Elegidas (41 page)

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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

BOOK: Elegidas
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—De acuerdo, pero date prisa en volver.

Alex también había educado a sus hijos. Si estuviera en el lugar de Ellen, haría lo mismo. Y, sin dudarlo, les habría dado un buen tirón de orejas. De los buenos.

—Diles que la próxima vez me mandarás a mí —le gritó mientras ella salía. Acto seguido dedicó su atención a Fredrika y a Peder.

—Creemos que es psicólogo, tal como les dijo a Nora y a Jelena —empezó Fredrika, con los ojos brillantes por la excitación.

—Y creemos que ha sido ejerciendo de psicólogo como ha conocido a las mujeres que han perdido a las niñas —continuó Peder.

Alex esperaba que no siguieran hablando ahora uno y ahora otro. Lo confundían.

—Por lo visto, es una práctica habitual ofrecer terapia psicológica a las mujeres que deciden abortar —aclaró Fredrika—. Y hemos encontrado anotaciones en los historiales clínicos que indican que las dos mujeres aceptaron ese ofrecimiento.

Peder hojeó entre los papeles que llevaba en la mano.

—Magdalena Gregersdotter, según el historial, habló con un estudiante de Psicología que por aquel entonces trabajaba en el hospital de Söder. Debido al trauma que le provocó el aborto espontáneo que tuvo después, decidió acudir a un profesional de la psicología. Pero poco después de la intervención, cuando se creía que todo había ido bien, habló con un joven que aún no había terminado los estudios. Según el historial, se llamaba David Stenman.

Alex frunció el ceño. «¿David?» —Sara Sebastiansson abortó unos años más tarde en Umeå. También habló con alguien después de la intervención —explicó Fredrika—. Según el historial, era un psicólogo; en el informe no se especifica el nombre pero sí las iniciales: D.S. Llamé al hospital de Umeå y me confirmaron que se trata de la misma persona.

Alex los miraba alternativamente a uno y a otro.

—¿Te ha dado Ellen la lista de individuos susceptibles de encajar en estos parámetros que almacenamos en nuestros archivos? —le preguntó a Peder.

—No. Hemos buscado a David Stenman en el registro del padrón, pero no consta nadie con ese nombre.

—Sin embargo, sí que consta en el registro de delincuentes —intervino Fredrika—. Recibimos copia de su expediente por fax. A principios del año 2000 fue condenado a tratamiento psiquiátrico por un delito de incendio provocado; salió el otoño pasado. Había atenuantes a tener en cuenta: en el incendio falleció su abuela, con la que, por lo visto, se había criado en unas condiciones horribles. Por ejemplo, solía quemarlo con cerillas como castigo cuando hacía algo malo.

—Y ahora él castiga a otros de la misma forma —dijo Alex en voz baja.

—Sí —confirmó Peder—. Y a propósito, hay más detalles interesantes en todo esto. Por ejemplo, de hecho no debería haber nacido. Su madre era drogadicta e intentó abortar ella sola con ayuda de una aguja de tejer.

—De ahí el odio que les tiene a las mujeres que se atreven a elegir y, a sus ojos, pecar —dijo Alex despacio mientras se inclinaba sobre la mesa—. Pero si lo encontrasteis en el registro de delincuentes, también habréis dado con su número de identidad fiscal, y entonces podemos buscarlo en el registro del padrón… a menos que haya cambiado de nombre.

—Eso fue lo primero que hizo cuando lo soltaron —explicó Fredrika a la vez que dejaba un papel impreso sobre la mesa de Alex.

—Se cambió el nombre por el de Aron Steen. Según el registro del padrón tiene su domicilio en Midsommarkransen. Y aquí tienes también una foto de pasaporte antigua.

Fredrika puso otra hoja delante de Alex.

Alex sintió cómo se aceleraban los latidos de su corazón mientras miraba fijamente la fotografía de un hombre bastante atractivo.

—¿Qué dices, Alex? —preguntó Peder un tanto nervioso.

—Digo que hemos encontrado al jodido asesino —respondió Alex con serenidad. Juntó las palmas de las manos—. Muy bien —dijo resuelto—. Excelente. Propongo que procedamos del siguiente modo. Peder, tú encárgate de ponerte en contacto con nuestros coches patrulla. Quiero que vayamos ahora mismo a esa dirección y lo atrapemos. Con un poco de suerte, todavía no sabrá lo cerca que estamos y no se habrá escondido bajo tierra. —Alex se aclaró la voz y continuó—: Aunque sea domingo, procurad encontrar toda la información que podáis conseguir de ese hombre. Hablad con Magdalena Gregersdotter y con Sara Sebastiansson otra vez si es necesario. Preguntadles si lo recuerdan. Debemos proceder con extrema cautela. No puede quedar ningún cabo suelto en la investigación. Tenemos que conocer cualquier paso que haya dado ese tipo desde que lo soltaron. Y no os olvidéis de informar a la fiscalía lo antes posible. Encontrad al pobre que esté de guardia hoy. Tendrá mucho que hacer. Y repasad la lista que os dará luego Ellen. Quiero que descartemos la posibilidad de que esté en nuestros registros.

Fredrika y Peder asintieron, ansiosos y excitados. Incluso Fredrika daba la impresión de estar emocionada.

—Hemos conseguido localizar al responsable en el servicio de atención a criminales encargado de atenderle —explicó—. Nuestro amigo, Aron Steen, ha tenido un comportamiento inmaculado desde que le dieron el alta, e incluso ha conseguido trabajo. En una empresa de limpieza. No me extrañaría en absoluto que algún hospital hubiera contratado los servicios de esa empresa en este último semestre. En ese caso, ya sabríamos cómo consiguió los medicamentos y los guantes de cirujano.

Fredrika sonreía mientras hablaba. Su voz era vibrante y su lenguaje corporal, enérgico.

«Lo lleva dentro —pensó Alex—. Estaba en un error. Y ella también. Se miente a sí misma cuando dice que no siente ese hambre dentro de sí.» Unos pasos rápidos en el pasillo los interrumpieron. Ellen, que pasaba por delante del despacho de Alex con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo, se asomó por la puerta.

—Estoy muy despistada —jadeó, agobiada—. He olvidado las llaves del coche en el despacho. —Se quedó quieta al ver su expresión de alegría—. ¿Ha sucedido algo?

La frase hizo que todos se echaran a reír. Era una risa de alivio, constató Alex.

—Lo cierto es que creemos que lo hemos encontrado, Ellen —dijo con una sonrisa.

—¿Estáis seguros? —susurró Ellen al tiempo que palidecía.

—Bueno. Nunca se puede tener la absoluta certeza, pero considerando las circunstancias estamos tan seguros como es posible. —Le tendió a Ellen el papel con la foto impresa—. Me permitís que os presente… —dijo, pero se interrumpió—. ¿Cómo se llama el tipo? —preguntó irritado.

Fredrika y Peder sonrieron.

—Si no escuchas lo que decimos, tendremos que informar de nuestro trabajo a otro jefe —suspiró Peder mientras abría los brazos teatralmente.

Ninguno se percató de la reacción de Ellen al acercarse a la mesa y mirar fijamente al hombre de la fotografía. Nadie vio cómo sus mejillas se teñían de color de rosa ni cómo intentaba reprimir las lágrimas que emborronaban su campo de visión. Sin embargo, todos la oyeron cuando dijo en un susurro:

—Gracias, Dios mío.

Se hizo el silencio en el despacho.

Ellen señaló con el índice la fotografía.

—Por un momento creí que… Pensé que quizás era el hombre con el que yo… —Se echó a reír—. Qué ideas se le ocurren a una —exclamó sonriendo entre lágrimas.

De pronto sonó su móvil. Era su hijo, que habló deprisa y en un tono extraño.

—Mamá, tienes que venir a casa enseguida.

—¿Ha pasado algo, hijo? —preguntó Ellen todavía con la sonrisa en los labios.

—Mamá, ven enseguida —repitió su hijo, nervioso—. Dice que tienes que venir enseguida. Date prisa. Parece que no se encuentra bien.

62

El día que desapareció el último niño, el sol lucía en el claro cielo azul. La alarma llegó a la vez que se ultimaban los preparativos para la detención de Aron Steen.

Alex iba corriendo por el pasillo y encontró a Fredrika y a Peder en la Leonera. Peder se estaba colocando el chaleco antibalas mientras Fredrika permanecía sentada, inclinada sobre unos papeles con el ceño fruncido.

—Ha secuestrado a otro niño —les comunicó conciso—. Ha desaparecido un chiquillo de cuatro años de un parque infantil en Midsommarkransen, cerca de la vivienda de Steen, hace media hora. Los padres llamaron cuando encontraron su ropa y lo que parecían unos mechones de pelo tirados detrás de un árbol en un rincón del parque.

—¡Pero si estamos vigilando su apartamento! —gritó Peder—. Han informado de que podían verlo a través de una ventana y que no ha salido de la vivienda.

—Pues tiene que haberlo hecho de alguna forma —dijo Alex con sequedad—, porque ahora hay otro niño desaparecido.

—En todo caso, no puede haber ido muy lejos —observó Fredrika mientras señalaba un papel de encima de la mesa.

—No, creemos que no —asintió Alex, visiblemente tenso—. Y esta vez debía de tener una prisa de narices. La ropa tirada y amontonada, y apenas le ha tocado el pelo, sólo le ha cortado un poco.

—Sabe que vamos tras él —dijo Peder con serenidad mientras se colocaba el arma en el cinturón.

Fredrika miró de reojo el arma, pero no dijo nada.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó.

—Procederemos con la operación según lo planificado —dijo Alex con decisión—. Tenemos que entrar en la vivienda y ver si encontramos alguna pista de adónde ha ido con el chiquillo. Pero como ya he dicho, no llegará muy lejos. Hemos establecido patrullas de control en todas las carreteras que salen de la ciudad y también hemos dado la alarma a nivel nacional para que vayan tras él.

Fredrika frunció el ceño.

—Me imagino que ya hemos hablado con los padres del niño —señaló—. Sobre las circunstancias del secuestro, quiero decir.

—Naturalmente —respondió Alex—. En este preciso instante hay dos agentes en su casa. Esta vez sabemos lo que estamos buscando. Hay que interrogar a la madre sobre cuándo y dónde abortó, y después estaremos allí cuando él vaya con el niño.

Fredrika asintió pero la arruga del ceño se negaba a desaparecer.

—Si no es demasiado tarde. Si tiene tanta prisa como dices, quizás el niño ya esté muerto. No podemos descartar esa opción.

Alex tragó saliva.

—No —dijo—, no podemos descartarla, pero sí podemos esforzarnos para que no suceda otra vez.

Peder reflexionaba.

—Pero si partimos de la base de que sabe que vamos tras él… —empezó a decir en un tono vacilante.

—¿Sí?

—Si está tan loco como suponemos, procederá con suma rapidez, a pesar de que eso le lleve a actuar con negligencia traicionando sus planes. Si no, si todavía hay alguna parte de él que sea racional, deshacerse del niño no será su prioridad.

—Podría utilizarlo para comprar su libertad —concluyó Alex.

—Exacto —respondió Peder.

El silencio se adueñó de la Leonera.

—Por cierto, ¿alguien sabe cómo le ha ido a Ellen? —preguntó Fredrika.

Alex negó con la cabeza.

—Insistió en ir a casa y aseguró que se las arreglaría sola, pero de todas formas he enviado un coche patrulla. Había algo en toda esa historia que me daba mala espina.

Unos refulgentes rayos de sol penetraron en la Leonera mientras pequeñas motas de polvo brillaban en el aire. El aire acondicionado se puso en marcha como si tuviera un acceso de tos.

Oyeron unos pasos que se acercaban. Un joven investigador entró en el despacho.

—Acabamos de recibir una llamada del grupo que vigila la vivienda de Steen —informó en voz alta y acalorada—. Vuelve a estar en casa.

—¿Quién vuelve a estar en casa? —preguntó Alex presa de los nervios.

—Aron Steen. Acaba de volver al apartamento.

—Pero ¿y el niño? —preguntó Peder.

—Lo lleva en brazos, desnudo. Como si supiera que lo estábamos observando, pero no le importara.

Durante unas horas, Ellen Lind había creído seriamente que Carl no había dado señales de vida porque era el asesino de niños que andaban buscando. Y el motivo por el que sus hijos no contestaban sus llamadas de teléfono era porque Carl los había secuestrado.

Pero no era así.

Ellen no entendía cómo había podido permitir que su vida privada y profesional se mezclaran hasta ese punto. En realidad, ¿cuándo había perdido el control sobre su imaginación? ¿Cuándo se había convertido el trabajo en algo tan importante como para invadir el resto de su vida?

«Tengo que reflexionar con detenimiento sobre todo esto —pensó—. Tengo que decidir qué es lo que de verdad importa.»

Los niños no contestaban al teléfono porque habían ido a casa de los vecinos a almorzar. Y olvidaron los móviles en casa. Así de simple.

Sin embargo, lo de Carl era diferente.

Ellen miró hacia donde estaba sentado, en el suelo en la sala de estar. Los niños se habían ido a sus habitaciones en cuanto ella llegó a casa.

—Estaba sentado en la escalera de entrada cuando volvimos —había explicado su hija señalando con la cabeza a Carl, que estaba sentado en el primer escalón, con las piernas rectas hacia delante—. Tienes que hablar con él, parece completamente perdido.

Al principio Ellen había vacilado.

¿Debería dejarlo entrar?

Un coche patrulla pasó por delante de su casa y redujo la velocidad.

Ellen invitó a Carl a entrar en su casa pero dejó la puerta de la calle abierta.

Carl se hundió en el viejo sofá y lo primero que hizo fue romper a llorar. Ellen decidió sentarse en el suelo un poco apartada, y así se quedaron.

La vida era tan impredecible… ¿Quién podía imaginar que aquel hombre estricto y sosegado, que siempre elegía cuidadosamente sus palabras, siempre tan fuerte y erguido, podía romperse de aquella manera tan indecorosa? Dado que Ellen no tenía palabras para una situación como aquélla, se había quedado callada. Oía a su hijo hablar por teléfono a través de la puerta cerrada de su dormitorio y después oyó a su hija coger la guitarra.

—Estoy casado.

Ellen dio un respingo cuando Carl rompió el silencio.

—Estoy casado —repitió.

—Pero… —empezó a decir Ellen.

—Te dije que era soltero, pero te mentí. Llevo quince años casado con la misma mujer y tenemos dos hijos. Vivimos en Borås.

Ellen negó despacio con la cabeza.

Alguien llamó a la puerta de la calle, que estaba abierta, interrumpiendo la conversación.

Un policía de uniforme entró en la sala de estar.

—¿Va todo bien? —preguntó.

Ellen asintió.

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