En busca de la Atlántida (34 page)

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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

BOOK: En busca de la Atlántida
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La mujer asintió y sonrió de nuevo. Alzó ambas manos y usó el meñique para contar los huecos entre los dedos de la otra hasta llegar a ocho.

Nina se dio cuenta de la importancia de la forma de sus manos, ya que los meñiques se tocaban cuando acabó de contar.

—El circunflejo representa ocho huecos. Por lo que el nueve se representa mediante un circunflejo más uno, lo que significa que… —Señaló la lista que habían hecho las mujeres, en la que había un único punto seguido de dos circunflejos—. Eso es diecisiete, uno más ocho más ocho. Pero mira, no representan el dieciséis con dos circunflejos, sino con ocho puntos y un circunflejo. Es como si «llenaran» los huecos entre los dedos, y cada vez que lo hacen, la siguiente cifra es el número de manos completas de ocho que tienen, más uno.

—No es una progresión lineal —dijo Kari, que había entendido el sistema.

—No me extraña que no pudiéramos resolver el rompecabezas del templo, ¡estábamos usando el sistema equivocado! ¡Es una especie de híbrido extraño entre el sistema notacional y el posicional!

—En cristiano, Doc —gruñó Chase.

—Vale, vale… En nuestro sistema, añadimos una nueva columna cada vez que multiplicamos por diez, ¿no? Decenas, centenares, millares… Es una progresión regular. Pero en su sistema, que parece ser el mismo que el atlante, los nuevos símbolos que vimos en la sala del rompecabezas no se introducen con la misma progresión regular, sino que «llenan los huecos»… —Alzó las manos con los dedos abiertos—, por así decirlo. Si usaran la base ocho habitual, el siguiente símbolo, el circunflejo, ese sombrerito…

—Sí, ya sé lo que es un circunflejo, Doc —la interrumpió Chase, molesto.

—Perdón. Representaría ocho en un sistema normal de base ocho. Pero no es así, representa el ocho pero no aparece hasta que no tenemos ocho más uno. Y el símbolo que viene después, la «L» inclinada, en una base ocho representaría el sesenta y cuatro. Pero como se trata de una progresión acumulativa, más que lineal, en la que no avanzamos hasta que no hemos llenado los huecos entre los dedos…

—Se usa después de ocho grupos de ocho más ocho —prosiguió Kari, que señaló, emocionada, los grupos pertinentes de símbolos del inventario.

—¡Exacto! Y la primera vez que se usa es en ocho grupos de ocho, más ocho… y luego más uno. O…

—¡Setenta y tres! —exclamaron ambas al unísono.

—¿Como el número de estatuas? —preguntó Chase, que frunció el ceño como si tuviera un nuevo dolor de cabeza que añadir al resto de los dolores.

—¡Sí! ¡Por supuesto! ¡Por eso Platón dijo que había cien! Fue una mala interpretación del sistema numérico atlante que ha ido sobreviviendo a lo largo de los siglos. En su sistema, es el equivalente de cien, cuando se usa el tercer dígito, pero no es decimal ni de base ocho. Es un sistema totalmente único.

—Sin embargo, Qobras no lo sabrá —señaló Kari—. Lo que significa que cuando convierta las cifras latitudinales del mapa en unidades modernas, no serán exactas.

Nina visualizó el mapa del templo.

—¡No, se equivocarán y de mucho! Ellos creían que el circunflejo tenía un valor de nueve, y que un circunflejo más un punto era diez. No obstante, un circunflejo más un punto son nueve. Sus datos son erróneos, ¡por uno! Creían que el cabo de Buena Esperanza estaba en la latitud quince sur cuando, en realidad, ¡está en la latitud catorce! Deberían haber dividido los treinta y cinco grados de diferencia entre siete unidades atlantes, no ocho, lo que significa que una unidad atlante equivale a cinco grados. La Atlántida está a siete unidades al norte del Amazonas, y siete por cinco es…

Chase se rió.

—¡Hasta yo puedo calcularlo! Treinta y cinco grados norte.

—Más un grado para compensar que el delta del Amazonas se encuentra por encima del ecuador —añadió Kari—. ¡De modo que la Atlántida está a treinta y seis grados norte, o sea, el golfo de Cádiz! ¡Tenías razón!

—¡Se han equivocado en cientos de millas! —exclamó Nina, incapaz de contener la emoción—. ¡Podemos encontrarla antes! ¡Podemos ganarlos!

Castille acabó de tratar a un indio herido.

—Todo eso está muy bien, pero tengo una sugerencia: antes de que empecemos a felicitarnos, ¿podemos salir de la selva?

—El teléfono por satélite está en mi mochila, Hugo —dijo Chase, con voz cansada—. Acércamelo y llamaré a la caballería.

—Ay,
merveilleux
—se lamentó Castille al encontrar la mochila—. Otro helicóptero.

Nina miró a los indios que aún la observaban.

—¿Qué vamos a hacer con la tribu? Han perdido sus casas por nuestra culpa. Por no hablar del templo. Necesitarán ayuda.

—De eso ya me encargaré yo —dijo Di Salvo—. Como representante del gobierno brasileño, puedo afirmar que, oficialmente, esta tribu se ha localizado y que hemos establecido contacto con ellos, ¿no? Eso significa que están protegidos.

—No el tipo de contacto que esperábamos —añadió Nina—. Mataron a Hamilton, ¿recuerdas?

—Como mínimo no nos mataron a nosotros —le recordó Chase mientras Castille le pasaba el teléfono.

—Puedo asegurarme de que reciban todo lo que necesiten —dijo Kari—. La Fundación Frost tiene cierta influencia en el gobierno brasileño; les hemos proporcionado ayuda en el pasado. Podemos asegurarnos de que sobrevivan. Al fin y al cabo, a buen seguro son los únicos descendientes directos de los atlantes. Sería fascinante hacerles un análisis de ADN… —Miró hacia el templo en la oscuridad.

Di Salvo les explicó la situación a los indios lo mejor que supo. Algunos de ellos, en especial los ancianos, parecían muy abatidos.

—Les preocupa que si llegan más forasteros intenten saquear el templo —le dijo a Kari.

—¿Qué van a saquear? —preguntó Chase en tono sarcástico, levantando la vista del teléfono—. ¿Piezas de helicóptero? ¡No queda nada que robar!

—No, tienen razón —dijo Nina—. Aunque se ha destruido casi todo, aún queda mucho oro ahí dentro.

—Puedo encargarme de la seguridad —dijo Kari—. La Fundación tiene gente de confianza que no se mueve por dinero; pueden proteger a la tribu mientras les ayudan. Y creo que es mejor que nadie sepa lo que había en el interior del templo, ¿no crees?

—Yo no vi oro por ninguna parte —comentó Chase con fingida inocencia tras colgar el teléfono—. Lo único que vi fue bloques de piedra que bajaban del techo y cocodrilos con los dientes grandes y un rompecabezas que no pudimos resolver.

—Ah, la respuesta era cuarenta, por cierto —le dijo Nina como quien no quiere la cosa, y lo dejó boquiabierto—. Cuarenta bolas de plomo. Ahora que entiendo el sistema numérico, era fácil.

—Me tomas el pelo, ¿verdad? —preguntó. Nina esbozó una sonrisa a modo de respuesta—. Vale… En fin, van a mandar un helicóptero a por nosotros, pero tardará unas horas. Aunque lleve GPS, tendrá que encontrarnos en la oscuridad.

—¿Aguantará tanto tiempo Agnaldo? —le preguntó Nina a Castille—. ¿No tenemos que llevarlo a un hospital?

—No se preocupe por mí —dijo Di Salvo, medio dormido—. No es la primera vez que me disparan.

—Está estable —dijo Castille—. Haré lo que pueda para ayudar a los demás indios mientras esperamos.

Kari se acercó a Chase y cogió el teléfono.

—Voy a llamar a mi padre. Le contaré lo que ha ocurrido para que pueda solucionarlo todo con los brasileños. Y luego… —se agachó junto a Nina—, tenemos que darte un mapa. Quizá hayamos perdido la información de este templo, pero aún podemos llegar a la Atlántida antes que Qobras. La búsqueda continúa.

Capítulo 18

Gibraltar

Chase examinó la carta de navegación que cubría la mesa de la suite, y siguió con el dedo la línea que marcaba los treinta y seis grados norte.

—Es una extensión muy grande.

—Por suerte no tendremos que sondarla toda —dijo Kari—. Uno de los aviones de reconocimiento de mi padre ya está haciendo una inspección en alta resolución con un radar de apertura sintética del lecho marino de esa región del golfo. Si hay algo enterrado bajo el sedimento, lo captará, hasta los veinte metros de profundidad.

Chase enarcó una ceja.

—¿Y si se encuentra a más de veinte metros?

—Entonces, como dice usted, señor Chase, estamos jodidos. —Nina sonrió; era la primera vez que oía decir palabrotas a Kari, y le pareció algo extraño, viniendo de ella—. ¿Se sabe algo de Qobras?

—Ah, sí —respondió Chase—. Tengo una amiga en Marruecos que ha estado atenta a ciertos movimientos.

—Supongo que no estará embarazada, ¿no? —Nina fue incapaz de contenerse.

—Qué graciosa… Me ha dicho que la gente de Qobras zarpó de Casablanca ayer. Tiene un barco de reconocimiento, no tan llamativo como el suyo, Kari, pero llevaba un sumergible a bordo. Y tenías razón, Nina, está buscando en el lugar equivocado. Si mantiene el curso, estará a más de doscientas millas al sudoeste de nosotros.

—Esperemos que se quede allí —dijo Kari—. Todavía me preocupa mucho que lograran encontrarnos tan rápidamente en Brasil.

—El
Nereida
llamaba mucho la atención —murmuró Chase—, pero es cierto, tampoco me gusta que Starkman fuera directamente a por nosotros. Quizá el barco tenía un localizador, pero eso ya no lo averiguaremos nunca. —Los restos del
Nereida
aparecieron volcados en el río, tras recibir el impacto de un misil antitanque lanzado por uno de los helicópteros—. De modo que debemos limitar al máximo el número de personas que sepan nuestro destino. ¿Cuánta tripulación habrá a bordo?

—Veinticuatro —dijo Kari—, pero todos son leales a mi padre.

—¿Está completamente convencida, al cien por cien? —La falta de respuesta inmediata por parte de Kari fue elocuente—. Yo en su lugar tan solo le comunicaría nuestro destino al capitán y al oficial de derrota, como mínimo hasta que lleguemos. E incluso entonces…

—Tendremos que esperar y ver lo que nos muestra el radar —dijo Kari, pensativa—. Gracias, señor Chase.

—Si me necesita para cualquier cosa, estaré aquí al lado —añadió antes de irse.

—Hasta luego —se despidió Nina, que volvió a mirar el •mapa. Del extremo norte al extremo sur del golfo de Cádiz había más de quinientos kilómetros. Así pues, era una distancia inferior al tamaño que Platón le concedió a la Atlántida; sin embargo, ya habían demostrado en una ocasión que las cifras del filósofo eran erróneas debido a la conversión del extraño sistema numérico atlante al decimal. El tamaño verdadero debía de ser, como mucho, un tercio inferior a lo que dijo Platón, y eso asumiendo que el estadio atlante fuera igual al griego, algo improbable. Si el templo de la selva era una réplica exacta del original, entonces un estadio atlante —la longitud del templo de Poseidón solo medía ciento veinte metros de largo, bastante menos que su equivalente helénico.

Así pues, tras recalcularlo todo, la Atlántida quedaba reducida a unos doscientos kilómetros de largo, y unos ciento cincuenta de ancho. De modo que podría caber en el golfo y, lo que es más importante, podría localizarse en los bajíos relativos de la plataforma continental antes de que el lecho marino se precipitara en las profundidades abismales del Atlántico. La expedición de la Hermandad había errado en la elección del objetivo.

La Hermandad… Se quedó mirando el mapa en silencio.

—¿En qué piensas? —preguntó Kari.

—Pensaba en la Hermandad. En Qobras. —Miró a Kari—. ¿Quién es ese hombre? ¿Por qué está tan desesperado por impedir que encontremos la Atlántida? —De pronto, algo que recordó le hizo fruncir el ceño, algo que había dicho Starkman—. O, más bien, ¿por qué está tan desesperado por impedir que tú y tu padre la encontréis?

—Yo… —A Kari se le demudó el rostro.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

Kari señaló el sofá.

—Nina, quiero contarte una cosa.

La doctora se sentó, inquieta, acompañada de Kari.

—¿Qué pasa?

—No pasa nada, pero… Mi padre y yo estamos buscando otra cosa más aparte de la Atlántida.

—¿Otra cosa? —preguntó Nina—. ¿Qué más podría interesaros?

—Quizá te suene un poco extraño, pero… encontrar la Atlántida solo es el inicio de nuestra empresa. Sabes que la Fundación Frost ha participado en diversos programas de asistencia médica en todo el mundo, ¿verdad? —Nina asintió—. También hemos tomado muestras genéticas de un número tan diverso de pueblos como hemos podido. Les hemos hecho análisis de sangre.

Nina se tocó una pequeña marca del brazo donde le habían puesto una vacuna antes de partir hacia Irán. Tenía la sensación de que había sucedido hacía una eternidad.

—Sí, a ti también —dijo Kari—. ¡Por favor, no me juzgues antes de que te lo haya contado todo! Lo hemos hecho por un buen motivo.

—¿Habéis analizado mi ADN? —preguntó Nina, sorprendida—. ¿Sin decírmelo?

—Teníamos que mantenerlo en secreto. ¡Déjame explicártelo, por favor! ¿Sí?

—Sigue —le dijo Nina, con sequedad.

—Lo que descubrimos mi padre y yo, más mi padre puesto que él ya había descubierto las primeras pruebas cuando yo no era más que una niña, fue que existe un marcador genético concreto que solo se halla presente en una de cada cien personas. Es poco común pero está extendido. Lo hemos encontrado en todo el mundo. Creemos… —Kari hizo una pausa, como si se resistiera a revelar un secreto guardado desde hace tiempo—. Creemos que este marcador genético se remonta a los atlantes. En otras palabras, las personas que tienen esa secuencia concreta de genes en su ADN…

—¿Son descendientes de los atlantes?

Kari asintió.

—Exacto. Tal vez la Atlántida desapareció, pero su pueblo creó un imperio que no tuvo parangón hasta nueve mil años más tarde. Sufrieron una diáspora que se extendió a sus antiguos territorios y más allá. Hemos hallado concentraciones en lugares tan alejados como Namibia, Tíbet, Perú… y Noruega.

—¿Noruega?

—Sí. —Kari cogió a Nina de las manos—. Nina, los atlantes, no desaparecieron. Han estado siempre entre nosotros. Somos nosotros. Mi padre y yo tenemos ese marcador en nuestro ADN. —Miró a la doctora a los ojos—. Y tú también.

—¿Yo? Pero…

—Eres una de los nuestros. Eres un descendiente de los atlantes. Eso es lo que estamos intentando encontrar. No solo ruinas, sino gente que aún esté viva.

A Nina le dio vueltas la cabeza. Quería apartar las manos de Kari, pero no pudo. A pesar de lo confusa y abrumada que se sentía, la parte analítica y científica de su cerebro quería saber más.

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