—¿Es una persona sola? —preguntó Allison, mirando hacia el arma de Tony. El M16 estaba equipado con una mira telescópica infrarroja.
—Sí, y debe de estar borracha o herida. Está haciendo mucho ruido —respondió Tony.
—Genial —dijo Allison en un tono sarcástico.
Su asentamiento era uno de los más pequeños del norte de Colorado, pero aun así hacían negocios con Morristown y con New Jackson. Los rumores se habían extendido. En ocasiones, el carácter sedentario de Jefferson lo convertía en objetivo de algunos supervivientes que no habían trabajado tan duro, como borrachos, fumadores de hierba o alborotadores, gente que tampoco era bienvenida en ningún otro lugar.
Cam aprovechó la oportunidad.
—Ve a ver qué quiere ese tipo —le dijo a Allison—, nosotros no ocuparemos de las hormigas.
Su esposa le miró fijamente en la oscuridad. Había interpretado sus intenciones, pero aun así sonrió como una gatita.
—Está bien —dijo Allison, casi desafiante. Fue justo lo mismo que había dicho Ruth. Cam no supo cómo interpretar aquello, aunque Allison era capaz de convertir las cosas más extrañas en una broma.
Era una mujer hermosa. Unas pocas mechas rubias se le habían soltado de la coleta y ondeaban sobre sus ojos decididos, mecidas por el viento. Dejó los bidones de gasolina en el suelo y se marchó. Tony se apresuró a seguirla portando el arma entre las manos.
Cam miró hacia otra pareja, Michael y Denise Stone, que iban equipados con sendas pistolas.
—Id con ellos, ¿de acuerdo?
—Vale —respondió Michael, dejando la pala en el suelo y quitándose la máscara de protección. Denise también se deshizo de una palanca y de una especie de coraza que había improvisado.
«Ahora tenemos más herramientas que gente», se dijo Cam a sí mismo. Por un momento pensó en acompañar a Allison él mismo, pero no estaba de humor para tratar con diplomacia a ningún perdedor hambriento y desorientado.
—Echemos arena en el fuego —dijo—. Quiero sacar el cuerpo de Eric de ahí.
—De acuerdo —respondió Greg.
En una vida pasada, Greg fue el líder de la escuadra de Eric. Cam no podía imaginar siquiera cómo debía de sentirse. Tras la muerte de Eric, el lazo más fuerte que unía a Greg con sus días en los Rangers había desaparecido.
Entonces se escuchó la voz de Allison que sonaba desde el otro extremo del poblado, parecía desafiar al recién llegado. Su voz resonó en el viento de manera alta y clara, un instante después volvió a repetir las mismas palabras. Cam y Greg comenzaron a distribuir el equipo entre los demás, dándoles gafas y máscaras protectoras.
—Yo iré primero —dijo Cam.
Entonces llegó un grito proveniente de donde Allison se encontraba, un chillido agudo y masculino. Era Tony. Cam se dio la vuelta, tratando de localizar el origen más allá de las casas y de los invernaderos. Pudo ver luces de linternas y siluetas humanas. Una de ellas le resultaba familiar, tenía el pelo rubio y era delgada, aunque redondeada a la altura del estómago. Las demás no eran más que sombras. Parecían bailar de forma compulsiva.
Jefferson estaba siendo atacado.
Ruth estaba en la puerta de su cabaña cuando Tony y Allison pasaron por delante apresuradamente. Estuvo a punto de decirles algo, pero ¿qué? A Allison ni siquiera le gustaba escucharle decir «gracias», y mucho menos cualquier tipo de queja, de modo que Ruth se quedó en la puerta, viendo pasar ante ella los haces de luz, seguidos por Michael y Denise. Había alguien en las vallas. Ruth pudo oír cómo chocaba contra las piezas de los automóviles; también escuchó la voz de Allison.
—¡Alto ahí! ¿Cómo te llamas?
Su tono suave era un contrapunto al M16 de Tony, que el chico se había colgado del hombro con el cañón apuntando hacia el cielo. Aquella posición hacía el arma más visible bajo los haces blancos de las luces de las linternas. Ruth estuvo a punto de unirse a los supervivientes armados que estaban detrás de Allison. La chica era una figura muy preeminente, pero además estaba embarazada, lo cual había hecho aumentar su importancia en más aspectos de los que Ruth podía expresar.
Deberían haber sido amigas. Se habían salvado la vida mutuamente, pero no era sólo Cam lo que se interponía entre ellas. Allison era una buena líder, y siempre había vigilado a Ruth muy de cerca, percibiéndola como una rival en potencia. Los conocimientos de Ruth en materia de nanotecnología eran un punto de autoridad con el que Allison no podía competir. Ella jamás creyó a Ruth cuando le confesó que deseaba poder abandonarlo todo. Allison siempre ansiaba tener más control sobre sus vidas, mientras que las decisiones de Ruth habían provocado miles de muertes durante la guerra. De haber tenido ocasión, Ruth habría deseado convertirse en una persona normal, anónima y desconocida; pero a pesar de todo, aún sentía el peso de la responsabilidad.
«Debería apoyarla», pensó Ruth mientras miraba a Allison. Entonces su mirada se posó en otro punto. El haz de luz de la linterna de Michael había encontrado al intruso.
Era una mujer de unos cincuenta años. No era muy alta, y estaba sucia y muy delgada. A Ruth le pareció ver que tenía el hombro cubierto de sangre, y que ésta le goteaba por la manga. No iba armada. Ni siquiera llevaba mochila. ¿Acaso la habían asaltado? Parecía muy asustada. Se dio la vuelta en cuanto Michael posó la luz de la linterna sobre su rostro pálido.
A pesar de todo, Allison se mostró cautelosa, y decidió mantener la distancia en lugar de acercarse a socorrerla.
—Está bien —gritó Allison—. Tenemos agua y comida, y un lugar para dormir.
Michael apuntó la luz de la linterna hacia el suelo. Tony bajó el rifle, y muy por detrás de ellos, Ruth levantó la mano de la empuñadura de la Beretta de nueve milímetros que llevaba en la cintura.
No había duda de que ella y Cam hacían mejor pareja físicamente. Él era moreno y de ojos negros, y Ruth tenía la tez oscura, mientras que lo más oscuro de Allison era el suave moreno con el que el sol le había teñido la piel. Ruth se preguntaba con frecuencia qué aspecto tendría su bebé, pero lo mismo le ocurría con Eric y Bobbi. Eric era blanco y Bobbi era de color, aunque lo cierto era que ninguna pareja mixta llamaba demasiado la atención. Estaban vivos. Eso era lo más importante.
Las únicas excepciones eran la gente de ascendencia china o rusa. Aún existía un odio generalizado a pesar de que la guerra había terminado, lo cual complicaba mucho la existencia a cualquier persona de origen asiático. Había numerosos idiotas que ni siquiera se molestaban en diferenciar entre japoneses, coreanos o chinos (e incluso filipinos o malayos), ni siquiera entre aquellos que habían vivido en Estados Unidos durante varias generaciones.
El racismo se había convertido en algo muy diferente después de la plaga. Sí, aún había ciertas comunidades en las que la gente trataba de preservar la pureza étnica, procreando únicamente con blancos, hispanos o negros. En una ocasión llegó a la aldea un contrabandista con varias ofertas de matrimonio para cualquiera que tuviera un cincuenta por ciento de ascendencia judía. Ruth no se sintió tentada, aunque aquello le hizo reflexionar. ¿Acaso los israelíes habían conseguido rehacerse en el otro extremo del mundo? ¿Quedaban suficientes judíos vivos como para mantener su cultura? Para casi todo el mundo, sin embargo, la raza era algo trivial, y Ruth sabía que comparar su piel con la de Allison era como agarrarse a un clavo ardiendo.
Sentía celos de aquella joven. Pero también estaba preocupada por ella. Todo el mundo había estado expuesto a altos niveles de insecticidas y de otros productos químicos, no sólo en aquel asentamiento sino también durante el año de la plaga. Muchos de los refugios habían sido construidos con soldadores, y estaban compuestos por vinilo, tapetes y cartón, por lo que sus ocupantes habían estado expuestos a metales pesados y a compuestos tóxicos como el cloroetileno. Todo el mundo había quemado muebles, neumáticos, plástico y estiércol para calentarse y cocinar, llenando los hogares de humos tóxicos.
Ruth se perdió casi todo aquello. Durante los primeros trece meses de plaga estuvo a bordo de la Estación Espacial Internacional como parte de un programa de investigación sobre nanotecnología, pero la EEI también tenía su propio entorno nocivo, igual que un submarino. El aire reciclado pronto se contaminó con bacterias y hedores humanos. Los tripulantes estuvieron expuestos a la radiación solar y a los daños más sutiles de la gravedad cero, como la pérdida de masa muscular y ósea. Después de aquello, Ruth también pasó varias semanas en las inmediaciones del cráter de Leadville, absorbiendo la lluvia radiactiva. Pero quizá lo peor de todo era que su cuerpo también había sido un campo de batalla para diferentes clases de nanos.
La siguiente generación se enfrentaría a los mismos problemas que sus padres, y probablemente a más. Los bebés no sólo necesitaban cuidados y afecto. Lo primero que necesitaban era un desarrollo saludable. El cuerpo humano podía tener una extraordinaria capacidad de resistencia, pero las peores heridas eran aquellas que se mantenían invisibles, a nivel celular o incluso en el ADN.
Hasta aquel momento, las mujeres de Jefferson tan sólo habían sufrido cuatro abortos, más un recién nacido que mostraba claros signos de autismo. Los otros dos niños estaban bien. Sin embargo, por lo que Ruth había oído, la tasa de mortalidad infantil era mucho más elevada en Morristown. Pero tenía la esperanza de que eso sólo fuera porque Morristown era treinta veces más grande, por lo que existían muchos más datos. Era evidente que no resultaba de mucha ayuda el hecho de que la mayoría de sus habitantes fueran neoevangélicos, decididos a tener tantos bebés como fuera posible sin importar que las mujeres fueran adolescentes, tuvieran más de cuarenta años o sus órganos estuvieran deteriorados por embarazos anteriores. Fuera lo que fuese, las estadísticas resultaban alarmantes. Si el crecimiento continuaba estancado, a la raza humana no le quedaría más de un siglo para la extinción.
Pero había un agravio más personal. Ruth tenía treinta y ocho años. Sus años más fértiles ya habían pasado, y las perspectivas no pintaban demasiado bien. Sabía que Cam intentaba evitarla, algo que resultaba imposible. No había suficiente leña como para cocinar de forma individual o llevar agua caliente a cada casa, ni tampoco había suficientes tuberías como para instalar un sistema de cañerías central para todo el asentamiento. Tampoco resultaba seguro comer a solas, de modo que comían por turnos y se duchaban en el mismo cobertizo que había debajo de los depósitos donde el agua se calentaba al sol, siempre con guardas vigilando en todo momento. Ruth veía a Cam cada día.
¿Quién podría culparla por vivir a través de Allison de manera inconsciente? Aquella chica debería de haber sido como una hermana para ella, incluso aunque fueran hermanas que desconfiaran la una de la otra.
«¿Será culpa mía que nunca nos hayamos llevado bien?» Con estos pensamientos bullendo en su cabeza, Ruth apartó la vista de Allison y de la intrusa y abrió la puerta de su casa. «Lo intentaré con más insistencia», pensó.
Entonces comenzaron los gritos. Ruth se giró rápidamente, justo a tiempo para ver cómo alguien caía al suelo mientras su columna se retorcía y sufría violentos espasmos.
Allison fue la primera víctima.
Las luces de las linternas no hicieron sino aumentar la confusión. Un haz de luz giró mientras caía al suelo, iluminando una serie de figuras humanas. Las otros dos consiguieron centrarse por un instante sobre la recién llegada. Otra linterna cayó al suelo. Ruth quedó paralizada ante aquella visión. Perdió unos momentos cruciales intentando comprender lo que estaba ocurriendo.
Allison había tocado a la mujer al extender el brazo hacia su hombro. De hecho, el brazo izquierdo de Allison aún yacía extendido sobre el suelo mientras hendía los dedos lentamente en la tierra, desgarrando la piel hasta llegar al hueso. Las mejillas se le oscurecieron manchadas de sangre mientras ésta le inundaba la boca.
Pero en medio de la conmoción, Ruth pudo percatarse de algo que le resultó extraño. La expresión de aquella mujer no había cambiado. Sus ojos abiertos de par en par temblaban con una mirada nerviosa, pero mientras todo el mundo reaccionó, ella ni siquiera miró a Allison. «Es contagiosa», pensó Ruth antes de sumar su voz a los gritos que se habían extendido por todo el asentamiento.
—¡Apartaos de ella! ¡Apartaos! —gritó mientras corría hacia sus compañeros.
El M16 de Tony disparó una ráfaga. Los disparos resultaron inútiles y se perdieron en el cielo. Ruth vio cómo se tambaleaba mientras Allison seguía tratando de arrastrarse por el suelo. Entonces el chico dejó caer el rifle y se arrodilló en el suelo, dominado por los espasmos. Fueron las convulsiones las que le habían hecho apretar el gatillo.
Michael debería haberlo sabido. Intentó agarrar a Tony para alejarlo de la mujer, pero pronto pareció perder el sentido dominado por los mismos movimientos espasmódicos.
«Nanos», pensó Ruth. Ninguna otra cosa se extendía a tal velocidad.
—¡Michael! —gritó Denise. Pero en aquella ocasión, sus instintos fueron más fuertes. En lugar de acercarse a su marido, se detuvo—. ¡Michael! Santo cielo... ¡No!
Allison dejó de moverse, ensangrentada e inerte. Ruth percibió más luces y gritos detrás de ella. Una pequeña multitud se acercaba hacia ellos, y todos los vecinos habían salido de sus casas equipados con linternas; sin embargo, el hecho de que llegaran refuerzos resultaría tremendamente peligroso, ya que todos irían a auxiliar a sus amigos. Cam iría corriendo a socorrer a su esposa.
Ruth empuñó el arma y disparó a la mujer, efectuando dos disparos sobre el cuerpo de Allison.
—¡No! —gritó Denise.
La mujer se tambaleó y cayó también sobre Michael. Su sangre debía de ser contagiosa, pero por suerte estaban a favor del viento. Si había nanos en las úlceras que poblaban su pecho, el viento los estaba alejando de ellos.
Ruth empujó a Denise para colocarla en un punto donde el viento soplaba con más fuerza. Resultaba crucial mantenerse alejados de los nanos. Acto seguido, dirigió el cañón de la pistola hacia Michael y Tony.
Denise tiró a Ruth al suelo, lo cual hizo que se golpeara en el pecho y en el brazo con el que empuñaba el arma. Lo peor de todo era que Ruth la comprendía. Denise aún albergaba una esperanza desesperada hacia su marido, pero Ruth tuvo que golpearle en la cabeza con dos movimientos rápidos y dolorosos.