Authors: Jude Watson
—Gracias, Qui-Gon —dijo Lena en voz baja, sacándole de su ensoñación—. Por muy difícil que sea vivir sin Rutin, sé que tienes razón.
Qui-Gon le apretó la mano suavemente. Se dio cuenta de la expresión de su padawan, una confusa frustración, y se dio cuenta de que le debía alguna explicación que otra, pero no era el momento. Tenían que hallar las pruebas y salir del planeta.
—¿Tienes alguna idea sobre el significado de las pistas del paquete? —preguntó Qui-Gon.
Lena se puso en pie y comenzó a mirar bajo las rocas y las grandes hojas verdes.
—Sé que es aquí —explicó—, pero las pistas no tienen sentido. ¿Para qué iba a querer yo un taladro o unas botas?
Los tres buscaron por la zona, pero no encontraron nada aparte de la hierba, el agua, las rocas y las plantas.
—Aquí no hay nada —dijo Obi-Wan al fin, en tono exasperado—. No es más que otro rincón encantador en este bosque.
Al oír esas palabras, Lena alzó la mirada de repente.
—No, no lo es —dijo ella—. Está todo fabricado por manos humanas —comenzó a mirar el suelo con otros ojos. Encontró un parche de suelo artificial cubierto de musgo. Se arrodilló y lo retiró.
Y vio un gran panel cerrado con llave.
Lena cogió el taladro y forzó la cerradura. Levantando la entrada y vio un corto túnel que bajaba.
Emocionada, Lena se introdujo en el túnel. Un momento después, Qui-Gon escuchó un audible chapuzón.
—Vale, ya sé para qué eran las botas —exclamó ella—. El agua me llega hasta los tobillos. ¡Al menos no son aguas fecales!
Qui-Gon le alcanzó las botas. Eran grandes, y Lena se las puso por encima de los zapatos. Luego encendió la linterna y fue de un lado a otro. Estaba dentro de un pequeño cuarto de bombeo.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó Obi-Wan.
Hubo más chapoteo, pero ninguna respuesta. Y luego un rato de silencio total.
Qui-Gon y su padawan se miraron. Qui-Gon estaba a punto de entrar cuando oyeron un grito de alegría.
—¡Lo encontré! —exclamó Lena.
Un momento después salió con un pequeño paquete envuelto en aislantes.
Qui-Gon deseó que fueran las pruebas que necesitaban.
No perdieron tiempo en regresar al almacén. Habían estado un par de horas en el parque, y ya era por la mañana temprano.
Obi-Wan estaba ansioso por llegar al improvisado apartamento y abrir el paquete. También estaba exhausto y esperaba que pudieran descansar unas horas antes de planificar el siguiente movimiento. Pero su Maestro no era partidario del descanso. En multitud de ocasiones. Obi-Wan pensó que Qui-Gon ni siquiera necesitaba dormir.
Una vez a salvo dentro del almacén, Lena abrió el paquete. En su interior había un datapad, bien envuelto y protegido del agua y de los golpes. Lena encendió el dispositivo y esperaron a que diera señales de vida.
Los momentos que siguieron parecieron prolongarse durante horas. Con manos temblorosas, Lena puso el datapad en una mesita y se sentó en el sofá.
El datapad emitió un silbido.
Lena pulsó una serie de teclas a un lado del dispositivo y la información comenzó a parpadear en la pantalla. Información sobre negociaciones ilegales, sobornos, extorsión al Gobierno, asesinos contratados... La lista de delitos se prolongaba hasta el infinito.
—Di adiós al poder, Solan —susurró Lena, que alzó la mirada hacia los Jedi, sonriendo—. Esto pondrá a los Cobral tras los barrotes durante una temporadita —dijo.
Obi-Wan suspiró aliviado. Muy pronto, la misión terminaría. Lena estaría a salvo, y Frego sería libre.
Qui-Gon no perdió tiempo en contactar con el senador Crote en Coruscant. Le explicó que ya tenían las pruebas necesarias y que emprenderían el viaje a primera hora de la mañana.
—Estupendo —respondió el senador—. Cojan el
Degarian II
. Es rápido y está disponible. Espero verles mañana.
Sin nada más que hacer, Lena y los Jedi se dispusieron a descansar unas horas. Pero mientras Lena dormía en la habitación contigua y su Maestro roncaba junto a él. Obi-Wan se dio cuenta de que, pese al cansancio, no podía dormir. No dejaba de pensar en la conversación que había oído entre su Maestro y Lena en el parque. Qui-Gon nunca había hablado con tanta franqueza de su dolor. Con nadie. ¿Por qué había optado por desahogarse con una mujer de la que apenas se fiaba, y no con su propio padawan?
Obi-Wan sabía que la muerte de Tahl había sido un golpe durísimo para Qui-Gon. Y sabía que su Maestro estaba enamorado de ella. Pero mientras Tahl estuvo viva. Obi-Wan no supo nada de aquella relación. ¿Cuándo floreció? Qui-Gon y Tahl apenas tenían tiempo para pasar juntos, que él supiera.
Allí, tumbado en la oscuridad, se sintió culpable. Sabía que no debía enfadarse con su Maestro, porque podía confiar en quien quisiera. Y si no era Obi-Wan, que así fuera.
Cambió de postura y recordó lo que su Maestro le había dicho a Lena. Recordó la mirada de Qui-Gon. Y deseó más que nada en el mundo encontrar el modo de aliviar el dolor de su Maestro.
Al fin, la fatiga de la misión se apoderó de Obi-Wan, que comenzó a quedarse dormido. Pero, justo cuando sus sentidos estaban comenzando a relajarse, escuchó movimiento en el cuarto de Lena.
Obi-Wan se levantó, preguntándose por un momento si Lena estaría intentando huir sin ellos. Si su Maestro había tenido razón al cuestionar las razones de la chica. Cuando habló con Solan lo hizo con convicción, y quizá realmente quería llevarse bien con los Cobral. Luego escuchó otra vez pasos y un forcejeo. ¡Alguien estaba atacando a Lena!
Se aseguró de que tenía su sable láser e irrumpió en la habitación contigua. Lena estaba en una silla, atada y amordazada. Una figura encapuchada, con una túnica rojiza, estaba junto a ella.
Lanzándose por los aires, Obi-Wan pasó por encima de ambos, quitándole la capucha al intruso. Esperó encontrarse cara a cara con un Cobral, pero no reconoció al extraño, cuyo rostro se contrajo en una mueca de furia mientras empuñaba una pistola láser.
Obi-Wan ya tenía el sable láser preparado, pero, de repente, el intruso se metió algo en el bolsillo y se acercó a la puerta de transpariacero. Estaba a punto de desaparecer, cuando Qui-Gon irrumpió en la sala y golpeó al hombre contra la pared con un impulso de la Fuerza. El intruso se deslizó hasta el suelo y se quedó inmóvil.
Obi-Wan desató rápidamente a Lena.
—¿Estás bien? —preguntó.
Lena asintió.
—Otro matón a sueldo de los Cobral —dijo, intentando sonreír—. Ya casi me estoy acostumbrando a ellos.
—Qué oportuno has estado Maestro —dijo Obi-Wan irónicamente, mientras ayudaba a Lena a levantarse.
—Gracias —respondió Qui-Gon mientras se agachaba junto al hombre—. Me parece que se va a despertar con un tremendo dolor de cabeza.
Qui-Gon llevaba semanas sin hacer una broma, y aquello fue música para los oídos de Obi-Wan.
Qui-Gon registró los bolsillos del asaltante y recuperó el datapad de Rutin. También recuperó otra cosa, Obi-Wan pudo verlo, pero Qui-Gon se la guardó en la mano.
El Maestro Jedi se levantó y se puso frente a Lena y Obi-Wan. En su rostro se dibujaba una grave preocupación.
—Ha habido un cambio de planes. Tenemos que abandonar Frego lo antes posible —dijo.
Lena, Qui-Gon y Obi-Wan avanzaron en silencio por las calles oscuras de Rian. Era casi de día, y una pálida luz amarillenta estaba comenzando a apoderarse del cielo. Qui-Gon estaba ansioso por dar aquella misión por terminada, pero mientras caminaba decidido no podía quitarse de encima la sensación de que todavía les quedaba mucho para el final.
Cuando llegaron a una de las principales plataformas de aterrizaje de la ciudad, Obi-Wan se dirigió inmediatamente al
Degarian II
. Ya estaba prácticamente a bordo de la nave cuando Qui-Gon le alcanzó. Lena les seguía de cerca.
—No, padawan —dijo Qui-Gon en voz baja, llevándole aparte—. No vamos a coger esta nave —Qui-Gon señaló con la cabeza a un solitario vehículo en un rincón de la plataforma—. Creo que ése nos vendrá mucho mejor para lo que necesitamos.
Obi-Wan se quedó perplejo, pero asintió. Cogió a Lena y la guió amablemente lejos del
Degarian II
, en dirección al área más oscura de la plataforma.
Qui-Gon se acercó al piloto de la pequeña nave.
—Queremos unos billetes para Coruscant —explicó en voz baja—. Nos gustaría marcharnos lo antes posible.
El piloto dejó de hacer lo que estaba haciendo y se levantó. Era considerablemente alto. No dijo nada al principio, sino que se limitó a mirar a Qui-Gon, que le mantuvo la mirada sin pestañear. Supo con certeza que aquel hombre no estaba con los Cobral. Volar con él sería relativamente seguro.
—Puedo llevaros a Coruscant —dijo por fin. Estableció su precio, que les pareció razonable. Qui-Gon accedió.
—Tenemos asuntos que atender, volveremos en breve —dijo.
El piloto asintió.
—Estaré preparado.
Qui-Gon se giró y se dirigió hacia Obi-Wan y Lena. Ya sólo tenían que hacer ver que abandonaban el planeta a bordo del
Degarian II
, según lo planeado.
—Es hora de embarcar —dijo en tono normal, mientras subía por la rampa. Luego dijo en voz baja a Obi-Wan—: Déjame hablar a mí.
El
Degarian II
era un vehículo grande y cómodo, con un salón diplomático y amplios camarotes para los pasajeros. Los Jedi y Lena fueron recibidos por un androide anfitrión en cuanto entraron.
A Qui-Gon le sorprendió ver que el androide era idéntico a los que Obi-Wan y él habían derribado hacía pocas horas, pero le saludó con toda normalidad. Tras charlar unos momentos y aceptar un mensaje de bienvenida del senador Crote. Qui-Gon declaró que estaban muy cansados y que deseaban retirarse a sus aposentos.
—Muy bien, señor —respondió el androide—. Les mostraré el camino.
Les guió por un largo pasillo, hacia tres espaciosas habitaciones.
—Gracias —dijo Qui-Gon—. Por favor, nos gustaría ser despertados antes de llegar.
El androide asintió.
—Por supuesto. Tenemos permiso para salir en veinte minutos —se quedó un momento, como para asegurarse de que cada uno entraba en su cuarto. Lena bostezó y dio las buenas noches, desapareciendo tras una de las puertas. Obi-Wan hizo lo mismo y Qui-Gon también.
Qui-Gon esperó unos quince minutos largos antes de tocar en la puerta de Lena.
—Nos vamos ya —dijo Qui-Gon mientras Obi-Wan aparecía tras él.
Lena parecía confundida.
—¿Creéis que es seguro? —preguntó.
—Más que quedarse a bordo —respondió Obi-Wan con una mueca.
Qui-Gon comenzó a bajar por el pasillo y los demás le siguieron de cerca. Se escaparon por una pequeña escotilla en la parte trasera de la nave, justo cuando los motores se ponían en marcha. Estaban embarcando en la otra nave cuando el Degarian II desapareció en la atmósfera superior.
En cuanto todos estuvieron a salvo dentro del transporte. Qui-Gon explicó lo que había pasado.
—Me temo que el senador Crote no es lo que parece —se sacó del bolsillo una orden de viaje que llevaba el sello oficial fregano. También llevaba la firma del senador Crote—. Esto lo llevaba el matón que intentó robar las pruebas de Rutin.
Lena abrió los ojos incrédula.
—¿El senador? —exclamó—. Estaba convencida de que él no estaba metido en esto..., que no era parte de la corrupción.
—Yo he estado convencido de muchas cosas que al final han resultado no ser ciertas —respondió Qui-Gon—. Hay muchas verdades ocultas en una galaxia como la nuestra.
Lena se apoyó en el respaldo de su asiento y se frotó los ojos. Estaba visiblemente afectada. Parecía que la maraña de mentiras de los Cobral era imposible de deshacer.
—Obviamente, pensé que no merecía la pena arriesgarse a volar en el
Degarian II
—siguió diciendo Qui-Gon mientras esbozaba una sonrisa—. Creo que ya nos hemos expuesto a suficientes peligros.
La pequeña nave despegó un rato más tarde, y los Jedi y Lena se pusieron cómodos para el viaje. Pese a que la nave no era ni mucho menos tan grande o tan bien equipada como el
Degarian II
, Qui-Gon se dio cuenta de que un aire de tranquilidad se apoderó del grupo cuando se elevaron por los aires. Por fin estaban abandonando Frego.
Cuando la nave estaba a medio camino de Coruscant, Qui-Gon fue extraído de su estado meditativo por el zumbido de su intercomunicador. Un momento después, se escuchó la familiar voz de Yoda.
—Atacado el
Degarian II
ha sido —dijo simplemente. Su sentencia fue seguida de unos instantes de silencio—. Supervivientes no hay.
El Maestro Jedi Mace Windu recibió a Qui-Gon, Obi-Wan y Lena en la plataforma de aterrizaje. Había sido un largo viaje, y era por la tarde en la ciudad planetaria de Coruscant. El sol estaba en lo alto, extrayendo reflejos de los miles de transportes de la superficie y arrancando brillos a los elevados rascacielos.
—Tú debes de ser Lena Cobral —dijo el Maestro Windu, dándole la mano—. Me alegro de conocerte al fin.
Les miró uno por uno antes de llevarles hacia el Templo Jedi.
—Damos las gracias por teneros sanos y salvos —dijo—. Lo del senador Crote fue toda una sorpresa y, evidentemente, no muy buena. Y luego, cuando el
Degarian II
fue destruido...
Obi-Wan puso una mueca de desagrado al recordar lo cerca que habían estado de morir.
—Nos gustaría que Lena subiera al estrado lo antes posible —dijo, cambiando de tema.
—Por supuesto —asintió Mace—. El Canciller ha convocado una vista especial esta tarde. Empezará en unas horas. Todo el Senado estará allí.
—Excelente —dijo Qui-Gon—. No queremos que el senador Crote o los Cobral tengan tiempo de darse cuenta de que su plan ha fracasado, y que todos seguimos con vida —apoyó la mano en el hombro de Lena—. Y por fin podremos acabar con este tema de una vez por todas. Es lo mejor para Frego, en mi opinión.
Lena asintió.
—Mientras, me gustaría asearme y cambiarme de ropa —señaló su ropa sucia del viaje—. Me temo que esto no es adecuado para una sesión especial del Senado Galáctico.
Obi-Wan sonrió. Incluso bajo una presión extrema, Lena cuidaba los detalles. Se dio cuenta de que iba a echarla de menos cuando la misión terminara. Y terminaría dentro de muy poco.