En busca de la Atlántida (19 page)

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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

BOOK: En busca de la Atlántida
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—¿Puedes luchar?

—¡Siempre! —Cogió el G3. Chase buscó el Uzi, pero no lo vio por ningún lado. Debía de haber golpeado contra el marco de la ventana y se había quedado fuera.

Desenfundó la Wildey y apoyó la espalda contra la pared que había junto a la ventana. Castille hizo lo mismo al otro lado. Los dos guardas se dirigían hacia las cristaleras, con la intención de entrar en el edificio y cortarles el paso.

Con un disparo de la Wildey le reventó la mandíbula inferior a uno de los hombres, que se desplomó. Castille le pegó dos tiros en el pecho al segundo hombre, que cayó de cabeza sobre la cristalera y la atravesó.

—Vamos —ordenó Chase. Tenían que encontrar a Kari y a Nina, y rápido.

Cuando abandonaban la galería, las luces titilaron y se encendieron.

Kari estaba convencida de que Hayyar intentaría huir de la fortaleza. Si Chase y Castille atacaban por la puerta principal, eso significaba que se dirigiría hacia el helipuerto, una plataforma situada en el lado norte del edificio.

Trazó mentalmente la ruta que había seguido desde el helicóptero hasta las celdas, y luego a la oficina de Hayyar. Tenía que bajar un piso y luego a la derecha…

Después de restablecer la corriente, uno de los hombres de Hayyar subió las escaleras a toda prisa, y encontró a su jefe esperándolo, con una invitada inesperada. Al parecer se celebraba el día de las «mujeres occidentales bellas» en la fortaleza.

Aunque enseguida notó que esa, una pelirroja con coleta, y no la rubia platino más alta que había visto antes, necesitaba una ducha de forma imperiosa.

—Ocúpate de ella —le ordenó Hayyar. El guardaespaldas la agarró del hombro y le dio un empujón mientras le clavaba el MP-5 en la espalda.

—¿Dónde está Kari? —preguntó Nina—. ¿Qué le ha hecho?

Hayyar la miró mientras corrían; tenía la boca y la nariz ensangrentadas.

—¿Que qué le he hecho yo? ¡Debería preguntarme qué me ha hecho ella! ¡Si hubiera sabido que era tan peligrosa, le habría atado las piernas!

Nina estaba intrigada, pero no pudo hacer más preguntas ya que llegaron a un recodo del pasillo. Había una ventana grantle que daba a las montañas, y al helipuerto, más abajo. Los rotores estaban encendidos.

Hayyar le dio unas órdenes en farsi al guardaespaldas, que se escondió tras la esquina. Luego se volvió hacia Nina.

—¡Usted, quédese aquí! ¡A esperar a sus amigos!

—¿Para que él pueda dispararles? ¡Ni hablar!

La amenazó con el cuchillo en la barbilla y le hizo un pequeño corte. Nina dio un grito ahogado.

—Cuando lleguen aquí, les hace un gesto como si no hubiera ningún problema. Como diga una sola palabra o intente avisarlos, la matará. ¿Lo entiende?

—Perfectamente —respondió sin quitarle el ojo a la ametralladora del guardaespaldas. Hayyar asintió y se volvió—. ¡Hayyar! ¿Dónde está el artefacto?

Tocó la mochila.

—Es una pena destruir algo de semejante valor histórico… pero los quince millones de dólares que va a pagarme Qobras son mucho dinero.

—Más los diez que ya le ha pagado Kristian Frost —replicó Nina, con indignación.

El traficante se encogió de hombros.

—¿Qué puedo decir? Hoy ha sido un buen día para los negocios. —Frunció el ceño al oír el eco de disparos en los pasillos de mármol—. Aunque un mal día para mi casa. Creo que voy a tener que gastarme un dineral en redecorarla. ¡Pero prefiero invertirlo en eso que en mi propio funeral! ¡Adiós, doctora Wilde! —Y huyó.

El guardaespaldas le hizo un gesto con la ametralladora para que se pusiera en el centro del pasillo. Todo aquel que se aproximara desde el otro extremo del pasillo la vería… pero no a su captor, oculto tras la esquina.

—¿Has oído algo? —preguntó Castille mientras Chase y él cruzaban la fortaleza.

—Un helicóptero —confirmó el inglés. El zumbido lejano pero cada vez más fuerte de la turbina del Jet Ranger era inconfundible.


Merde
! Sabía que tendría que volver a enfrentarme a ese trasto, ¡lo sabía!

—Está ahí abajo —dijo Chase. Doblaron una esquina.

Kari oyó pasos mientras se aproximaba al cruce en forma de «T» que conducía al helipuerto. Levantó el MP-5…

¡Chase y Castille torcieron la esquina con las armas en alto y apuntándola!

—Joder —exclamó Chase, con una sonrisa mientras bajaba la Wildey—, ¿qué demonios le pasa hoy a la gente, que no necesita que la rescate?

Kari le devolvió la sonrisa.

—Quizá debería pedir que me devolviera el dinero.

—No exageremos —dijo Castille.

—¿Dónde está Nina?

—Escondida, si ha hecho lo que le dije —contestó Chase—. ¿Está bien? ¿Y Hayyar?

—¡Yo estoy bien, pero Hayyar tiene el artefacto!

Castille hizo una mueca.

—Déjeme adivinarlo, está en el helicóptero.

—¡Sí! ¡Vamos!

Echaron a correr por el pasillo, encabezados por Chase.

—¡Hay que tomar la próxima a la izquierda y luego todo recto! —le dijo Kari.

—¿Cuántos hombres tiene?

—No lo sé. Me he ocupado de los dos que me vigilaban.

Chase le lanzó una mirada burlona.

—¿Los ha matado?

—Sí. —Le devolvió la mirada—. ¿Qué ocurre?

—¡Nada! ¡Es que no estoy acostumbrado a tener clientes que hagan el trabajo por mí!

Siguieron avanzando por el pasillo y se detuvieron cuando vieron a alguien más adelante.

—¡Nina! —gritó Kari.

—Le dije que se escondiera —dijo Chase—. ¡Doc! ¿Estás bien?

Apoyado contra la pared, el guardaespaldas le hizo un gesto con la pistola para que les hiciera señales. Nina levantó la mano.

Kari echó a correr por el pasillo, pero Chase la agarró del brazo.

—¡Espere! —le ordenó y tiró de ella.

Nina agitaba la mano… pero con el pulgar doblado.

El gesto de advertencia de Chase y Castille.

El ex soldado inglés se precipitó corriendo hacia la esquina del pasillo, pero justo antes de llegar se lanzó de cabeza con la pistola en alto.

El guarda se asomó con el MP-5, ¡pero entonces vio que su objetivo estaba en el suelo, apuntándolo con una pistola!

Chase disparó tres veces.

El impacto de las balas de la Magnum hizo que el iraní saliera despedido hacia atrás y que se le cayera el arma. Cayó por la ventana, desde una altura de casi cinco metros, y aterrizó en el helipuerto. El ruido del Jet Ranger atronó en la fortaleza.

—¿Estás bien? —preguntó Chase.

—¡Sí, estoy bien! —gritó Nina.

Kari llegó corriendo, le tendió la mano y, para su sorpresa, la abrazó.

—¡Gracias a Dios que estás a salvo! —Retrocedió un paso y frunció la nariz—. ¿Qué es ese olor?

—Es culpa suya —respondió Nina. Fulminó a Chase con la mirada, pero este miró hacia otro lado, inocentemente. El viento que levantó el helicóptero la hizo reaccionar—. ¡Hayyar! ¡Tiene el artefacto!

—¡Mierda! —Chase se abalanzó sobre la ventana rota. El helicóptero estaba despegando—. Quizá puedo disparar al motor y obligarlo a aterrizar…

—No hay tiempo —dijo Kari. Soltó a Nina, cogió el MP-5, se situó frente a la ventana y disparó contra la cabina de la nave en modo automático.

La ventanilla de la puerta del piloto se hizo añicos. En el interior, el parabrisas se tiñó de rojo. El piloto se tambaleó en el asiento y el Jet Ranger empezó a dar vueltas cuando soltó los controles.

La cola del helicóptero viró bruscamente hacia la ventana; su rotor vertical era como una sierra circular gigante.

—¡Al suelo! —gritó Chase, que agarró a Kari con una mano, a Nina con la otra y las apartó de la ventana.

Castille se quedó casi paralizado al ver que el helicóptero se le acercaba; sin embargo, en el último instante se tiró al suelo, justo cuando el rotor chocaba contra el muro, junto a la ventana, y se desintegraba. Una pieza de unos treinta centímetros salió disparada, entró por la ventana y se incrustó en la pared, tan solo a ocho centímetros sobre su cabeza.

Sin el rotor de cola, el helicóptero empezó a girar desquiciado. Hayyar gritó y agarró los controles que tenía ante él, pero aunque el aparato hubiera tenido la cola intacta, carecía de suficientes manos para controlarlo.

Las aspas del rotor principal estallaron en un millón de fragmentos cuando tocaron el implacable muro de cemento y piedra. La nave se inclinó hacia un costado y se desplomó en el helipuerto con un gran estruendo.

Chase había caído sobre Nina al intentar protegerla con su propio cuerpo.

—¿Te encuentras bien?

—Creo que estoy muerta —gruñó ella.

—Eso significa que estás bien. ¡Pero, joder, necesitas una buena ducha! —Nina le pegó—. ¿Señorita Frost? ¿Se encuentra bien?

Kari se puso en pie de un salto.

—¡El artefacto! ¡Tenemos que encontrarlo! —Se precipitó hacia las escaleras del helipuerto.

—¡Aún es peligroso! —gritó Chase, pero ya era demasiado tarde—. ¡Mierda!


Mon dieu
.! —exclamó Castille, mientras observaba la pieza del rotor incrustada en la pared—. ¡Helicópteros! ¡Siempre son los putos helicópteros! ¡Lo sabía!

—¡Aún estás vivo, Hugo, así que deja de quejarte! ¡Vamos! Chase se levantó. Nina estaba a punto de hacer lo mismo, pero el inglés le hizo un gesto con la cabeza para que no se moviera.

—Es demasiado peligroso. Espera aquí. —Salió en pos de Kari, seguido de Castille.

Chase sintió una sensación de alivio al ver que el helicóptero aún no había empezado a arder; aunque apestaba a combustible: el motor seguía estando en marcha y el rotor continuaba girando. El fuselaje estaba inclinado en un ángulo de casi cuarenta y cinco grados, con el morro aplastado como una cáscara de huevo. Kari ya se encontraba junto al aparato y se había agachado lujo las aspas para intentar abrir la puerta.

—¡Espere, señorita Frost! —gritó Chase de nuevo mientras lujaba corriendo las escaleras que conducían al helipuerto—. ¡Kari! ¡No es seguro!

—¡Tenemos que recuperar el artefacto! —respondió, peleándose con la manija. Vio a Hayyar en el interior, desplomado en el asiento, con la cara ensangrentada debido a un corte en la frente. Al final cedió el seguro de la puerta y la abrió…

De pronto el iraní resucitó y le dio un tajo con el cuchillo del brazo derecho, que le desgarró la manga del abrigo. Kari gritó al ver que la sangre teñía el tejido blanco e, instintivamente, se tapó la herida con la otra mano.

—¡Tirad las armas o la mato! —gritó—. ¡Ahora!

Chase se dio cuenta de que ni tan siquiera un tiro certero en la cabeza le serviría de nada, ya que si Hayyar caía, degollaría a Kari con el peso de su cuerpo. Sin más elección, tiró la Wildey. Castille hizo lo mismo con su rifle y ambos apartaron las armas de una patada.

—Muy bien —dijo Hayyar. Sin apartar el cuchillo de la garganta de Kari, se puso en cuclillas y sacó la ametralladora para apuntar a los dos hombres—. Yo la quiero con vida. ¿Y vosotros? Me parece que…

¡Bang!

Una bala impactó en el fuselaje y atravesó la fina chapa metálica. Todos se volvieron hacia Nina, que estaba frente a la ventana rota, apuntando con el MP-5 del guardaespaldas muerto al helicóptero.

—¡Suéltala, Hayyar! —gritó.

—¡No le dispares, Nina! —le advirtió Chase—. ¡Si se cae, la degollará!

—¡Suéltala!

—Nunca ha usado un arma, ¿verdad? —le preguntó el iraní en tono burlón—. ¡Se nota por la forma en que la agarra! ¿De verdad cree que puede alcanzarme antes de que la mate?

—¡No te apuntaba a ti! —le espetó ella.

Castille enarcó una ceja.

—¡Espero que no apuntara a la señorita Frost!

Hayyar le preguntó con un tono preñado de desdén.

—Entonces, ¿a qué apuntaba?

—Al depósito de gasolina, que está ardiendo.

Todos se volvieron hacia el aparato. El motor desprendía un humo negro, azotado por el rotor.

Hayyar parpadeó, asustado por el nuevo peligro, aflojó la presión del cuchillo…

De modo que Kari aprovechó la oportunidad para agarrarle el arma con la mano izquierda y apartársela del cuello.

Sintió que el borde dentado del cuchillo le rasgaba la piel, pero solo fue un arañazo. En cuanto logró alejar el frío metal de la garganta, le asestó un golpe de karate con la mano derecha en la mandíbula. La incómoda posición en la que se encontraba no le permitió aprovechar toda su fuerza, pero aun así la mandíbula inferior de Hayyar chocó con la superior y se oyó un estremecedor crujido de dientes. El iraní empezó a escupir sangre, profirió un grito y se tambaleó hacia atrás. Kari se apartó y Chase se lanzó sobre Hayyar.

—¡Coja el artefacto! —le gritó a Kari mientras forcejeaba ion el traficante y lo agarraba por las muñecas. Hayyar era más fuerte de lo que aparentaba, tenía músculos bajo la grasa. Y tenía mi arma letal en cada mano, mientras Chase solo podía valerse de los puños.

Kari se puso en pie con la cabeza agachada para evitar las aspas del rotor y se acercó a la puerta abierta de la cabina.

—¡No! ¡Kari! ¡Está en la bolsa! —gritó Nina.

Chase bajó la vista. Hayyar tenía una mochila en un hombro…

Gracias a ese breve instante de distracción, el iraní aprovechó la oportunidad e, impelido por el dolor y la furia, giró la muñeca izquierda y apretó el gatillo de la Ingram. El cañón de la maligna arma escupió una llamarada que le quemó el cuello y la mejilla a Chase. Castille, que corría para ayudar a su compañero, cambió de pronto de dirección y apartó a Kari de la trayectoria de las balas, que pasaron rozando junto al costado del helicóptero.

Hayyar giró la ametralladora para darle el tiro de gracia.

Dos puños y una cabeza…

Chase le propinó un cabezazo al iraní en la cara que le aplasia la nariz, convertida en un geiser sangriento.

—¡Jódete!

El humo del helicóptero era cada vez más denso, y el crepitar de las llamas ahogaba incluso el rugido del motor.

Sin soltarle de las muñecas, Chase obligó a su aturdido enemigo a levantarse.

—¡Hayyar! —gritó—. ¡Manos arriba! —Le alzó los brazos…

El iraní se dio cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir, pero ya era demasiado tarde.

La mano sana y la Ingram que sostenía se desintegraron en una lluvia de sangre y acero cuando Chase los acercó a las aspas del rotor. El brazo del cuchillo no corrió mejor suerte y la hoja de veinte centímetros se partió como una piruleta antes de que el rotor le rebanara cinco centímetros más del muñón de la muñeca.

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