En Silencio (88 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: En Silencio
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Tres veces había estado en los malditos servicios, ya que era en ellos donde la mayoría de las veces se cocía cualquier desmán. En la Malzmühle, sin embargo, por lo que parecía, sólo se cocía cerveza, y ésta era devuelta al eterno ciclo de la materia una escalera más abajo.

Entonces había llegado ese hombre al que se le conocía con el nombre de
Köbes
[14]
, y había hecho una pregunta de fuerza poética shakespeariana.


Two beer or not to beer?

Tenían sentido del humor esos colonenses, si bien era un humor muy curioso. Clinton estaba entusiasmado. El camarero le preguntó qué quería comer y el presidente pidió un típico
Sauerbraten
renano
[15]
. Guterson se contuvo y bebió un sorbo de su agua. Kornblum, aunque estaba hambriento, no quiso unirse a Clinton y malinterpretó otra especialidad de la ciudad al creer que su nombre era
Himmel auf
Erden
(el cielo en la tierra, la gloria misma); sin embargo, lo que le sirvieron en realidad fue una masa fofa hecha a partir de manzanas y patatas, coronada por una longaniza de color negruzco y marrón que parecía la viva expresión de la actividad intestinal de un doberman. Con el correspondiente desconcierto, Kornblum comenzó a hurgar en aquella curiosa composición.

—Esta cerveza sabe muy bien —le dijo Clinton a Kornblum—. A mí me parece estupenda, ¿a usted no?

—¿Por qué no la importa? —le propuso Kornblum.

—Es una buena idea, John.

Hablaron de todo lo humano y lo divino y se contaron algunos chistes. Cuando Kornblum, riendo, se levantó para ir al baño, Clinton le dijo a Guterson:

—¿Se ha ocupado usted de que el asunto se mantenga en secreto, no es así? El canciller y yo consideramos que es un asunto de máxima prioridad.

Guterson asintió. La conversación telefónica de Clinton y Schróder no había arrojado ninguna nueva luz sobre el asunto, pero ambos estadistas habían coincidido en la opinión de no querer tratar el tema en público. Él mismo se había puesto de acuerdo varias veces con Lex. Entretanto, la teoría del componente relacionado con el IRA se tambaleaba. Más bien parecía cosa de serbios, y posiblemente también su gobierno. Estaba en marcha una búsqueda febril del láser.

—¿Qué le han contado en realidad los alemanes a sus hombres? —preguntó Clinton—. Usted tiene que haberles dado un motivo.

—Nada —dijo Guterson—. Ellos buscan un láser, pero nadie les ha dicho el trasfondo de la cuestión.

—¿Y es ésa una posición realista? —preguntó Clinton frunciendo el ceño.

—¿Mantener algo así en secreto? —Guterson se encogió de hombros—. Podemos mantener en secreto cualquier cosa.

—¿No fueron unos académicos los que averiguaron lo del láser? —preguntó Clinton—. ¿Un profesor?

—No tiene la menor importancia. Podemos llevar al trote a un millón de personas si fuera preciso, y ocuparnos de que ninguna de ellas abra la boca. Me preocupan otras cosas.

—A ver, explíquémelo.

—Un segundo intento, por ejemplo —dijo Guterson discretamente—. Mientras ese láser esté por ahí, puede ser peligroso para usted.

—Es posible —Clinton bebió el resto de su
kölsch
—. Mire usted, Norman, sobre ese tema, he recordado una cita muy apropiada. ¿Conoce usted a Chaikovski?

—No.

—Es un compositor ruso. A Boris le gusta escucharlo. —Clinton rió irónicamente—. ¿Sabe lo que dijo?

«Claro que no —pensó Guterson—, ¿cómo voy a saberlo?»

—¿Qué dijo?

—«No se puede ir por la vida de puntillas a causa del miedo a la muerte.» Está bien, ¿no le parece? Me gusta mucho. —El presidente se cortó un buen trozo de su carne y se la metió en la boca—. De modo que… —dijo mientras masticaba—,… sea usted tan amable y haga todo lo necesario para que yo no me vea obligado a caminar de puntillas.

WAGNER

Necesitaron grandes cantidades de agua para reanimar al agente. Durante un momento, Wagner temió que su corazón se hubiese parado, pero luego el hombre abrió los ojos de par en par. Le dieron de beber y Jana esperó a que hubiera recuperado un poco sus fuerzas.

—¿Puede levantarse? —le preguntó.

El hombre hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Ya verá —le dijo Jana—. Al final podrá incluso caminar. Sólo un par de pasos, ya que, de lo contrario, le pegaré un tiro. ¿Lo ha entendido?

—Necesito un médico —gimió el agente.

—Tendrá su médico. La cuestión sobre si podrá seguir viviendo o no, la puede responder usted mismo. Ha perdido, desde cualquier ángulo que lo mire. Mirko lo ha traicionado, lo ha metido en la boca misma del infierno. Nosotros somos su única esperanza. —Jana hizo una pausa—. O su muerte. Puede escoger. ¿Va a ayudarnos?

El hombre vaciló. Miró el sitio donde antes había estado su mano y tragó con violencia. Luego asintió.

—Bien. Intente levantarse.

En los últimos minutos, las circunstancias dentro de la nave habían cambiado de un modo singular. Jana ya no mantenía al grupo en jaque con sus armas. Wagner intentaba ocultar su rechazo de tener que hacer cosas en combinación con la terrorista, pero ésa prometía ser la única solución. Claro que podían esperar hasta que alguien de la policía diera en algún momento con la empresa de transportes. Sin embargo, los estruendos y los tableteos del asalto no la habían atraído hasta el lugar. Hasta que alguien llegara, ese demonio de Mirko podía haber acabado con la vida de todos ellos. Ni siquiera sabían si el hombre disponía de otros refuerzos, si estaba solo o si se dispondría a resolver sus problemas con la ayuda de un nuevo comando.

¡Tenían que actuar! No había otra alternativa a esa extraña alianza que habían acordado.

Si todo salía bien, Jana podría escapar. Ella y O'Connor habían forjado un plan, y era lo suficientemente descabellado como para que funcionara. La idea de dejar escapar a la mujer, le provocaba cierto malestar físico a Wagner. Vio en el suelo a Kuhn, que había perdido la conciencia, y pensó en la forma en que lo habían dejado. Sólo por él no podían esperar más. Tenía que ir a un hospital cuanto antes. Era obvio que tenía algunas lesiones internas. Si no lo atendían pronto, moriría. Era consciente de ello aunque no pudiera diagnosticar su estado desde un punto de vista médico. Era, sencillamente, una intuición. También Silberman necesitaba atención médica, pero este último, por lo menos, estaba consciente y no se debilitaría tan pronto.

Vio a O'Connor y al corresponsal, atareados con los preparativos, y pensó en la tarea que tenía todavía por delante.

Una parte del plan se basaba en la idea de que Mirko, probablemente, no supiera quiénes estaban realmente en la nave. Habían reconstruido brevemente los acontecimientos. No podía haber visto a Wagner. A partir de ello, concibieron unos pasos que le causaban más repugnancia a Wagner que la propia Jana, pero Kika estuvo de acuerdo. Sólo las circunstancias eran repulsivas; el plan, sin embargo, era bueno, y neutralizar a Mirko era la única manera correcta de proceder. Si es que lo conseguían. Era arriesgado y podía costarle la vida. Una vez más, Wagner se asombró de lo poco que sentía ante todo esto. En lugar de enloquecer a causa del miedo, pensó en ciertos detalles: en las raspaduras en las muñecas de Kuhn, provocadas por las esposas. Jana, finalmente, lo había liberado del tubo; lo único por lo que Wagner se mostró agradecida con ella, por lo menos en aras de la causa común. Kika cavilaba sobre otros detalles: si entendería todo lo que Jana intentaba explicarle; si sería lo suficientemente rápida. Había pasado un cuarto de hora desde el asalto. ¿Insistiría Mirko en permanecer al acecho el tiempo suficiente?

Luego, en medio de todo aquello, le vino a la mente una nueva idea.

¿Estaría Mirko todavía ahí fuera?

Durante todo el tiempo, habían partido de esa idea porque Jana así lo había dicho. Pero ¿qué pasaría si Jana se equivocaba? Desde que Mirko había salido corriendo de la empresa, no habían vuelto a ver ni oír nada más de él. No había ninguna prueba de su presencia.

Kika miró el reloj. Era inquietante comprobar cuántas cosas habían ocurrido en tan poco tiempo y lo poco que calaba en ella todo eso.

«Estábien así», pensó.

—Kika —dijo la terrorista, utilizando para ello su nombre de pila. Ni siquiera tenía derecho para hacer eso, pero Wagner no tenía ningunas ganas de tomarla con ella por ese motivo—. Ven conmigo a la parte trasera.

Ella vaciló. Luego miró hacia donde estaba O'Connor. El físico alzó la cabeza y sonrió. Su sonrisa le transmitió calor y le prometió protección. Pero ella creyó reconocer algo más. Por espacio de un segundo, se sintió feliz y ligera. Todo saldría bien.

Fue con Jana hasta la sala de ordenadores. Los televisores seguían encendidos, pero sin el volumen, mientras que los receptores de radio chirriaban de un modo casi imperceptible. Jana la instruyó con palabras breves y precisas y, de pronto, todo lo que la terrorista le dijo a Wagner perdió su dosis de horror. En realidad, parecía ser bastante fácil.

—No te engañes —dijo Jana—. Tienes que observar con detenimiento.

—¿Y qué pasa si no funciona?

—En ese caso funcionará la otra variante.

Kika asintió. Respondiendo a un impulso repentino, dijo:

—¿Por qué haces todo esto?

Jana levantó la vista del escritorio de Gruschkov y la miró a los ojos.

—¿Qué cosa? ¿Matar?

—Si hubieras conseguido asesinar a Clinton, ¿qué hubieses alcanzado con eso? ¿Más muertes y más violencia? Tú te arrogas el derecho de poner fin a una vida, de matar a personas que no te han hecho nada, ¿por qué? ¡Quisiera saber qué tipo de persona eres, Jana!

—No quieres saberlo —dijo Jana fríamente—. Tú querrías saber qué clase de bestia soy. Qué variedad de monstruo. Tú ya has emitido un juicio, y cualquier explicación sería una pérdida de tiempo, así que, dejémoslo.

Jana caminó hacia la puerta.

—¿No tienes nada más que ofrecer? —preguntó Kika.

Entonces la terrorista se detuvo y se dio la vuelta hacia ella.

—¿A qué viene eso ahora? —preguntó burlonamente—. ¿Una conversación de mujer a mujer?

—Yo quiero saber por qué le has hecho todo eso a Kuhn.

—Fue Gruschkov quien le propinó esos golpes a Kuhn. Es posible que yo hubiera sacrificado la vida de Kuhn para salvar la mía. Eso lo admito. Pero nunca me propuse hacerle eso; detesto torturar a las personas. Puedes creerme o no.

—No —dijo Wagner—. Tienes razón, no me trago tu historia. A ti te importa un bledo la vida.

La mujer la miró con sus grandes ojos oscuros. Wagner había esperado encontrar ira en ellos, pero no pudo leer en esos ojos ningún sentimiento conocido. Estaba contemplando la superficie de otro universo.

—Yo crecí en Belgrado —dijo la terrorista—. Una ciudad muy bella. ¿Estuviste allí alguna vez? Si miras desde los puentes a los edificios hacia el final del verano, puedes ver sobre ellos una luz muy particular. Pero esos puentes, probablemente, hayan sido destruidos. Siempre aprendimos muy bien quiénes no éramos, hasta que llegó Milosevic. Anteriormente, sólo éramos una costilla en el torso de la Unión Soviética. Pero luego nos enteramos de quiénes podíamos ser si no nos hubieran quitado siempre todo lo que nos quitaron. Mis padres no se interesaban por la mitología, y por eso los desprecié. Yo quería hacer algo. Luchar. No contra los seres humanos, sino por ellos. Por eso solicité que me adiestraran en cuestiones de armamentos, técnicas de combate, ejercicios de tiro, todo eso. Yo no pretendía asesinar, ¿me entiendes? Sólo quería estar fuerte y pertrechada porque amaba a mi país. De niña, iba a visitar muy a menudo a mis abuelos en la región de Krajina… ¿Conoces la Krajina?

Wagner guardó silencio.

—Claro que no la conoces. No conoces nada acerca de mi país. Ésos fueron los mejores años. Mis abuelos jamás se preocuparon sobre si era correcto o no vivir en algún lugar. Serbia había ocupado los antiguos territorios hereditarios, la Eslavonia occidental y la Krajina, y ellos, sencillamente, vivían allí. Pero los croatas empezaron a reclamar esos territorios y, en el año 1995, atacaron. Echaron a los serbios del país. El mundo miró fugazmente hacia allí y no amenazó esa vez con bombardear, aunque habían desterrado a doscientas mil personas como si fuesen ganado, y muchas fueron masacradas. Mi madre estaba pasando una temporada allí por esa fecha. Ella y mi abuela fueron fusiladas por militares croatas. —Jana hizo una pausa—. Yo no pude hacer nada. No pude disculparme con mi madre por mi desprecio, y mi padre se ahorcó porque no supo soportarlo.

Jana pareció estar de pronto mirando en su interior.

—Pensé que si evitaba en Kosovo lo sucedido en la Krajina, estaría haciendo algo positivo. Con mi carrera y mi formación militar, me acogieron de buena gana entre los paramilitares. Pero éstos no hacían nada diferente de lo que hacían los croatas. Yo quería justicia, no limpiezas étnicas. Vivíamos como príncipes y actuábamos como bárbaros. De modo que decidí crear una oposición armada que lo mejorase todo. Algo así como una OLP o un IRA moderados, que luchara de forma encauzada, sin cometer genocidios. Para ello necesitaba dinero. Yo era una excelente tiradora, y pensé que si aceptaba un par de encargos, cualquiera que fuesen, podía financiar mis propósitos. Realicé un trabajo para el Mossad, maté en Siria a un industrial; liquidé en Rusia a un general. Ese tercer encargo fue como si abriera una puerta de golpe. El negocio comenzaba a ser lucrativo, me convertí en una mujer rica; y entonces Milosevic inició una guerra. Hubo un tiempo en que había amado a mi país, pero ya en ese momento había perdido toda la fe. No hice nada. ¿Qué podía cambiar yo con mi pequeño ejército?

Wagner la escuchaba y se sintió como encadenada en contra de su voluntad.

—De modo que seguiste siendo lo que eras —dijo Kika, con tono desdeñoso—. Una asesina a sueldo.

—La mejor. Había fracasado en los ideales, pero era de un grupo muy selecto. Soy una mujer inmensamente rica, muchachita. La vida no era nada mala, pero, en cambio, tenía muy poco sentido.

—¿Y la muerte de Clinton habría cambiado eso?

—Me habría liberado.

—¡Dios mío! —Wagner hizo un gesto negativo con la cabeza—. Te lo crees realmente. ¿Por qué me has contado todo esto?

—No te lo he contado a ti. —Jana parecía meditar; una sonrisa se dibujó en su rostro—. Por cierto, detesto a Sonja. Sonja Cosic, ése es mi nombre.

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