El viajero (45 page)

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Authors: Mandelrot

BOOK: El viajero
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El líder miró por un instante al que tenía a su lado, un humano completamente calvo y de aspecto fiero; volvió la vista de nuevo a los otros y les miró con energía.

—Nuestros amigos, nuestros hermanos, están muertos o han sido convertidos en esclavos. Nuestra tierra ha sido invadida por el que hoy es emperador, y nosotros nos arrastramos para conservar la vida. Esto tiene que cambiar, necesitamos algo más.

Señaló al humano sin dejar de hablar.

—Nuestro hermano Uko tiene un plan para entrar en el castillo y llegar hasta el gobernador; pero necesitamos la participación de todos. Él mismo os lo explicará.

El humano se adelantó y ocupó la posición principal.

—Tengo contacto con uno de los guardias, que dentro de dos noches estará de vigilancia en la esquina sur de la muralla; su madre nació aquí, yo la conozco y es de toda confianza. Me ha estado proporcionando información desde hace tiempo y ahora he recibido el aviso de que la mayoría de los soldados han sido desplazados hacia el sur. Tenemos el plano completo del castillo, una ruta segura en su interior y una oportunidad única ahora que cuentan con menos defensas. Lennar —señaló al líder— ha confirmado la marcha de gran parte del ejército.

—Así es —asintió Lennar—. Todos aquí habéis oído hablar del general Kyro; parece que traicionó al emperador y huyó hacia Rihau. Ahora su principal prioridad es encontrarle.

—¿Kyro, el general de corazón de hierro? —dijo otro de los que estaba sentado—. ¿Ya no está con el imperio?

—Es el momento —intervino de nuevo Uko—. Tienen pocos hombres, están desconcertados y han perdido a un líder. Reuniremos a todos los que podamos y dentro de dos noches tomaremos el castillo. El plan no puede fallar.

Se hizo el silencio unos momentos, hasta que Kyro lo rompió.

—El plan es una trampa.

El sobresalto pudo sentirse instantáneamente en el ambiente. Todos se giraron para mirarle, desconcertados; el viajero miraba fijamente a Uko, que tenía los ojos y la boca completamente abiertos.

En cuanto pudo reaccionar, el humano se giró inmediatamente para recoger un hacha de dos hojas que estaba apoyada en el suelo tras él; sin prestar atención a nada más la sujetó con fuerza y se lanzó con todas sus fuerzas contra Kyro. Este, que ya estaba en guardia, se movió más rápido y, esquivándole mientras usaba su propio cuerpo para bloquearlo, le quitó el arma de las manos y con un giro le lanzó un ataque describiendo una curva de abajo a arriba: el tajo fue imparable, le abrió en canal desde la ingle hasta la cara cortando carne y huesos y levantándolo del suelo antes de caer instantáneamente muerto.

Tras esto Kyro, levantando la gran hacha y preparado para aplastar a cualquier otro atacante, miró al resto de los que había en aquel lugar.

Nadie se movía: todos habían dado un paso atrás, algunos sujetaban sus espadas sin estar realmente seguros de qué hacer; ahora le miraban con absoluta estupefacción.

—Era un agente del emperador —dijo el viajero mirando fijamente a Lennar—. El plan buscaba reunir a toda la resistencia y acabar con ellos de una vez.

—¿Por qué dices eso? —acertó a preguntar el líder del grupo—. ¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque fue ante mí personalmente ante quien prometió de rodillas traicionaros a cambio de su vida.

—¿Quién eres tú? —dijo uno de los que antes había hablado.

—Mi nombre es Kyro. Sé cómo ayudaros.

El impacto de estas palabras fue tan intenso que parecieron retumbar en las gruesas paredes de piedra.

—Nos habéis tenido controlados todo este tiempo —dijo Lennar—. Qué estúpidos hemos sido.

—Os dejé seguir con vuestras pequeñas actividades porque no suponíais un problema serio; sabía que poco a poco iríais reuniendo a todos los rebeldes dispersos por la zona, y entonces sería el momento de acabar definitivamente con vosotros.

Kyro había ocupado el lugar desde el que momento antes hablaba el líder, que ahora estaba sentado con los demás.

—Y parece que ese momento ya ha llegado —dijo uno de los que había hablado antes.

—El emperador se siente débil —respondió Kyro— y se ha precipitado al dar la orden de acabar cuanto antes con todos los focos de resistencia. Es un error y lo aprovecharemos.

—Espera —se levantó otro de los soldados—. Has matado a uno de los nuestros y ahora nos cuentas toda esta historia, pero ¿cómo podemos saber que es cierto lo que dices?

—Yo me pregunto lo mismo —el que estaba junto a él se puso en pie también—. ¿Por qué tendríamos que confiar en ti?

—Ya no soy general y no sirvo ni al emperador ni a nadie –contestó el viajero—. Si fuera así y os hubiera querido muertos hace tiempo que lo estaríais.

Se hizo un momentáneo silencio; Lennar, que permanecía pensativo, fue quien habló.

—Este lugar ya no es seguro. Quizá estemos siendo vigilados ahora mismo.

—No —dijo Kyro—, lo comprobé antes de entrar. Pero la emboscada de ese traidor está preparada para dentro de dos noches, así que debemos darnos prisa.

El líder se le quedó mirando con curiosidad.

—¿Cuál es tu plan?

El sol se escondía en el horizonte; las últimas luces del día encontraron a Kyro y Lennar esperando junto a unas rocas, en una pequeña colina desde la que se divisaba bien el territorio circundante.

—Tu idea es arriesgada —hablaba Lennar— pero también brillante. Tu fama está justificada, puedo entender que el emperador haya movilizado a todos sus ejércitos para buscarte en el sur.

El viajero, con el hacha de Uko colgada a su espalda, miraba a lo lejos perdido en sus pensamientos; las palabras de su acompañante parecieron sacarle de su reflexión.

—Las guerras no sólo se ganan con la espada —dijo sin girarse— sino también con la cabeza. Crondol tiene problemas y actúa con desesperación; eso nos da ventaja.

Se dio la vuelta por fin y miró a Lennar.

—Pero cuando sepa que estoy aquí vendrá con todo lo que tenga y os aplastará.

—Esta vez no le será tan fácil —sonrió Lennar—. Hemos aprendido la lección, y él no tendrá a su general de corazón de hierro para dirigir la campaña.

Kyro, con expresión grave, le miró y volvió a fijar la vista en la lejanía. Al cabo de unos momentos el líder de los rebeldes volvió a hablarle.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué nos ayudas ahora?

—Ahí vienen —fue su única respuesta.

Un numeroso grupo de personas, quizá algo más de un centenar, se acercaba hasta donde estaban; ambos bajaron para reunirse con ellos.

—Es lo que he podido conseguir —dijo al llegar el hombre que conducía a aquella gente—, como dijiste son solo aquellos de total confianza.

Kyro les miró evaluando la situación: pocos hombres, muchas mujeres y algunos chicos que difícilmente podrían levantar una piedra por encima de su cabeza. Algunos pertenecían a razas más resistentes y se les veía más capaces; otros no podrían hacer mucho.

—¿Será suficiente? —le preguntó Lennar.

El viajero le ignoró. Tenía los ojos fijos en quienes que ahora le miraban con temor; era evidente que ya sabían quién era. Les habló con seriedad.

—Estáis aquí para luchar por vuestra tierra —empezó—. Por vuestra familia y por vuestra libertad. Será arriesgado y si algo sale mal os torturarán y os matarán. Es posible que, aunque tengamos éxito, el emperador venga después con sus ejércitos y no podáis resistir; en ese caso destruirá todo lo que conocéis y aniquilará a todos aquellos a los que amáis. Si alguno tiene dudas de lo que va a hacer es mejor que vuelva a casa ahora.

Todos se miraron; nadie retrocedió.

—Bien. Esto es lo que vamos a hacer.

Quedaba poco para el amanecer y el grupo de Kyro, de unos treinta miembros y en el que estaban Lennar y los más débiles de los que se habían unido a ellos, llegó a la cantera. El viajero se asomó por sobre las piedras que les ocultaban e hizo una seña al líder rebelde para que mirara también.

—Solo hay dos en pie —susurró—. Probablemente no habrá ahora más de seis guardias contando a los que duermen.

—Tenías razón —asintió Lennar—. Deben haberse llevado a la mayoría al sur.

Kyro hizo una seña a los demás para que no se movieran.

—Acércate a la choza y espera mi ataque. Yo me ocuparé de los que vigilan y tú de los que están descansando; cuando acabe iré a ayudarte.

—De acuerdo.

Lennar fue dando un rodeo hasta colocarse cerca de la única construcción que había allí, un pequeño cobertizo desvencijado. Varias lanzas estaban apoyadas junto a la puerta.

Cuando estuvo en posición el viajero se concentró en su objetivo. Los dos soldados estaban separados unos veinte pasos; Kyro se colocó sigilosamente a la espalda de uno de ellos, medio tumbado en el suelo para no dejarse ver. Cogió su hacha y se preparó para lanzarla.

Poco después el que tenía más lejos se giró hacia su compañero; era el momento. El viajero se irguió rápidamente y le lanzó el hacha con tremenda fuerza: el guardia no pudo reaccionar por la sorpresa, y la hoja se le hundió en el centro del pecho tirándole del golpe hacia atrás. El otro, el que estaba más cerca, solo pudo ver cómo aquel moría y empezar a girarse; demasiado tarde, Kyro ya había saltado sobre él y, antes de que pudiera decir nada, le golpeó en la tráquea bloqueándole la respiración. El soldado se sujetó la garganta mientras Kyro le sacaba la espada para inmediatamente golpearle con ella de lado a lado hacia el cuello: de un solo tajo le arrancó la cabeza y los dedos de las manos.

Aún no había caído cuando el viajero ya corría hacia el primero: le sacó el hacha del pecho sin dejar de avanzar, y entró en la pequeña choza justo detrás de Lennar para acabar con el resto.

Por la mañana llegó el carro, tirado por dos fuertes guldas que parecían capaces de arrastrar cualquier cosa por pesada que fuera. Los dos soldados que iban sentados sobre el transporte parecían muy tranquilos; se acercaron a la cantera, en la que los esclavos trabajaban encadenados como cualquier otro día. Pasaron junto a algunos de ellos y se dirigieron a uno de los guardias, que en ese momento les daba la espalda.

—¡Eh! —dijo el que conducía el vehículo, deteniéndolo.

El guardia se dio la vuelta; llevaba el casco puesto y no se podía distinguir bien su rostro, pero hubo algo en su mirada que hizo que los recién llegados le miraran extrañados. No pudieron reaccionar: cuando miraron alrededor vieron que los esclavos que acababan de dejar atrás estaban libres, armados y algunos de ellos apuntándoles con las flechas de sus arcos.

—Quitaos la ropa —dijo el soldado que tenían delante: era Kyro.

Los guerreros liberados, junto a los que habían traído el viajero y Lennar, rodeaban la carreta llena ahora de piedras que ahora conducían Kyro y el jefe rebelde, vestidos de soldados.

—Vosotros seguid trabajando todo el día como si no hubiera pasado nada —Kyro hablaba a los que habían venido con ellos—; si alguien os ve de lejos no sospechará, y si se acercan vosotros os ocuparéis —señaló a los que llevaban ahora el disfraz de guardias—. Pase lo que pase no dejéis que nadie salga de aquí y pueda dar la alarma.

—¿Y nosotros? —dijo uno de los guerreros.

—Buscaos una espada y un arco cada uno; escondeos, descansad y tratad de recuperar fuerzas. Cuando llegue la noche esperad en el recodo del río junto a la ciudad y allí os encontraréis con los otros. Os dirán qué hacer.

Movió las riendas y se pusieron en marcha siguiendo lentamente el camino.

—Espero que los demás lo hayan conseguido —dijo Lennar.

—Pronto lo sabremos —respondió Kyro—. Si no es así nos matarán a todos.

La dureza con la que el viajero hizo el comentario hizo callar por un instante al rebelde; fue algo más tarde cuando habló de nuevo.

—Creo que entre los cuatro grupos podremos reunir unos sesenta o setenta guerreros con salud suficiente para el ataque; y aún así, están en peores condiciones de lo que pensaba. Es una fuerza ridícula para tomar un castillo.

—Crondol habrá ordenado desplazar al sur a todos los efectivos que no sean imprescindibles —el viajero no desviaba la vista del camino—; quitando personal no militar, eso quiere decir que nos superarán en tres a uno.

—Lucharemos hasta la muerte si es necesario; pero no tenemos muchas posibilidades.

—Ellos esperan vuestro ataque por el sur y estarán todos en esa zona del castillo; nosotros les cogeremos por sorpresa desde el norte. Caerán en su propia trampa y venceremos.

—Eso espero, general —Lennar miró al viajero con preocupación—. Eso espero.

Cuando se acercaban al castillo vieron otra carreta algo más grande que la suya, tirada también por dos enormes guldas. Los soldados les saludaron con un gesto y ellos les devolvieron el saludo.

—Vuelven con su carga y no parece que hayan notado nada —murmuró el rebelde—. Buena señal.

Kyro no contestó; siguieron al otro carro sin acercarse demasiado y tratando de no llamar la atención; al llegar a las puertas del castillo los guardias les franquearon el paso sin poner dificultades. Estaban dentro.

El hecho de que en aquel momento hubiera menos gente de lo normal en el castillo hizo que no les fuera difícil escabullirse una vez dejada la carga. Llegaron hasta un pasillo abierto en una zona de servicio desierta en ese momento, y localizaron los puestos de vigilancia de los guardias en las almenas: había dos en la parte norte que controlaban la zona por la que los rebeldes asaltarían la fortaleza.

—Como tú dijiste —Lennar hablaba en voz baja— la clave está en los dos soldados de arriba; pero ¿cómo vamos a eliminarles? Solo hay una escalera que lleva hasta allí y estaríamos desprotegidos, y no podemos usar flechas desde aquí. ¿Qué hacemos?

Llegó por fin la oscuridad, y se oyeron las llamadas de atención para que todo el mundo estuviera preparado y se dirigiera con sus armas a la esquina sur del castillo. La actividad se desplazaba hacia esa zona, mientras que el patio en la parte norte quedaba en silencio.

—Ahí vienen —susurró el viajero.

Dos guardias con lanzas se acercaban hasta la escalera para subir a las almenas; debían ser rápidos, en su camino solo había un tramo de pocos pasos que quedaba oculto a la vista de los soldados de arriba. Lennar y Kyro esperaban tras unos barriles apilados junto a la pared, armados con cuchillos.

Los soldados pasaron junto a ellos: era el momento. En completo silencio les atacaron a la vez, cortándoles la garganta sin darles oportunidad de defenderse. Sabían lo que había que hacer a partir de ese momento: inmediatamente tiraron de los cadáveres, los metieron en barriles vacíos y todo lo aprisa que pudieron recogieron las lanzas y siguieron su camino; en la oscuridad nadie notaría nada de lo que había pasado.

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