Espía de Dios (32 page)

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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #thriller

BOOK: Espía de Dios
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—¿Y qué hay de Pontiero? Aún recuerdo la cara que pusiste en su autopsia. ¿También era fingida? ¿Quién hará justicia por su muerte?

—Eso ya no es de nuestra incumbencia.

La criminalista estaba tan decepcionada, tan asqueada, que sentía malestar físico. No era capaz de reconocer a la persona que tenía enfrente, no conseguía recordar ya ni una sola de las briznas de la atracción que había sentido por él. Se preguntó con tristeza, si tal vez aquello pudiera ser, en parte, la causa de que le hubiera retirado su apoyo tan deprisa. Tal vez la amarga conclusión del enfrentamiento de la noche pasada.

—¿Es por mi, Carlo?

—¿Perdón?

—¿Es por lo de anoche? No te creía capaz de esto.


Ispettora
, por favor, no se crea tan importante. En éste asunto mi único interés es colaborar eficientemente con las necesidades del Vaticano, algo que por lo visto no ha sido usted capaz de cumplir.

En sus treinta y cuatro años de vida, Paola jamás había visto una discordancia tan grande entre las palabras de una persona y lo que su rostro reflejaba. No se pudo contener.

—Eres un cerdo inútil, Carlo. En serio. No me extraña que todo el mundo se ría de ti a tus espaldas. ¿Cómo has podido acabar así?

El director Boi enrojeció hasta las orejas, pero consiguió reprimir el estallido de furia que le temblaba en los labios. En lugar de dejarse llevar por la rabia, convirtió el exabrupto en una fría y medida bofetada verbal.

—Al menos he llegado a algún sitio,
ispettora
. Deposite su placa y su arma sobre mi mesa, por favor. Queda suspendida de empleo y sueldo durante un mes, hasta que tenga tiempo de revisar atentamente su caso. Váyase a casa.

Paola abrió la boca para responder, pero no encontró nada que replicar. En las películas el bueno siempre encontraba una frase demoledora que anticipaba su triunfal regreso, siempre que un jefe despótico le despojaba de sus símbolos de autoridad. Pero en la vida real, ella se había quedado sin palabras. Arrojó la placa y la pistola sobre la mesa y salió del despacho, sin mirar atrás.

En el pasillo, Fowler la aguardaba, escoltado por dos agentes de policía. Paola intuyó que el sacerdote ya habría recibido la fatídica llamada.

—Así que esto es el fin —dijo la criminalista.

El sacerdote sonrió.

—Ha sido un placer conocerla,
dottora
. Por desgracia estos caballeros van a acompañarme al hotel para recoger mis cosas y luego al aeropuerto.

La criminalista le agarró del brazo, los dedos crispados sobre la manga.

—Padre, ¿no puede llamar a alguien? ¿Retrasarlo, de alguna manera?

—Me temo que no —dijo meneando la cabeza—. Espero que algún día pueda invitarme a una buena taza de café.

Sin más, se soltó y se alejó pasillo adelante, seguido por los guardias.

Paola esperó a estar en casa para llorar.

Instituto Saint Matthew

Silver Spring, Maryland

Diciembre de 1999

TRANSCRIPCIÓN DE LA ENTREVISTA NÚMERO 115 ENTRE

EL PACIENTE NÚMERO 3643 Y EL DOCTOR CANICE CONROY

(…)

DR. CONROY:

Veo que estás leyendo algo…
Acertijos y curiosidades
. ¿Hay alguna buena?

#3643:

Son muy fáciles.

DR. CONROY:

Venga, proponme una.

#3643:

Son muy fáciles, de verdad. No creo que le gustasen.

DR. CONROY:

Me gustan las adivinanzas.

#3643:

De acuerdo. Si un hombre hace un agujero en una hora y dos hombres hacen dos agujeros en dos horas, ¿Cuánto tardará un hombre en hacer medio agujero?

DR. CONROY:

Es fácil… media hora.

#3643:

(Risas)

DR. CONROY:

¿Qué te hace tanta gracia? Es media hora. Una hora, un agujero. Media hora, medio agujero.

#3643:

Doctor, los medios agujeros no existen… Un agujero siempre es un agujero (Risas)

DR. CONROY:

¿Intentas decirme algo con eso, Viktor?

#3643:

Por supuesto, doctor, por supuesto.

DR. CONROY:

Tú no eres un agujero, Viktor. No estás irremisiblemente condenado a ser lo que eres.

#3643:

Si lo estoy, doctor Conroy. Y a usted debo darle las gracias por mostrarme el camino correcto.

DR. CONROY:

¿El camino?

#3643:

He luchado mucho tiempo para torcer mi naturaleza, para intentar ser algo que no soy. Pero gracias a usted he asumido quien soy. ¿No es eso lo que quería?

DR. CONROY:

No es posible. No puedo haberme equivocado tanto contigo.

#3643:

Doctor, no se ha equivocado, me ha hecho ver la luz. Me ha hecho entender que para abrir las puertas adecuadas se necesitan las manos adecuadas.

DR. CONROY:

¿Eso eres tú? ¿La mano?

#3643:

(Risas) No, doctor. Yo soy la llave.

Apartamento de la familia Dicanti

Via Della Croce, 12

Sábado, 9 de abril de 2005. 23:46

Paola lloró durante un buen rato, con la puerta cerrada y las heridas del corazón muy abiertas. Por suerte su madre no estaba, había ido a pasar el fin de semana a Ostia, a casa de unas amigas. Para la criminalista fue todo un alivio: aquel era un momento realmente malo, y no podría escondérselo a la señora Dicanti. En cierto sentido, el ver su preocupación y cómo se hubiera desvivido por alegrarle la cara hubiera sido aún peor. Necesitaba estar sola para hundirse sin molestias en el fracaso y la desesperación.

Se arrojó en la cama completamente vestida. Por la ventana entraban en la habitación el bullicio de las calles vecinas y los tímidos rayos de la tarde de abril. Con ese arrullo, y después de dar mil vueltas a la conversación de Boi y a los sucesos de los últimos días, consiguió dormir. Casi nueve horas después de haber caído rendida, un olor maravilloso a café recién hecho se coló en su sueño, obligando a emerger a su consciencia.

—Mamá, has vuelto demasiado pronto…

—Efectivamente, he vuelto pronto, pero se equivoca usted de persona —dijo una voz dura, educada y con un italiano cadencioso y vacilante: la voz del padre Fowler.

Paola abrió mucho los ojos y sin darse cuenta de lo que hacía le echó ambos brazos al cuello.

—Cuidado, cuidado, que derrama usted el café…

La criminalista se soltó a regañadientes. Fowler estaba sentado en el borde de su cama, y la miraba divertido. En la mano llevaba una taza que había tomado de la propia cocina de la casa.

—¿Cómo ha entrado aquí? ¿Y cómo ha conseguido escapar de los policías? Le hacía a usted camino de Washington…

—Con calma, una pregunta por vez —rió Fowler—. En cuanto a cómo he conseguido escapar de dos funcionarios gordos y mal entrenados, le ruego por favor que no insulte a mi inteligencia. Sobre cómo he entrado aquí, la respuesta es fácil: con una ganzúa.

—Ya veo. Entrenamiento básico de la CIA, ¿verdad?

—Más o menos. Lamento la intromisión, pero llamé varias veces y nadie me abrió. Creí que podría usted estar en problemas. Cuando la vi dormir tan apaciblemente, decidí cumplir mi promesa de invitarla a un café.

Paola se puso en pie, aceptando la taza de manos del sacerdote. Le dio un sorbo largo y tranquilizador. La habitación estaba iluminada sólo por la luz de las farolas de la calle, que fabricaba largas sombras en el alto techo. Fowler contempló el cuarto bajo a aquel tenue resplandor. Sobre una pared colgaban los diplomas de la escuela, de la universidad, de la Academia del FBI. También las medallas de natación, e incluso algunos dibujos al óleo que ya debían de tener al menos trece años. Sintió de nuevo la vulnerabilidad de aquella mujer inteligente y fuerte, pero que seguía lastrada por su pasado. Una parte de ella nunca había abandonado su primera juventud. Intentó adivinar qué lado de la pared sería más visible desde la cama y creyó comprender entonces. En el punto que trazó mentalmente su línea imaginaria desde la almohada al muro, se veía un cuadro de Paola junto a su padre en una habitación del hospital.

—Este café es muy bueno. Mi madre lo hace fatal.

—Cuestión de regular el fuego,
dottora
.

—¿Por qué ha vuelto, padre?

—Por varios motivos. Porque no quería dejarla a usted en la estacada. Para evitar que ese loco se salga con la suya. Y porque sospecho que aquí hay mucho más de lo que se esconde a simple vista. Siento que nos han utilizado a todos, a usted y a mí. Además, supongo que usted tendrá un motivo muy personal para seguir adelante.

Paola frunció el ceño.

—Tiene usted razón. Pontiero era un amigo y un compañero. Ahora mismo lo que más me preocupa es hacer justicia con su asesino. Pero dudo que podamos hacer nada ahora, padre. Sin mi placa y sin sus apoyos, solo somos dos nubecillas de aire. Al menor soplo de viento nos dispersaremos. Y además, es posible que a usted le estén buscando.

—Es posible que me estén buscando, en efecto. A los dos policías les di esquinazo en Fiumicino
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. Pero dudo que Boi llegue al extremo de lanzar una orden de busca y captura contra mí. Con el follón que hay en la ciudad no le serviría de nada (ni sería muy justificable). Lo más probable es que lo deje correr.

—¿Y sus jefes, padre?

—Oficialmente, yo estoy en Langley. Extraoficialmente, no han puesto reparos en que me quede por aquí un poco más.

—Por fin una buena noticia.

—Lo que tenemos más complicado es entrar en el Vaticano, porque Cirin estará avisado.

—Pues no veo como podremos proteger a los cardenales si ellos están dentro y nosotros fuera.

—Creo que deberíamos empezar desde el principio,
dottora
. Revisar todo este maldito embrollo desde el inicio, porque es evidente que algo se nos ha pasado por alto.

—Pero ¿cómo? No tengo el material apropiado, todo el expediente de Karoski está en la UACV.

Fowler le dedicó una media sonrisa pícara.

—Bueno, a veces Dios nos concede pequeños milagros.

Hizo un gesto en dirección al escritorio de Paola, en un extremo de la habitación. Paola encendió el flexo sobre la mesa, que iluminó el grueso legajo de tapas marrones que componía el dossier de Karoski.

—Le propongo un trato,
dottora
. Usted se dedica a lo que mejor sabe hacer: un perfil psicológico del asesino. Uno definitivo, con todos los datos de los que disponemos ahora. Yo mientras le voy sirviendo café.

Paola apuró de un trago el resto de la taza. Intentó escrutar el rostro del sacerdote, pero su rostro quedaba fuera del cono de luz que iluminaba el expediente de Karoski. Y de nuevo Paola sintió la premonición que le había invadido en el pasillo de la Domus Sancta Marthae, y que había silenciado hasta mejor ocasión. Ahora, y más tras la larga lista de acontecimientos que sucedieron a la muerte de Cardoso, estaba más convencida que nunca de que aquella intuición había sido acertada. Encendió el ordenador sobre su escritorio. Seleccionó entre sus documentos una ficha de perfil en blanco y comenzó a rellenarla compulsivamente, consultando de tanto en tanto las hojas del dossier.

—Prepare otra cafetera, padre. Tengo que confirmar una teoría.

PERFIL PSICOLÓGICO
DE ASESINO MÚLTIPLE

Paciente:
KAROSKI, Viktor

Perfil realizado por la doctora Paola Dicanti.

Situación del paciente:
In absentia

Fecha de redacción:
10 de abril de 2005

Edad:
44 años

Altura:
178 cms.

Peso:
85 kilos.

Descripción:
Complexión fuerte, ojos marrones, inteligente (IQ de 125)

Antecedentes familiares:
Viktor Karoski nace en una familia emigrante de clase media bajo una madre dominante y con profundos problemas de conexión con la realidad debido a la influencia de la religión. La familia emigra desde Polonia, y desde el principio es obvio el desarraigo en todos sus miembros. El padre presenta un cuadro típico de ineficacia laboral, alcoholismo y malos tratos, al que se añade el agravante de abusos sexuales repetidos y periódicos (entendidos como castigo) cuando el sujeto llega a la adolescencia. La madre fue consciente en todo momento de la situación de abusos e incesto cometida por su cónyuge, aunque al parecer fingía no darse cuenta. Un hermano mayor escapa del hogar paterno, condicionado por los abusos sexuales. Un hermano menor muere en abandono, tras una larga convalecencia ocasionada por la meningitis. El sujeto es encerrado en un armario, incomunicado, durante largos periodos de tiempo, tras el «descubrimiento» por parte de la madre de los abusos del padre del sujeto. Cuando es liberado, el padre ha abandonado el hogar familiar, y es la madre quien impone su personalidad, en éste caso recalcando sobre el sujeto la figura católica del miedo al infierno, al que conducen sin duda los excesos sexuales (siempre según la madre del sujeto). Para ello le viste con sus ropas e incluso llega a amenazarle con la castración. Se produce en el sujeto una distorsión grave de la realidad, así como un serio trastorno de sexualidad no integrada. Comienzan a aparecer los primeros rasgos de ira y personalidad antisocial, con un fuerte sistema de respuesta nerviosa. Agrede a un compañero de instituto, por lo que es internado en un reformatorio. A la salida del mismo su expediente queda limpio y toma la determinación de ingresar en un seminario con 19 años. No se le realiza ningún control psiquiátrico previo y consigue su propósito.

Historial en la edad adulta:
Los indicios de un trastorno de sexualidad no integrada se confirman en el sujeto a los diecinueve años, poco después del fallecimiento de su madre, con tocamientos a un menor, que poco a poco se van haciendo más frecuentes y graves. Por parte de sus superiores eclesiásticos no hay una respuesta punitiva a sus agresiones sexuales, que toman un cariz más delicado cuando el sujeto es responsable de sus propias parroquias. Según su expediente, hay documentadas al menos 89 agresiones a menores, de las cuales 37 fueron actos completos de sodomía y el resto tocamientos o coacción a las víctimas para que le masturbaran o practicaran la felación. Su historial de entrevistas permite deducir que, por extraño que parezca, era un sacerdote plenamente convencido de su ministerio sacerdotal. En otros casos de pederastia entre sacerdotes ha sido posible señalar su pulsión sexual como el motivo de ingresar en el sacerdocio, como un zorro entrando en un gallinero. Pero en el caso de Karoski los motivos para pronunciar sus votos eran bien diferentes. Su madre le empujó en esa dirección, incluso llegando a la coacción. Tras un incidente con un feligrés, al que agredió, el escándalo Karoski no puede ocultarse por más tiempo y el sujeto llega finalmente al Instituto Saint Matthew, un lugar de rehabilitación para sacerdotes católicos con problemas. Allí descubrimos a un Karoski muy identificado con el Antiguo Testamento, especialmente con la Biblia. Se produce un episodio de agresión espontánea contra un empleado del Instituto a los pocos días de su ingreso. Del caso deducimos la fuerte disonancia cognitiva que hay entre la pulsión sexual del sujeto y sus convicciones religiosas. Cuando ambas entran en colisión, se producen crisis de violencia, como el episodio de la agresión al técnico.

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