Exilio: Diario de una invasión zombie (17 page)

BOOK: Exilio: Diario de una invasión zombie
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Como el estruendo no iba a cambiar las cosas, he preparado el arma y he disparado contra uno de ellos que se encontraba en el piso de arriba. Estaba detrás de la ventana y la había estado golpeando con ambos puños hasta que mi disparo ha atravesado el cristal. He errado el tiro, y el muerto viviente ha mirado el agujero de la ventana con la misma curiosidad con la que un gato habría contemplado embobado un puntero láser. Me he reído de la situación, y entonces el sargento y yo hemos iniciado el camino de vuelta hacia el helicóptero. Cuando nos dábamos la vuelta, he visto y oído que el ingeniero de vuelo disparaba contra un grupo de muertos vivientes con una ametralladora montada en el costado del aparato. Excelente para enemigos cercanos.

El viaje de vuelta ha transcurrido sin incidentes, pero a mí ya me bastaba con pasar cierto tiempo en el aire. Incluso he estado durante un rato a cargo de la palanca en el asiento del copiloto. No me bastará con eso para volverme semicompetente en el manejo del aparato, porque es lo más difícil que haya pilotado en mi vida. Cada vez que trataba de manejar a la bestia quedaba como un idiota. Al final, Baham siempre tenía que sustituirme.

25 de Septiembre

19:00 h.

Ha ocurrido por fin. No pienso degradar la experiencia poniéndola por escrito. Anoche fue una buena noche, y ahora me siento más humano. Una parte de mí querría pensar que la quise desde el mismo día en que la encontré dentro del coche averiado, rodeada de criaturas. Aunque el tiempo que pasó en ese coche no tuvo nada de glamuroso, incluso entonces era bonita.

29 de Septiembre

22:39 h.

Se ha decidido la hora. Mañana por la mañana partiré una vez más en el helicóptero con el sargento de armas, el ingeniero y el capitán de fragata (jubilado) Baham en dirección a Shreveport. Hemos decidido explorar el área que circunda la base de las Fuerzas Aéreas de Barksdale, porque allí había reservas abundantes de combustible para helicóptero. Esta vez no partiremos en dirección a Texarkana. John ha rogado que le permitiéramos venir, porque se muere por pasar un par de días fuera del complejo. Le he asegurado que para mí es imprescindible que se quede en el centro de mando y cuide también de la organización básica de los civiles. Aunque no sea militar, los hombres le respetan y aprecian por su conocimiento de los sistemas de la base. Después de cenar, ha insistido en que tengo que aprenderme una serie de palabras clave para que pueda transmitirle mi localización en abierto mediante asociaciones de letras y números.

Annabelle
se lo pasa bien con los nuevos niños que han llegado al complejo. El sargento de armas y yo dejaremos el mando militar en manos de uno de los sargentos de personal de mayor rango y el mando civil a cargo de John. Existen unas normas que dictaminan quién es el que ejerce la autoridad en el complejo y los militares saben muy bien que, de acuerdo con la Constitución, su trabajo consiste en proteger a los civiles, y no en pisotearlos, por mucho que sean los militares quienes tienen las armas.

Otro equipo de hombres trabaja en el nuevo perímetro. Los camiones van y vienen a diario con nuevas barreras de hormigón procedentes de la I-10. Hemos sufrido cero bajas desde el inicio oficial de la operación. Han establecido un sistema para la formación del convoy de vehículos y han encontrado un camino que reduce al mínimo la atracción de muertos vivientes hacia el Hotel 23. La mayoría de estos hombres pasaron por lo menos una temporada en Iraq o en Afganistán, pero ellos mismos son los primeros en admitir que, en las circunstancias actuales, las operaciones de control son mucho más peligrosas que durante la guerra. El sargento aún insiste en la H&K, y yo insisto en emplear material americano. Viajaremos con poco peso para ahorrar combustible y nos llevaremos provisiones para tres días.

ÍCARO

30 de Septiembre

Hora y lugar: Desconocido

La situación, mala... sobrevivir veinticuatro horas
no es probable
1
no parece factible. Tengo que escribir lo que ocurre. El viaje fue según lo planeado hasta que perdí y recobre la consciencia. Cabeza hinchada, hemorragia en oídos. Manos ensangrentadas.

30 de Septiembre

Tengo que explicar algo por si no salgo vivo de ésta. Escribiré más cuando esté mejor... Importante.

Sobrevolábamos Shreveport y decidí ir más lejos en dirección norte, porque teníamos combustible y contábamos con un punto de aprovisionamiento. Yo no miraba los instrumentos, porque quien pilotaba era Baham. Se encendió una luz en el cuadro de alarmas. Era la alarma que avisaba de la presencia de virutas en el motor. Baham la actualizó para asegurarse de que no se hubiera encendido por un fallo en el cuadro. Se encendió una vez más. Indicaba que se habían detectado virutas de metal en el depósito de aceite del helicóptero. El procedimiento normal habría sido aterrizar de inmediato, pero ninguno de nosotras quería posarse en aquel territorio abiertamente hostil.

No pasó mucho tiempo antes de que el rotor perdiese fuerza y el helicóptero descendiera al suelo sin otro freno que la autorrotación. El altímetro giraba como si bajáramos muy rápido. El sargento de armas y el suboficial estaban sentados el uno al lado del otro en la parte de atrás del helicóptero y llevaban el cinturón abrochado. Yo llevaba puesto el mío en el asiento de copiloto. Lo último que recuerdo fue un estruendo que reventaba los tímpanos y el sonido del metal que se hacía pedazos, y el agua y el polvo que salían disparados hacia lo alto, envolvían el helicóptero y me llegaban a la cara.

No sé cuánto tiempo pasé inconsciente. Me puse a soñar... estaba en un sitio agradable. Estaba con Tara, pero no en el complejo. Había retrocedido en el tiempo, hasta el mundo de los vivos. La escena parecía muy real. Entonces sentí unas palmadas en el hombro... y luego me tiraron de la manga. Alguien me arrancaba de mi estado de serenidad. Me palpé la cabeza. Sentí un dolor intenso en la sien. Cada vez que el corazón me latía, sentía que la sangre me atravesaba el cerebro como púas de dolor. Veía borroso. Volvía a estar dentro del helicóptero, fuera ya de mi fantasía.

Aún veía borroso... me volví hacia la izquierda, hacia el asiento del piloto. Alcancé a ver que Baham me miraba, me sacudía el hombro con la mano derecha, me decía algo. ¿Por qué me daba tirones? Me volví hacia atrás y vi al sargento de armas y al ingeniero que tendían las manos hacia mí, como si trataran de ayudarme. Era como si los viese a través de una piscina llena de agua. El dolor me traspasó de nuevo y se me despejó la vista.

Me volví hacia Baham. El miedo me recorrió el cuerpo cuando le miré el pecho. Un trozo de una de las palas del rotor del helicóptero le sobresalía del pecho. No iba a morir... ya había muerto. Sus palmadas, golpecitos y lo que me habían parecido palabras no eran intentos de despertarme, sino de matarme. El cinturón de seguridad lo retenía y por eso no podía agarrarme. Me quedé allí, aturdido por unos instantes, y luego me volví para mirar al sargento de armas y al ingeniero de vuelo. Yo era la única persona que quedaba con vida en el helicóptero. Me llevé la mano a la frente y sentí un pinchazo. Un cascote de rotor me había atravesado el casco de vuelo y se me había quedado clavado en la cabeza. No sabría decir si se me había clavado muy hondo. Sólo sabía que aún estaba vivo y que tenia funciones cognitivas.

Traté de agarrar el rifle para rematar al resto de la tripulación y salir sin peligro de aquella tumba. Cuando quise levantarlo y apoyarlo en el hombro, me di cuenta de que el cañón se había doblado hasta casi noventa grados y había quedado trabado en los controles de vuelo que se hallaban a mis pies. Grité una palabrota y arrojé el arma al suelo, y miré por el helicóptero, por si encontraba algo que me sirviera. El MP5 del sargento de armas estaba en el suelo, detrás de mi asiento.

Saqué mi navaja y la utilicé para cortar una correa con la que hice un lazo para acercar el arma lo suficiente y poder agarrarla con la mano. La cargué y apunté primero a Baham. Sus dientes amenazadores y su piel flácida y vieja se veían aún peor por culpa de su estado actual de salud. Ya no me conocía; ni tampoco los hombres que iban detrás. El sargento de armas iba a ser el último.

Empuñé el arma y Baham empezó a darle golpecitos con la mano en el silenciador, como si de alguna manera fuese consciente de lo que le iba a suceder. Acabé con él. Al cabo de un segundo le pegué un tiro en la cabeza al ingeniero. Sus brazos pasaron de adoptar la postura de Frankenstein a la más absoluta inmovilidad, como si en ningún momento hubieran regresado de la muerte. Dije algunas palabras en memoria de todos ellos y luego le presenté mis últimos respetos al sargento de armas con un disparo en la frente. Me consolé pensando que él habría hecho lo mismo por mí. Miré por la ventana y llegué a la conclusión de que debíamos de llevar, por lo menos, un par de horas allí, porque el sol había llegado a su cenit. Estábamos en medio de una especie de charca que cubría hasta la cintura. Un leve remordimiento me apuñaló el corazón cuando me di cuenta de que Baham debía de haber pensado que tendríamos más posibilidades de sobrevivir si nos posábamos allí. Y yo se lo había pagado con una intoxicación de acción rápida por plomo.

Había sido una buena elección para el aterrizaje de emergencia, porque la puerta de babor se había desencajado y habíamos quedado libres para salir. La curiosidad había atraído a numerosos muertos vivientes a la orilla de la charca, pero, no se sabe por qué, el agua los repelía. Eché una atenta mirada en 360 grados y me di cuenta de que en un trecho de orilla no había ninguno. Agarré mi equipo y todo lo que pude cargar. Al acercarme a la puerta para escapar de aquel montón de chatarra, me arranqué la bandera estampada en velero que llevaba en el hombro izquierdo y la deposité en la mano muerta del sargento de armas.

Salí a la puerta. Al bajar del helicóptero, me hundí en el agua hasta la cintura. Me sería difícil moverme con agilidad hasta el terreno abierto por el que había de escapar. Fue casi como si nadara hasta la orilla de la charca. Logré llegar a tierra firme y me eché a correr. Poco más tarde perdí el conocimiento, y he despertado hará unas cuatro horas. Estoy sentado en la cabina del encargado de megafonía de un campo de fútbol americano, en un instituto de enseñanza secundaria, en el lado donde jugaban el equipo local... creo. Se ha puesto el sol, y estoy hambriento y deshidratado. Hace una hora he tenido que practicar una pequeña operación quirúrgica en mi propio cuerpo: me he extraído la esquirla de metal de la frente con los alicates puntiagudos de la navaja multiusos. He utilizado el espejo de mi kit de pinturas de camuflaje para hacerme una sutura. La esquirla se me había clavado en la cabeza a unos cuatro milímetros de profundidad, sobre la sien izquierda. En estos momentos no sé si la herida podría matarme. No he podido traer mucha comida ni agua, pero voy a consumirlas con toda la parsimonia que me sea posible a fin de prolongar mi supervivencia. Esto podría ser el fin. Ahora mismo oigo pasos sobre las gradas.

1 de Octubre

Hora: Desconocida

Poco a poco lo voy recordando. Recuerdo vagamente que me enfrenté a tres de ellos. Debieron de verme cuando subía por las gradas y me siguieron. Al despertar, estaba tumbado de espaldas, sobre un charco de sangre y cristales rotos, en medio de la cabina de prensa. Al tratar de levantar la cabeza y comprobar el estado de la puerta, me fijé en los cristales inastillables. Por la pinta que tenían, parece que disparé a través del cristal para matar a las cosas, pero fallé, porque los agujeros de bala estaban acompañados por otros agujeros más grandes. Los bordes de los agujeros más grandes que habían quedado en el cristal retenían trizas de piel y ropa, y eso quería decir que habían tratado de meter las manos dentro. También había una línea en diagonal de agujeros de bala que empezaban en el picaporte y descendían hacia la izquierda hasta llegar al marco de la puerta. Examiné el arma y llegué a la conclusión de que debía de haber disparado entre quince y veinte cartuchos.

Me obligué a mí mismo a ponerme en pie y logré llegar hasta la puerta. Miré a través del cristal roto y vi cuatro cadáveres tendidos sobre las gradas. A lo lejos, vi otros dos, al otro lado de la meta, que andaban en círculo en busca de una presa. Aún no lo recuerdo bien, pero creo que disparé por lo menos a uno de ellos a quemarropa a través del cristal y lo maté en el acto.

2 de Octubre

Aprox: 16:00 h.

He despertado esta mañana al oír el aullido de un perro. Quizá fuera un lobo, pero, como apenas si quedan seres humanos vivos en América del Norte, está claro que todos los perros domésticos se habrán asilvestrado. Tengo curiosidad por saber si reconocerían en mí a un hombre vivo, o si me atacarían nada más verme, como si fuera un muerto viviente. Me he dado cuenta de que los perros los detestan. Me recuerda al desprecio que algunos perros parecían sentir por los uniformes.
Annabelle
muestra desagrado ante esas criaturas, y las cerdas del lomo se le erizan tan pronto como huele que uno de ellos se le acerca. Tengo sangre reseca por toda la cara y aún habito en este nido de cuervo sobre un campo de fútbol demasiado grande. Lo único que aún evidencia que fue un campo de juego son las metas y las hileras de gradas a ambos lados.

Estoy magullado y maltrecho. Puede que el accidente me causara daños graves. La zona de los riñones todavía me duele mucho y me resulta difícil sostenerme en pie durante mucho tiempo. Dentro de las mochilas que saqué del helicóptero llevo cartuchos de nueve milímetros, cinco raciones de comida preparada para comer y un rollo de cinta aislante aplastado. Me he animado un poco al comprobar que tuve la previsión de llevarme la mochila, y dentro de ésta la navaja multiusos, nueve litros de agua y las gafas de visión nocturna, junto con otros enseres de supervivencia.

Trataré de mantenerme con un cuarto de litro de agua diario. Si no realizo ningún sobreesfuerzo, creo que tendré suficiente agua para recuperarme y poderme poner en marcha. También conservo todo el equipamiento que en el momento de estrellarnos llevaba enfundado en el reverso del chaleco, bajo el cinturón de seguridad (pistola, cuchillo de supervivencia, bengalas y brújula). Los puntos que me he hecho en la cabeza son muy incómodos. Ojalá no hubiera tenido que hacerme la sutura con hilo de coser. Una botella de vodka, o de cualquier otra bebida fuerte, me vendría muy bien ahora. Tengo una miniradio de supervivencia PRC-90 y la he empleado para tratar de comunicarme con el Hotel 23 por las frecuencias 282.8 y 243.0. No lo he conseguido. O estoy fuera de su alcance, o la radio no funciona bien. John sabía la ruta que pensábamos seguir, pero, aunque enviasen a todos los marines con todos sus vehículos y armas, no lograrían llegar hasta mi posición. Los muertos vivientes que encontrarían por el camino son demasiados. Llegados a este punto, no creo que logre regresar.

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