El universo en un solo átomo (11 page)

BOOK: El universo en un solo átomo
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Asanga afirma que el origen del universo se debe comprender en términos del principio de una cadena infinita de causación, sin trascendencia ni inteligencia preexistente.

El budismo y la ciencia comparten una reticencia fundamental a la hora de postular un ser trascendente como origen de todas las cosas. No es de sorprender, puesto que ambas tradiciones investigativas son esencialmente no teístas en su orientación filosófica. Si, no obstante, aceptamos el Big Bang como comienzo absoluto de todo, hecho que implica que el universo tiene un momento absoluto de nacimiento, salvo que nos neguemos a especular más allá de aquella explosión cósmica, los cosmólogos deberán aceptar, a pesar de sí mismos, la existencia de algún tipo de principio trascendente como causa del universo. Quizá no se trate del mismo Dios que postulan los teístas, sin embargo, en su papel fundamental de creador del universo, ese principio trascendental representará algún tipo de deidad.

Si, por otra parte, como han sugerido algunos científicos, el Big Bang no es tanto un punto de partida como un momento de inestabilidad termodinámica, hay lugar para una interpretación más compleja y matizada de aquel acontecimiento cósmico. Parece que muchos científicos opinan que todavía no se ha emitido un juicio definitivo acerca del Big Bang como comienzo absoluto de todo. La única prueba empírica concluyente hasta el momento es que nuestro entorno cosmológico parece haber evolucionado a partir de un estado intensamente caliente y denso. Hasta que se encuentren pruebas más convincentes de los distintos aspectos de la teoría del Big Bang, y hasta que queden plenamente integrados los hallazgos de la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, muchas de las cuestiones cosmológicas que aquí se plantean seguirán formando parte del terreno metafísico, no de la ciencia empírica.

Según la cosmología budista, el mundo está compuesto de los cinco elementos: el elemento del espacio, que sirve de sostén, y los cuatro elementos fundamentales de tierra, agua, fuego y aire. El espacio permite la existencia y funcionamiento de todos los demás elementos. El sistema Kalachakra presenta el espacio no como una nada absoluta sino como un medio de «partículas vacías» o «partículas espaciales», que son partículas «materiales» extremadamente sutiles. Este elemento del espacio es la base para la evolución y la disolución de los cuatro elementos, que se generan a partir de aquel y vuelven a ser absorbidos por él. El proceso de la disolución sigue el siguiente orden: tierra, agua, fuego y aire. El proceso de la generación sigue el orden inverso: aire, fuego, agua y tierra.

Asanga afirma que estos elementos básicos, que él describe como «los cuatro grandes elementos», no se deben concebir en términos de materialidad en el sentido estricto de la palabra. Él traza una distinción entre los «cuatro grandes elementos», que son más unas fuerzas en potencia, y los grandes elementos que son constitutivos de la materia agregada. Tal vez, resulte más fácil comprender los cuatro elementos de los objetos materiales como solidez (tierra), liquidez (agua), calor (fuego) y energía cinética (aire).

Los cuatro elementos evolucionan desde el nivel más sutil al material, a partir de la causa subyacente de las partículas vacías, y se disuelven desde el nivel material al sutil, retornando a las partículas vacías del espacio. El espacio, con sus partículas vacías, es la base de todo el proceso. Quizá el término «partícula» no sea el más apropiado para designar estos fenómenos, ya que implica realidades materiales ya formadas. Por desgracia, los textos no contienen descripciones suficientes que nos ayuden a definir mejor estas partículas espaciales.

La cosmología budista establece el ciclo del universo de la siguiente manera: primero, hay un período de formación, luego un período de duración, a continuación, un período de destrucción y, por último, un período de vacío, que precede la formación de un universo nuevo. A lo largo del cuarto período, el del vacío, las partículas espaciales subsisten, y será a partir de ellas que nacerá toda la materia del nuevo universo. Es en estas partículas espaciales donde se encuentra la causa fundamental del mundo físico en su totalidad. Si queremos describir la formación del universo y de los cuerpos físicos de los seres, debemos analizar la manera en que los diferentes elementos constitutivos del universo pudieron cobrar forma a partir de las partículas espaciales.

Es el potencial específico de estas partículas que ha dado lugar a la estructura del universo y de todo lo que hay en él: los planetas, las estrellas y los seres sensibles, como los humanos y los animales. Si regresamos a la causa última de los objetos materiales del mundo, llegaremos a las partículas espaciales. Su existencia precede al Big Bang, es decir, a cualquier nuevo comienzo, y son, de hecho, residuos del universo preexistente que se desintegró. Parece que algunos cosmólogos se inclinan a pensar que nuestro universo surgió como una fluctuación de lo que se denomina «vacío cuántico». Para mí, esta idea hace eco de la teoría Kalachakra de las partículas espaciales.

Desde el punto de vista de la cosmología moderna, comprender el origen del universo durante los primeros segundos de su existencia plantea un problema casi irresoluble. Parte de este problema reside en el hecho de que las cuatro fuerzas conocidas del universo —la gravedad, la electromagnética y las fuerzas nucleares débil y fuerte— no funcionan en esos momentos. Entran en juego más tarde, cuando la densidad y la temperatura de la etapa inicial han disminuido sustancialmente, y empiezan a formarse las partículas elementales de la materia, como el hidrógeno y el helio. El comienzo preciso del Big Bang es lo que llamamos una «singularidad». Allí fracasan todas las ecuaciones matemáticas y las leyes de la física. Cantidades normalmente mensurables, como la densidad y la temperatura, son indefinibles en ese momento.

Puesto que el estudio científico del origen cosmológico requiere la aplicación de ecuaciones matemáticas y la asunción de validez de las leyes de la física, parecería que, si estas leyes y ecuaciones fracasan, debemos preguntarnos si alguna vez podremos hallar una explicación completa de los segundos iniciales del Big Bang. Mis amigos científicos me dicen que algunas de las mentes más privilegiabas de la ciencia se dedican, precisamente, a explorar la historia de las primeras etapas de la formación de nuestro universos. Parece que, según algunos investigadores, la solución a lo que ahora aparece como un conjunto de problemas irresolubles yace en la formulación de una gran teoría unificada, que nos ayude a integrar todas las leyes de la física conocidas. Tal vez consiga reunir los dos paradigmas de la física moderna que ahora parecen contradecirse: la relatividad y la mecánica cuántica. Según me dicen, las suposiciones axiomáticas de estas dos teorías no se han podido conciliar, hasta el momento. La teoría de la relatividad afirma que el cálculo preciso de la condición exacta del cosmos en cualquier momento dado es posible, si disponemos de la información necesaria. La mecánica cuántica, en cambio, sostiene que el mundo de las partículas microscópicas se puede comprender únicamente en términos probabilísticos, porque, en un nivel fundamental, el mundo consiste de trozos o cuantos de materia (de ahí el nombre de física cuántica) que están sujetos al principio de la incertidumbre. Teorías de nombres exóticos, como la teoría de la hipersecuencia o la teoría M, son candidatas a la gran teoría unificada.

Existe otro impedimento a nuestro intento de alcanzar un conocimiento completo de la formación inicial del universo. En el nivel fundamental, afirma la mecánica cuántica, es imposible predecir con exactitud el comportamiento de una partícula en una situación dada. Por lo tanto, solo podemos hacer predicciones del comportamiento de una partícula sobre una base de probabilidades.

Si esto es cierto, por muy eficaces que sean nuestras fórmulas matemáticas, nunca podremos comprender el desarrollo de un proceso, ya que nuestro conocimiento de las condiciones iniciales de un fenómeno o acontecimiento dado será siempre incompleto. En el mejor de los casos, podremos hacer conjeturas aproximadas pero nunca lograr una descripción completa siquiera de un solo átomo, y mucho menos de todo un universo.

El pensamiento budista admite la práctica imposibilidad de alcanzar el conocimiento completo del origen del universo. Un texto Mahayana que se titula
La escritura del ornamento floral
contiene una larga descripción de los sistemas cósmicos infinitos y de los límites del conocimiento humano. Una sección llamada «Lo incalculable» ofrece una secuencia de cálculos de números extremadamente elevados, que culmina con términos como «lo incalculable», «lo inconmensurable», «lo ilimitado» y «lo incomparable». ¡El número más alto es el «cuadrado indecible», que se supone corresponde a la función de lo «inenarrable» multiplicado por sí mismo! Un amigo me ha dicho que este número se puede representar como 1059. El
Ornamento floral
prosigue con la aplicación de estos números inconcebibles a los sistemas cósmicos. Afirma que, aunque mundos «incontables» sean reducidos a átomos y cada átomo contenga mundos «incontables», el número de sistemas cósmicos no se habrá agotado.

De modo similar, con unos bellos versos poéticos, el texto compara la intrincada e intensamente interrelacionada realidad del mundo con una red infinita de gemas, la «red de joyas de Indra», que se expande por el espacio infinito. En cada nudo de la red hay una gema de cristal, que se conecta con todas las demás gemas, a las que refleja en sí misma. Ninguna joya se encuentra en el centro ni en los extremos de la red. Cada una de ellas está en el centro, en la medida en que refleja todas las demás joyas de la reo. Al mismo tiempo está en el extremo, en la medida en que es reflejada en todas las demás joyas. Dada la profunda interconexión de todo lo que hay en el universo, no es posible alcanzar el conocimiento total de un solo átomo si no se es omnisciente. Conocer plenamente un átomo supondría conocer también sus relaciones con todos los demás fenómenos del universo infinito.

Los textos Kalachakra afirman que, antes de su formación, cualquier universo dado se encuentra en el estado de «vacío», donde todos sus elementos materiales existen en forma de potencialidad como «partículas espaciales». En determinado momento, cuando maduran las propensiones kármicas de los seres sensibles que han de evolucionar dentro de este universo dado, las «partículas de aire» empiezan a agregarse de forma similar, generando poderosos cambios «térmicos», que viajan por el aire. A continuación, se agregan las «partículas de agua» para formar una «lluvia» torrencial, que va acompañada de relámpagos. Finalmente, se agregan las «partículas de tierra» que, combinadas con los demás elementos, empiezan a asumir un estado de solidez. El quinto elemento, el «espacio», impregna todos los demás como fuerza inmanente y, por lo tanto, no posee una existencia diferenciada. Tras un larguísimo proceso temporal, los cinco elementos se expanden hasta formar el universo físico, tal como lo conocemos y percibimos.

Hasta ahora nos hemos referido al origen del universo como algo que consiste únicamente en una mezcla de energía y materia inánime: el nacimiento de las galaxias, los agujeros negros, las estrellas, los planetas y el caos de las partículas subatómicas. Desde la perspectiva del budismo, sin embargo, existe el tema esencial del papel de la conciencia. Por ejemplo la cosmología Kalachakra como la Abhidharma asumen que la formación de un sistema cósmico concreto está íntimamente ligada a las propensiones kármicas de los seres sensibles. En lenguaje actual, podemos decir que estas cosmologías budistas proponen que nuestro planeta evolucionó de modo que pudiera sostener la evolución de seres sensibles, en la forma de las miríadas de especies que existen actualmente en la Tierra.

Al invocar aquí el karma no pretendo sugerir que todo está en función de aquello en el budismo. Debemos distinguir entre la operación de la ley natural de la causalidad, según la cual una serie dada de condiciones tendrá una serie dada de efectos, y la ley del karma, según la cual un acto intencionado cosechará determinados frutos. Si, por ejemplo, dejamos una hoguera sin apagar en el bosque, y las llamas prenden unas ramitas secas y se propagan, provocando un incendio forestal, el hecho de que los árboles en llamas ardan y se conviertan en carbón y en humo es, simplemente, un efecto de la ley natural de la causalidad, dada la naturaleza del fuego y de los materiales incendiados. Esta secuencia de acontecimientos no implica el karma. Pero que un ser sensible decida encender un fuego y luego se olvide de apagarlo —acto que ha dado origen a la cadena de acontecimientos— sí implica una causalidad kármica.

En mi opinión, el proceso entero de la evolución de un sistema cósmico obedece a la ley natural de la causalidad. Creo que el karma entra en acción en dos momentos. Cuando el universo evoluciona hasta el punto de poder sostener la vida de los seres sensibles, su destino se enlaza con el karma de estos seres que lo habitarán. Quizá resulte más difícil comprender la intervención inicial del karma, que es, en efecto, la maduración del potencial kármica de los seres sensibles que ocuparán dicho universo, que desencadena su devenir.

La capacidad de discernir exactamente cuándo el karma se cruza con la ley natural de la causalidad es, según la tradición budista, prerrogativa únicamente de la mente omnisciente del Buda. El problema consiste en conciliar los dos hilos explicativos: primero, que cualquier sistema cósmico y los seres que lo habitan surgen del karma y, segundo, que existe un proceso natural de causa y efecto que, simplemente, se desencadena. Los textos budistas más antiguos sugieren que la materia, por un lado, y la conciencia, por el otro, se relacionan de acuerdo a un proceso propio de causa y efecto, que da lugar a nuevos conjuntos de funciones y propiedades en ambos casos. En la medida en que comprendemos su naturaleza, relaciones causales y funciones, podemos derivar inferencias —en torno a la materia y también a la conciencia— que darán lugar al conocimiento.

Esas etapas fueron codificadas como los «cuatro principios»: el principio de la naturaleza, el principio de la dependencia, el principio de la función y el principio de la evidencia.

La pregunta, pues, es esta: Estos cuatro principios, que, según la filosofía budista, constituyen las leyes de la naturaleza ¿son en sí independientes del karma o su existencia está ligada al karma de los seres que habitan el universo en que dichas leyes operan? Esta cuestión es similar a las preguntas planteadas en relación al estatus de las leyes de la física. ¿Puede existir un conjunto de leyes físicas completamente distintas en otro universo o las leyes de la física, tal como las conocemos, son válidas para todos los universos posibles?

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