Read Ernesto Guevara, también conocido como el Che Online
Authors: Paco Ignacio Taibo II
Tags: #Biografía, Ensayo
En Córdoba ganará un hermano y perderá a su perra Negrina, que los había acompañado desde Altagracia. Callejeando será descubierta por un perrero que le arrojará cianuro en el lomo. La perra se envenena al lamerse y muere casi inmediatamente. Ernesto organiza a sus amigos para buscar al asesino infructuosamente. En la derrota organiza un entierro del animal, con todo y ataúd.
Prosigue en el rugby con los hermanos Granado. Pasa del "Estudiantes" al "Club Atalaya." Su amigo Barral lo recuerda como "el más duro." Sigue jugando con el vaporizador a un lado de la cancha. De aquella época es el apodo maldito que lucirá con orgullo.
—Me decían el Chancho.
—¿Por lo gordo?
—No, por lo cochino.
Sus fobias al agua fría, que le desencadena a veces los ataques de asma, se han convertido en unos hábitos higiénicos poco sólidos. Su falta de amor por los baños y las duchas lo acompañará el resto de los días de su vida.
En esos años despliega no sólo sus malos hábitos de higiene sino también su antimilitarismo. Ante un golpe de estado declara en clase:
—Los militares no le dan cultura al pueblo, porque si el pueblo fuera culto no los aceptaría.
Se produce un pequeño escándalo, la maestra se asusta y lo saca de la clase. A finales del 43 Granado está en la cárcel a causa de la huelga universitaria contra los militares golpistas, Ernesto lo visita a veces. Su amigo le pide que hablen en mítines, que hagan protestas. Ernesto contesta que si a él no le dan una pistola no sale a la calle.
No le interesa mayormente la acción política. Ni entonces ni dos años más tarde (1945), aunque de vez en cuando se ve atrapado en actividades, como cuando acompaña a un acto a su amigo Gustavo Roca, dirigente estudiantil, quien es reprimido por la policía. El mito de su militancia adolescente se diluye en la nada. No tuve ninguna preocupación social en mi adolescencia y no tuve ninguna participación en las luchas políticas o estudiantiles en la Argentina.
Es entonces, en el 43, a los 15 años, un adolescente en el que comienzan a desdibujarse los rasgos aniñados, la boca se endurece levemente, la apariencia de niño precoz va dejando lugar a la del adolescente fachoso que conserva el pelado al rape. Sus calificaciones en el Dean Funes, en cuarto de bachillerato, resultan coherentes con el personaje. Parece ser que Ernesto no admite el accidente: muy buenas en literatura, pésimas en inglés; muy buenas en filosofía, pésimas en música; buenas en historia, flojas en matemáticas e historia natural.
Al año siguiente comienza a integrar un diccionario filosófico a partir de sus lecturas; se trata nuevamente de ordenar el desorden, de imponerle orden al caos. Lo seguirá durante un par de años. Intenta sistematizar lecturas, dejar registro de ideas. Utiliza un simple sistema alfabético: "Platón" y ahí van las notas, "paranoia" y ahí van; tiene además una utilidad práctica para su autoconsumo y el de los estudiantes, como le diría más tarde a Eduardo Galeano. Se quedará la costumbre de registrar las lecturas junto con la de anotar un comentario sobre los libros. Sólo una personalidad caótica es tan ordenada en sus lecturas. Al paso del tiempo iría tomando notas sobre las notas, en la medida en que cambiaba su percepción y retornaba en las lecturas a un mismo tema.
El 24 de febrero de 1946 se producen las elecciones que ratifican el mandato de Perón. No puede votar, porque le faltan unos meses para ser mayor de edad. Se inscribe en el servicio militar, lo declaran no apto a causa del asma.
Termina el liceo en el Dean Funes. Decide estudiar Ingeniería. ¿Por qué no Letras, o Sicología, que parecen ser los mayores intereses en su vida juvenil? ¿Domina una mentalidad práctica sobre las pasiones?
Viaja entonces a Buenos Aires y se instala en casa de su tía Beatriz y su abuela Ana, la madre de su padre, con las que siempre ha estado muy ligado emocionalmente, se inscribe en la Facultad de Ingeniería de la Universidad. Hijo de una clase media que no se puede dar demasiados lujos, aprovecha las vacaciones para estudiar un curso de laboratorista de suelos y lo aprueba junto a su amigo Tomás Granado. En una carta a sus padres cuenta que es laboratorista de campaña en los Laboratorios de Vialidad, Trabajábamos por las mañanas y estudiábamos por las tardes (...) Aprobamos el curso en los primeros lugares y nos adjudicaron el puesto de especialistas en suelos.
Trabaja en planes viales y de construcción de obras públicas en pequeñas ciudades entre Córdoba y Rosario. Hacia fin de año le escribe a su padre: Me contaba el encargado que yo era el único laboratorista que él había conocido en 10 años que no aceptaba la comida y uno de los dos o tres que no coimeaba. Vos tenés miedo de que les tuviera demasiada consideración, pero yo les he hecho parar y recompactar un buen cacho de camino.
Combatiendo contra constructores que suelen facilitar las cosas ofreciendo "mordidas", se entera del asesinato de Gandhi, su héroe de juventud, que lo afecta profundamente. Decide continuar con el trabajo e iniciar los estudios de ingeniería por la libre, por lo que pide los programas de estudio. Le escribe a su padre: Si se puede rendir libre (las materias de ingeniería para las que pidió los programas) me voy a quedar todo el invierno, pues calculo que ahorraría entre 80 y 100 pesos mensuales. Tengo 200 de sueldo y casa. De manera que mis gastos son en comer y comprarme unos libros con qué distraerme.
Pero algo altera sus planes: se enferma su abuela Ana y cuando recibe una carta de su padre renuncia al trabajo en Vialidad y viaja de inmediato a Buenos Aires para cuidarla. Durante 17 días, al pie de la cama de su abuela, que ha tenido un derrame cerebral y una subsecuente hemiplejía, acompaña a la mujer cuidándola y alimentándola hasta su muerte.
Sin ninguna duda, los largos días de la agonía de su abuela, a quien estaba muy ligado, quizá su propia experiencia con el asma que ha llevado a cuestas todos estos años, lo hacen tomar una decisión radical. Decide estudiar medicina en lugar de ingeniería, y se inscribe en la nueva carrera.
"Toda esa fuerza se gasta inútilmente"
A la busca del personaje perdido es una foto casi conocida, anticipada. La vieja fotografía muestra el anfiteatro de una facultad de Medicina, un par de docenas de estudiantes se retratan ante un cadáver desnudo y abierto en canal depositado en una plancha. ¿Necrofilia, tradición o reto profesional? Algunos de ellos sonríen tímidamente, la enorme mayoría asume su papel de futuros doctores con la seriedad y el decoro obligado; el único con una sonrisa abierta, casi ofensiva, está colocado en la fila superior, casi oculto, es un Ernesto Guevara de 20 años... Hay tres mujeres en la foto, una de ellas, una muchacha de rostro redondo pero duro, quizá a causa de unos ojos un tanto separados y de mirada intensa, es Berta Gilda Infante, llamada por sus amigos Tita.
Tita cuenta: "Escuché varias veces su voz grave y cálida, que con su ironía se daba coraje a sí mismo y a los demás, frente a un espectáculo que sacudía al más insensible de esos futuros galenos. Por su acento era un provinciano, por su aspecto un muchacho bello y desenvuelto (...) Una mezcla de timidez y altivez, quizá de audacia encubría una inteligencia profunda y un insaciable deseo de comprender y, allá en el fondo, una infinita capacidad de amar." Cuando empecé a estudiar medicina, la mayoría de los conceptos que tengo como revolucionario estaban ausentes en el almacén de mis ideas. Quería triunfar, como quiere triunfar todo el mundo;-soñaba con ser un investigador famoso, soñaba con trabajar infatigablemente para conseguir algo que pudiera estar, en definitiva, puesto a disposición de la humanidad, pero en aquel momento era un triunfo personal. Era, como todos somos, un hijo del medio.
El sonriente Guevara parece estar tomándose en serio el asunto en ese primer año: pasaba de 10 a 12 horas diarias en la biblioteca. El secretario académico, Mario Parra, reseña: "Lo conocí porque los empleados de la biblioteca me lo señalaron como ejemplo de estudio. Cuando estudiaba no conversaba con nadie." ¿Y está estudiando medicina? Porque en este primer año sólo presenta tres materias y sus notas no son excepcionales: abril del 48, anatomía descriptiva con calificación de "bueno"; en noviembre parasitología "bueno", y en agosto embriología con tan sólo un "aprobado." Concentración sí, mucho interés, no está tan claro.
¿Qué hace entonces en la biblioteca? Lee literatura, desde luego. Lee sicología; estudia los temas médicos que le interesan, no los que está cursando. ¿Se ausenta de su casa a causa de las tensiones familiares?
Desde 1948 la familia se ha mudado a Buenos Aires, donde viven en la calle Araoz 2180. Su padre ha alquilado un pequeño despacho en la calle Paraguay. Algunos autores cuentan que los conflictos entre Celia y Guevara Lynch han llegado al límite y que se encuentran al borde de la ruptura, resuelta temporalmente con una separación a medias: el padre vive en su despacho, aunque visita la casa familiar. Cuesta trabajo al historiador desentrañar la verdad, y de esa verdad, su trascendencia. Estas mismas fuentes atribuyen las tensiones a los líos de "faldas" de don Ernesto y a sus continuas aventuras económicas que suelen acabar en desastre. Sea esto cierto o no, el caso es que Ernesto pasa más tiempo en la biblioteca de la Facultad de Medicina que en su cuarto en la calle Araoz, un cuarto curioso, según la descripción de su padre: "Una pieza chiquita y muy extraña. Tenía por un lado un gran balcón corrido que daba a la calle y por otro lado tenía una puerta con balcón también, pero este balcón inexplicablemente miraba a la escalera de entrada. En él también dormía Roberto. Tenían una cama marinera doble, todo el resto de la pequeña habitación estaba ocupado por un gran ropero, una cómoda, dos bibliotequitas, una mesa y una mesita, sobre las cuales se amontonaban libros de todas clases."
A esos días se remonta la famosa foto del adolescente soñador, un bello retrato en el que Ernesto está acostado en el suelo del balcón, cercado por las rejas, con los brazos cruzados bajo la cabeza y una camisa blanca, mirando al cielo; un cielo que se adivina y se ve más allá de los tejados de una ciudad de edificios roñosos y árboles pelados por el otoño. No acaba de quitarse la apariencia de un adolescente, aunque tenga 20 años.
La camisa blanca tiene historia; historia de verdad. Según su hermano Juan Martín, la camisa tenía nombre, era de nylon y la llamaba "la semanera", porque con lavarla una vez por semana era suficiente y se planchaba sola. La apariencia desarrapada de Ernesto siempre fue motivo de conversación familiar y amistosa. El padre recordará en el futuro que Ernesto jamás se ponía una corbata y que llegó a usar "botines de distinto color y distinta forma", a más de unos pantalones sin planchar... y "la semanera."
En su primer año de estudios retorna el amor por el ajedrez. Compite en el interfacultades, representando a Medicina, incluso llega a jugar una simultánea con el Gran Maestro Internacional Miguel Najdorf, en el hotel Provincial de Mar del Plata, y pierde. Lo curioso es la combinación entre las vocaciones de la reflexión y la violencia del rugby que sigue practicando. Su amigo Roberto Ahumada señala: "Para un asmático, correr durante 70 minutos jugando rugby era una proeza" y Ernesto se destacaba como jugador fuerte con "estilo macho." Su afición lo llevará un par de años más tarde a ser editor y cronista, bajo el seudónimo asumido y ahora achinado de Changcho, de la revista 'Tackle."
De aquellos años quedan en el recuerdo sus relaciones paternales con el pequeño Juan Martín, asimismo llamado por Ernesto Patatín, o Tudito, por "pelotudito", cosa que al pequeño lo sacaba de quicio. El enano lo veía como a un gran personaje, un carácter heroico que se crecía en sus esfuerzos por buscar la normalidad a pesar de los terribles ataques de asma. Ernesto le había enseñado al pequeño Juan Martín un poema: "Dos amigos se fueron corriendo/debajo de un árbol/ huyendo de un trueno que los sorprendió./Bum... el trueno cayó/ Pero el que tenía la imagen de san Crispinito/ a ése, a ése lo mató. Las señoras se azoraban ante tan tremendo ateísmo recitado por un infante con rostro angelical.
De 1948 queda también su empleo en la sección de abastos de la municipalidad, en la que luego trabajaría como vacunador.
En el 49 participa en la olimpiada universitaria que se realizaría en Tucumán en ajedrez y atletismo, y como el reto le parece menor, sorprendentemente se inscribe en salto de garrocha con un registro inicial de 2.80m. Los biógrafos panegiristas futuros partirán de esta locura para añadir a los deportes practicados por Ernesto el salto de pértiga. Testimonia su amigo Carlos Figueroa: "cuando le preguntaron dónde tenía la garrocha respondió que creía que la proveían en la universidad. Le consiguieron una y saltó, pero no pudo figurar en nada, porque no tenía ni noticias de cómo se usaba."
Su paso por la universidad es muy poco atractivo, se limita a presentar una materia en marzo, una en julio y una en noviembre, con toda calma y obteniendo simples "aprobados." Políticamente se mantiene al margen de las fuerzas de izquierda. Un militante de la Juventud Comunista que suele pasarle material escrito de su organización comentará: "La relación era ríspida, difícil", y define a Ernesto como un hombre con ideas éticas, pero no políticas. Con Tita Ferrer es miembro de la jc, suele tener ásperas discusiones en las que acusa a los marxistas de sectarios y faltos de flexibilidad. Quizá su desapego por la universidad quede explicado en una reflexión de la propia Tita: "Ambos por distintas razones éramos un tanto extranjeros a esa facultad, él quizá porque sabía que no podía encontrar ahí sino muy poco de lo que buscaba. Nuestro contacto fue siempre individual. En la facultad, en los cafés, en mi casa, rara vez en la suya..."
Sigue jugando rugby a pesar de las advertencias médicas de que le puede costar un disgusto bajo la forma de un ataque al corazón; su padre trata de convencerlo, pero Ernesto se cierra ante cualquier sugerencia y responde: Aunque reviente, y a lo más que llega el padre es a convencer a algún compañero para que corra al costado de la cancha al mismo tiempo que él con un inhalador, y de vez en cuando Ernesto se detiene para darse unos cuantos bombazos.
En los últimos días del 49, Ernesto se despide de sus compañeros con un: Mientras ustedes se quedan aquí preparando esas tres asignaturas, yo pienso recorrer la provincia de Santa Fe, el norte de Córdoba y el este de Mendoza y de paso estudiar algunas asignaturas, para aprobarlas.