-Wan contempló desesperado a Qui-Gon. Había llegado tan lejos. Había tomado tantas decisiones. Y ahora no sabía qué hacer.
Espera
, pronunció mentalmente Qui-Gon. Le indicó con la mirada que se escondiera.
Obi-Wan oyó pasos. Se giró y cogió a Astri de la mano. Se ocultaron tras un montón de instrumentos, justo cuando entraba la científica.
Jenna Zan Arbor habló por su intercomunicador mientras se acercaba a la mesa del laboratorio.
—¡Nil! —gritó—. ¡Nil! ¿Dónde estás?
Puso el intercomunicador violentamente sobre la mesa.
—Seguro que lo ha vuelto a apagar, el muy idiota.
Se inclinó para observar los datos que bajaban en cascada por la pantalla. Se giró y sonrió a Qui-Gon. Luego pulsó un botón de la consola. Era así como conseguía que se la oyera dentro de la cámara.
—Bueno, por fin tenemos actividad en la Fuerza. Gracias. Pero eso no va a salvarte, amigo mío. Ya no te necesito. Pero tengo que extraerte toda la sangre antes de dejarte ir.
Soltó el botón y volvió a coger el intercomunicador.
—¡Nil! ¡Tráeme a Ona Nobis inmediatamente! ¡Nil! Siempre tiene mucha prisa por cobrar.
Miró el intercomunicador con asco y lo tiró, saliendo a zancadas del laboratorio.
En cuanto se hubo ido, Obi-Wan se acercó rápidamente a Qui-Gon. Ahora sabía que si dejaba que Qui-Gon permaneciera en la cámara, su Maestro moriría. Activó su sable láser y cortó un agujero en la cámara. El vapor salió por la abertura y Qui-Gon comenzó a descender. Obi-Wan se metió en la cámara para ayudarle a ponerse en pie. Qui-Gon cayó y Obi-Wan le llevó lentamente hasta el suelo.
—Maestro... —dijo Obi-Wan con voz entrecortada. Era terrible ver a Qui-Gon tan débil. Él siempre contaba con la fuerza de su Maestro.
—Tienes... que... ayudarme..., padawan —dijo Qui-Gon sin apenas mover los labios. Estaba sumamente pálido. Alzó las manos con las palmas hacia arriba. Obi-Wan puso sus manos sobre las de su Maestro.
Sintió un estremecimiento de Qui-Gon y trató de llegar a su interior. La Fuerza se arremolinaba alrededor de ellos, la sentía fluir desde sus dedos a los de su Maestro.
Al cabo de unos instantes, la mirada borrosa de Qui-Gon se aclaró.
—Ya puedo caminar —dijo él.
Se puso en pie. Obi-Wan se alzó con él. Qui-Gon contempló la vestimenta de Astri.
Ya veo que has cambiado de profesión.
—Sí —dijo ella con una sonrisilla—. Ahora soy tu salvadora.
—Tenemos que darnos prisa —dijo Qui-Gon—. Hay al menos otro prisionero en este edificio. Sentí una presencia. Es sensible a la Fuerza.
—Didi se muere —murmuró Astri—. Zan Arbor ha retenido la antitoxina que podría salvarle.
—Entonces ésa será nuestra prioridad —le dijo Qui-Gon—. Ven. Creo que sé dónde encontrarla.
Qui-Gon no se movía con la rapidez y elegancia de siempre, pero iba acumulando fuerzas mientras avanzaba, saltaron rápidamente por la puerta medio abierta y corrieron por el pasillo. Qui-Gon les llevó a la sala de suministros que había encontrado en su incursión. Entró por la puerta y los demás se introdujeron rápidamente en la habitación.
—¿Sabéis el nombre de la antitoxina? —preguntó Qui-Gon, indicando las estanterías.
Astri se quitó el casco y miró las etiquetas. Luego puso la mano en una estantería.
—Aquí.
Cogió varios frascos y se llenó un bolsillo del cinturón con ellos. Luego se llenó el resto de los bolsillos con todos los frascos que pudo. Obi-Wan cogió frascos a manos llenas y se los guardó en la túnica.
—¿Y ahora qué? —preguntó Qui-Gon—. ¿Tenéis una salida?
Obi-Wan negó con la cabeza.
—Hemos atado a un guarda. ¿Hay más?
—No lo creo —dijo Qui-Gon—. Ella cuenta con Nil y con el sistema de seguridad. Nosotros tres no deberíamos tener problemas para salir. Zan Arbor todavía no sabe que hay intrusos. Tenemos muchas probabilidades.
El intercomunicador chispeó y se giraron para contemplar la pantalla. Apareció Ona Nobis.
—Ya he llegado —dijo—. Nil, dame acceso. ¡Nil!
—Parece que ya no tenemos tantas probabilidades —dijo Qui-Gon.
Qui-Gon contempló el rostro atemorizado de Astri. No quería ni imaginar lo que le había costado a aquella chica llegar hasta ahí. Antes era cocinera y llevaba una cafetería, y ahora se enfrentaba a la muerte en una peligrosa misión para salvar a su padre.