El viaje al amor (29 page)

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Authors: Eduardo Punset

BOOK: El viaje al amor
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Pero el número de hijos no es el único factor determinante de la inversión parental. Hay otros no menos importantes, como los niveles de compromisos heredados y adquiridos para articular el soporte material y psicológico de la convivencia.

Se trata de cifrar el nivel de prudencia adecuado en la estrategia de compromisos. No dejarse deslumbrar por las demandas apremiantes de una sociedad de consumo, que ha multiplicado por mil sus ofertas de placer y bienestar, a costa de desbancar compromisos heredados o adquiridos con anterioridad.

La capacidad de amar de una persona estresada se resiente tanto a la hora de renunciar a un bien deseado -un curso de inglés en el extranjero para su hija- como a la hora de abandonar, para saciar su sed de compromisos, la consecución de uno anterior.

El lector, al cumplimentar el cuestionario para su propia evaluación de la capacidad de amar, contestará en este apartado a preguntas tales como: «No estoy dispuesta/o a renunciar a mi nivel de vida para construir un hogar mejor», o «Concilio adecuadamente mi vida social, laboral y personal».

Por último, en las componentes de la inversión parental figura la capacidad de negociación para definir -normalmente de manera inconsciente- los márgenes respectivos de libertad personal de cada miembro de la pareja. En esta negociación intervienen, a menudo, decisiones que afectan, también, a la siguiente y tercera variable de la capacidad de amar.

Tercera variable: sexualidad y resistencia metabólica

Los restantes factores de la fórmula para medir la capacidad de amar tienen que ver con la vida emotiva del individuo, su nivel de resistencia biológica, psicológica o su entereza y, sorprendentemente, su actitud frente a la emoción negativa del desprecio.

Si un miembro de la pareja abriga un mínimo desprecio hacia el otro, el amor no tiene cabida. Muy a menudo, este sentimiento está conectado al autoengaño inconsciente que impide ser evaluado en su justo valor. En la medida en que aflora ese desprecio es imposible que sobreviva cualquier atisbo de amor.

En cuanto a la vida emotiva propiamente dicha, está condicionada por el grado de estabilidad de los flujos hormonales; muy particularmente, con la vasopresina por una parte, y por otra la oxitocina y la dopamina, conectadas con los circuitos cerebrales del placer y la recompensa que, también, modulan el sentimiento amoroso.

El entorno institucional

Queda un factor residual que afecta a todo el conjunto. Las tres variables que determinan la capacidad de amar de una persona: el apego afectivo (a), pasando por la inversión parental (i), terminando por la sexualidad y la resistencia metabólica (x), se ven afectadas, en mayor o menor medida, por el entorno institucional, que aquí denominamos la constante (k).

Existen sociedades que, lejos de facilitar los medios necesarios para un buen funcionamiento del apego afectivo -ausencia total de instrumentos para la competencia social y emocional-, paliar el déficit de mantenimiento social en forma de guarderías infantiles o políticas equivocadas de empleo, y ofrecer pautas para una sexualidad adecuada -atenciones sanitarias, políticas de educación sexual o sistemas judiciales y policiales ineficientes en materia de protección-, constituyen una rémora importante en la consecución de la capacidad de amar.

En otras palabras, en una sociedad mafiosa con un Estado corrupto, las posibilidades de desarrollar la capacidad de amar son menores, al margen de las condiciones personales en materia de apego afectivo, inversión parental y vida sexual. Nuestra ecuación del amor queda, pues, formulada en los siguientes términos:

Como cualquier fórmula matemática, su validez es universal y enmarca los distintos factores que pueden incidir en el resultado para cualquier tipo o conjunto de población. Ahora bien, al lector le interesa saber el grado en que le afectan a él los distintos condicionamientos de su propia capacidad de amar individual. Las preguntas y la evaluación que se detallan más adelante están encaminadas a este fin.

Básicamente, este cuestionario piloto proviene de la encuesta mucho más amplia sobre la felicidad citada anteriormente. Aquí se ha partido de un cuestionario de 106 preguntas que evalúan la capacidad de amar. La exploración última de las dos mil quinientas entrevistas de la encuesta, todavía en curso, podría modificar algunos de los planteamientos que siguen. Anticipemos la fuerte correlación resultante entre la capacidad de amar y la felicidad al cruzar los resultados con los estudios de Ed Diener y Sonja Lyubomirsky. Mediante un análisis factorial se han validado y agrupado las preguntas en conceptos. Por medio de un análisis cluster se han identificado los individuos en función de sus respuestas, definiendo cuatro tipologías de capacidad de amar. Un análisis discriminante ha permitido reducir el número de preguntas, seleccionando las claves que definen a cada grupo. Por último, un análisis de proximidad final ha arrojado las escalas métricas de la capacidad de amar.

Para obtener una puntuación y poder evaluar su capacidad de amar sume los resultados de las preguntas del grupo A y réstele la suma asignada a las preguntas del grupo B. El resultado de esta resta dará un número que puede oscilar entre 98 y 158.

Interpretación de los resultados

1. Puntuación igual o mayor de 76: significa que, en general, usted es una persona capaz de establecer vínculos afectivos estables y sólidos, a quien no asustan los compromisos, que disfruta relacionándose con los demás, que tiene o es capaz de mantener una relación de pareja madura basada en el respeto, la comprensión, el compromiso y la pasión. Que no se arredra ante las dificultades, que cuando cae se levanta y no mira atrás. Usted sabe que casi todo en la vida tiene un lado bueno, lo cual no significa, necesariamente, que la vida le sonría, pero usted sí sonríe a la vida. Es un individuo con curiosidad intelectual, con sentido del humor y con una autoestima bien establecida, que sabe valorarse y que, posiblemente, es valorado, sin que ello implique estar centrado en uno mismo, al revés, usted es sensible a los problemas o dificultades de los demás. Posiblemente, usted sea la pareja y/o el amigo que todos desearíamos tener.

2. Puntuación entre 60 y 75: posee una buena capacidad de amar, se maneja bien en las relaciones sociales, tiene un buen círculo de amigos, tiene o es capaz de mantener una relación de pareja madura y su relación con sus padres y hermanos es óptima. Es una persona abierta al mundo y bien integrada en la sociedad, razonablemente optimista, y se siente seguro de sí mismo. Puede que en ocasiones se sienta desbordado por los compromisos adquiridos, pero tiene recursos que le permiten recuperar el equilibrio.

3. Puntuación entre 46 y 59: no le resulta fácil establecer lazos estrechos basados en la confianza y el compromiso, tal vez porque su familia no fue un buen lugar en el que aprender esos principios. Se siente más cómodo manteniendo relaciones triviales que profundas. Es posible que evite una relación de pareja estable, por la pérdida de autonomía que implica, ya que valora en extremo su independencia, o bien, si la tiene, se sienta agobiado a menudo por los compromisos y las obligaciones que conlleva. Puede que no se sienta reconocido como cree que le corresponde, ya sea por la familia, la pareja, los amigos o profesionalmente, pero lo cierto es que es muy posible que no se valore a sí mismo lo suficiente. Por todo lo anterior, alberga cierto sentido negativo de la vida.

4. Puntuación de 45 o menor: le cuesta establecer vínculos sólidos con los demás, ya sea porque huye de los compromisos y las obligaciones que ello implica o porque es incapaz de establecer dicho vínculo. Además, no disfruta especialmente con las relaciones sociales, sino que prefiere la soledad. Puede que le marcara alguna experiencia vital negativa, familiar, escolar o de pareja, y ello le dificulte llevar una vida de pareja madura, lo cual no significa que otras personas no hayan pasado por lo mismo, pero sí que para usted es más difícil sobreponerse. Posiblemente sea una persona bastante centrada en sí misma y, por tanto, bastante cerrada a las relaciones y al mundo. En general no es ni muy positivo ni muy seguro. Posiblemente piense que la vida no le ha tratado como se merece y que hay personas que se han beneficiado de una posición que no les corresponde.

A partir de aquí, los lectores tienen pistas más que suficientes para evaluar su propia capacidad de amar en un mundo que empieza, por fin, a descubrir las ventajas evolutivas del viaje al amor.

Una vez completado el formulario, es posible que a algunos lectores les sobren recursos para explorar un campo virgen que abren las nuevas tecnologías: la interacción entre el autor y el lector. De ser así, sugiero que me ayuden a completar mi propia evaluación de la capacidad de amar. O mejor dicho, que respondan a las preguntas en mi lugar, en función de la información sucinta que a continuación expongo sobre mi experiencia personal en las distintas dimensiones de la capacidad de amar.

¿Cuáles habrían sido, probablemente, las respuestas del autor? Y en virtud de estas respuestas asumidas por el lector, ¿mi capacidad de amar es mayor, menor o igual a la suya? Con toda seguridad, se tratará de un ejercicio realizado con mayor imparcialidad y aproximación a la verdad que si lo hubiera hecho yo mismo. Su gran ventaja radica en anticipar lo que, dentro de poco tiempo, será uno de los ejercicios realizados por los alumnos de secundaria en todas las escuelas en el marco de la disciplina de competencia social y emocional.

El enunciado del problema será similar a los apuntes que siguen referidos a mí mismo y, a partir de ellos, los alumnos deberán estructurar las preguntas adecuadas y calcular un resultado.

Los lectores que participen en este ejercicio de interactividad pueden remitir el resultado a www.elviajealamor.com

Apuntes sobre las dimensiones de la capacidad de amar del autor

No recuerdo la cuna. No dormía en el mismo lecho que mis padres. Tampoco recuerdo que hubiera ratas u otros animales debajo de la cama por la noche. Lo que yo creía que era mi primer recuerdo, de los dos años, lo he desechado totalmente después de una larga conversación con el neurólogo Oliver Sacks, a la que ya me he referido en otras circunstancias. Él estaba convencido de la conmoción que le causó una bomba alemana caída en el jardín de su vecino, poco antes de terminar la segunda guerra mundial; yo habría jurado que mi madre me arrastraba por la estación de Sants, en Barcelona, salvándome de la humareda y de una multitud, buscando alocadamente la salida al final de la guerra civil. Pero los dos recuerdos los habíamos fabricado nosotros mismos. Cincuenta años más tarde descubrimos que, probablemente, no eran ciertos.

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