»La mayoría de las personas creen que si es necesario, pueden resistir la tortura. Se dicen: Sí, soy un tipo duro. Soy un hombre. Puedo soportarlo. Pero según mi experiencia, y le aseguro que tengo mucha, la mayoría de las personas se equivocan. —La voz de Dalton destilaba amenaza—. Lo habitual es que las personas aguanten un minuto, quizá dos como máximo, momento en que matarían alegremente a su propia madre para detener el dolor. Pero para ese momento, ya se ha producido un daño permanente, o la herida es tan grave que hace necesarias dosis masivas de calmantes para continuar el interrogatorio, cosa que sólo sirve para que el proceso se alargue todavía más.
»Por lo tanto, seamos sensatos: no se comporte como un tipo duro. Cuando le haga una pregunta, responda rápida y sinceramente. Si oculta algo, lo sabré. Y si sé que está ocultando algo, lo lamentará. ¿Está claro?
—Como el agua —respondió Caine, con una voz ronca como consecuencia de los gritos anteriores. Se preguntó cómo sonaría al cabo de unas pocas horas.
—Excelente. Ahora, vamos a probar de nuevo. ¿Sabe por qué está aquí?
—Porque creen que… que soy… el demonio de Laplace.
El hombre asintió.
—¿Cree que es el demonio de Laplace?
—Yo… —Caine titubeó—. No estoy absolutamente seguro. —respondió. Tensó los músculos atento a una nueva descarga. No la hubo.
—Adivine.
—Sí —soltó Caine.
—Bien. Entonces todo esto no ha sido gratuito.
—¿Qué quiere de mí?
Dalton no respondió a la pregunta. En cambio, contestó:
—El doctor no tardará en venir para hablar con usted. —Se alejó y cuando habló de nuevo estaba fuera del campo de visión de Caine. Era desconcertante oírlo hablar sin verle el rostro—. Por cierto, no se moleste en utilizar sus habilidades. No funcionan cuando tiene los ojos abiertos.
Caine comprendió súbitamente que Dalton tenía razón; con los ojos abiertos, estaba indefenso como un cordero. Unos segundos más tarde, Caine oyó cómo se cerraba la puerta. Forzó el oído para saber si Dalton continuaba allí, pero no escuchó nada. Lo había dejado solo.
Espiró sonoramente y puso la mente en marcha. Quería trazar un plan aunque tenía claro que no podía hacer nada. Había pasado su hora de planear. Se había dejado capturar a sabiendas de que la única manera de recuperar el control era entregándose. Sin embargo, nunca había pensado que pudiera ser tan duro y aterrador.
En el apartamento, cuando Caine había estado en el Instante, había visto todos los posibles futuros. Pero ahora que no podía visionario, Caine no era capaz de ver qué camino, qué futuro, estaba recorriendo. Sin embargo, había algo más parecido a la intuición que al puro conocimiento, algo que estaba allí. Nava era la clave. Con ella, las posibilidades eran infinitas.
Sin ella… Estaba perdido.
Caine oyó que se abría y cerraba la puerta. Por el sonido de los pasos adivinó que no era Dalton; los pasos eran más ligeros. La persona se acercó, se detuvo, retrocedió y volvió a detenerse, como si tratara de decidir cuál sería la mejor manera de abordarlo.
Después oyó la respiración suave del hombre, situado detrás, junto a un roce suave pero definido. ¿Una jeringuilla? ¿Un escalpelo? De nuevo se le disparó el pulso. Finalmente, el hombre apareció en su campo visual. Era Doc.
—Hola, David.
Caine permaneció en silencio.
—Lamento que haya tenido que ser de esta manera, pero no había otra alternativa.
—Siempre hay una alternativa —afirmó Caine.
—No. —Doc negó con la cabeza—. Tuve otro sujeto como tú. Ella me dijo lo que sucedería, el camino que necesitaba tomar. Me explicó que debía intentar matarte para que desarrollaras todas sus capacidades. Tenía razón.
—¿Por eso colocaste aquella bomba? ¿Porque ella te lo dijo? —Sí.
—Pero después de aquel fallo, ¿por qué no me mataste cuando tuviste la oportunidad? Podrías haberme atropellado con el coche en Filadelfia.
—¿No lo entiendes? —replicó Doc con un tono de súplica—. Nunca quise que murieras. Sólo quería que descubrieras de lo que eres capaz. Era necesaria una situación de vida o muerte para que dieras el último paso. Eso era lo que buscaba.
—¿Por qué? ¿Por qué haces esto? —preguntó Caine.
—Por la ciencia. ¿Te das cuenta de todo el conocimiento que yo, que nosotros podríamos conseguir con tu don? —Doc se acercó a él—. David, tú y yo tenemos una oportunidad increíble para hacer historia —Sus ojos parecían arder. Aunque Doc lo miraba, Caine comprendió que su viejo tutor sólo se veía a sí mismo—. No, no sólo de hacer historia, sino cambiar la historia, alterar el futuro de la humanidad.
—No te ayudaré —declaró Caine.
—Esto será mucho más fácil para los dos si tú sólo…
—No.
—Sólo hagamos unas pocas pruebas. ¿Qué hay de malo en hacer unas pruebas? —Doc casi suplicaba.
—Ése es el problema. No sé a qué o a quién afectarán tus pruebas. —Caine respiró profundamente. Esperaba que su voz sonara con una decisión que no tenía—. No lo haré.
Doc sacudió la cabeza.
—Ése es el motivo por el que no me podía acercar a ti en un entorno menos controlado. Pero te guste o no, David, cooperarás.
Sacó un mando a distancia del bolsillo y apuntó a un pequeño televisor instalado en la pared, cerca del techo. Se encendió la pantalla. Caine tuvo que hacer un esfuerzo para mirar hacia arriba. En la pantalla, vio a un hombre que parecía exhausto, atado a una silla, con una cánula insertada en el brazo. Jasper. Parecía haber envejecido diez años desde que lo había visto por última vez. Doc se volvió para mirarlo.
—No quiero hacerle daño a tu hermano. Pero lo haré. Tú decides.
—¿Qué pasará si coopero?
—Estarás un paso más cerca de salir de aquí. —Los ojos de Doc lo traicionaron. Mentía. Caine necesitaba ganar tiempo.
—Tengo que pensarlo.
—No —dijo Doc con tono cortante—. Tienes que decidirte ahora. ¿Qué respondes?
Caine sabía que había una probabilidad —una muy grande— de que nunca saliera de allí. Aunque estaba seguro de que las pruebas de Doc eran inofensivas, tenía miedo de que si aceptaba, quizá nunca más podría negarse.
—Estoy cansado —insistió—. Sólo dame un poco de tiempo para recuperarme.
Doc negó con la cabeza. Se acercó a un teléfono instalado en la pared y marcó un número.
—¿Señor Dalton? —Caine sintió que se le tensaban los músculos al oír el nombre de Frank Dalton. Doc lo miró—. Por favor, ocúpese de Jasper Caine. Nivel dos durante sesenta segundos. —Doc colgó, con una expresión apenada en el rostro—. Lamento haber tenido que llegar a esto.
Caine miró la pantalla. Durante los primeros segundos, no pasó nada. Jasper parecía estar durmiendo, todo lo cómodo que podía estar alguien con las piernas, los brazos y la cabeza sujetos con correas de cuero. Entonces Dalton entró en la habitación de su hermano, le puso algo en la boca y desapareció de la pantalla. Un temblor recorrió la espalda de Caine cuando éste comenzó a convulsionarse. Abría y cerraba las manos mientras la corriente eléctrica le recorría el cuerpo. No había sonido conectado a las imágenes, y eso hacía que resultaran todavía más horrorosas.
—¡Páralo! ¡Páralo! —gritó Caine.
Doc consultó su reloj y luego a su prisionero.
—Sólo faltan cincuenta segundos, David. Ya casi se ha acabado.
Caine no podía cerrar los párpados para no ver la horrible visión. Intentó desviar los ojos de las piernas de Jasper, que se sacudían violentamente, pero sus pupilas no dejaban de volver a mirar la pantalla. Por fin acabó el suplicio. Jasper dejó de sacudirse. Las lágrimas caían por sus mejillas. Luego Caine vio la humillación final; una mancha oscura entre las piernas de su hermano.
Doc apareció de nuevo delante de Caine. David tuvo que apelar a todo su control para no escupirle a la cara. Se preguntó si había tomado la decisión correcta al ir allí. Pero entonces ya era demasiado tarde para replantearse las cosas. Esa vez no habría una mano nula.
—De acuerdo —dijo Caine, con un tono de desesperación—. Me someteré a tus pruebas. Pero no contigo —añadió, cuando recordó súbitamente cómo debían desarrollarse las cosas—. Sólo trataré con Forsythe.
Doc frunció el entrecejo. Se disponía a hablar cuando sonó una voz en el intercomunicador.
—Paul, creo que deberíamos hablar.
Forsythe se entusiasmó cuando el sujeto Beta puso como requisito que él estuviese presente en la habitación. Si conseguía establecer un vínculo con el sujeto, quizá podría librarse de Tversky antes de lo que había planeado. Forsythe sonrió al tiempo que sacaba un pequeño objeto brillante del bolsillo. Cuando se acercó al sujeto, los suaves pitidos del electrocardiograma se aceleraron.
—Relájese, señor Caine. La prueba no le dolerá, se lo prometo —dijo Forsythe—. Voy a quitarle los sujetadores de los párpados para que pueda… enfocar. Sin embargo, si usted intenta cualquier cosa, lo sabré.
Forsythe miró la hilera de monitores junto a la pared más alejada, y prestó una atención especial a las lecturas del electroencefalograma, que mostraban la actividad eléctrica del lóbulo temporal del sujeto Beta. Si la amplitud aumentaba por encima de un nivel determinado, el sujeto recibiría una descarga eléctrica para interrumpir su concentración.
Como precaución añadida, Forsythe le administró un sedante suave para que se mostrara más dócil. Poco a poco, las pulsaciones bajaron a setenta por minuto. Sólo entonces retiró Forsythe los sujetadores de los párpados de Caine. Éste cerró los ojos en el acto y por un momento Forsythe sintió que tenía el corazón en un puño, pero una rápida mirada al electroencefalograma le aseguró que el sujeto sólo estaba descansando; dominaban las ondas delta, las demás apenas si aparecían.
Al cabo de unos segundos, David Caine abrió los ojos y lo miró con sus ojos de un color verde brillante.
—¿Qué pasará ahora? —le preguntó.
—Quiero que mire esta moneda. —Forsythe levantó la moneda de veinticinco centavos que había sacado del bolsillo—. Voy a lanzarla. Cuando caiga al suelo, quiero que salga cara.
El sujeto lo miró, desconcertado.
—¿Qué dice que quiere?
Ahora le tocó a Forsythe mostrarse desconcertado.
—Quiero que haga que salga cara.
—¿Cómo?
—Con la mente.
Caine miró al científico, sin saber muy bien qué decir. Si mentía lo pillaría. Pero tampoco deseaba decirle la verdad. Rogó para que Nava apareciera cuanto antes.
«Si es que viene… —pensó—. Recuerda que hay una probabilidad del 12,7 por ciento de que no aparezca. Podrías quedarte aquí para siempre».
Caine intentó no dejarse vencer por el pesimismo. Miró de nuevo el monitor donde aparecía Jasper con un hilo de baba en la barbilla. Luego miró a Forsythe. El latido en la vena de la sien del hombre le indicó que a éste se le acababa la paciencia.
No tenía más alternativas.
—No funciona así —respondió Caine finalmente.
—¿A qué se refiere? —preguntó Forsythe.
—Si lo desea, puedo predecir con mucha certeza si saldrá cara o cruz. Pero no puedo hacer que algo ocurra con mi mente. Necesito estar involucrado de alguna manera en el proceso para afectar el resultado. —Caine abrió la mano derecha—. Deme la moneda. Yo la lanzaré.
Forsythe le miró la palma de la mano con una expresión suspicaz.
—Es la única manera de conseguir que su experimento funcione —le aseguró Caine.
Después de un segundo, Forsythe puso la moneda en la mano de Caine. Éste cerró los ojos. En un primer momento sólo vio unas pocas manchas de colores que se movían sobre el fondo negro de los párpados. Luego apareció otra imagen que lo llamaba.
…
Siempre está allí. El gigantesco árbol crece de su ser. El grueso tronco se pierde en la eternidad. Adelante, series infinitas de ramas crecen a cada segundo.
La imagen está en constante movimiento. Algunas ramas crecen fuertes y vigorosas, mientras que otras se secan y mueren. Constantemente crecen nuevas ramas; otras desaparecen como si nunca hubiesen existido. En las ramas secundarias brotan otras ramas, y de éstas otras nuevas. Hay tantas vueltas y revueltas y combinaciones que las ramas parecen confundirse las unas con las otras después de varias generaciones para formar más allá un abismo informe.
La parte cognoscitiva de su cerebro quiere gritar, librarse de los grilletes de la cordura y escapar de la eternidad que tiene delante. Pero otra parte, una parte primitiva, ve todo esto como su hogar. Él deja que esta parte lo guíe.
…
—¿Dijo que quiere cara? —preguntó Caine, sin abrir los ojos. —Sí.
Entonces Caine vio cómo se hacía.
…
Hay una muy leve corriente de aire creada por los extractores; es casi imperceptible, pero Caine ve cómo mueve las moléculas de oxígeno y nitrógeno de aquí para allá. La moneda es de veinticinco centavos, y el lado de la cara es 0,00128 gramos más pesado que el lado de la cruz. La periferia del lado de la cara también es más grande y menos aerodinámico que el otro. Pero estos factores son triviales cuando se comparan con la fuerza de los dedos y la que aplica a su muñeca atada, que son responsables colectivamente del 98,756% de la trayectoria de la moneda, aunque la trayectoria es sólo responsable en un 58,24510% de que salga cara o cruz.
Para comprender a fondo las causas del resultado, Caine analiza la fabricación de la moneda (el núcleo es de cobre en un ciento por ciento; la cara es una aleación de cobre y níquel del 75 y 25% respectivamente) y también la del suelo (cuadrados de linóleo de 20 por 20 centímetros). Estos dos factores son responsables en un 37,84322% del resultado final. Otro 0,55164% corresponde a la proximidad a los polos magnéticos, un 1,12588% a la velocidad de rotación de la Tierra y un 2,23415 a la limpieza del suelo.
El restante 0,000001 % es ruido; si hay 100.000 tiradas, Caine sólo falla una. Caine considera toda esta información, elige el camino apropiado, y
…
Caine soltó el pulgar y lanzó la moneda al aire con el índice. Abrió los ojos y observó cómo daba vueltas sobre sí misma en el aire, la luz brillando en la superficie. Claro, oscuro, cara, cruz. Cuando cayó al suelo se oyó un golpe suave seguido por el de un par de rebotes y por último un repicar hasta que la moneda se detuvo en algún punto fuera de su campo visual.