Authors: Mandelrot
Tres criaturas, de un color gris amarillento y más o menos del tamaño y forma de un hombre pero con lo que parecían membranas bajo sus brazos y entre sus piernas, tenían acorralada a una cuarta también de forma humana. Las primeras parecían tener picos curvados hacia adentro en lugar de manos y pies, y trataban de clavárselos a su presa que se defendía como podía con un palo largo. Pero era un combate desigual, acabarían con ella. El viajero se dio cuenta de un detalle que le llamó mucho la atención: la que estaba sola llevaba ropas como las suyas pero de color negro, también un casco, y a la espalda lo que parecía ser un planeador.
Uno de los tres atacantes miró arriba y detuvo la pelea por un instante: señaló a Kyro lanzando un aullido y los demás le miraron también. Rápidamente el que le había descubierto dio un salto comenzando a agitar sus membranas y salió volando disparado hacia él mientras los otros continuaban hostigando a su víctima.
Tenía un pequeño pico curvado en lugar de boca y no se le veían orejas ni pelo, pero de resto no era muy distinto de un hombre que estuviera muy flaco. Sus intenciones no dejaban dudas: era hostil. Sus movimientos eran mucho más rápidos y bruscos que los que podía hacer Kyro con el planeador, aquella cosa tenía mucha ventaja; comenzó a dar vueltas a su alrededor, lanzándole ataques en las zonas desprotegidas y siendo demasiado rápido para que el viajero pudiera sujetarle.
Su mente adaptada al combate actuó instantáneamente, analizando la situación y buscando soluciones. Ordenó al planeador bajar lo más rápidamente posible al suelo mientras giraba constantemente tratando de evitar que su agresor se colocara a su espalda. Cuando por fin llegó a tierra el estabilizador le colocó automáticamente en vertical para apoyarse con los pies, lo que le dejó indefenso un costado: la criatura le clavó su púa bajo las costillas y Kyro lanzó un grito de dolor. Pero esto le permitió agarrarla por fin de la muñeca, que era lo que necesitaba: dio un tirón para acercarla todo lo posible y le lanzó una patada al pecho que le hizo sonar varios chasquidos de roturas internas y la dejó aullando tirada en el suelo.
Sus huesos parecían frágiles, seguramente ligeros para volar, y aunque en el aire fueran superiores en tierra los fuertes músculos de Kyro le daban mucha ventaja. Los otros dos monstruos tenían ya dominada a su presa, que mostraba varias manchas de sangre en sus extremidades y se defendía cada vez con menos energía. Uno de ellos se había dado cuenta de que Kyro estaba libre y se lanzó contra él con sus cuatro púas por delante: el viajero respondió saltando al frente y, en el momento en que se encontraron y mientras sentía los picos clavarse en su cuerpo, soltó a su oponente un tremendo cabezazo con su casco que le destrozó el rostro.
El monstruoso pájaro cayó hacia atrás, inerte.
Miró al enemigo que quedaba, que ya había apartado el palo de su presa y le tenía clavada una púa en su hombro y otra en su pierna: su víctima, ya en el suelo, se retorcía resistiendo el castigo como podía. Kyro se movió rápido: llegó hasta ellos, rodeó desde atrás con sus brazos lo que debían ser las costillas de la criatura y apretó con todas sus fuerzas. Un largo aullido de dolor, crujidos y después silencio.
El viajero, sangrando bastante por sus heridas, se acercó a la que había sido víctima de los tres monstruos. Apenas se movía, probablemente por la fatiga y el castigo al que había sido sometida. Kyro se agachó y le quitó el casco con suavidad: había notado que era más alta que él y de constitución mucho más delgada; y ahora vio además que tenía el pelo largo y su rostro era casi humano, como de mujer, de piel mucho más clara y ojos grandes y completamente negros como los de un pájaro. Le miró un instante y después de esto se desmayó.
Cuando despertó el sol estaba en lo alto; lo primero que vio fue la pequeña hoguera crepitando junto a ella. El viajero, que estaba sentado a un lado comiendo un trozo de carne con sus manos, la miró; la mujer intentó moverse pero él alargó la mano para indicarle que se estuviera quieta.
Ella se miró el cuerpo: tenía la ropa cortada en las zonas en las que aún tenía heridas, que habían sido cubiertas con lo que parecían emplastos de hojas.
—Gracias —dijo.
Kyro asintió.
—No conozco estas plantas —habló lentamente, como si le costara hacerlo en esa lengua—, pero había visto antes otras parecidas; hice una prueba conmigo y funcionaron. No te las quites.
—No eres humano —volvió a decir ella— pero no eres muy distinto de nosotros. ¿Qué eres?
El viajero simplemente le echó una mirada, se quedó un instante pensando y volvió a su comida.
La mujer se incorporó un poco.
—Qué raro huele. ¿Qué comes?
Él señaló lo que había ensartado sobre el fuego: la pierna de una de las criaturas que había matado, con la púa al final.
—Esas cosas tienen poca carne pero son comestibles.
—¿Te estás comiendo un galvut? Oh, creo que me voy a desmayar otra vez. Después de vomitar.
—Esos galvuts ¿están por todas partes? —preguntó Kyro.
—No... No por todas partes. Al menos antes no era así, pero parece que se están extendiendo. Yo me sorprendí al encontrármelos por aquí.
—¿Todo este mundo es así, lleno de islas?
La mujer le miró con extrañeza.
—Nosotros los llamamos pokras. No son islas, están vivos.
El viajero pareció sorprenderse, pero no dijo nada.
—Tú no eres de aquí, ¿verdad? ¿De dónde vienes?
—Me dirijo al sureste —contestó Kyro, simplemente—. Solo quiero saber si hay alguna ruta que pueda tomar evitando a los galvuts. Si me lo dices seguiré mi camino, tú estarás bien en un par de días.
—Yo voy hacia el este, a Rova; si quieres puedes acompañarme, y desde allí al sur no deberías encontrar ningún problema.
Él volvió a mirar a la mujer un momento, pensativo.
—Está bien.
—Me llamo Heara. Soy mensajera de la ciudad de Rova.
—Kyro.
—Bien, Kyro —sonrió—. Seas lo que seas, me alegro de haberte conocido.
Al día siguiente Heara ya pudo ponerse en pie aunque con dificultad. Las heridas cerraban bien, pero el dolor seguía impidiéndole hacer muchos movimientos. Durante el día Kyro había cazado otro animal para que ella pudiera comer; al llegar la noche él le cambiaba las hojas que había puesto sobre su piel.
—No conozco cómo os curáis los de vuestra especie —dijo—, pero creo que mañana podrás volar.
—Te lo agradezco mucho —le respondió ella, y le miró—. Tú ya pareces estar bien.
Él asintió, y ella continuó hablando.
—Eres casi como un humano, pero pareces mucho más fuerte; y tu manera de hablar es muy extraña. ¿Puedo saber de dónde vienes, y qué haces aquí? Espero no molestarte con mis preguntas, pero he viajado por todo el mundo conocido y jamás me había tropezado con algo… alguien como tú.
El viajero la miró a los ojos un momento; tras terminar con la última hoja fue a sentarse unos pasos más allá. Miró alrededor.
—Vengo de lejos. Este no es un mal sitio, pero no es para mí. Me iré pronto.
—Tú… Tú no eres de este mundo, ¿verdad? Dicen que hay otros, muy distintos a este; pero nunca lo había creído.
Kyro no contestó; ella siguió hablando.
—Has viajado mucho —dijo—. Se te nota en los ojos, en tu expresión. Estás cansado.
—Los dos necesitamos descansar —respondió él, y se tumbó en el suelo colocando su planeador a modo de almohada—. Hasta mañana.
Por fin llegó el momento de volar hasta el siguiente pokra. Ella le indicó cuál era el que debían elegir, uno que estaba bastante más lejos en una dirección concreta, y allí se dirigieron. Heara saltó la primera y Kyro fue tras ella; al cabo de unos momentos se dio cuenta de que se separaban un poco; la mujer miró atrás y vio que él se quedaba algo rezagado, así que redujo su velocidad hasta que estuvieron a la misma altura.
—¿No puedes ir más rápido?
—Creo que no —respondió el viajero.
—Supongo que es porque pesas demasiado. No importa, no tenemos prisa.
Siguieron así unos momentos, y ella habló de nuevo.
—La sensación es increíble, ¿verdad? —sonrió.
—Sí —Kyro sonrió también.
—Tengo el mejor trabajo que existe: viajar —parecía muy feliz al decir estas palabras.
—Es peligroso. ¿No llevas armas?
—Nunca me habían hecho falta. Solo llevaba un cuchillo como herramienta, pero lo perdí en la pelea con los galvuts. Supongo que a partir de ahora tendré que pensármelo mejor.
Llegaron por fin a tierra firme, y ella señaló hacia adelante y un poco a la izquierda.
—Según el sensor la siguiente se ha movido un poco. ¿Cómo estás de energía?
—Entre el verde y el amarillo —respondió Kyro cuando entendió a qué se refería.
—Vaya, gastas más que yo. Mejor será atravesar la isla a pie para que vayas recargando; haremos un poco de ejercicio.
Se pusieron en camino.
—¿Tenéis más objetos mágicos como el planeador? —preguntó el viajero.
—¿Objetos mágicos? —Heara dudó un momento—. Si te refieres a la alta tecnología, nosotros nunca nunca la fabricamos; no sé de dónde la traían. Quizá de otros mundos...
Miró al viajero, pero este tenía la mirada fija en el camino; así que continuó con su respuesta.
—Tenemos técnicos que cuidan de lo que queda, pero no hay materias primas ni conocimientos para renovar lo que aún conservamos.
—¿Y no hay aquí un dios que prohíbe la magia?
—No, —dijo, mirándole con extrañeza—. Sabemos lo que son los dioses; pero hablas de conceptos muy arcaicos. No se trata de magia, es ciencia.
—Ciencia —repitió él para sí mismo.
—¿No sabes qué es la ciencia?
—Había oído antes esa palabra en otra lengua. Pero suena casi igual.
Pasaron unos momentos andando en silencio, hasta que Heara volvió a preguntar.
—Has conocido muchos lugares muy distintos entre sí, ¿verdad?
Kyro la miró y asintió.
—¿Y cómo es que hablas mi idioma? ¿Lo aprendiste en alguno de esos sitios?
—En casi todas partes hablan lenguas parecidas o derivadas de las mismas.
—Vaya, es una extraña coincidencia —dijo la mujer con expresión de cierta sorpresa.
—Sí, ya lo había pensado. Hay cosas muy diferentes y otras que se repiten, como si... —El viajero no acabó la frase, pareció hacerlo mentalmente solo para sí mismo.
Heara le dirigió una mirada sin dejar de andar.
—Yo pensaba que había viajado mucho —le dijo—, pero al conocerte tengo la sensación de que no he visto nada.
Kyro pareció salir de sus reflexiones.
—Al final en todas partes es igual —fueron sus únicas palabras. Tras esto siguió caminando en silencio.
Dieron varios saltos más, guiados por Heara que parecía distinguir perfectamente qué pokras eran los que debían elegir. Ya estaba avanzada la tarde y caminaban cruzando vegetación frondosa, cuando de repente el viajero puso la mano en el hombro a la mujer para detenerla.
Ella le miró, y él le hizo un gesto de silencio, se quitó el casco y ladeó la cabeza como tratando de escuchar.
—¿Qué pasa? —susurró la mujer.
—Galvuts. Al menos cuatro o cinco.
—¿Aquí? —Heara pareció muy sorprendida. Miró a todas partes sin decir nada más.
Kyro se colocó delante y comenzó a avanzar de nuevo, despacio y en absoluto silencio. Heara le siguió tratando de imitarle.
Más adelante él le hizo un gesto para que se agachara, y parapetándose tras unas piedras se asomaron con cautela a mirar.
El bosque hacía un claro en el que había ruinas de lo que debió ser un pequeño poblado; ahora solo quedaban restos de las edificaciones apenas reconocibles. Por entre los muros semiderruidos asomaron dos de aquellas criaturas amarillas y se escucharon varios aullidos y sonidos de aleteos.
—Debemos averiguar qué hacen por aquí —dijo Heara en voz baja—. Hay humanos que viven cerca y esto es muy peligroso.
Kyro pensó un momento y asintió. Le hizo un gesto para que se quedara allí, se quitó su planeador dejándolo con el casco en el suelo y salió de su escondite avanzando rápida y sigilosamente hasta los restos de las casas más próximas.
Fue deslizándose entre obstáculos tras los que podía ocultarse, hasta llegar a una zona abierta hacia el centro de las edificaciones. Agachado tras un muro del que quedaba menos de la altura hasta su cintura miró con cuidado.
Eran cinco galvuts, ocupados con los restos de dos de lo que Heara llamaría humanos. El viajero no podía distinguirlos bien, pero llevaban sus planeadores sujetos a la espalda y había sangre por todas partes; probablemente acababan de matarles. Las bestias empezaban a picar sus cuerpos para comer.
Kyro miró a los lados y se fijó en una piedra del tamaño de su mano. La cogió, pensando un momento, y valoró su peso; tras esto volvió a mirar la escena que tenía frente a él.
Los galvuts se peleaban por los mejores trozos que comer cuando uno de ellos lanzó un fuerte aullido, que hizo a los demás mirar hacia donde él lo hacía. El viajero estaba en pie tras el resto del muro, con dos piedras en sus manos.
Inmediatamente se lanzaron hacia él; pero estaba preparado. Con mucha fuerza y total precisión lanzó una de las piedras, que impactó con un crujido directamente en la cara del primer galvut que cayó fulminado. Kyro ya cambiaba de mano la otra piedra, que con igual fuerza fue a golpear el pecho del segundo rompiendo sus frágiles huesos también.
Los tres que venían detrás dudaron un instante al ver así a sus compañeros, lo que Kyro aprovechó para agacharse muy rápido y sujetar otras dos piedras que lanzó lo más rápido que pudo. Una de ellas se estrelló en el costado de una de las bestias, dejándole en el suelo retorciéndose de dolor mientras la otra lograba repeler el proyectil deteniéndose y cruzando los brazos para lograr que rebotara en las membranas bajo ellos.
Pero la quinta ya había llegado hasta el viajero, que no tenía más tiempo para agacharse de nuevo. Se lanzó hacia él con las cuatro púas por delante pero Kyro, arrojándose instantáneamente a un lado, logró esquivarlas y sujetarle el brazo tirando de él al tiempo que recogía la pierna y le daba con todas sus fuerzas con la rodilla en el vientre. Los dos cayeron al suelo, y antes de que la cosa pudiera reponerse Kyro sujetó una piedra y le aplastó con ella el cráneo.
Esquivó por un pelo el ataque del último galvut; la púa le pasó rozando la cara mientras él hacía la cabeza hacia atrás. Pero no pudo hacer nada para evitar que otra se le clavara en la espalda, bajo el omoplato; solo sus fuertes costillas evitaron que penetrara hasta destrozarle los pulmones. El viajero, con gran dolor, clavó con fuerza su codo en el pecho del animal haciéndole caer hacia atrás y tras esto se levantó lo más rápidamente que pudo, cogió otra piedra y le golpeó con ella repetidamente hasta que no se movió más.