—¡Harry, enfréntate a ello y detenlo!
—No puedo ser yo, no puedo ser yo —gemía Harry. El choque de otra sacudida les hizo tambalearse.
—¡No puedo ser yo! —chilló Harry—.
¡No tiene nada que ver conmigo!
En ese momento Harry aulló y su cuerpo se retorció. Norman vio que Beth retiraba la jeringa del hombro de Harry; la punta de la aguja estaba cubierta de sangre.
—¡Qué estáis haciendo! —chilló Harry, pero ya sus ojos estaban vidriosos y vacíos de expresión. Se tambaleó al producirse el siguiente golpe contra el habitáculo y cayó al suelo de rodillas, como un borracho—. No —dijo en voz baja—. No...
Y se desplomó boca abajo sobre la alfombra. De inmediato, cesó la tortura del metal. Las alarmas se apagaron. Todo quedó envuelto en un terrible silencio, excepto por el suave gorgoteo de agua, que provenía de algún lugar del interior del habitáculo.
Beth se desplazó con presteza y fue leyendo una pantalla tras otra.
—Interiores apagados. Periféricos apagados. Todo apagado.
¡Todo está bien!
¡No hay lecturas!
Norman corrió hacia la portilla: el calamar había desaparecido. El fondo marino estaba desierto.
—¡Informe de daños! —gritó Beth—. ¡Energía principal, muerta! ¡Cilindro E, muerto! ¡Cilindro C, muerto! ¡Cilindro B...!
Norman giró sobre los talones y miró a Beth. Si habían perdido el Cilindro B se quedaban sin los sistemas de mantenimiento de la vida, y era indudable que morirían.
—El Cilindro B resiste —y su cuerpo se aflojó—. Estamos bien, Norman...
El biólogo se desplomó sobre la alfombra, exhausto. De pronto, sintió todo el esfuerzo y la tensión en cada punto de su cuerpo.
Todo había terminado. La crisis había sido superada. A pesar de lo ocurrido, iban a estar bien. Norman sintió que sus músculos se relajaban.
Todo había terminado.
La sangre había dejado de manar de la nariz rota de Harry, el cual tenía ya una respiración más regular y fácil. Norman levantó la bolsa de hielo para observar la tumefacta cara y ajustó el flujo del goteo intravenoso en el brazo de Harry. Después de varios intentos infructuosos, Beth había puesto en acción la sonda. Le estaban suministrando una mezcla anestésica. El aliento de Harry tenía olor amargo, como a estaño, pero, en todos los demás aspectos, estaba bien. Bien inconsciente.
La radio chirrió:
—Estoy en el submarino —dijo Beth—. Subo a bordo ahora.
A través de la portilla, Norman le echó un vistazo a DH-7, y vio a Beth subiendo al interior de la cúpula, al lado del submarino. Iba a oprimir el botón de «Retardo». Era la última vez que sería necesario hacer ese viaje. Norman se volvió de nuevo hacia Harry.
El ordenador carecía de información relativa al efecto que producía mantener a una persona dormida durante doce horas consecutivas, pero eso era lo que Beth y Norman tendrían que hacer. Harry lograría sobrevivir, o no.
«Al igual que todos nosotros», pensó Norman. Miró de soslayo el reloj que aparecía en los monitores: señalaba las 12.30 horas y contaban hacia atrás. Norman cubrió a Harry con una manta y se dirigió a la consola.
La esfera seguía allí, con su patrón de estrías modificado. A causa de tanta agitación, Norman casi había olvidado la fascinación inicial que le produjo la esfera. ¿De dónde había venido? ¿Qué significaba? Aunque ahora entendía lo que significaba. ¿Cómo la había llamado Beth...? Enzima mental. Una enzima es algo que hace posibles las reacciones químicas, sin tener participación real en esas reacciones. Nuestro cuerpo necesita llevar a cabo reacciones químicas, pero nuestra temperatura es demasiado baja como para que la mayoría de esas reacciones se produzca sin problemas. Por eso tenemos, enzimas, para ayudar al desarrollo del proceso, para acelerarlo. Las enzimas hacen que todo eso sea posible. Y Beth había denominado a la esfera «enzima mental».
«Muy sagaz», pensó Norman. Beth era una mujer sagaz. Su carácter impulsivo había resultado ser justamente lo que se necesitaba. Con Harry inconsciente, Beth seguía pareciendo hermosa, y a Norman le alivió constatar que sus propios rasgos habían regresado a la regordeta normalidad. Vio su familiar imagen reflejada en la pantalla, mientras observaba la esfera que aparecía en el monitor.
Esa esfera.
Al estar Harry inconsciente, Norman se preguntaba si alguna vez llegarían a saber, con exactitud, qué había ocurrido. Recordaba las luces, que parecían luciérnagas. ¿Y qué había dicho Harry? Algo sobre espuma. La espuma...
Norman oyó un zumbido y miró por la portilla: el submarino se estaba desplazando.
Liberado de sus amarras, el minisubmarino amarillo planeaba sobre el lecho marino, iluminándolo con sus reflectores. Norman apretó el botón del intercomunicador:
—¿Beth? ¡Beth!
—Estoy aquí, Norman.
—¿Qué estás haciendo?
—No pierdas la calma.
—¿Qué estás haciendo en el submarino?
—Es nada más que una precaución, Norman.
—¿Te vas?
Beth rió por el intercomunicador. Era una risa alegre y relajada.
—No, Norman. No tienes que perder la calma.
—Dime lo que estás haciendo.
—Es un secreto.
—Vamos, Beth.
«Eso era lo único que faltaba —pensó Norman—, que Beth pierda la chaveta ahora.» Volvió a pensar en el carácter impulsivo de la mujer, que instantes atrás había admirado. Ya no lo admiraba.
—¿Beth?
—Te hablaré después —dijo ella.
El submarino se puso de perfil, y Norman vio varias cajas rojas en sus brazos tenaza. No pudo leer lo que estaba escrito en ellas, pues tenían un texto; pero, a esa distancia, Norman no podía leerlo.
El submarino había virado y estaba yendo directamente hacia el DH-8. Las luces del habitáculo brillaban sobre la pequeña nave, que se acercó más. Y entonces se encendieron las alarmas de los sensores, con su sonido metálico, y las luces rojas destellaron.
Norman odiaba esas alarmas, y pensaba en eso mientras recorría la consola con la vista, mirando los botones. ¿Cómo demonios se apagaban? Miró a Harry; pero éste seguía inconsciente.
—¿Beth? ¿Estás ahí? Activaste las condenadas alarmas.
—Aprieta F-8.
¿Qué diablos era F-8? Miró por toda la consola hasta que, al final, vio una hilera de teclas, numeradas de F-l a F-20; apretó F-8 y las alarmas se detuvieron. El submarino estaba ya muy cerca, y sus reflectores lanzaban luz a través de las portillas. En la elevada burbuja se podía ver a Beth con claridad, pues su rostro estaba iluminado por las luces del tablero de instrumentos. Después el submarino descendió y desapareció de la visual.
Norman fue a la portilla y miró hacia fuera: el
Deepstar III
se hallaba apoyado sobre el fondo del mar, depositando más cajas con sus tenazas. Ahora podía leer lo que estaba impreso en ellas:
precaución: no fumar. no usar equipo electrónico. explosivos tevac.
—¡Beth! ¿Qué demonios estás haciendo?
—Después, Norman.
Por su voz, Beth parecía normal. ¿Se estaría volviendo loca? «No —pensó Norman—, no se está volviendo loca. Su voz suena natural. Estoy seguro de que está bien.»
Pero, en realidad, no estaba seguro.
El submarino se movía otra vez y sus luces aparecían borrosas por la nube de sedimentos que habían levantado las hélices. La corriente generada arrastró esa nube ante la portilla, lo cual obstaculizó la visión a Norman.
—¿Beth?
—Todo está bien, Norman. Vuelvo dentro de un ratito.
Cuando el sedimento volvió a caer hacia el fondo, Norman vio el submarino, que se dirigía de nuevo al DH-7. Instantes después atracó debajo de la cúpula. Luego vio que Beth se descolgaba del submarino y lo amarraba a proa y a popa.
—Es muy sencillo —dijo Beth.
—¿Explosivos? —Norman señaló la pantalla—. Aquí dice: «Los Tevac son, peso por peso, los explosivos convencionales más poderosos que se conocen.» ¿Qué demonios quieres hacer al ponerlos alrededor del habitáculo?
—Ten paciencia.
Beth apoyó una mano sobre su hombro. El contacto era suave y tranquilizador. Al sentir el cuerpo tan cerca, Norman se relajó un poco.
—En primer lugar, debimos haber analizado esto juntos.
—Norman, no voy a correr un albur. Nunca más.
—Pero Harry está inconsciente.
—Podría despertar.
—No lo hará, Beth.
—No estoy dispuesta a correr riesgos. De este modo, si algo empieza a salir de esa esfera, podemos mandar al infierno toda la nave espacial, pues le he puesto explosivos a todo lo largo.
—¿Pero por qué alrededor del habitáculo?
—Defensa.
—¿Qué quieres decir?
—Ten fe en mí. Es una defensa.
—Beth, es peligroso tener esos materiales tan cerca de nosotros.
—No están conectados, Norman. Tampoco lo están alrededor de la nave; tengo que salir y conectarlos de forma manual. —Echó un vistazo a las pantallas—. Pensé en aguardar un rato y luego echar una siesta. ¿No estás cansado?
—No —dijo Norman.
—Hace mucho que no duermes, Norman.
—No estoy cansado.
Beth lo contempló con atención y luego le dijo:
—Vigilaré a Harry, si es eso lo que te tiene preocupado.
—Lo que ocurre es que no estoy cansado; nada más, Beth.
—Muy bien. Como te parezca. —Se echó hacia atrás con la mano su abundante cabellera, para despejarse la cara—. Pues yo estoy agotada. Voy a descansar unas horas. —Empezó a subir las escaleras que llevaban a su laboratorio y de pronto se volvió y miró a Norman—. ¿Deseas venir conmigo?
—¿Qué? —dijo él.
Beth le sonrió de un modo directo, que entrañaba un mensaje implícito y conocido por ambos.
—Ya me has oído, Norman.
—Puede ser que más tarde, Beth.
—Muy bien. Claro que sí.
Subió la escalera, balanceando su cuerpo de forma lenta y sensual, dentro del ajustado mono, que le quedaba bien. Norman tuvo que admitirlo, era una mujer bonita.
En el otro lado del cuarto, Harry roncaba con ritmo regular. Norman revisó la bolsa de hielo, y pensó en Beth. La oía desplazarse por el laboratorio de arriba.
—¡Norman!
—Dime.
Se acercó hasta la parte baja de la escalera y miró hacia arriba.
—¿Hay otro de éstos ahí abajo? ¿Uno limpio?
Algo azul cayó en las manos de Norman: era el ceñido mono de Beth.
—Sí. Creo que hay algunos en depósito, en el B.
—Tráeme uno. ¿Quieres, Norman?
—Muy bien.
Mientras iba hacia el Cilindro B, Norman se notó inexplicablemente nervioso. ¿Qué estaba pasando? Por supuesto que sabía con exactitud lo que estaba pasando. Pero..., ¿por qué ahora? Beth estaba desarrollando una poderosa atracción, y Norman desconfiaba: Beth iba siempre al encuentro directo; era una mujer enérgica y brusca, que actuaba sin ambages. La seducción no era su método, en absoluto.
«Es ahora o nunca», pensó, mientras sacaba un mono del armario de almacenamiento. Volvió con él al Cilindro D y empezó a subir la escalera. Desde arriba llegaba una extraña luz azulada.
—¿Beth?
—Estoy aquí, Norman.
Terminó de subir y la vio tendida de espaldas, desnuda, debajo de una batería de lámparas solares ultravioleta, articuladas, que salían de la pared. Sobre los ojos tenía protectores opacos. Movió el cuerpo en forma seductora.
—¿Has traído el traje?
—Sí.
—Muchas gracias. Déjalo en cualquier parte, al lado de la mesa.
—Muy bien.
Norman lo plegó y lo dejó sobre la silla.
Beth rodó sobre su espalda, para quedar enfrentada a las lámparas incandescentes. Suspiró y dijo:
—Pensé que sería mejor que incorporase un poco de vitamina D, Norman.
—Sí...
—Quizá tú también debas hacerlo.
—Sí. Tal vez —dijo.
Pero estaba pensando en que no recordaba que en el laboratorio hubiera una batería de lámparas solares. A decir verdad, estaba seguro de que no existía tal batería: había pasado mucho tiempo en ese cuarto, de modo que habría recordado algo así. Volvió a descender las escaleras con rapidez.
También la escalera era nueva, de metal negro anodizado; antes no era así. Ésta era una nueva escalera.
—¿Norman?
—Un minuto, Beth.
Norman fue hacia la consola y empezó a oprimir teclas. Sabía que existía un archivo, que trataba sobre parámetros del habitáculo, o algo por el estilo. Al final, lo encontró:
PARÁMETROS DE DISEÑO MIPPR HAPPROP-8
5.024A Cilindro A
5.024B Cilindro B
5.024C Cilindro C
5.024D Cilindro D
5.024E Cilindro E
Elegir uno:
Norman eligió Cilindro D, y apareció otra pantalla. Eligió los planes de diseño y obtuvo, una página tras otra, los diagramas arquitectónicos. Los pasó apuñalando las teclas, hasta que llegó a los planos detallados del laboratorio biológico, que estaba en la parte superior del Cilindro D.
En los diagramas aparecía, con toda claridad, una gran batería de lámparas solares, articuladas de modo que pudieran plegarse contra la pared. Tenían que haber estado allí todo el tiempo, pero él nunca se había percatado de que existían. Halló multitud de detalles más en los que no había reparado, como la escotilla de escape, para casos de emergencia, situada en el techo abovedado del laboratorio; y el hecho de que, cerca de la entrada del suelo, hubiera una segunda litera plegada. Y una escalera negra anodizada, para el descenso.
«Eres presa del pánico —pensó—, y eso no tiene nada que ver con lámparas solares ni diagramas arquitectónicos; ni siquiera tiene que ver con el sexo. Eres presa del pánico porque Beth es la única que queda, además de ti, y ella se está comportando de manera extraña.»
En un ángulo de la pantalla, Norman miró cómo el pequeño reloj latía hacia atrás; los segundos pasaban con angustiosa lentitud.
«Doce horas más —pensó—. Sólo tengo que resistir doce horas más y todo cambiará.»
Tenía hambre, pero sabía que no había comida. También estaba cansado, y no tenía ningún lugar donde dormir. Tanto el Cilindro E como el C se hallaban inundados, y no quería ir arriba, donde estaba Beth. Norman se tendió en el suelo del Cilindro D, al lado del sofá en el que estaba Harry. Sentía el frío y la humedad del pavimento. Tardó largo rato en dormirse.
El martilleo, ese aterrador martilleo, junto con las sacudidas del suelo, lo despertaron con brusquedad. Giró sobre sí mismo y se levantó, en instantánea alerta. Vio a Beth, de pie al lado de los monitores.