Elegidas (32 page)

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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

BOOK: Elegidas
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Magnus se estiró para coger la carpeta y Fredrika se la devolvió. Él se quedó callado mientras hojeaba y de pronto se irguió.

—Eso es —dijo en voz baja. Miró a Fredrika—. Lo único destacable fue un pequeño problema que surgió en un determinado momento.

Fredrika frunció interrogante el ceño.

—La chica, Sara, comunicó de pronto que necesitaba un día de permiso, y precisamente ese día habíamos planificado un seminario para el que necesitábamos su colaboración. Ella se mantuvo firme y sostuvo que había avisado con mucha antelación. En aquellos tiempos mi memoria era ya bastante mala, así que si lo había comunicado yo ya no lo recordaba. Me enfadé muchísimo, pero a ella parecía darle lo mismo. —Magnus volvió a mirar los papeles—. Eso ocurrió el 29 de julio.

Fredrika lo anotó.

—Y ¿cómo acabó la discusión? —quiso saber.

—Acabó en que le dimos permiso, naturalmente. Fue taxativa en cuanto a la imposibilidad de cancelar su cita. Claro que a todos nos pareció un poco extraño y en el seminario se formó un caos tremendo.

Magnus negó con la cabeza.

—¿En ningún momento hablasteis de adónde fue aquel día?

—No, sólo dijo que tenía que ver a alguien —explicó Magnus—. Una persona que sólo estaba en la ciudad ese día. No creo que hablara del asunto con nadie; se mantenía aislada. Sé que hice alguna anotación sobre que socialmente era de trato difícil. Siempre tenía la cabeza en otro sitio.

Fredrika asintió en silencio.

—¿No recuerdas nada más?

Magnus se rió por un momento.

—Recuerdo que ese mismo día la vi a última hora de la tarde. Estaba tan pálida que no parecía normal. Me inquieté, pero ella me dijo que se le pasaría en cuanto descansara. Supuse que tenía que ver con su visitante, que la reunión no había ido tal como ella se esperaba. —Se encogió de hombros—. Era mayor de edad, joder, no podía obligarla a que se pusiera en contacto con la policía o con un médico.

—No, tienes razón —respondió Fredrika. Después dejó su tarjeta de visita encima de la carpeta verde de Magnus—. En caso de que recuerdes algo más —dijo al tiempo que se levantaba.

—O por si tengo ganas de compañía —dijo Magnus guiñándole un ojo.

Fredrika se obligó a sonreír.

—No es necesario que me acompañes —señaló.

50

Alex Recht estaba desesperado. Desesperado y enojado. A lo largo de su larga carrera había cometido errores, como es natural. Todo el mundo tiene defectos. Pero esto de que desaparecieran niños… Alex tenía ganas de emprenderla a golpes con alguien, con quien fuera. No había contemplado la posibilidad de que desaparecieran más niños. Nadie lo había hecho. Después de descartar a Gabriel Sebastiansson como principal sospechoso, había seguido pensando que el asunto estaba relacionado con Sara Sebastiansson. Ni por un segundo, hasta que fue demasiado tarde, se le ocurrió la posibilidad de que estuvieran ante la maldad personificada.

Sentía un pinchazo en el pecho al respirar. La ira le dolía en el fondo de la garganta.

Echó un vistazo al calendario que había encima de la mesa. Era sábado y habían transcurrido cinco días desde la desaparición de Lilian Sebastiansson de un tren X2000 procedente de Göteborg. Cinco días. En realidad no hacía mucho tiempo. Era eso lo que más dificultaba el trabajo de la policía: que los sucesos se hubieran desarrollado tan deprisa. Justo cuando creían controlar la situación, el caso tomaba otra dirección. Alex reflexionó sobre la expresión «ir un paso por detrás». Él y su grupo no iban un paso, sino kilómetros por detrás.

Escuchó los ruidos del pasillo. Normalmente los días festivos no había casi nadie, pero ese jornada la actividad era frenética. El analista de la policía nacional se estaba matando a trabajar con todas las llamadas que recibían. Alex se preguntaba qué podía dar de sí que introdujera toda esa información en una base de datos. Hasta el momento, nada en absoluto. En cierto modo, la culpa era del grupo de investigación. Por ejemplo, Peder no había hablado con el analista cuando les informaron de la muerte de la mujer de Jönköping. Si lo hubiera hecho, la habrían relacionado antes con su propio caso. Por otra parte, Fredrika había conseguido la información necesaria bastante pronto. Aquello confirmaba lo que Alex solía afirmar: los ordenadores estaban sustituyendo al papel, pero éstos tenían un área de acción limitada, porque siempre había alguien que se guardaba la información en la cabeza. La compenetración era esencial en un grupo de investigación, ya que de ese modo la información se transmitía adecuadamente, aun sin la ayuda de los ordenadores.

Alex suspiró y miró hacia el cielo azul que estaba un poco nublado.

Tal vez se estaba convirtiendo en un viejo cascarrabias. Quizás estaba perdiendo la ilusión. O, lo que era peor, tal vez se estaba convirtiendo en el típico inspector jefe anclado en el pasado con quien ningún policía recién licenciado quería trabajar. ¿Durante cuánto tiempo le seguirían considerando una leyenda si no hacía nada? ¿Cuánto tiempo se podía vivir de la fama?

Hojeó los papeles que tenía sobre la mesa. Fredrika acababa de llamar desde Umeå y le había confirmado que Sara Sebastiansson les había mentido respecto al momento en que decidió quedarse tras el curso de escritura. Alex frunció el ceño. Era lamentable que Sara Sebastiansson mintiera sobre su posible relación con la ciudad de Umeå. Alex se enfadó de verdad. Cogería el coche él mismo e iría a casa de Sara Sebastiansson. A la mierda si aquella mujer acababa de vivir la experiencia más traumática de su vida. Estaba obstaculizando el trabajo policial y eso era imperdonable. Con independencia de cuánto sufría.

Luego reflexionó. En realidad, Sara Sebastiansson no había mentido sobre su conexión con la ciudad de Umeå, había mentido sobre un detalle en concreto. Un detalle que creía que podía ocultar a la policía, pero que ésta, por su parte, consideraba una pieza importante del rompecabezas. El grupo de investigación había trabajado con la hipótesis de que en Umeå ocurrió algo que marcó el destino de Sara Sebastiansson, pero en parte era errónea. Tenía que haber ocurrido algo
antes
de que Sara fuera al curso de escritura aquel verano, algo que Sara intentaba solucionar permaneciendo más tiempo en la ciudad.

¿Y ahora la castigaban asesinando a su hija? ¿Quizá la persona a la que tenía que ver aquel día?

Alex recordó las desagradables imágenes de Lilian muerta. ¿Por qué habían escrito sobre la frente las palabras «No deseada»? ¿Por qué creían que nadie la quería? Y ¿por qué habían dejado a Lilian en la puerta de Urgencias? ¿Era un detalle relevante? ¿No la podían haber dejado en alguna otra parte de Umeå? ¿O en cualquier otra ciudad?

Alex se removió, intranquilo. La pregunta ahora era si el siguiente cadáver aparecería también en la puerta del hospital de Umeå.

Alejó de sus pensamientos al bebé desaparecido. Esperaba que el interrogatorio de Fredrika con la abuela de la mujer asesinada en Jönköping les ofreciera alguna pista. Y esperaba encontrar pronto a la misteriosa Monika Sander. Sin ella, parecían estar en un callejón sin salida.

Alex se levantó con decisión de la mesa. Necesitaba un café. Y luego tenía que liberarse de esa inquietud. Si a estas alturas ya pensaba en cuándo aparecería el próximo cadáver de un bebé, la batalla estaba perdida.

Peder Rydh había dormido increíblemente bien. Ylva y él apenas hablaron cuando llegó a casa, pasadas las diez. Los niños dormían, y se agachó junto a la cama de uno para contemplarlo. Llevaba un pijama azul con monitos y se había metido el pulgar en la boca. Notó un ligero movimiento en su cara. ¿Estaría soñando? Peder sonrió y le acarició la frente.

Ylva le hizo algunas preguntas sobre la nueva desaparición y él le respondió con brevedad. Después se tomó una copa de vino, vio la televisión y se acostó. Acababa de apagar la luz cuando oyó la voz de Ylva en la oscuridad.

—Algún día tendremos que hablar en serio, Peder.

Él no respondió.

—No podemos seguir así —continuó ella—. Tenemos que contarnos cómo nos sentimos.

Y entonces él, por primera vez, dijo lo que sentía:

—Ya no puedo más. Así de sencillo. —Y añadió—: No quiero que mi vida sea así. De ninguna manera.

Estaba vuelto de espaldas cuando se lo dijo y a pesar de la oscuridad percibió cómo a ella se le descomponía la expresión y su respiración se alteraba. Ylva esperó a que dijera algo más, pero él no tenía nada que añadir. Después se quedó dormido, curiosamente aliviado y a la vez sorprendido por no sentir nada en absoluto. Ni angustia ni pánico. Sólo alivio.

En el coche, camino de la central, intentó pensar en el caso de los niños desaparecidos, pero no consiguió concentrarse. Se había olvidado de llamar a Jimmy para explicarle que no podrían verse tal como habían planeado y que tendrían que dejar la tarta de mazapán para otro día, porque estaba muy ocupado. Nunca estaba seguro de hasta qué punto le entendía Jimmy; su hermano no captaba los matices de la conversación y tenía un concepto del tiempo completamente distinto al de los demás.

Peder no podía quitarse de encima la sensación de que se le había pasado algo por alto. Un detalle pequeño pero decisivo que había desaparecido de su mente. Los periódicos, atendiendo a sus demandas, solicitaban información de Monika Sander y proporcionaban su nombre y fotografía. Volvieron a editar el retrato robot, esta vez junto a una fotografía de pasaporte de hacía diez años. Alex y Peder se habían preguntado la conveniencia o no de publicar la vieja foto de Monika que les había dado su madre de acogida. Era una fotografía muy antigua, y se corría el riesgo de que un montón de personas de su pasado cogiera el teléfono y ofreciera pistas de una época que nada tenía que ver con su vida actual. Sin embargo, debían recoger tanta información como pudieran; Monika Sander tenía que aparecer a cualquier precio.

Peder había hablado con Alex por la mañana. Hasta el momento no había ninguna información consistente. De pronto, Peder se sintió cansado y derrotado. En realidad, ¿adónde querían llegar con una foto antigua, un retrato robot y un nombre como Monika Sander, que quizá ni siquiera utilizaba?

Entonces, por fin, Peder se acordó de lo que había pasado por alto. Aparcó el coche frente a la Casa y subió corriendo.

Alex acababa de sentarse en su despacho con una taza de café cuando Peder irrumpió velozmente.

Apenas le dio tiempo a desearle buenos días antes de que Peder se pusiera a hablar.

—Tenemos que buscarla con otro nombre —soltó, ansioso.

—¿De quién estás hablando?

—Monika Sander —explicó Peder—. Tenemos que hablar con Hacienda y averiguar cómo se llamaba cuando llegó a Suecia. Era adoptada. Tal vez sepa cuál era su nombre original y lo utiliza como un alias o algo por el estilo.

—Ya hemos hecho publicar el nombre de Monika Sander, pero…

—¿Sí?

—Sólo quería decir que es una idea excelente, Peder —reconoció Alex—. Habla con Ellen y dile que se ponga en contacto con Hacienda.

Peder salió volando del despacho en dirección al de Ellen. Alex esbozó una leve sonrisa. Era fantástico ver a una persona con tanta energía.

51

En otro lugar de Estocolmo, dos individuos se movían con bastante menos energía que Peder Rydh. Ingeborg y Johannes Myrberg estaban arrodillados cada uno en una punta del enorme jardín, limpiando con esmero entre los arbustos y flores. La lluvia les había impedido hasta ahora ocuparse del jardín, pero al parecer el verano había llegado al fin. Cierto que había algunas nubes, pero mientras el sol brillara y calentara, Ingeborg y Johannes Myrberg estaban muy contentos.

Ingeborg miró su reloj de pulsera. Eran cerca de las once de la mañana y habían estado fuera casi dos horas, trabajando sin parar. Se puso la mano a modo de visera sobre los ojos y miró a su marido. Los últimos años Johannes había tenido problemas con la próstata, razón por la cual solía ir al baño muy a menudo. Pero no esta mañana. No, esta mañana habían trabajado los dos sin interrupciones.

Ingeborg sonrió cuando vio a su marido sacar las malas hierbas de los macizos. Todavía seguían encantados con su casa. Lo cierto era que nunca imaginaron que acabaría siendo suya. Con la de casas que habían visto. Unas eran demasiado caras y otras o tenían moho en el sótano o humedades en el techo.

Ingeborg observó la bonita y espaciosa vivienda de ladrillo blanco. Tenían suficientes dormitorios para los hijos y los nietos cuando venían de visita, pero aun así, no era tan grande como para que perdiera su encanto y la sensación de que realmente era el hogar de alguien.
Su
hogar.

—¡Johannes! —gritó rompiendo el silencio del jardín. Su marido casi se cayó al oírla, y ella se echó a reír—. Sólo quería decirte que voy a entrar a buscar algo de beber. ¿Quieres algo?

Johannes sonrió de lado, exactamente como le había sonreído a lo largo de todos los años que llevaban casados. Treinta y cinco, para ser más exactos.

—Me tomaría un zumo de fresas.

Ingeborg se levantó despacio y notó como la rodilla protestaba. Cuando era joven nunca había pensado que un día su cuerpo se sentiría débil y delicado.

—¡Menudo veranito! —se dijo a sí misma mientras entraba en la casa por la puerta de la terraza.

Y entonces se quedó de piedra. Después sería incapaz de explicar por qué se detuvo justo allí y en ese momento. O cómo se dio cuenta de que algo iba mal.

Se dirigió despacio hacia la habitación de invitados que daba a la terraza y siguió por el pasillo que unía los cuatro dormitorios. Miró hacia la izquierda, donde estaban las habitaciones, pero no vio movimiento alguno. Miró hacia la derecha, donde estaba el amplio recibidor, la cocina y la sala de estar. Tampoco allí vio nada extraño o diferente. Sin embargo, sabía que alguien había estado allí, que su casa había sido violada.

Negó con la cabeza. Qué ideas se le ocurrían. ¿Era tan vieja que se había vuelto paranoica? Con paso decidido se dirigió a la cocina para preparar dos vasos de zumo, uno para ella y otro para su marido.

Iba a salir con la pequeña bandeja cuando decidió ir al baño. No entendía cómo Johannes podía aguantar tanto tiempo sin orinar.

El baño estaba en la otra punta de la casa, más allá de los cuatro dormitorios. Después, por extraño que pareciera, no recordaría cómo llegó hasta allí, sólo que dejó la bandeja y pensó en ir al baño. Independientemente de que lo recordara o no, tuvo que atravesar el recibidor y el pasillo hasta llegar. Asió el picaporte, lo bajó, abrió la puerta y encendió la luz del techo.

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