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Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror, #Histórico

El Terror (54 page)

BOOK: El Terror
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El contramaestre Johnson entonces colocó encima de un barril una Caja forrada de cuero y abrió sus ornamentados cierres de latón. Curiosamente, el forro interior era de Terciopelo rojo. Colocado en su Adecuado Receptáculo en ese Forro de Terciopelo Rojo se encontraba el mango oscuro y aceitado y las colas bien dobladas del gato.

Mientras dos Marineros ataban con firmeza a Aylmore, el Contramaestre Johnson levantó el Gato y lo probó con un rápido Movimiento preparatorio de su gruesa Muñeca. No fue un Movimiento hecho para exhibirse, sino una verdadera preparación para el Castigo Espantoso que se avecinaba. Las nueve colas de piel, de las cuales había oído tantísima Bromas a Bordo, resonaban con chasquidos claros y Audibles. Había un pequeño nudo en el extremo de cada cola.

Yo apenas podía creer lo que estaba ocurriendo. Me parecía imposible que en aquella Oscuridad abarrotada y apestando a sudor de la Cubierta Inferior, con las bajas Vigas Superiores y las Cuadernas y otros Adminículos colgando tan bajos, Johnson pudiese manejar el Gato y aplicar algún Castigo. Había oído la frase «Aquí hay Gato Encerrado» desde que era niño, pero nunca lo había Comprendido hasta aquel Momento.

—Ejecute el castigo del señor Aylmore —dijo el capitán Crozier.

Los tambores empezaron a tocar brevemente y se detuvieron en seco.

Johnson miró a un lado, colocando los pies como un Boxeador en el Ring, luego echó atrás el Gato y luego hacia delante en un Violento, Repentino y Fluido Movimiento Lateral del Brazo, y las Colas anudadas pasaron a menos de treinta centímetros de las Filas Delanteras de los Hombres Reunidos.

El sonido de las colas del Gato golpeando la Carne es algo que nunca Olvidaré.

Aylmore chilló produciendo un Sonido más Inhumano, dijeron algunos más tarde, que el rugido que habían oído procedente de la criatura en la sala Ébano.

Unas Rayas de color Escarlata aparecieron inmediatamente en la delgada y pálida espalda del hombre, y unas gotas de Sangre salpicaron los rostros de los hombres que estaban de pie más cerca de la Rejilla, yo incluido.

«Uno», contó Charles Frederick des Voeux, que había asumido los deberes de Primer Oficial del
Erebus
a la muerte del Oficial Robert Orme Sergeant, en diciembre. Era la Obligación de ambos Primeros Oficiales administrar aquel castigo.

Aylmore chilló de nuevo mientras el Gato se echaba hacia atrás, preparándose para otro golpe, casi con toda certeza en horrible anticipación de los Cuarenta y Nueve Azotes Más. Confieso que me balanceé sobre mis pies..., la Presión de los Cuerpos sin Lavar, el Hedor de la Sangre, la sensación de Estrechez en la Oscura y Apestosa Oscuridad de la Cubierta Inferior, todo ello hacía que la cabeza me diese vueltas. Desde luego, aquello era el Infierno. Y yo estaba en él.

El Mozo de la santabárbara se desmayó al Noveno Azote. El Capitán Crozier me hizo una señal para que averiguase si el hombre azotado todavía respiraba. Y era así. Normalmente, como se me hizo comprender más tarde, un Segundo Oficial habría arrojado un Cubo de Agua a la víctima de aquel castigo para revivirlo, de modo que Sufriera Plenamente los azotes que quedaban. Pero no había Agua Líquida en la Cubierta Inferior del
HMS Erebus
aquella mañana. Toda estaba helada. Hasta las gotas de Sangre Fresca de la espalda de Aylmore parecían congelarse y convertirse en bolitas color escarlata.

Aylmore seguía inconsciente, pero el Castigo continuó.

Después de Cincuenta Azotes, Aylmore fue desatado y llevado a Popa, al antiguo camarote de Sir John, ya que la sala Grande se usaba como Enfermería para los heridos del Carnaval. Había Ocho Hombres en unas cuchetas allí, incluyendo a David Leys, que seguía sin responder desde el ataque de la Cosa al señor Blanky, a principios de Diciembre.

Me dirigí a popa a atender a Aylmore, pero el Capitán Crozier silenciosamente me hizo un gesto para que volviera a mi sitio. Evidentemente, era protocolario que todos los miembros de la tripulación presenciasen la serie completa de Azotamientos, aunque Aylmore se desangrase hasta la muerte debido a mi ausencia.

Magnus Manson fue el siguiente. Ante aquel hombre enorme, los segundos oficiales que le ataban a la Rejilla parecían enanos. Si el Gigante hubiese decidido Resistirse en aquel momento, me caben Pocas Dudas de que el Caos y la Carnicería subsiguientes se habrían parecido mucho al tumulto de Año Nuevo en las Siete Salas de Colores.

Pero no se resistió. Por lo que puedo asegurar, el Contramaestre Johnson administró los interminables Azotes con la misma fuerza y Severidad que había usado con Aylmore, ni más ni menos. La sangre fluyó desde el primer Impacto. Manson no chilló. Hizo algo Infinitamente Peor. Desde el primer contacto del Látigo, se echó a llorar como un niño. Sollozaba. Pero después fue capaz de salir caminando entre dos Marineros, que le condujeron de vuelta a la Enfermería, aunque, como siempre, Manson tuvo que agacharse para que su cabeza no chocara con las Vigas que había en el techo. Al pasar junto a mí, observé las Tiras de Carne que colgaban sueltas en su espalda, entre las heridas cruzadas producidas por los Azotes del Gato.

Hickey, el más menudo de los tres hombres que fueron castigados, apenas emitió un sonido durante la larga Administración de los Azotes. Su estrecha Espalda se abrió con mucha mayor facilidad que la carne de los otros dos, pero no gritó. Ni tampoco se desmayó. El diminuto Ayudante de Calafatero pareció desplazar su mente a algo que estaba más allá de la Rejilla y de la Cubierta Superior, en las cuales su mirada, obviamente furibunda, estaba clavada firmemente, y su única reacción al Terrible Azotamiento fue un jadeo para respirar entre cada uno de los cincuenta azotes del Gato.

Se dirigió a popa, a la Enfermería provisional, sin aceptar ayuda alguna de los marineros situados a ambos lados.

El Capitán Crozier anunció que el castigo se había administrado convenientemente según el Reglamento de a Bordo y Despachó a la Compañía. Antes de dirigirme a popa, corrí brevemente a cubierta para observar la partida de los hombres del
Terror.
Bajaron por la rampa de hielo desde el buque e iniciaron su largo camino de vuelta al otro barco en la oscuridad, pasando junto a la zona carbonizada y parcialmente fundida donde había tenido lugar la Conflagración del Carnaval. Crozier y su primer oficial, el teniente Little, iban a retaguardia. Ninguno de los más de cuarenta hombres habían dicho una sola palabra cuando desaparecieron más allá del pequeño círculo de luz que irradiaba de las linternas de cubierta del
Erebus.
Ocho hombres se quedaron como una especie de Guardia de Acompañamiento para irse con Hickey y Manson cuando ambos estuvieran preparados para volver al
Terror.

Corrí a popa, a la nueva Enfermería, para cuidar a mis nuevos pacientes. Aparte de Lavar y Vendar sus heridas, ya que el Gato había dejado un Espantoso amasijo de verdugones y boquetes en cada hombre, y algunas Cicatrices Permanentes, diría yo, poca cosa más podía hacer. Manson había dejado de Sollozar, y cuando Hickey abruptamente le ordenó que dejara de Lloriquear, el gigante lo hizo de inmediato. Hickey sufrió mis atenciones en silencio y bruscamente ordenó a Manson que se vistiera del todo y le siguiera al exterior de la Enfermería.

Aylmore, el mozo de la santabárbara, había quedado destrozado por el castigo. Desde el momento en que recuperó la consciencia, según el joven Henry Lloyd, mi actual Ayudante de Cirujano, Aylmore se había quejado y gritado en voz alta. Continuó haciéndolo mientras yo le Lavaba y Vendaba. Todavía se quejaba lastimeramente y parecía incapaz de andar por sí mismo cuando algunos de los contramaestres, el viejo John Bridgens, mozo de los Oficiales Subalternos, el señor Hoar, mozo del Capitán, el señor Bell, Contramaestre, y Samuel Brown, Segundo Contramaestre, llegaron para ayudarle a volver a su alojamiento.

Oí a Aylmore quejándose y gritando todo el camino de vuelta por la Escalera de Cámara, y por la Escalera Principal, mientras los otros hombres lo llevaban medio a cuestas al cubículo del mozo de santabárbara en el costado de estribor, entre el camarote vacío de William Fowler y el mío propio, y me imaginé que probablemente oiría los gritos de Aylmore a través de la delgada pared toda la noche.

—El señor Aylmore lee mucho —dijo William Fowler desde su coy en la Enfermería.

El Mozo del Sobrecargo había sufrido graves quemaduras y un Terrible Aplastamiento durante la noche de la Conflagración del Carnaval, pero ni una sola vez durante los últimos días de suturas o de eliminación de piel gritó Fowler. Con heridas y quemaduras tanto en la Espalda como en el Estómago, Fowler intentaba dormir de lado, pero ni una sola vez se había quejado ni a Lloyd ni a mí.

—Los hombres que leen mucho tienen una disposición más sensible —añadió Fowler—. Y si ese pobre tipo no hubiese leído esa estúpida historia escrita por un americano, no habría sugerido lo de los compartimentos de distintos colores para Carnaval, una idea que todos pensamos que era Maravillosa, en aquel momento, y no habría ocurrido nada de todo esto.

No supe qué decir al oír aquello.

—Quizá leer sea una especie de maldición, quiero decir —concluyó Fowler—. Quizás es mejor que un hombre se quede dentro de su propia mente.

—Amén. —Eso me pareció que debía decir, aunque no supe por qué.

Mientras escribo esto, me encuentro en el camarote del anterior cirujano del
HMS Terror,
el señor Peddie, ya que el Capitán Crozier me ha dado instrucciones de que pase de Martes a Jueves a bordo de este buque y el Resto de los Días de la Semana a bordo del
Erebus.
Lloyd vigila a mis seis pacientes que están convaleciendo en la enfermería del
Erebus;
yo me sentí muy Consternado al ver otros tantos hombres gravemente enfermos también aquí, a bordo del
Terror.

Para muchos de ellos, ésta es la enfermedad que nosotros, los Doctores Árticos, llamamos primero Nostalgia, y luego Debilidad. Los primeros estadios graves de esta enfermedad, además de las encías sangrantes, Confusión de Pensamiento, debilidad en las Extremidades, magulladuras por todas partes y sangrado del Colon, a menudo incluye un Deseo tremendamente Sentimental de volver a casa. La Nostalgia, debilidad, confusión, Juicio Alterado, sangrado de Ano y Encías, Llagas abiertas y otros síntomas empeoran hasta que el paciente es incapaz de ponerse en pie o trabajar.

Otro nombre para la Nostalgia y la Debilidad, uno que todos los Cirujanos vacilamos a la hora de decirlo en voz alta, cosa que yo todavía no he hecho, es Escorbuto.

Mientras tanto, el Capitán Crozier se retiró a su Camarote Privado ayer y está muy enfermo. Oigo sus quejidos ahogados, ya que el camarote del difunto Peddie está junto al del capitán aquí, en el costado de estribor a popa del buque. Creo que el Capitán Crozier está mordiendo algo duro, quizás una Tira de Cuero, para evitar que se oigan esos gemidos. Pero siempre he tenido la Bendición (o Maldición) de contar con un oído muy fino.

El Capitán encargó la organización del Buque y los asuntos de la Expedición al teniente Little ayer, y de ese modo de forma discreta pero Firme entregó el Mando a Little, en lugar del Capitán Fitzjames, y me explicó que él, el Capitán Crozier, estaba luchando contra un brote recurrente de Malaria.

Pero es mentira.

No son los síntomas de la Malaria lo que oigo que está sufriendo el Capitán Crozier, y casi con toda certeza continuaré oyendo a través de las paredes hasta que vuelva al
Erebus,
el viernes por la mañana.

A causa de la debilidad de mi tío y mi padre, conozco los Demonios con los cuales está batallando el Capitán esta noche.

El Capitán Crozier es un hombre adicto a los Licores Fuertes, y o bien esos Licores se han agotado a bordo, o bien ha decidido librarse de ellos por su propia Voluntad durante esta Crisis. De cualquier modo, está sufriendo los Tormentos del Infierno, y continuará haciéndolo durante varios días más. Puede que su cordura no sobreviva. Mientras tanto, este buque y su Expedición se encuentran sin un Verdadero Líder. Sus quejidos ahogados, en un buque que desciende hacia la Enfermedad y la Desesperación, resultan Lastimosos en extremo.

Desearía poder ayudarle. Desearía ayudar a las docenas de Sufrientes, víctimas de heridas, aplastamientos, quemaduras, enfermedades, malnutrición incipiente y desesperación melancólica a bordo de este buque atrapado y su gemelo. Desearía poder ayudarme a mí mismo, porque ya estoy notando los síntomas tempranos de Nostalgia y Debilidad.

Pero poco puedo hacer yo o cualquier otro cirujano en el Año de nuestro Señor de 1848.

Que Dios nos ayude a todos.

27

Crozier

Latitud 70° 5' N — Longitud 98° 23' O

11 de enero de 1848

No acabará nunca.

El dolor no acabará. La náusea no acabará. Los escalofríos no acabarán. El terror no acabará.

Crozier se retuerce entre las heladas mantas de su coy y quiere morir.

Durante sus momentos lúcidos de aquella semana, que son pocos, Crozier lamenta el acto más cuerdo que realizó antes de retirarse con sus demonios: entregar su pistola al teniente Little sin otra explicación que decirle a Edward que no se la devolviera hasta que él, el capitán, se la pidiera estando en cubierta y con el uniforme completo de nuevo.

Crozier pagaría lo que fuese ahora por esa arma cargada. El dolor es insoportable. Sus pensamientos son insoportables.

Su abuela por parte de su difunto y nada llorado padre, Memo Moira, había sido la marginada, la Crozier inmencionada e inmencionable. Ya con ochenta y tantos años, cuando Crozier todavía no era ni siquiera un adolescente, Memo vivía a dos pueblos de distancia, una distancia inmensa, inabarcable para un niño, y la familia de su madre ni la incluía en los acontecimientos familiares ni mencionaba su existencia.

Era papista. Era una bruja.

Crozier empezó a escaparse para ir a su pueblo, pidiendo que le llevasen en alguna carreta, cuando tenía diez años. Al cabo de un año iba con la anciana a aquella extraña iglesia papista del pueblo. Su madre, su tía y su abuela materna se habrían muerto si lo hubieran sabido. Habrían renegado de él, le habrían exiliado, le habrían despreciado tanto, esa rama de su familia angloirlandesa presbiteriana, como el Consejo Naval y el Consejo Ártico le habían despreciado todos aquellos años sólo por ser irlandés. Y plebeyo.

Memo Moira pensaba que él era especial. Le dijo que tenía clarividencia.

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