El Terror (110 page)

Read El Terror Online

Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror, #Histórico

BOOK: El Terror
8.31Mb size Format: txt, pdf, ePub

Cuando el
Tuunbaq
muriese a causa de la enfermedad de los
kabloona,
los espíritus-que-gobiernan-el-cielo sabían que su frío y blanco dominio empezaría a calentarse, fundirse y deshelarse. Los osos blancos ya no tendrían el hielo como hogar, y sus cachorros morirían. Las ballenas y morsas no tendrían ningún sitio donde alimentarse. Las aves volarían en círculo y chillarían llamando al Cuervo, porque habrían desaparecido los lugares donde se alimentaban.

Ése es el futuro que vieron.

Los
sixam ieua
sabían que por muy terrible que fuese el
Tuunbaq,
este futuro sin él, y sin su frío mundo, sería mucho peor.

Pero en los tiempos anteriores a que eso pudiera pasar, y como los jóvenes hombres y mujeres clarividentes que eran espíritus-que-gobiernan-el-cielo hablaban al
Tuunbaq
como sólo Sedna y los demás espíritus podían hablar, nunca con voces, sino directamente, mente con mente, el Dios Que Camina Como un Hombre, todavía vivo, escuchó sus propuestas y sus promesas.

Al
Tuunbaq,
como a todos los grandes espíritus
inuat,
le gustaba que le halagasen, de modo que accedió. Se comería sus ofrendas, en lugar de sus almas.

A lo largo de las generaciones, los
sixam ieua
clarividentes siguieron reproduciéndose sólo con otros seres humanos con la misma habilidad. A una edad temprana, todos los niños
sixam ieua
renuncian a su capacidad de hablar con los demás seres humanos para demostrar al Dios Que Camina Como un Hombre que están dedicados a hablar sólo con él, con el
Tuunbaq.

A lo largo de las generaciones, las pequeñas familias de los
sixam
ieua
que vivían mucho más al norte que los otros pueblos de la gente real (que siguen todavía aterrorizados del
Tuunbaq),
y siempre formaban sus hogares en la tierra permanentemente cubierta de nieve y glaciares y en la banquisa, empezaron a ser conocidos como la gente del Dios Que Camina, y hasta la lengua de sus familiares que hablaban se convirtió en una extraña mezcla de las lenguas del resto de la gente real.

Por supuesto, los
sixam ieua
mismos no hablaban ningún lenguaje, excepto la lengua clarividente de los
qaumaniq
y los
angakkua,
pensamientos enviados y recibidos. Pero seguían siendo humanos, amaban a su familia y pertenecían a grupos familiares mucho más extensos, de modo que para hablar con otros miembros de la gente real, los hombres de los
sixam ieua
usaban una lengua de signos especial, y las mujeres de los
sixam ieua
tendían a usar los juegos de cordones que sus madres les habían enseñado.

Antes de abandonar nuestro pueblo,

y salir al hielo

para encontrar al hombre con quien debo casarme,

el hombre con quien soñaba mi padre,

cuando los remos estaban limpios,

mi padre cogió una piedra oscura,
aumaa,

y con ella marcó cada remo.

Sabía que nunca volvería

vivo del hielo,

había visto en nuestros sueños
sixam ieua,

los únicos sueños ciertos,

que él, mi amado Aja,

moriría allá fuera,

a manos de una persona pálida.

Desde que salimos del hielo 

he buscado esa piedra 

en las colinas, 

en los lechos de los ríos, 

pero no la he encontrado.

A mi regreso con mi pueblo

encontraré el remo en el cual la
aumaa

hizo su marca gris.

El nacimiento era una línea breve

en la hoja.

Pero más larga, por encima de ella

la muerte estaba trazada, paralela.

«¡Ven de nuevo!», grita el Cuervo.

63

Crozier

Crozier se despierta con un dolor de cabeza lacerante.

Casi todas las mañanas, aquellos días, se despierta con un dolor de cabeza lacerante. Se podría pensar que con la espalda, el pecho, los brazos y los hombros repletos de heridas de escopeta y no menos de tres heridas de bala en el cuerpo podía notar otros dolores antes de despertarse, pero aunque esos sufrimientos le invaden con bastante rapidez, es el terrible dolor de cabeza lo que nota primero.

Eso le recuerda a Crozier todos los años que bebía whisky cada noche y lo lamentaba después cada mañana.

A veces se despierta, como esta mañana, con sílabas sin sentido y retahilas de palabras absurdas haciendo eco en su dolorido cráneo. Las palabras tienen un sonido rítmico, como los niños que emiten sonidos de vocales siguiendo solamente el número de sílabas adecuadas para una canción mientras saltan a la comba, pero parece que «significan» algo en esos breves y dolorosos segundos que transcurren antes de despertarse del todo. Crozier se siente mentalmente cansado todo el tiempo, aquellos días, como si hubiese pasado las noches leyendo a Homero en griego. Francis Rawdon Moira Crozier nunca en su vida ha intentado leer en griego. Ni se le ha ocurrido. Siempre le había dejado ese tipo de cosas a los estudiosos y a esa pobre gente obsesionada por los libros, como el viejo mozo amigo de Peglar, Bridgens.

Esa mañana oscura se despierta en su casa de nieve junto a
Lady Silenciosa
, que está usando las formas de cordón movibles entre sus dedos para decirle que ya es hora de salir a cazar focas de nuevo. Ella ya está vestida con la parka y desaparece por el túnel de la entrada en cuanto ha acabado de comunicarse con él.

De mal humor al ver que no hay desayuno (no queda ni un poquito de grasa de foca fría de la cena de la noche anterior), Crozier se viste, poniéndose la parka y los guantes al final de todo, y sale a gatas colina abajo a través del pasadizo de la entrada que da al sur, a espaldas del viento.

Fuera, en la oscuridad, Crozier va poniendo los pies con cuidado (el pie izquierdo todavía se niega a aceptar su peso por las mañanas, a veces) y mira a su alrededor. La casa de nieve resplandece ligeramente por la lámpara de aceite que han dejado ardiendo para mantener la temperatura en el interior, aunque ellos salgan. Crozier recuerda con claridad el largo viaje en trineo que los llevó hasta aquel lugar. Recuerda haber contemplado, empaquetado entre las pieles en el trineo y tan indefenso como estaba hace semanas, con algo parecido a la reverencia, a
Silenciosa
, que pasó horas enteras excavando y luego construyendo aquella casa de nieve.

Desde entonces, la mente matemática de Crozier ha pasado largas horas echado debajo de la ropa en ese espacio pequeño y acogedor, admirando la curva catenaria y la absoluta precisión, al parecer conseguida sin esfuerzo alguno, con la cual la mujer cortó los bloques de nieve, a la luz de las estrellas, y la casi total perfección de las paredes que fue elevando, inclinadas hacia el interior, hechas con esos bloques.

Mientras él la observaba desde debajo de las pieles, aquella larga noche o día oscuro, pensó: «Soy tan inútil como las tetas de un jabalí», y también: «Esto se va a caer». Los bloques superiores estaban casi horizontales. Los últimos que ella había cortado eran trapezoidales, y en realidad el bloque final, la clave de bóveda, la había introducido hacia fuera desde dentro, y luego había igualado los bordes y había colocado en posición desde el interior de la nueva casa de nieve. Finalmente,
Silenciosa
salió fuera y trepó por encima de la catenaria de la cúpula hecha de bloques de hielo, gateó hasta la parte superior, saltó una y otra vez y bajó resbalando por los lados.

Al principio, Crozier pensó que ella estaba actuando como una niña, cosa que a veces parecía, pero luego se dio cuenta de que estaba probando la fuerza y estabilidad de su nuevo hogar.

Al día siguiente, otro día sin luz solar, la mujer esquimal usó su lámpara de aceite para fundir la superficie interior de la casa de nieve y luego dejó que las paredes se congelasen de nuevo, cubriéndolo todo con una capa fina pero muy dura de hielo. Ella entonces descongeló las pieles de foca que había usado primero para la tienda y luego para el trineo y las tensó con unos cordones hechos de tendones clavados a las paredes y al techo de la casa de nieve, colgando las pieles a unos centímetros de distancia de los muros interiores para proporcionar un forro interior. Crozier vio inmediatamente que así se protegían de los goteos, aunque subiera la temperatura del interior de su vivienda.

Crozier se sentía asombrado de lo cálida que parecía aquella casa de nieve: debía de estar siempre a muchos grados más que la temperatura exterior, y con frecuencia lo suficientemente caliente para que los dos no tuviesen que llevar nada más que los pantalones cortos de piel de caribú, cuando salían de debajo de las ropas. Había una zona para cocinar en la repisa de nieve a la derecha de la entrada, y el marco de astas y de madera colocado allí no sólo podía suspender sus diversas ollas de cocina encima de unas llamas de aceite de foca, sino que también se usaba como estructura para secar las ropas. En cuanto Crozier pudo gatear y salir fuera con ella,
Silenciosa
le explicó mediante su lenguaje de cordones y sus gestos que era imprescindible que siempre secasen su ropa exterior al volver a entrar en la casa de nieve.

Además de la plataforma para cocinar a la derecha de la entrada y un banco para sentarse a la izquierda, estaba la amplia plataforma para dormir al fondo de la casa de nieve. Bordeada con la poca madera que había traído
Silenciosa
(reutilizada de la tienda y luego para el trineo), aquella madera, congelada y situada en su lugar, evitaba que la plataforma se desgastara.
Lady Silenciosa
había repartido el último musgo que le quedaba en su bolsa de lona encima de la plataforma, presumiblemente como material aislante, y luego había extendido con mucho cuidado las diversas pieles de caribú y de oso blanco en la superficie. Luego le mostró a él cómo debían dormir, con las cabezas hacia la puerta y la ropa, ya seca, doblada y colocada como almohada. «Toda» la ropa.

Durante los primeros días y semanas, Crozier insistió en llevar los pantalones cortos de caribú debajo de las mantas, aunque
Lady Silenciosa
dormía desnuda todas las noches, pero pronto él encontró que aquello le daba tanto calor que estaba incómodo. Todavía debilitado por sus heridas hasta el punto de que la pasión no significaba una tentación, pronto se acostumbró a meterse desnudo bajo las mantas y colocarse los pantalones y otras prendas libres de sudor sólo cuando se levantaba, por la mañana.

Cuando Crozier se despertaba desnudo y caliente bajo aquellas mantas junto a
Silenciosa
, por la noche, intentaba recordar todos los meses a bordo del
Terror,
cuando siempre tenía frío, siempre estaba húmedo y la cubierta inferior siempre estaba oscura y goteante y cubierta de hielo y apestando a parafina y a orina. Las tiendas Holland eran todavía más incómodas.

Ya fuera, se sube la capucha con su borde de piel hacia delante, para mantener alejado el frío del rostro, y mira a su alrededor.

Está oscuro, por supuesto. A Crozier le ha costado mucho tiempo aceptar que de alguna manera pasó inconsciente (¿o muerto?) muchas semanas desde el momento en que le dispararon hasta su primera sensación consciente de estar con
Silenciosa
, pero sólo se veía un brillo muy breve y apagado hacia el sur durante su viaje en trineo hasta aquel lugar, de modo que no había ninguna duda de que estaban en noviembre como muy pronto. Crozier había intentado calcular los días desde que llegaron a la casa de nieve, pero con la oscuridad perpetua a su alrededor y sus extraños ciclos de sueño y vigilia desde entonces (supone que a veces duerme doce horas o más de un tirón), no podría estar seguro de cuántas semanas han pasado desde que llegó a este lugar. Y las tormentas del exterior a menudo les obligan a permanecer dentro días y noches incontables, subsistiendo con el pescado y la foca que almacenan en frío.

Las constelaciones que ve ahora, ya que el cielo está muy claro y el día por tanto es muy frío, son constelaciones invernales, y el aire es tan frío que las estrellas bailan y tiemblan en el cielo, igual que todos esos años que Crozier las veía desde la cubierta del
Terror
o desde algún otro buque que hubiese dirigido al Ártico.

La única diferencia ahora es que no tiene frío y que no sabe dónde está.

Crozier sigue las huellas de
Silenciosa
en torno a la casa de nieve y hacia la playa y el mar congelado. En realidad no tiene que seguir sus huellas, porque sabe que la playa cubierta de nieve está a unos cien metros hacia el norte de la casa de nieve, y que ella siempre va al mar a cazar focas.

Pero aun sabiendo las direcciones más o menos, eso no le indica dónde están.

Desde el campamento de Rescate y los otros campamentos de su tripulación a lo largo de la costa sur de la isla del Rey Guillermo, los estrechos helados estaban siempre al sur. El y
Silenciosa
podrían estar ahora en la península de Adelaida, al sur de los estrechos de la isla del Rey Guillermo, o incluso en la misma isla del Rey Guillermo, pero en algún lugar a lo largo de sus costas este o nordeste sin cartografiar, donde nunca ha estado ningún hombre blanco.

Crozier no recuerda que
Silenciosa
le transportase al lugar de la tienda después de que le disparasen, ni cuántas veces puede haber movido ella la tienda antes de volver él al mundo de los vivos, y sólo tiene un recuerdo muy vago de lo que duró el viaje en trineo con los patines de pescado antes de que ella construyera la casa de nieve.

Aquel lugar podría estar en cualquier parte.

No tienen por qué encontrarse en la isla del Rey Guillermo, en absoluto, aunque ella los haya conducido a ambos hacia el norte; podrían estar en una de las islas del estrecho de James Ross, en alguna parte hacia el nordeste de la isla del Rey Guillermo, o en alguna isla sin cartografiar hacia la costa este u oeste de Boothia. En las noches de luna, Crozier ve unas colinas tierra adentro desde el lugar de su casa de nieve, no montañas, sino colinas algo mayores que ninguna de las que el capitán ha visto en la isla del Rey Guillermo, y su propio lugar de acampada está mucho más abrigado del viento que ningún lugar que él o sus hombres hubieran encontrado nunca, incluyendo el campamento
Terror
.

Mientras Crozier va avanzando por la nieve y la grava de la playa, y luego por el mar de hielo, piensa en los cientos de veces en las semanas pasadas que ha intentado comunicar a
Lady Silenciosa
su necesidad de partir, de encontrar a sus hombres, de volver con sus hombres.

Other books

Manhunting by Jennifer Crusie
The Eggnog Chronicles by Carly Alexander
Rocked in the Light by Clara Bayard
Blood Brotherhood by Robert Barnard
Tales Of Grimea by Andrew Mowere