Esnobs (31 page)

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Authors: Julian Fellowes

Tags: #Relato

BOOK: Esnobs
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Capítulo 17

D
espués de aquel encuentro no supe nada de Edith durante varios meses. En otoño me dieron el papel de villano en una de esas series que se definen en plan optimista como de «público familiar», porque nadie sabe realmente en qué categoría encajarlas. En cualquier caso, los exteriores se rodaban en Hampshire y, en consecuencia, pasé bastante tiempo fuera de Londres. Alquilé una casita en Itchen Abbas y Adela venía cada vez que podía. En noviembre descubrimos que estaba embarazada y la idea de que mi vida iba a experimentar un nuevo cambio cualitativo apartó cualquier otro pensamiento de mi cabeza. Compramos docenas de libros para aprender más sobre nuestra futura condición y nos pasábamos las tardes consultándolos mientras Adela comentaba sus sabores metálicos y dolores de espalda. La verdad es que era una actividad bastante infructuosa, ya que la respuesta a prácticamente todo lo que preguntábamos era «todavía se desconoce la causa de esto». Sin embargo, aquello nos mantenía felizmente ocupados.

De Edith, Simon y Charles no sabíamos demasiado. Los periódicos les habían dejado en paz al ver que no había indicios de divorcio y era de suponer que se reservaban la segunda parte de la historia para cuando llegaran a los juzgados. En una ocasión escribí a Charles porque había leído en alguna modesta revista de arte que se vendía el retrato de un Broughton y pensé que tal vez él, o algún pariente, pudieran estar interesados en comprarlo. También le di cuenta de nuestra buena nueva y recibí, casi a vuelta de correo, una emotiva carta en la que nos deseaba lo mejor. «Habéis hecho bien en no esperar demasiado», escribió. «Casarse está muy bien, pero lo que constituye una familia es tener un hijo. Os envidio por ello». No estoy necesariamente de acuerdo con este punto de vista, pero lo tomé, creo que correctamente, como un comentario sobre su propia decepción conyugal. Acababa pidiéndonos que nos pusiéramos en contacto con él una vez que volviéramos a la circulación, y decidí que así lo haría. Tenía la sensación de que para entonces Charles y yo habíamos pasado juntos cosas suficientes como para considerarnos amigos incluso para los cánones ingleses, y la posible incomodidad de pretender la amistad de un Poderoso ya no parecía existir. Me intrigaba que no hubiera mencionado a Edith y lo cierto es que no sabíamos nada de ella por ninguna de las partes. Los cotilleos confirmaban que Simon y ella seguían juntos y que, bien porque la publicidad había dado sus dividendos, o tal vez solo gracias a su talento, le habían dado un papel fijo en una serie de policías. Yo había tomado la decisión de ponerme en contacto también con ella tan pronto como volviera a Londres, porque estaba resuelto a no aceptar el papel del individuo que abandona a sus amigos cuando su estatus disminuye, pero a la hora de la verdad fue mi esposa la que retomó nuestra relación.

Unos días después de llegar a Londres, Adela recibió una invitación de una prima suya para asistir al desfile de primavera de Hardy Amies. Louisa Shaw, la prima en cuestión, pertenecía a la casa de un miembro joven de la familia real y bien por esta razón o (más probablemente) porque era una compradora habitual, estaba en las listas de este tipo de eventos fastuosos, y siempre con un buen sitio. Adela y ella eran amigas desde la infancia y por eso solía invitar a mi mujer a acompañarla con bastante frecuencia.

Mientras Adela y Louisa organizaban el plan, y sin nosotros saberlo, lo mismo hacía una vieja conocida nuestra, Annette Watson, que también era clienta de Hardy Amies. Según me contaron, había sido una belleza de la pantalla de la quinta de Lesley-Ann Down y siempre había proporcionado de buena gana abundante material gráfico a los fotógrafos en fiestas en las que escaseaban los famosos; ahora aparecía en las revistas del corazón con modelos de
couture,
lo que hacía que fuera muy bien recibida en este tipo de acontecimientos. Ciertamente, a Annette le iban muy bien las cosas en aquel momento, en gran medida gracias a que el pesado de Bob había pasado de estar bien situado a convertirse en extremadamente rico en los primeros años de la década de los noventa. Me parece recordar que aquel cambio tenía algo que ver con la revolución de las «punto.com», aunque no puedo recordar a qué se dedicaba exactamente, en caso de que lo hubiera sabido alguna vez. Total, que fuera lo que fuera le sacó un gran provecho. En los dos o tres años que habían pasado desde que fueran los embarazosos invitados de Eric en Mallorca, habían consolidado su posición social y, al menos en Londres, se habían hecho con una agenda bastante respetable. No había logrado atravesar el círculo mágico de lady Uckfield a ningún nivel, pero estaban en buenos términos con un par de marquesas jóvenes de las más díscolas y con las chicas modernas que dominaban la escena londinense en aquellos momentos. Annette había aparecido en
Hello
de compras con la duquesa de York. En general se sentía satisfecha.

Una buena parte de esa satisfacción se debía a que ahora se encontraba en situación de rechazar las invitaciones de los Chase, que últimamente eran más insistentes. Por supuesto, a Caroline Chase le importaba muy poco que las aceptaran o no, pero los oscuros manejos de Eric en el terreno de lo que él describía con optimismo como «Recursos Comerciales y Relaciones Públicas» habían salido muy malparados con la recesión. Al parecer los mencionados recursos eran lo primero que habían eliminado las empresas agobiadas que habían florecido tan rápidamente, y que ahora se preguntaban si podían seguir creciendo con la misma celeridad. Eric creía que si Bob Watson le echaba una mano, las cosas cambiarían por completo. Y supongo que tenía razón, pero tal vez por culpa de aquella terrible cena en Fairburn, la mano no llegó. Los Chase, o Eric para ser precisos, ya no eran necesarios en el croquis social de los Watson. Aparte de todo lo demás, se decía que Eric no seguiría en el círculo durante mucho más tiempo. Era de dominio público que vivían del dinero de Caroline y entre sus conocidos se empezaban a preguntar cuánto tiempo podía durar aquello, sobre todo teniendo en cuenta que no tenían niños que complicaran la cosa. Para el círculo de Caroline no tenía mucho sentido estar casada con alguien que era vulgar
y
pobre. Aunque rechazo los valores de esa gente a muchos niveles, cuando se trata de alguien tan insoportable como Eric debo confesar que les entiendo.

Es agradable recordar que una de las amigas que no abandonó a Edith para ponerse del lado de Charles y así mantener las buenas relaciones con los Broughton fue precisamente Annette Watson. Porque Edith tuvo que pagar un alto precio por seguir el camino que eligió. En realidad, no me pareció mal por parte de la mayoría. Para empezar, eran los amigos de Charles, y por supuesto que Edith se había comportado mal, pero esa no era la auténtica razón por la que hicieron piña bajo la bandera de los Broughton. Habrían permanecido del lado de Charles aunque este la hubiera maltratado mientras mantenía un conjunto entero de coristas escondidas en el ático. Sin embargo, supongo que hay que admitir que, en este caso en particular, era difícil discutir con ellos. De cualquier manera, Annette, en parte porque sabía que no les gustaba ni a Charles ni a su madre, y en parte porque Edith le gustaba de verdad, había permanecido a su lado y le mandó una invitación para acompañarla al desfile de Hardy Amies y para comer juntas antes de este.

• • •

Edith no había estado nunca en el restaurante del primer piso del Meridien, en Piccadilly, que acababa de pasar por una exhaustiva «remodelación». Habían puesto el comedor en la antigua terraza, ahora cerrada con cristales, enriquecida con palmeras y suelos de mármol y, en general, adaptada para acoger a todos los nativos de Los Ángeles que se esperaba cruzaran en manada las recién abiertas puertas. Edith se abrió paso entre las mesas siguiendo la mano de Annette que la saludaba de lejos. Iba elegantemente vestida con un bonito traje de invierno complementado con perlas y un broche. Se había sorprendido a sí misma considerando la posibilidad de ponerse sombrero. No lo hizo, pero todo el conjunto, tal como estaba, era una expresión de una parte de su vida que llevaba un tiempo sofocada bajo las camisetas y las lentejuelas, al parecer las dos únicas opciones en el mundo de Simon. Incluso él había reparado en su indumentaria tumbado en el sofá, leyendo feliz las escenas del día siguiente.

—¡Cielos, qué elegante! Te pareces a tu suegra.

Pero ella no respondió. Tal vez, en su subconsciente, se sintió halagada.

Annette la besó y pidió dos copas de champán. No tardaron mucho en pasar de los saludos de rigor a la cuestión que les interesaba:

—Bueno, ¿cuándo darás el siguiente paso?

—¿Qué paso? —preguntó Edith.

—Pues el divorcio. ¿No vas a pedirlo?

Edith cambió de postura.

—La verdad es que no. Todavía no.

—¿Por qué no?

Se encogió de hombros.

—Supongo que creo... creemos que es preferible esperar los dos años y hacerlo con el menor ruido posible. De otro modo supone demasiado follón...

—¡Dos años! —rió Annette—. No creo que a Charles le guste la idea de esperar dos años.

—¿Por qué no?

—Cariño, la veda se ha abierto.

A Edith le sorprendió notar que el corazón le daba un brinco.

—¿Qué quieres decir?

—Querida mía, en cuanto se supo la noticia se lanzaron a por él. No podía ser de otra manera. Ni siquiera has tenido un niño, así que no hay nada que las pueda contener.

Edith notó que empezaba a irritarse. ¿Cómo se atrevía aquella mujer a saber más de su marido que ella misma?

—Creo que no sale con nadie en especial.

—Pues estás equivocada —Annette dio un sorbo para enfatizar la pausa—. ¿Te acuerdas de Clarissa Marlowe?

Edith rio y volvió a respirar con tranquilidad. La honorable Clarissa Marlowe, la tataranieta de un cortesano leal que había recibido una pequeña baronía a principios del siglo XX, era prima segunda de Charles por parte de su madre. Era una morena sana y sencilla, buena amazona y de gran ayuda en las cenas difíciles. Trabajaba como recepcionista de alto nivel en una sospechosa empresa de la propiedad, a la que aportaba cierta respetabilidad, y vivía con su hermana en un piso al lado de Old Brompton Road. En absoluto del tipo de Charles.

—No seas boba. Es su prima. Estarán viéndose como amigos.

Annette levantó una ceja.

—Pues se fueron como amigos a pasar una semana a las Indias Occidentales antes de Navidad y pasó el Año Nuevo en Broughton.

No se podía negar que aquello era un golpe. De hecho, Edith se quedó aturdida por el impacto. ¿Qué se creía? ¿Que Charles iba a quedarse soltero para siempre? Ya hacía ocho meses que ella se había ido y él era humano. Al rememorar la imagen de Clarissa, Edith se sintió invadida por una oleada de furia contra aquella inocente chica de campo. La verdad era que Clarissa siempre le había caído bien porque era una muchacha servicial y que le reía los chistes, y nunca se había contado entre los familiares que la trataban como a una intrusa fastidiosa. Al pensar en ello se dio cuenta de que la prima siempre había sentido debilidad por Charles. Con el ánimo por los suelos, reconoció que Clarissa era el tipo de chica con el que se casan los hombres como Charles.

—Oh —fue todo lo que pudo decir.

El camarero se acercó para darles unos menús inmensos y encuadernados en cuero, escritos en francés incorrecto. Luego se retiró con un murmullo de erres guturales.

—Anímate, querida —dijo Annette mirándola con intensidad—. Háblame de Simon. ¿Está bien?

—Ah, sí —contestó Edith recuperando la presencia de ánimo—. Tiene una serie que llegará hasta junio y después, con un poco de suerte, volverá a empezar en diciembre.

—¡Qué maravilla! ¿De qué se trata?

—Bueno, ya sabes —dijo Edith intentando decidirse entre el hígado y el atún braseado—. Una de esas cosas de detectives. Hace de compañero encantador que siempre mete la pata. —Se decidió por los riñones con ensalada.

—Bien por él —dijo Annette—. ¿Quién más está en el reparto? ¿Vas a los rodajes y eso?

Edith agradeció el esfuerzo de Annette por parecer entusiasmada. Era muy amable.

—No, solo de vez en cuando. Alguna vez. Para poder ponerle cara a lo que me cuenta. Le saca un poco de situación.

La verdad era que había descubierto que, por mucho que lo intentara, era incapaz de interesarse por el trabajo de Simon. Había partes de él que le gustaban mucho: las noches de estreno y algunas (muy pocas) de las fiestas, y conocer a gente popular de la televisión. Le interesaba mucho leer los guiones para luego compararlos con el producto final, pero la mayoría, bueno... Al principio había ido a los rodajes unas cuantas veces, pero le resultaron muy monótonos. Decían las mismas tres frases desde mil ángulos distintos hasta que ella acababa por irse a la sala de maquillaje a cotillear con las chicas. Si era absolutamente sincera, no entendía por qué Simon le daba tanto bombo y platillo a aquello. La mayor parte de lo que hacían parecía ser fácil. Te aprendes los diálogos, te colocan las cámaras delante y dices lo que has aprendido. Por supuesto que se daba cuenta de que algunas personas eran incapaces de hacerlo, pero tampoco era como para darse tanta importancia. Nunca le pareció que Simon estuviera muy diferente en los papeles que le costaba preparar que en los que hacía sin mayor esfuerzo. Una cosa que había aprendido desde aquel almuerzo que hicimos en los viejos tiempos era que en el plató no había espacio para ella. Tras los primeros intentos, empezó a pasarse una o dos veces, o a pasar el fin de semana en las localizaciones, para saludar a los otros miembros del reparto y del equipo, y eso era todo. Parecía ser lo mejor que se podía hacer.

—Dale un beso de mi parte —dijo Annette. Se miraron a los ojos durante unos instantes y, para alivio de Edith, el camarero volvió a hacer acto de presencia para tomar sus comandas. Una vez hecho, retomaron la conversación por temas mucho más generales.

• • •

Louisa llamó al timbre de nuestro apartamento puntualmente a la una menos cuarto. Habían decidido comer en casa, ya que pensaban tomar el té en Fortnum’s después del desfile. Adela, embarazada de seis meses, hacía poco que se sentía mejor y necesitaba urgentemente darse un capricho. Yo les iba a llevar hasta Savile Row de paso para una prueba de pelucas en Old Burlington Street. La prima de Adela me gustaba. Hija de un terrateniente anglo-irlandés, tenía esa misteriosa capacidad de su tribu de no juzgar a la gente, tan diferente a sus equivalentes ingleses, que la convertía en una compañía agradable para cualquiera, a pesar de sus
tweeds
y sus zapatos cómodos. También era una solterona nata para la que la entrega al servicio de la familia real tendría que ocupar el lugar de marido e hijos. Naturalmente, estaba como loca con la llegada del bebé y, antes de que Adela me lo sugiriera, ya la había identificado como perfecta candidata a madrina.

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