Read Encuentros (El lado B del amor) Online
Authors: Gabriel Rolón
Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis
Una última reflexión para finalizar este prólogo.
Muchas veces se ha cuestionado el hecho de que Argentina sea el país con más psicólogos per cápita en el mundo.
Esto, lejos de ser una desventaja o un signo de locura, es un motivo de orgullo. Porque implica que, después de una larga lucha, que aún no ha concluido, hemos logrado que en nuestro país la salud psíquica sea considerada un derecho de una gran cantidad de personas y no el privilegio de unas pocas.
En la antigua disputa existente entre el cuerpo y la mente, la salud parecía haber quedado exclusivamente del lado del cuerpo, en tanto que el sufrimiento psíquico había sido desplazado al territorio de la soledad, al «arreglátelas como puedas». Y creo pertinente decir que más he visto sufrir a una persona por la pérdida de un amor que por una angina.
No es casual la vergüenza que aún genera la existencia de un «enfermo mental» en la familia, ya que la cultura misma volcó antiguas lecturas religiosas sobre un fenómeno perteneciente al campo de la salud. Así, el «loco» de hoy, como el de entonces, sigue imaginariamente más ligado a lo demoníaco que a lo clínico. Qué, si no, de aquellas histéricas que, en otros tiempos, fueron quemadas en las hogueras por la Inquisición acusadas de brujería.
Necesitamos entender que somos el fruto de una interacción permanente entre lo biológico y lo psíquico y que acotar la salud a uno sólo de estos campos es un acto de torpeza, cuando no el fruto de un perverso interés económico de aquellos que no quieren pagar más de treinta sesiones anuales por la salud psíquica de sus asociados.
Celebro, entonces, que seamos el país con más psicólogos per cápita del mundo. Repito: no es motivo de vergüenza sino de orgullo. Pero déjenme decir que todavía nos queda un largo trecho por recorrer.
Muchas poblaciones del Interior aún se encuentran alejadas de la posibilidad de este derecho y, en las salas de terapia intensiva de todo el país, nuestros seres queridos siguen muriendo sin que haya psicólogos de guardia que puedan contenerlos y se acerquen a escuchar lo que ellos, sujetos al fin hasta el último de los segundos de su vida, tienen para decir.
«En el principio fue el amor.»
OVIDIO
Café, medialunas y Psicoanálisis
(o algunas herramientas para abordar al amor)
En cuanto abrí la puerta sentí el impacto. Era el primero de los encuentros programados y, si bien todos augurábamos un buen comienzo, fue una sorpresa encontrar, en una mañana de sábado algo fría, el lugar desbordado de personas y verlas tomando un café mientras esperaban, por suerte, con gran interés a que diera comienzo mi exposición. Aunque, sabrán comprenderme, no pude evitar reparar en el resto de los ingredientes que había en esas mesas: tostadas, medialunas, manteca, mermelada, y confieso que al sentarme en mi banqueta, frente al atril en el que estaban mis pocos apuntes, me pregunté si mi anhelo sería posible, si ése sería el ámbito adecuado para hablar de los temas que nos convocaban: las emociones y los conflictos humanos.
Pero en respuesta a esa primera impresión —algo prejuiciosa, no voy a negarlo—, vino a mi memoria y a mi rescate aquella vieja costumbre que tenían los griegos de reunirse a reflexionar y debatir sobre los temas importantes de la vida alrededor de una mesa poblada de vinos y manjares.
Como testimonio de esto llegó hasta nosotros
El Banquete
, de Platón, libro que justamente lleva ese nombre porque alude a eso, a un banquete en el que cinco amigos se juntan a comer, aún bajo los efectos de la resaca de una reunión parecida que habían tenido el día anterior ya que, según parece, los pensadores de entonces eran bastante afectos a la charla, la comida y el buen vino.
Aquellas reuniones tenían una característica: giraban siempre en torno a un tema de conversación previamente elegido. Y en el encuentro de esa noche en particular a la que alude el libro, uno de los asistentes, Erixímaco, propone consagrar la velada a Eros. Los demás aceptan y acuerdan que cada uno de los comensales a su turno hará una exposición acerca del amor. Se convino el orden en el que hablarían y así dio comienzo a la velada.
Hay que decir que Eros, en realidad, no era más que una deidad bastante menor, algo así como un dios de segunda o tercera categoría. La realmente importante en esos temas era Afrodita, Diosa del Deseo y, comenzando a andar nuestro camino, digamos que no es lo mismo el deseo que el amor y que, si nos dejamos guiar por los relatos de la mitología clásica, podríamos al menos arriesgar la idea de que para los griegos, el deseo era aún mucho más importante que el amor.
Según se mire, no muy distinto a lo que pasa en estos tiempos.
Pero volviendo a El Banquete, cuando le llega el momento de exponer a Aristófanes, éste desarrolla una teoría para explicar el origen de las distintas tendencias amorosas. Es lo que se conoce como «El Mito de los Andróginos» y veremos cómo la idea que recorre esa teoría, expuesta en una noche de borrachera hace tantos siglos, guarda mucha relación con la manera en la que muchas personas, probablemente la mayoría, piensan aún hoy al amor.
Según este mito, en el comienzo, el mundo estaba habitado por seres circulares llamados Andróginos, formados cada uno de ellos por dos de los que somos ahora. Es decir que había andróginos compuestos por dos hombres, otros por dos mujeres y un tercer grupo formado por un hombre y una mujer. Eran seres eternos y completos que, por eso, no necesitaban reproducirse y desconocían la muerte.
Esta condición de inmortalidad y completud los embriagó de soberbia, hasta el punto tal de que se animaron a compararse con los dioses. Estos, enojados y a modo de represalia, los partieron al medio dividiendo a cada uno en dos mitades que mezclaron y esparcieron por el mundo. En ese mismo acto, también les fue arrebatada la vida eterna y nos dice Aristófanes que, a partir de entonces, todos vamos por la vida deseando encontrar esa otra mitad para unirnos con ella y ser nuevamente seres completos e inmortales.
Así, los andróginos compuestos por dos hombres dieron origen a la homosexualidad masculina, los compuestos por dos mujeres a la homosexualidad femenina y los compuestos por un hombre y una mujer, a la heterosexualidad.
Como vemos, este mito deja sobrevolando dos cuestiones muy importantes. La primera, la unión existente entre la sexualidad y la muerte y la segunda, la idea de que es posible encontrar nuestra otra mitad que nos complete.
Desde ya, les adelanto que éste no es más que un sueño romántico, un anhelo inalcanzable ya que —y aquí nos metemos de lleno en una idea psicoanalítica—, la completud no existe. Nadie puede tenerlo todo, y vivir implica aceptar que todo tiene un costo y que en cada logro hay una pérdida.
La sensación de completud que genera el amor, y esto lo sabemos porque mal que mal todos nos hemos enamorado alguna vez, es sólo un engaño que dura apenas un rato, si tenemos mucha suerte.
Como dice Alejandro Dolina, «amar es inventarse cada día falsedades compartidas». O podríamos ser un poco menos poéticos y más psicoanalíticos y decir, junto a Jacques Lacan, que «amar es dar lo que no se tiene a quien no lo es».
Y es que, debo ser sincero: creo que en estos tiempos el amor tiene demasiada buena prensa y parece flotar en el aire la idea de que es siempre algo maravilloso; les aseguro que no es así, que no todos los amores son necesariamente buenos y que, en ningún caso, nos proporciona la completud anhelada.
Sin embargo, lejos de lo que pudiera parecer, no es ésta una postura cínica acerca del amor; por el contrario, considero que el amor es uno de los motores más importantes de la vida. Y, para no caer en confusiones, digamos que sostener que la sensación de completud que el amor genera es engañosa, no implica afirmar que el amor no pueda ser un sentimiento verdadero.
Pero no nos apresuremos. Ya iremos recorriendo el camino que nos lleve a pensar con mayor detenimiento qué cosa es el amor. Porque no todos decimos lo mismo cuando hablamos del amor.
Como irán descubriendo a lo largo de estas páginas, los analistas estamos mucho más cerca de Borges que de Platón. Y pienso en ese hermoso párrafo que aparece en
Historia de la eternidad
en el cual Borges cita a Lucrecio y le hace decir lo siguiente:
«Como el sediento que en el sueño quiere beber y agota formas de agua que no lo sacian y perece abrasado por la sed en medio de un río: así Venus engaña a los amantes con simulacros, y la vista de un cuerpo no les da hartura, y nada pueden desprender o guardar, aunque las manos indecisas y mutuas recorran todo el cuerpo. Al fin, cuando en los cuerpos hay presagio de dichas y Venus está a punto de sembrar los cuerpos de la mujer, los amantes se aprietan con ansiedad, diente amoroso contra diente; del todo en vano, ya que no alcanzan a perderse en el otro ni a ser un mismo ser.»
Es impactante ver cómo la fuerza de la poesía puede embellecer tanto una idea que, no lo neguemos, suena bastante desalentadora, ésta de que el amor genera sensaciones engañosas y de que la completud no existe.
Y con esta premisa, como les decía, empezamos a andar ya por el camino del psicoanálisis, y en este derrotero nos van a acompañar algunos conceptos, uno de los cuales, por ejemplo, les va a sonar familiar porque es casi de uso cotidiano, y es el concepto de Inconsciente.
¿Qué es el Inconsciente?
Recuerdo que cuando pronuncié el término «inconsciente» en aquel primer encuentro, percibí que la mayoría de los concurrentes asentían, como dando a entender que sabían de lo que estábamos hablando, pero me permití dudarlo por un segundo y, como si fuera un juego de asociación libre, les pedí que dijeran lo primero que se les viniera a la mente acerca de lo que les sugería esa palabra:
—
Olvido
.
—
Dolor
.
—
Que no es consciente
.
—
Represión
.
Esta última idea provenía, obviamente, de alguien ya ligado al ámbito de la psicología, más exactamente de una alumna de la Universidad de Buenos Aires. Y hubo quien agregó:
—Es como alguien que vive dentro de nosotros y nos hace hacer cosas que no queremos hacer… un extraño.
¿Se dan cuenta de cuántas cosas surgen en nuestro imaginario a la hora de pensar qué es el Inconsciente? Y debo decir que, de alguna manera, el Inconsciente es todo eso que dijeron, y mucho más.
No es fácil intentar transmitir un concepto tan complejo con palabras sencillas, pero vamos a intentarlo. Para lo cual pido la ayuda del lector para realizar un pequeño ejercicio; simplemente que, en este mismo instante, piense cuál es su segundo nombre, pregunta que en aquella ocasión le hice a una joven que estaba ubicada en la primera mesa. Me respondió que su segundo nombre era Denise.
Alguien había sugerido que el Inconsciente era aquello que no es consciente. Bien, hasta que yo les pedí que pensaran en su segundo nombre, esa palabra «Denise», en nuestro ejemplo, no estaba en su consciencia, lo cual quiere decir que entonces era inconsciente. Pero ¿ése es el concepto de Inconsciente para el psicoanálisis?
La respuesta es sí y no, porque no hay una sola teorización acerca de lo que es el Inconsciente. Por el contrario, hay tres momentos en la teoría psicoanalítica que determinan tres modos bien distintos de concebirlo.
El primero de ellos tiene que ver con esta idea de que es inconsciente lo que no está en la consciencia y es el ejemplo del nombre Denise. Hasta que yo formulé la pregunta, no estaba en su consciencia y entonces era, al menos por el momento, inconsciente. Y podemos deducir que, según esta Concepción, el inconsciente sería algo así como una alacena de la cual podemos sacar su contenido con el solo esfuerzo de ir a buscarlo.
Bueno, ahí tenemos lo que los analistas llamamos Inconsciente Descriptivo, un lugar en donde está aquello que es inconsciente sólo por el hecho de no estar en la consciencia, pero que puede hacerse consciente no bien le prestamos la atención necesaria. Esto es lo que técnicamente se llama «Preconsciente» y es la primera formulación freudiana del Inconsciente.
Tienen que saber que en psicoanálisis, la teoría guía la práctica clínica, es decir que los conceptos en los que nos basamos los analistas no son algo menor, porque a partir de ellos pensamos a los pacientes y establecemos una dirección para esa cura en particular. ¿Por qué les digo esto?
Porque en esa época en la cual se pensaba en un Inconsciente que podía ser traído de nuevo a la consciencia, como en el caso del segundo nombre, el psicoanálisis se constituye como «el arte de hacer consciente lo inconsciente» y en esa dirección avanzaba el tratamiento. Que el paciente recordara, que trajera a su memoria una vivencia olvidada, que la hiciera consciente y entonces estaría curado. Y no es así, aunque aún hoy muchos profesionales, incluso, confundan con eso al psicoanálisis.
Pero lo cierto es que ése fue apenas un primer ideal de Freud que estaba enamorado de la técnica que iba descubriendo y, como todo enamorado en su primera etapa, se hacía ilusiones demasiado grandes acerca del objeto de su amor. Pero, no bien avanzó un poco, comprendió que el asunto era bastante más complicado que eso.
¿Y cómo se fue dando cuenta de esto? Porque empezó a percibir que había recuerdos que se resistían a volver, como si alguna fuerza los retuviera presos en un lugar inaccesible para el pensamiento, o como si desde la consciencia misma se levantara una barrera para no dejarlos pasar. Dedujo, entonces, la existencia de una resistencia a la posibilidad de retorno de esos recuerdos. Y es aquí donde descubre la existencia de un Inconsciente de otro tipo, diferente, más difícil de ser traído a la consciencia, y la cosa empieza a complicarse.
En uno de sus primeros textos ya había anticipado claramente esta idea, pero como suele ocurrir en análisis, es probable que ni él mismo hubiera podido escuchar la importancia de lo que estaba diciendo.
El texto al que hago referencia se llama «Las Neuropsicosis de Defensa» y, aunque no pretendo apelar a conocimientos académicos de los lectores, me parece honesto definir desde qué lugar estoy hablando, porque si no, el discurso se instala con la prepotencia de quien está transmitiendo una verdad revelada, y no es ésa mi intención. Por el contrario, muchos de ustedes van a encontrar diferencias entre los conceptos que aquí se despliegan y sus ideas o creencias. Tienen derecho a hacerlo.