Episodios de una guerra (43 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Histórico

BOOK: Episodios de una guerra
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—Realmente admirable. Dudo que haya otro navío en la flota que pueda hacerlo mejor.

—Ahora veremos las carronadas, los cañones de popa y las armas ligeras, si crees que no le molestarán a la señora Villiers —dijo Broke.

—¡Oh, no! —dijo Jack—. Ella está acostumbrada a eso. La he visto manejar un cañón igual que un hombre y recuerdo que cazaba tigres en India. Su padre era un soldado destinado en ese país.

Broke le gritó al cúter y éste dejó caer al agua más toneles. Enseguida las carronadas, los cañones de popa y las armas ligeras empezaron a disparar. Las prácticas eran dignas de verse, sobre todo porque Broke simulaba que ocurrían hechos imprevistos y ordenaba a los marineros que ajustaban las velas, a los que formaban la brigada de abordaje y a los encargados de apagar fuegos a separarse de las brigadas de artilleros, y éstas, a pesar de la confusión, seguían realizando su trabajo igual, aunque un poco más lentamente por tener menos miembros. Era impresionante la forma en que disparaban y era obvio que sólo habían podido lograrlo tras un largo adiestramiento y gracias al buen entendimiento entre oficiales y artilleros. Y le pareció más impresionante todavía ver disparar los cañones de babor cuando Broke mandó virar la fragata y ver a los guardiamarinas sin chaqueta y con una atenta mirada esforzándose por disparar el cañón de bronce de seis libras.

Este último estaba justo encima de la cabina de Diana, a un palmo de su cabeza, y cuando ella oyó el ruido ensordecedor del primer cañonazo volvió a sentarse y dijo:

—Stephen, cierra la ventana, cariño. Debo de tener un aspecto horrible. Siento tener este aspecto y causar tantas molestias, lo siento mucho…

Pero después del segundo cañonazo, volvió a sonreír y Stephen vio brillar sus dientes en la penumbra. Entonces Diana le cogió una mano y exclamó:

—¡Oh, Stephen, cariño, ahora me doy cuenta de que hemos escapado! ¡Hemos escapado!

CAPÍTULO 9

Jack se despertó cuando cambió la guardia, al oír los ruidos tan bien conocidos de la piedra arenisca y los lampazos. Se dio cuenta de que el viento había amainado durante la noche, pero no sabía en qué barco estaba ni por qué océano navegaba. Entonces recordó con alegría que había escapado y sonrió en la oscuridad mientras pensaba: «¡Hemos escapado! ¡Hemos escapado!».

Había muy poca luz en la cabina donde estaba colgado su coy, sólo la suficiente para permitirle ver la figura de Philip Broke moviéndose despacio entre los escasos muebles. Desde que había sido ayudante del contramaestre rara vez había dormido en un coy así, y tal vez eso le había desorientado. Broke ya se había vestido y Jack vio brillar sus charreteras cuando iba caminando de puntillas hacia la puerta, en medio del ruido que hacían los marineros al frotar el alcázar con piedra arenisca y al secarlo dándole golpes con los lampazos. Oyó a Broke dar los buenos días al infante de marina que estaba de centinela en la puerta y supo que se los dio también al oficial de guardia, Provo Wallis, un marino oriundo de Nueva Escocia, porque oyó su respuesta.

Todavía sonriendo volvió a adormecerse. No sólo se sentía tranquilo por no tener ninguna responsabilidad ahora sino también porque ya había desaparecido la tensión del día anterior, aunque, inexplicablemente, había durado buena parte de la noche. Ya todos aquellos desagradables sucesos pertenecían al pasado. El mal humor que le habían producido la precipitación de Herapath y el hecho de que azotara los caballos también había desaparecido y pensaba satisfecho en que había tenido mucha suerte. Sí, había tenido mucha suerte en todo momento. Luego reflexionó sobre la vejez y la pérdida de facultades que acarreaba y sobre el modo en que le afectaría a él. Vinieron a su mente algunos casos en los que había pérdida de agilidad mental y fuerza física, gota, cálculos, reumatismo y, además, verbosidad, alarde, maldad, egoísmo, timidez, cobardía, concupiscencia y avaricia. Recordaba que el viejo señor Broke era avaro y se asombraba de que su hijo no lo fuera. A lo largo de su carrera, Jack había quemado o hundido algunas presas en momentos críticos para no perder a ningún miembro de su tripulación, pero quemar veinticuatro seguidas le parecía algo extraordinario y digno de admiración. A la verdad, Philip tenía bastante dinero, pero incluso a los hombres muy ricos les encantaba recibir diez mil o veinte mil guineas más. Recordaba la lamentable disputa que había habido entre Nelson, Keith y Saint Vincent acerca de la parte de los botines que les correspondía por ser almirantes. Pero más que el desinterés de Philip por el dinero, Jack admiraba su habilidad para formar buenos oficiales y marineros y lograr que secundaran sus ideas y compartieran su punto de vista, dado que la mayoría de los miembros de la Armada tenía gran interés por conseguir botines y perderlos les parecía algo contra natura. Sin embargo, no había que olvidar que las capturas de la
Guerrière
, la
Macedonian
, la
Java
y la
Peacock
habían sido para el capitán de la
Shannon
y para sus tripulantes como dosis de una amarga medicina que se habían visto obligados a tomar. Al recordar esas pérdidas, Jack apretó los puños con rabia. Notó que tenía muy poca fuerza y tanteó el brazo herido, ahora en un cabestrillo y cruzado sobre el pecho. Apenas le dolía y, sin embargo, apenas tenía fuerza suficiente para empuñar una pistola.

Broke había sabido adiestrar a sus hombres y no había duda de que eran hombres con buenas aptitudes. Se equivocaba al usar la llave de chispa, pero, a pesar de eso, la forma en que los artilleros de la
Shannon
manejaban los cañones era admirable, no se le podía aplicar otro calificativo que admirable. Además, a Jack le había impresionado la habilidad de los hombres que disparaban las armas ligeras desde las cofas, entre los que había algunos excelentes tiradores adiestrados en el uso de las carabinas por el teniente de Infantería de marina. Y los cañones giratorios habían lanzado metralla con mayor precisión aún. Esos cañones podían hacer estragos si se manejaban bien. Sintió angustia al pensar que nunca se había preocupado por las brigadas de las cofas como debía… A Nelson no le gustaba mucho que sus hombres dispararan desde las cofas en las batallas, en parte porque eso comportaba un gran riesgo de incendio, y Jack Aubrey, hasta hacía muy poco tiempo, consideraba sagrado todo lo que Nelson decía. Sin embargo, había visto a
la Java
entablar un combate siguiendo la idea de aquel gran hombre resumida en la frase: «No importan las tácticas, lo que importa es atacar con decisión», y pensaba que esa idea era acertada por lo que se refería a los combates con franceses y españoles, pero que tal vez Nelson habría opinado de diferente manera si hubiera luchado contra los norteamericanos.

En ese momento entró Broke.

—Buenos días, Philip —dijo Jack—. Estaba pensado en ti y en la asombrosa demostración que hicieron tus artilleros ayer.

—Me alegro de que te haya complacido, pues valoro tu opinión más que la de cualquier otra persona —dijo Broke—. Pero quisiera que me dijeras si nuestro nivel puede compararse con el de la
Constitution.

—Bueno, no puedo decirte exactamente a qué ritmo disparaba la fragata norteamericana porque no tenía reloj, pero lo hacía muy rápido —dijo Jack—. Creo que las primeras andanadas las disparaba cada dos minutos más o menos y las siguientes eran más seguidas, aunque no tan rápidas como las de la
Shannon
. Tal vez la proporción sería de tres a cuatro o cinco. Pero, indudablemente, disparaba muy rápido y con gran precisión. Nos hizo mucho daño, ¿sabes? Sin embargo, creo que los disparos de tus hombres son más precisos, pues cuando ellos estaban disparando había grandes olas y la fragata tenía un fuerte balanceo, y en cambio, cuando la
Constitution
nos atacó, las olas eran menores y llegaban por el través. Teniendo en cuenta todos los factores, creo que la
Shannon
habría superado a la
Constitution
, aunque la fragata norteamericana, por tener cañones de veinticuatro libras, habría estado casi a su nivel. De la
Chesapeake
sé tanto como tú. He visto que durante las prácticas Lawrence hacía a sus hombres sacar y guardar los cañones, pero no dispararlos; no obstante, creo que disparan con rapidez y precisión porque hundieron la pobre
Peacock
frente a la desembocadura del río Demerara.

—Bueno, espero ponerles a prueba hoy —dijo Broke—. Sólo nos queda una tonelada de agua, así que no podemos permanecer aquí más tiempo, y he decidido mandárselo a decir a Lawrence.

El despensero de Broke apareció en ese momento en la puerta de la cabina y tosió. Su comportamiento discreto contrastaba con la violenta entrada de Killick en la cabina y el tono áspero con que avisaba que ya estaba el desayuno y que acompañaba con un movimiento de la barbilla o el pulgar o ambas cosas a la vez. Entonces Broke dijo:

—Ya tienes el desayuno preparado, Jack, puedes tomarlo cuando quieras. Yo ya he tomado el mío. Como sé que prefieres café, he mandado a hacerlo. Espero que sea de tu agrado.

No lo fue. El despensero de Philip era discreto como un gato, pero Jack hubiera cambiado su discreción y sus buenos modales por una cafetera de café hecho por Killick. No había tomado ni una sola taza de café decente desde que había salido de la
Java
. Los norteamericanos eran amables, corteses y hospitalarios y sus marinos tenían mucha pericia, pero tenían una extraña idea sobre el café, lo hacían tan claro que un hombre podía llegar a tener hidropesía antes de que se le levantara el ánimo un ápice. Sin duda, eran personas raras… Ahora veía acercarse la costa de su país por el escotillón… Se sirvió otra taza de aquel horrible brebaje y se fue al alcázar con ella en la mano.

La intensidad de la luz aumentaba con rapidez y el día prometía ser agradable. Soplaba el viento del noroeste y la
Shannon
, como cada mañana, se acercaba a la costa para ver a la
Chesapeake
, aunque quizá por última vez, según lo que había dicho Philip. Seguramente dentro de una hora el oficial de guardia mandaría usar los remos para ayudar al timón. Ya había terminado el ritual de la limpieza y la fragata tenía un hermoso aspecto, pues la madera había sido frotada con esmero y las vergas estaban horizontales, las brazas y los amantillos fuertemente atados, los cabos perfectamente adujados y las escotas y los mástiles recién engrasados y brillantes. En realidad, el aspecto de la fragata no era lujoso sino miserable, sobre todo porque tenía las velas desgastadas, pero estaba limpia y ordenada. Jack no veía brillar ningún objeto de bronce excepto la campana que estaba en la proa, el cañón de seis libras del alcázar y las miras de los cañones, pues los marineros se dedicaban a hacer cosas que tenían una relación más directa con la guerra que pulir el metal. Algunos quitaban las partes herrumbrosas de las balas, otros hacían cajetas, trapas y tomadores y otros movían sin parar las bombas de proa, que echaban por la borda un delgado chorro de agua. Ya habían llevado los gallineros a la cubierta y el gallo, al ver la primera luz del sol, agitó las alas y cantó. Luego una gallina empezó a cacarear para avisar que había puesto un huevo.

Philip estaba hablando con un prisionero norteamericano, el capitán de un mercante, y un poco más lejos, había una veintena de hombres que sacaban las carronadas y las volvían a colocar en su lugar lentamente, con aire indeciso, guiados por dos artilleros mayores con coletas grises hasta la cintura. Todos los tripulantes de la
Shannon
sabían que a su capitán no le gustaba que se pronunciara el nombre de Dios en vano y que detestaba las groserías, y como ahora se encontraba en un lugar donde podía oír a los artilleros, éstos continuaron la instrucción con mucha paciencia y con delicadas sugerencias.

—Buenos días, señor Watt —le dijo Jack al primer oficial—. ¿Ha visto al doctor Maturin esta mañana?

—Buenos días, señor —dijo Watt, inclinando la cabeza para que su oído bueno estuviera más cerca de él—. Pienso exactamente como usted.

—Me alegro de eso —dijo Jack, subiendo la voz—. ¿Ha visto al doctor Maturin esta mañana?

—No, señor, pero en la sala de oficiales le espera una taza de chocolate.

—Eso le sentará bien, estoy seguro… ¿Podría decirme quiénes son esos hombres que están junto a las carronadas? No parecen tripulantes de la
Shannon.

—Son campesinos irlandeses, señor. Les sacamos de un barco corsario que estaba en las inmediaciones de Halifax. El capitán de ese barco les había sacado de un mercante americano cuyo capitán, a su vez, les había sacado de un bergantín procedente de Waterford. Los pobres hombres estaban aturdidos, pero cuando les dijimos que ésta era la
Shannon
y les dimos un poco de grog parecieron animarse y dieron gritos en esa lengua pagana que hablan. El capitán permitió que formaran parte de la tripulación, pero es muy difícil enseñarles lo que deben hacer, pues sólo tres de ellos hablan inglés. Sin embargo, por la forma en que se pelean entre ellos… fíjese en esos tres que tienen la cabeza rota… me parece que serán útiles si tenemos que abordar un barco. Además, saben manejar bien las picas y las hachas. Buenos días, doctor Maturin. Espero que haya encontrado el chocolate caliente todavía.

—Sí, señor, he dado a todos las gracias por ello —respondió.

Miraba con pena la taza de Jack, pues al igual que él, no se sentía bien por la mañana hasta que no se bebía media pinta de café caliente hecho con granos recién tostados y molidos. El gallo volvió a cantar y varios irlandeses gritaron:


Mac na h'Oighe slan.

—¿Qué dicen? —inquirió Jack, volviéndose hacia Stephen.

—¡Loado sea el hijo de la Virgen! —respondió Stephen—. Eso es lo que decimos en Irlanda en cuanto oímos el canto de un gallo al amanecer, pues gracias a ello, si nos llega la muerte repentinamente antes de acabar el día, morimos en gracia de Dios.

—Deben dejar eso para cuando se celebre la ceremonia religiosa —dijo Watt—. No podemos permitir ritos cristianos en los días de trabajo ni hablar de creencias cristianas.

—¿Cómo está la señora Villiers? —preguntó Jack.

—Un poco mejor, gracias —respondió Stephen—. ¿Me dejas ver tu taza? Tiene un curioso dibujo.

—Esto es una bazofia —murmuró Jack cuando el primer oficial se apartó de ellos para reunirse con el capitán a sotavento.

—Jack, dice Diana que los capitanes pueden celebrar matrimonios —dijo Stephen en voz baja también—. ¿Es cierto eso?

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