El viajero (93 page)

Read El viajero Online

Authors: Gary Jennings

Tags: #Aventuras, Historica

BOOK: El viajero
13.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

lugares, hecha de rubíes. Los desiertos eran resplandecientes llanuras de perlas trituradas. Por encima de todo aquel panorama grande como toda la mesa corrían líneas incrustadas de oro, que parecían serpenteantes cuando ondulaban sobre montañas y me-setas, pero al mirar desde encima mismo de cada una de ellas pude comprobar que las líneas eran rectas y que iban de arriba abajo y de un lado a otro del modelo formando un conjunto superpuesto de cuadrados. Las líneas de oriente a occidente eran evidentemente los paralelos climáticos, y las líneas de norte a sur eran las longitudes, pero no pude descubrir desde qué meridiano medían sus distancias.

—Desde la capital —dijo Zhao, al darse cuenta de mi escrutinio —- En aquella época era Xi'an. —Señaló una diminuta ciudad de alabastro, muy al suroeste de Kanbalik —. Fue allí

donde se encontró este mapa hace unos años.

También observé las adiciones que Zhao había hecho al mapa: banderitas de papel que representaban los estandartes de batalla de los orioles y plumas que representaban las colas de yak de los sardar, delineando así las partes de las tierras representadas que estaban en poder del kan Kubilai y de sus ilkanes y wangs.

—No todo el mapa está dentro del imperio —observé.

—Bueno, lo estará —dijo Zhao con la misma voz aburrida que había utilizado antes. Empezó a señalar —: Todo esto, al sur del río Yangzi, es todavía el Imperio Song, cuya capital está allí, en la bella ciudad costera de Hangzhou. Pero podéis ver la fuerte presión que ejercen nuestros ejércitos mongoles sobre las fronteras del Imperio Song. Todo lo que está al norte del Yangzi era antes el Imperio Jin y ahora es Kitai. Hacia allí, todo occidente está en manos del ilkan Kaidu. Y las tierras altas de To-Bhot, al sur de allí, están gobernadas por el wang Ukuruji, uno de los numerosos hijos de Kubilai. Las únicas batallas que tienen lugar de momento las está librando el orlok Bayan aquí, en el suroeste, en la provincia de Yunnan.

—He oído hablar de ese lugar.

—Un país rico y fértil, pero habitado por el turbulento pueblo yi —dijo Zhao con indiferencia —. Cuando los yi tengan la sensatez de sucumbir ante Bayan y Yunnan caiga en nuestras manos, tendremos las restantes provincias Song tan estrechamente cercadas que también ellas deberán rendirse a nuestras armas. El gran kan ha escogido ya un nuevo nombre para estas tierras. Se llamarán Manzi. El kan Kubilai reinará entonces sobre todo lo que veis en este mapa, y más. Desde Sibir en el helado norte hasta las fronteras de las tierras cálidas y selváticas de Champa en el sur. Desde el mar de Kitai al este hasta mucho más allá de donde alcanza este mapa por occidente.

—Al parecer pensáis que todo esto no bastará para satisfacerlo —dije yo.

—Sé que no bastará. Hace un año ordenó emprender la primera incursión mongol hacia oriente. Sí, su primera expedición mar adentro. Envió una flota de chuan a través del mar de Kitai, hasta las islas llamadas Riben Guo, el Imperio de los enanos. Este primer intento fue rechazado por los enanos, pero es seguro que Kubilai lo intentará de nuevo y con mayor energía. —El ministro permaneció un momento mirando el inmenso y bello modelo cartográfico y luego dijo —: ¿Qué importa lo que conquiste? Cuando caiga Song tendrá en su poder toda la Tierra Celeste que antes era de los han. Parecía tan poco preocupado por la perspectiva que le dije:

—Podéis decirlo con mayor emoción, si os place, ministro. Lo atendería muy bien. Al

fin y al cabo vos sois han.

. —¿Emoción? ¿Por qué? —Se encogió de hombros —. Un ciempiés no cae nunca, incluso cuando muere. Los han disponen tamben de muchos pies y han resistido y resistirán siempre. —Se puso a tapar el modelo con el lienzo —. O si preferís una imagen más viva, hermano mayor: nosotros, como una mujer en jiaogou, nos limitados a envolver y a absorber la lanza que nos penetra.

Yo contesté, y sin ánimo de criticarlo, porque en aquel breve intervalo de tiempo había sacado muy buena impresión del joven artista:

—Ministro Zhao, parece que el tema del jiaogou colorea todos vuestros pensamientos.

—¿Por qué no? Yo soy una puta. —Parecía haber recuperado el buen humor y me condujo de nuevo a la habitación principal —. Por otra parte se dice que una puta es la mujer que menos tolera una violación. Mirad lo que estaba pintando cuando vos llegasteis.

Desplegó el rollo de seda que tenía sobre la tabla de dibujo y yo exclamé de nuevo:

—Porco Dio!

No había visto nunca una pintura semejante. Y lo digo en más de un sentido. Ni en Venecia, donde pueden verse muchas obras de arte, ni en ninguno de los países que había visitado y en algunos de los cuales se encontraban también muchas obras de arte: no había visto nunca una pintura trazada de modo tan exquisito y coloreada como si fuera la vida auténtica captada en toda su amplitud; con tantas luces y sombras que parecía como si mis dedos pudiesen acariciar sus rotundidades e introducirse en sus esquinas; tan sinuosa en sus formas que parecía moverse delante de mis ojos; sin embargo continuaba siendo una pintura, bueno por lo menos estaba allí ejecutada como cualquier otra pintura sobre una superficie plana.

—Observad el parecido —me indicó el maestro Zhao, ronroneando como un docente de San Marcos cuando enseña los santos de mosaico de la basílica —. Sólo un artista capaz de pintar el impalpable fengshui podría reproducir también de modo tan perfecto carnes tan sustanciales.

De hecho las seis personas representadas en la pintura del maestro Zhao eran reconocibles de modo instantáneo e inconfundible. Había visto a cada una de ellas en aquel mismo palacio, vivas, respirando y moviéndose. Sin embargo ahí estaban todas sobre seda, desde los cabellos de sus cabezas y los tonos de su piel a los intrincados dibujos de brocado de sus ropas y las diminutas chispas de luz que prestaban animación a sus ojos: las seis vivas todavía pero congeladas en sus movimientos, cada persona reducida mágicamente al tamaño de mi mano.

—Observad la composición —dijo el maestro Zhao conservando su buen humor, pero en tono severo —. Todas las curvas, las direcciones del movimiento seducen y guían la mirada hacia el tema principal y lo que está haciendo.

Y allí la pintura se diferenciaba egregiamente de todo lo que había visto hasta entonces. El tema principal a que se refería el maestro Zhao era su señor y el mío. El kan de todos los kanes, Kubilai, sin ningún genero de dudas, aunque la única alusión de la pintura a su reinado era el morrión de oro que llevaba, y no llevaba nada más. Y lo que estaba haciendo en la pintura se lo estaba haciendo a una joven dama echada en una cama con su ropa de brocado desvergonzadamente subida por encima de la cintura. Reconocí a la dama (por su cara, pues era lo único que había visto hasta entonces de ella): era una de las concubinas del Kubilai. Dos concubinas más, también considerablemente desmelenadas en sus atavíos y con sus personas expuestas, estaban representadas asistiendo el coito, mientras que la katun Jamui y otra de las esposas de Kubilai se encontraban de pie a un lado, vestidas completamente y con modestia, pero sin que sus miradas fueran en absoluto de desaprobación.

El maestro Zhao, interpretando todavía el papel de aburrido docente, dijo:

—Esta pintura se titula: «El poderoso ciervo monta a la tercera de sus ansiosas gamas.»

Observad que él ya ha poseído a dos, pues las nacaradas gotitas de jingye están resbalando todavía por el interior de sus muslos, y todavía quedan dos por disfrutar. El título correcto de esta pintura en han sería Huangse Gongchu…

—¿De esta pintura? —pregunté sorprendido —. ¿Habéis hecho otras pinturas de este tipo?

—Bueno, no son idénticas. La última se titulaba Kubilai es el mongol más poderoso porque toma «yin» para aumentar su «yang». Le presentaba de rodillas delante de una chica desnuda, muy joven, lamiendo con su lengua las gotitas de yin nacarado de su loto, mientras ella…

—Porco Dio! —exclamé de nuevo —. ¿Y todavía no os han llevado a rastras al acariciador?

El ministro imitó mi exclamación y dijo de buen humor:

—Porco Dio, confío que no. ¿Por qué suponéis que continúo dedicándome a este puteo artístico? Como decimos los han, es mi bota y mi saco de arroz. El gran kan me honró

con un ministerio teórico únicamente para tener estas pinturas.

—¿Él quiere que se las hagáis?

—A estas alturas debe de tener ya galerías enteras con mis rollos colgados. También hago abanicos. Mi esposa pinta en un abanico un dibujo magnífico de caña zhugan o de flores de peonía y si el abanico se despliega en la dirección normal lo único que aparece es esto. Pero si el abanico se abre coquetamente por el otro lado, puede verse representado en él algún juego erótico.

—Es decir que esto… que éste es el trabajo que ejecutáis principalmente para Kubilai.

—No sólo para Kubilai, maldita sea. Por orden suya estoy a la disposición de los demás como el juglar de un banquete. Mi talento puede ser solicitado por todos mis colegas ministros y cortesanos. No me sorprendería que incluso vos pudieseis hacerlo. Tendré

que preguntarlo.

—Es extraordinario… —dije con admiración —. El ministro de la Guerra del kanato… se pasa el rato pintando viles pinturas…

—¿Viles? —Fingió que mi adjetivo le horrorizaba —. Realmente me insultáis. Si dejamos aparte el tema, son obras que han salido en definitiva de la ágil mano de Zhao Mengfu, el maestro de fengshui con el cinturón dorado.

—Oh, no voy a denigrar la habilidad de la ejecución. Este cuadro es de un valor artístico impecable. Pero…

—Si éste os disgusta —dijo —deberíais ver lo que tuve que pintar para ese degenerado árabe, Achmad. Pero continuad, hermano mayor. ¿Decíais?

—Pero nadie, ni el gran kan, ha poseído nunca una joya roja masculina como la de la pintura. Ciertamente le habéis dado un color rojo muy vivido, pero con un tamaño y unas venas… Parece como si estuviera metiendo a la dama un tronco apenas desbastado.

—Ah sí, el tamaño. Bueno. Desde luego él no posa para estos retratos, pero hay que dejar contento al patrón. El único modelo masculino que utilizo soy yo mismo, con un espejo, para que las articulaciones anatómicas sean correctas. Sin embargo debo confesar que el miembro viril de cualquier han, incluyendo desgraciadamente el mío, apenas se merece un vistazo. Suponiendo que pudiese distinguirse en una pintura de estas dimensiones.

Yo empecé a mostrar mi simpatía, pero él levantó la mano.

—¡Por favor! No digáis nada. Id y mostrad el vuestro, si es preciso, a la armera de la guardia de palacio. Sin duda apreciará el contraste con el de su marido. Pero ya me enseñaron en una ocasión un enorme órgano occidental, y esto me basta. Me asqueó

observar que la maldita joya roja del árabe es calva incluso en reposo.

—Los musulmanes están circuncidados, yo no —dije con orgullo —. No tenía intención de enseñar nada. Pero quizá algún día os gustaría pintar a mis doncellas mellizas, que ejecutan algunos maravillosos… —Me detuve, fruncí el cejo y pregunté —: Maestro Zhao,

¿decíais con eso que el ministro Achmad posa para las pinturas de él que vos creáis?

—Sí —dijo con una mueca de disgusto —. Pero no os las enseñaría nunca, ni a vos ni a nadie, y estoy seguro de que Achmad tampoco lo hará. Una vez terminada la pintura se saca de encima a los demás modelos empleados, los envía a las cuatro esquinas del imperio, para que no puedan murmurar ni quejarse de nada. Pero apuesto que por lejos que vayan nunca podrán olvidarse de él ni de mí, por haber presenciado yo lo que sucedió y por haber dejado constancia permanente de su vergüenza. El anterior buen humor de Zhao se había esfumado completamente, y parecía haber perdido las ganas de hablar, por lo que decidí despedirme. Me retiré a mis aposentos meditando profundamente, y no sobre pinturas eróticas, a pesar de la impresión que habían causado en mí, ni sobre las diversiones secretas del primer ministro Achmad, a pesar del interés que despertaban en mí. No, estuve pensando en dos cosas más que Zhao había mencionado mientras hablaba como ministro de la Guerra: La provincia de Yunnan.

El pueblo yi.

El evasivo ministro de Razas Menores, Bao Neihe, había abordado también brevemente estos temas. Yo quería saber más sobre ellos y sobre él. Pero aquel día no me enteré de nada más. Narices me estaba esperando para contarme su última correría entre la plantilla de sirvientes, pero no pudo decirme nada referente al ministro Bao. Nos sentamos y encargué a Biliktu que trajera a cada uno una copa de buen vino blanco de putao. Luego nos abanicó con un abanico perfumado mientras conversábamos. Narices, demostrando con orgullo lo mucho que había mejorado en los últimos tiempos su dominio del mongol dijo en aquella lengua:

—Os contaré una historia jugosa, amo Marco. Cuando me contaron por primera vez que el armero de la guardia del palacio era una persona voluptuosa y muy promiscua, la cosa no me intrigó mucho. Al fin y al cabo, ¿hay algún soldado que no fornique? Pero resulta que este oficial es una joven mujer, una dama han de cierta categoría. Su puteo es evidentemente notorio, pero nadie la castiga porque su señor marido es tan cobarde que le perdona su comportamiento indecente.

—Quizá tenga cosas más graves de que preocuparse —le dije yo —. Lo mejor será que ni tú ni yo, por compasión, añadamos nuestras voces al coro general Por lo menos no ataquemos a este pobre individuo.

—Como ordenéis, mi amo. Pero no tengo nada que deciros sobre nadie más… aparte de los criados y esclavos, que sin duda no os interesan.

Ciertamente no me interesaban. Pero tuve la sensación de que Narices quería decirme algo más. Le miré especulativamente y luego dije:

—Narices, hace tiempo que te estás comportando de modo extraordinariamente digno. Por lo menos comparado con otras ocasiones. Sólo recuerdo una falta reciente, cuando te sorprendí una noche espiándome con las chicas, y no recuerdo nada semejante desde que nos conocemos. También he observado otras diferencias en ti. Te vistes con la misma elegancia que los demás criados y esclavos del palacio. Y te estás dejando barba. Siempre me había extrañado que consiguieras mantener tu barba como una sucia pelusa de dos semanas. Pero ahora parece una barba respetable, aunque mucho más gris que antes, y tu huidiza barbilla ya no se nota tanto. ¿Por qué te atusas los bigotes? ¿Te estás ocultando de alguien?

—No exactamente, señor. Como decís en este palacio resplandeciente se procura que los esclavos no lo parezcan. Y como decís, sólo intento parecer más respetable. Más

Other books

Fate's Needle by Jerry Autieri
A Rag-mannered Rogue by Hayley A. Solomon
Charmed Spirits by Carrie Ann Ryan
The Cyber Effect by Mary Aiken