En el principio fue la línea de comandos (15 page)

BOOK: En el principio fue la línea de comandos
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Aunque Linux me vale a mí y a muchos otros usuarios, su potencia y generalidad son su talón de Aquiles. Si uno sabe lo que está haciendo, puede comprar un PC barato de cualquier tienda de ordenadores, tirar los discos de Windows que lleva incluidos y convertirlo en un sistema Linux de desconcertante complejidad y potencia. Puede enchufarlo a otros doce ordenadores Linux y convertirlo en parte de un ordenador paralelo. Puede configurarlo de tal modo que cien personas diferentes puedan entrar en él a través de Internet, por vía de otras tantas líneas de módem, tarjetas Ethernet,
sockets
TCP/IP, y enlaces de
packet radio
.
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Puede unirlo a media docena de monitores diferentes y jugar a DOOM con alguien en Australia mientras sigue a satélites de comunicaciones en órbita y controla las luces y termostatos de casa y la grabación en directo de su webcam y navegar en Internet y diseñar circuitos en las demás pantallas. Pero la potencia y complejidad del sistema —las cualidades que lo hacen tan enormemente superior en el aspecto técnico a los demás sistemas operativos— a veces hacen que parezca demasiado formidable para el uso cotidiano.

A veces, en otras palabras, sólo quiero ir a Disneylandia.

Mi sistema operativo ideal sería uno que tuviera una interfaz gráfica bien diseñada, que resultase fácil de instalar y usar, pero que incluyera ventanas de terminal desde las que pudiera regresar a la interfaz de línea de comandos, y ejecutar software GNU, cuando tuviera que hacerlo. Hace unos cuantos años, Be Inc. inventó exactamente ese sistema operativo. Se llama BeOS.

Etre

Muchas personas en el negocio de los ordenadores lo han pasado mal para vérselas con Be, Incorporated, por el simple motivo de que no parece tener ningún sentido. Se fundó a finales de 1990, lo cual lo hace más o menos contemporáneo de Linux. Desde el principio se ha dedicado a crear un nuevo sistema operativo que es, por su diseño, incompatible con todos los demás (aunque, como veremos, es compatible con Unix en algunos aspectos muy importantes). Si una definición de
celebridad
es la de alguien que es famoso por ser famoso, entonces Be es una anticelebridad. Es famoso por no ser famoso; es famoso por estar condenado. Pero lleva condenado muchísimo tiempo.

La misión de Be podría tener más sentido para los hackers que para otra gente. Para explicar la razón tengo que exponer el concepto de
cruft,
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que para los que escriben código es casi tan aberrante como una repetición innecesaria.

Si han estado en San Francisco habrán visto viejos edificios que han sido sometidos a actualizaciones sísmicas, lo cual frecuentemente significa que se han erigido grotescas superestructuras de acero moderno alrededor de edificios construidos, por ejemplo, en un estilo clásico. Cuando lleguen nuevas amenazas —si tenemos otra Era Glacial, por ejemplo —podrán construirse capas adicionales de tecnología todavía más alta, a su vez, alrededor de estas, hasta que el edificio original sea como una reliquia en una catedral —un pedazo de hueso amarillento incrustado en media tonelada de un bonito amasijo decorativo.

Se pueden tomar medidas análogas para hacer que viejos sistemas operativos renqueantes sigan funcionando. Se hace todo el tiempo. Remendar un viejo sistema operativo desgastado debiera verse simplificado por el hecho de que, a diferencia de los viejos edificios, los sistemas operativos no tienen ningún mérito estético o cultural que les haga intrínsecamente dignos de salvarse. Pero en la práctica no funciona así. Si trabajan con un ordenador, probablemente hayan personalizado su escritorio, el entorno en el que se sientan a trabajar cada día, y se han gastado mucho dinero en software que funciona en ese entorno, y han dedicado mucho tiempo a familiarizarse con el modo en que todo funciona. Esto lleva mucho tiempo, y el tiempo es dinero. Como ya mencioné, el deseo de simplificar las interacciones con las tecnologías complejas a través de la interfaz, y de rodearse de enanitos de jardín y figuritas de Lladró virtuales, es natural y omnipresente —presumiblemente una reacción contra la complejidad y formidable abstracción del mundo informático—. Los ordenadores nos dan más opciones de las que realmente queremos. Preferimos elegir una sola vez, o aceptar la configuración por defecto que nos dan las compañías de software, y dejar las cosas tranquilas. Pero cuando un sistema operativo se cambia, todo se desmadra.

El usuario medio de ordenador es un anticuario tecnológico al que realmente no le gusta que las cosas cambien. Es un profesional urbano que acaba de comprarse un precioso chalet adosado y está poniendo los muebles y la decoración, y reorganizando las alacenas, de tal modo que todo esté bien. Si es necesario que una banda de ingenieros hurguen en el sótano reforzando los cimientos para que puedan soportar la nueva bañera de hierro con patas, metiendo nuevos cables y tuberías en las paredes para instalar electrodomésticos modernos, bueno, que así sea —los ingenieros son baratos, al menos cuando millones de usuarios de sistemas operativos se reparten el coste de sus servicios.

Igualmente, a los usuarios de ordenador les gusta tener el último Pentium, y poder navegar por la red, sin alterar las cosas que les hacen sentir como si supieran qué demonios está pasando. A veces esto resulta posible, de hecho. Añadir más RAM al sistema es un buen ejemplo de una actualización que probablemente no estropee nada.

Por desgracia, muy pocas actualizaciones son así de pulcras y sencillas. Lawrence Lessig, que fue durante un tiempo Maestro Especial en el pleito antimonopolio del Ministerio de Justicia contra Microsoft, se quejaba de que había instalado Internet Explorer en su ordenador, y al hacerlo había perdido toda su lista de páginas favoritas (su lista personal de señales que usaba para navegar por el laberinto de Internet). Era como si hubiera comprado un nuevo juego de llantas para su coche y luego, al marcharse del taller, descubriera que, debido a algún inescrutable efecto colateral, todas las señales y mapas de carreteras del mundo hubieran sido destruidos. Si es como la mayoría de nosotros, habría gastado un montón de esfuerzo en compilar esa lista de favoritos. Este es sólo un pequeño ejemplo del tipo de problema que pueden provocar las actualizaciones. Los sistemas operativos viejos y desvencijados tienen valor en el sentido básicamente negativo de que los nuevos nos hacen desear no haber nacido.

Todos los apaños y remiendos que tienen que hacer los ingenieros para proporcionarnos los beneficios de la nueva tecnología sin forzarnos a pensar en ello, o a cambiar nuestras costumbres, producen un montón de código que, con el tiempo, se convierte en un gigantesco pegote de chicle, engrudo, hilo de embalaje y cinta aislante que rodea a todo sistema operativo. En la jerga de los hackers, se llama
cruft
. Un sistema que tiene muchas, muchas capas se describe como
crufty
, «cruftoso». Los hackers detestan hacer las cosas dos veces, pero cuando ven algo cruftoso, su primer impulso es arrancarlo, tirarlo y empezar de nuevo.

Si Mark Twain volviera a San Francisco hoy y estuviera en uno de estos viejos edificios sísmicamente restaurados, le parecería igual, con todas las puertas y ventanas en el mismo sitio: pero si saliera a la calle, no lo reconocería. Y —si hubiera vuelto con su ingenio intacto— podría cuestionar si había merecido tomarse tanta molestia para salvar ese edificio. En algún momento, hay que hacerse la pregunta: ¿merece la pena, o deberíamos derribarlo y levantar uno bueno? ¿Deberíamos poner otra ola humana de ingenieros a estabilizar la Torre Inclinada de Pisa, o deberíamos sencillamente dejar que la dichosa torre se caiga y construir una que no esté mal hecha?

Como la restauración de un viejo edificio, el
cruft
siempre parece una buena idea cuando se ponen las primera capas —sólo es mantenimiento rutinario, una gestión sólida y prudente—. Este resulta especialmente cierto cuando (por así decir) nunca se baja al sótano, ni se mira detrás del encofrado. Pero cuando eres un hacker que se pasa todo el tiempo mirando las cosas desde ese punto de vista, el
cruft
es fundamentalmente asqueroso, y no puedes evitar querer sacarlo a golpe de escoplo. O, mejor aún, sencillamente salir del edificio —dejar que la Torre Inclinada de Pisa se caiga— y ponerse a construir una nueva
que no se incline
.

Durante mucho tiempo, resultaba obvio a Apple, a Microsoft y a sus clientes que la primera generación de sistemas operativos con interfaz gráfica estaba condenada, y que acabarían por ser desechada en favor de sistemas completamente nuevos. A finales de los ochenta y principios de los noventa, Apple realizó unos cuantos esfuerzos estériles para crear nuevos sistemas operativos posteriores a MacOS, tales como Pink y Taligent. Cuando estos esfuerzos fallaron, realizaron un nuevo proyecto llamado Copland, que también falló. En 1997 coquetearon con la idea de adquirir Be, pero en vez de eso adquirieron NeXT, que tiene un sistema operativo llamado NextStep que es, de hecho, una variante de Unix. A medida que estos esfuerzos se sucedían y fracasaban, uno detrás de otro, los ingenieros de Apple, que eran de los mejores en la profesión, no dejaban de añadir capas de
cruft
. Estaban tratando de convertir la pequeña tostadora en una máquina multitarea y apta para Internet, y les salió sorprendentemente bien durante cierto tiempo: algo así como el héroe de una película que cruza un río en la selva saltando sobre los lomos de los cocodrilos. Pero en el mundo real los cocodrilos terminan por acabarse, o bien pisas a uno realmente listo.

Hablando de ello, Microsoft abordó el mismo problema de un modo considerablemente más ordenado, creando un nuevo sistema operativo llamado Windows NT, que está explícitamente pensado para ser un competidor directo de Unix. NT quiere decir
New Technology
, «Nueva Tecnología», lo cual podría leerse como un rechazo del cruft. Y de hecho NT tiene la reputación de ser mucho menos cruftoso de lo que acabó siendo MacOS; en un momento dado, la documentación necesaria para escribir código en el Mac llenaba algo así como 24 carpetas. Windows 95 era, y Windows 98 es, cruftoso porque tienen que ser retroactivamente compatibles con los anteriores sistemas operativos de Microsoft. Linux trata con el problema del cruft del mismo modo en que los esquimales trataban con sus jubilados: si insistes en usar viejas versiones de software Linux, antes o después acabarás por encontrarte flotando por el Estrecho de Bering en un iceberg cada vez más pequeño. Pueden permitírselo porque la mayor parte del software es gratuito, así que no cuesta nada descargarse versiones actualizadas, y la mayor parte de los usuarios de Linux son morlocks.

La gran idea detrás de BeOS fue partir de una hoja de papel en blanco y diseñar un sistema operativo del modo correcto. Y eso es exactamente lo que hicieron. Esto era obviamente una buena idea desde el punto de vista estético, pero no es un buen plan de negocios. Algunas personas que conozco en el mundo GNU/Linux están molestos con Be por haber emprendido esta aventura quijotesca cuando sus formidables capacidades podían haber contribuido a extender Linux.

De hecho, no tiene ningún sentido hasta que uno recuerda que el fundador de la compañía, Jean-Louis Gassée, es de Francia —un país que durante muchos años mantuvo su propia versión separada e independiente de la monarquía inglesa en la corte de St. Germain, con cortesanos, ceremonias de coronación, religión estatal, y política exterior—.

Ahora, la misma fastidiosa pero admirable testarudez que nos dio a los jacobinos, la
force de frapp
e, el Airbus y las señales de Arrêt en Quebec, nos ha dado un sistema operativo realmente chulo. ¡Me cisco en vosotros, perros anglosajones!

Crear completamente un sistema operativo a partir de la nada, sencillamente porque ninguno de los existentes era exactamente adecuado, me pareció un acto de tal chulería que me vi compelido a apoyarlo. Me compré un BeBox en cuanto pude. El BeBox era un ordenador de procesador dual, con chips de Motorola fabricados específicamente para ejecutar el BeOS; no podía ejecutar ningún otro sistema operativo. Por eso lo compré. Sentí que era un modo de quemar las naves. Su característica más distintiva son dos pilotos en el panel frontal que suben y bajan como tacómetros para dar la sensación de lo duro que está trabajando cada procesador. Me pareció elegante, y además, calculé que en cuanto la compañía quebrara en unos poco meses, mi BeBox sería un valioso objeto de coleccionista.

Han pasado dos años y estoy escribiendo esto en mi BeBox. Los pilotos (
Das Blinkenlights
, como los llaman en la comunidad Be) parpadean alegremente junto a mi codo derecho mientras pulso las teclas. Be, Inc. sigue en activo, aunque dejaron de fabricar BeBoxes casi inmediatamente después de que yo comprara el mío. Tomaron la triste pero probablemente bastante acertada decisión de que el hardware era mal negocio, y se llevaron el BeOS a Macintosh y a clones del Mac. Puesto que estos usan el mismo tipo de chips Motorola que usaba el BeBox, no resultó especialmente difícil.

Muy poco tiempo después, Apple estranguló a los fabricantes de clones del Mac y restauró su monopolio del hardware. Así que durante un tiempo Apple fabricó los únicos nuevos ordenadores que podían ejecutar BeOS.

A estas alturas Be, como Spiderman con su sentido arácnido, había desarrollado un agudo sentido de cuándo iban a aplastarlo como a un bicho. Incluso aunque no lo hubieran tenido, la idea de depender de Apple —tan frágil y sin embargo tan letal— para seguir existiendo hubiera espantado a cualquiera. Emprendiendo su propia aventura de salto de cocodrilos, trasladaron el BeOS a chips de Intel (los mismos chips que usan los ordenadores de Windows). Y justo en el momento adecuado, cuando Apple lanzó su nuevo hardware, basado en el chip G3 de Motorola, mantuvieron en secreto los datos técnicos que los ingenieros de Be habrían necesitado para ejecutar el BeOS en aquellos ordenadores. Esto habría matado a Be como una bala entre ceja y ceja, de no haber dado ya el salto a Intel.

Así que ahora el BeOS se puede ejecutar en una gama increíblemente variada de hardware: BeBoxes, viejos Macs y huérfanos clones del Mac y ordenadores Intel para uso con Windows. Por supuesto estos últimos son ubicuos y sorprendentemente baratos hoy en día, así que pareciera que los problemas de hardware de Be han llegado a su fin. Algunos hackers alemanes incluso han creado un sustituto de
Das Blinkenlights
: es un circuito que se puede enchufar a máquinas compatibles con PC que ejecuten BeOS. Lleva los pilotos en forma de tacómetro que habían sido una característica tan popular del BeBox.

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