El Teorema (41 page)

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Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

BOOK: El Teorema
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—Espera un momento —le interrumpió Caine, que levantó la mano—. ¿Esos son los nombres de los ladrillos constructores de la materia? —Y miró a Doc, que en contra de lo habitual mantenía un riguroso silencio durante la conferencia de Jasper, para que le confirmara si su hermano se había vuelto totalmente loco o no.

—No se lo inventa, Rain Man —afirmó Doc—. Esos son sus nombres.

—Muy bien. —Caine se rascó la cabeza—. Adelante.

—Gracias. En cualquier caso, a pesar de que hay doce tipos diferentes de quarks, toda la materia de nuestra realidad está hecha con los quarks «arriba» y «abajo» y otra partícula elemental parecida a un quark llamada leptón. —Jasper hizo una pausa para tomar aliento—. Lo importante es comprender que los quarks y los leptones no son materia en realidad.

—Entonces, ¿qué son? —preguntó Caine.

—Energía. ¿Lo captas? De acuerdo con la física cuántica, la materia no existe de verdad. Aquello que los físicos clásicos creían que era la materia sólo era un compuesto de elementos, que estaban hechos de átomos, que su vez estaban hechos de quarks y leptones, o sea, de energía. Por consiguiente, la materia es en realidad energía. —Jasper hizo una pausa para que sus palabras calaran antes de continuar—. Ahora, adivina qué otra cosa está hecha de energía.

Caine unió los puntos. De pronto la enrevesada explicación de Jasper formaba una figura clara.

—El pensamiento —contestó Caine.

—Eso es. Todos los pensamientos conscientes e inconscientes son creados por neuronas que emiten señales eléctricas en el cerebro. ¿Lo ves? Dado que toda la materia es energía y todo el pensamiento es energía, entonces toda la materia y todos los pensamientos están interconectados. De ahí viene el inconsciente colectivo: la mente compartida de todas las criaturas vivientes que existieron, existen y existirán-serán-rataplán.

—Vale —dijo Caine, mientras intentaba que su cerebro asimilara todo lo que su hermano acababa de decir—. Aunque puedo aceptar que exista una manifestación metafísica del inconsciente colectivo, sigo sin entender cómo puede extenderse a través del tiempo.

—Porque el tiempo es relativo —respondió Jasper—. Piénsalo. La única cosa más rápida que la velocidad de la luz es…

—La velocidad del pensamiento —declaró Caine, cuando encajó la última pieza.

—Así es. Para ser más precisos, el pensamiento inconsciente. Dado que el tiempo se ralentiza a medida que las partículas se aproximan a la velocidad de la luz en relación a aquellos que están inmóviles, puedes pensar en la mente inconsciente como algo eterno, y por lo tanto, que carece literalmente de tiempo.

Caine asintió. De una manera absolutamente retorcida, lo que decía su hermano casi tenía sentido. Miró a Doc para que le confirmara que no estaba loco y se sorprendió al ver que su viejo profesor asentía.

—¿Cómo has llegado a estas conclusiones? —preguntó Doc.

—A través de la filosofía —Jasper sonrió.

—Explícate —dijo Doc.

—Todas las religiones y filosofías orientales se basan en la creencia de que el universo es energía, una creencia que ahora está respaldada por la física cuántica. Además, todas sostienen que las mentes de todas las personas son esencialmente una con el universo, lo que me llevó a pensar en el inconsciente colectivo de Jung.

»Los budistas creen que no hay nada permanente. Buda enseñó que todos los sufrimientos del mundo provienen del deseo de las personas de aferrarse a las cosas y a las ideas en lugar de aceptar el universo mientras fluye, se mueve y cambia. En el budismo, el espacio y el tiempo se consideran meros reflejos de los estados de conciencia. Los budistas no ven los objetos como cosas, sino como procesos dinámicos que participan en un movimiento universal, que está constantemente en un estado de transición, o sea, que ven la materia como energía, lo mismo que sugiere la física cuántica.

»Los taoístas también creen en el movimiento dinámico del universo; la palabra «tao» significa «el camino». Ven el universo como un sistema de energía llamado «chi», que fluye y cambia constantemente; en consecuencia, creen que el individuo sólo es un elemento en la totalidad del universo, o una parte de esa energía. Su doctrina se convirtió en el I Ching, también conocido como El libro de los cambios, y en él se enseña que la estabilidad sólo se puede alcanzar cuando se produce la armonía entre el Yin y el Yang, que son vistos como fuerzas naturales opuestas pero relacionadas en el universo. Esto, también, lo sostiene la física cuántica, cuando afirma que todo está hecho de partículas unidas por la energía subatómica.

Caine tenía la sensación de que su cabeza se había convertido en un tiovivo.

—Todas esas filosofías tienen una antigüedad de miles de años. ¿Cómo es que todas basaron sus enseñanzas antes del descubrimiento de la física cuántica?

—A través del inconsciente colectivo —afirmó Jasper—. No lo olvides; carece de tiempo y eso significa que el pensamiento fluye hacia atrás a través del tiempo, y también hacia adelante. Piénsalo. Se dice que los grandes pensadores, filósofos, científicos, se «adelantaron a su tiempo» porque hicieron grandes avances intuitivos. Algunas personas lo llaman genio, pero ¿qué es el genio excepto una increíble visión interior? ¿No lo entiendes? Los llamados «genios» sólo son personas que tienen un mejor acceso al inconsciente colectivo que el resto de nosotros-rostrospotros.

Doc soltó una exclamación con la mirada puesta en Caine.

—Así fue como pudiste saber que debíamos movernos en el restaurante. Accediste a la mente inconsciente de tu futuro yo.

Caine sacudió la cabeza. Todo eso lo sobrepasaba.

—Incluso si creyera que el inconsciente de todos está vinculado de alguna manera, ¿cómo es que soy capaz de acceder al colectivo con mi mente consciente? —Cuando se oyó formular la pregunta, supo sin más la respuesta—. Oh Dios mío… son los ataques, ¿no?

—Creo que son los síntomas, no la causa —opinó Jasper—. Dado que todos extraemos cosas del inconsciente colectivo, tiene que haber algo en nuestro cerebro que se conecta con él. Creo que es algo en tu cerebro. —Jasper señaló el cráneo de su hermano—. Para ser exactos en tu lóbulo temporal, que te permite conectarte con el inconsciente colectivo de una manera que los demás no pueden. Hasta hace poco, cuando lo hacías sobrecargabas tu cerebro, y aparecían los ataques y las pérdidas de sentido, y de esa manera entrabas en el subconsciente de verdad-saltadmerendad. A mí me parece que el medicamento experimental del doctor Kumar te ha «arreglado» el cerebro de forma tal que ahora puedes conectarte con el inconsciente colectivo y permanecer consciente, y eso te permite ver el futuro.

—Lo que no entiendo es cómo funciona desde la perspectiva de la física. —Caine hizo una pausa para ordenar los pensamientos—. Laplace afirmó que debías saberlo todo para predecir el futuro, pero Heisenberg dijo que nada tiene una posición real en la naturaleza, y por lo tanto es imposible saberlo todo. En consecuencia, predecir el futuro es imposible y una inteligencia omnisciente como el demonio de Laplace no puede existir, ¿me equivoco?

—Eso es algo que todavía no tengo claro-paro-faro —admitió Jasper, antes de añadir rápidamente—: Pero eso no significa que mi teoría sea errónea.

Nadie habló mientras Caine intentaba procesar todo lo que Jasper había dicho. Doc fue quien rompió el silencio.

—Sólo hay una manera de averiguarlo.

—¿Cómo? —preguntó su ex alumno.

—Mira en el futuro —respondió Doc.

—No creo que sea una buena idea —manifestó Nava. Caine se sorprendió porque había estado tan callada que prácticamente se había olvidado de que estaba allí.

—¿Por qué? —replicó Doc.

—¿Qué pasa si es peligroso? —dijo Nava. Encendió un cigarrillo.

—¿Peligroso para quién? —quiso saber Doc.

—Para todos nosotros. —Nava exhaló el humo—. Sobre todo para David.

—¿Por qué? —insistió Doc.

—¿Qué pasará si no puede volver? ¿Qué pasará si entra en el inconsciente colectivo y se queda atrapado? Lo habéis dicho: carece de tiempo. Se podría sumergir en el inconsciente colectivo durante unos segundos y encontrarse al regresar que su cuerpo ha muerto de viejo.

Caine notó una sensación de vacío en el estómago. No había considerado esas posibilidades. Una parte de él anhelaba ir allí, pero el resto se sentía repentinamente aterrorizado. Mientras consideraba sus opciones, comprendió dos cosas. La primera, que a Jasper se le habían agotado sus veinte minutos. La segunda, que ya no creía que aquello fuera una alucinación.

Era imposible; él no sabía tanto de física como para habérselo imaginado todo.

Capítulo 26

—¿Se puede saber qué coño has estado haciendo?

Forsythe apartó el auricular del oído. Se aseguró de respirar profundamente antes de responderle al director adjunto del FBI, que estaba furioso por el desastre de la estación del ferrocarril.

—Sam… como te puedes imaginar no tenía idea de que pudiera ocurrir algo así.

—¡No me toques los cojones! —gritó Sam Kendall—. Me dijiste que necesitabas un puñado de hombres para detener a un civil. ¡No dijiste ni una palabra de una desertora de la CIA!

—Sam… eeh… —comenzó a decir Forsythe y se interrumpió. Le había desconcertado que Kendall se hubiese enterado tan pronto de la intervención de Vaner.

—No te preocupes, James. Sé cuándo me dan por el culo. Felicidades. ¿Quién te lo propuso? ¿Nielsen? —Forsythe permaneció callado; era mejor dejar que se desahogara—. Sí —gruñó Kendall, más para sí que para Forsythe—. Pues que os den por saco a los dos. Para colmo has tenido los cojones de meter en esto a Martin Crowe. ¡Es un milagro que nadie haya resultado muerto! —Kendall hizo una pausa para tomar aliento antes de continuar con la parrafada—. Me acabo de enterar que MacDougal te echará el mes que viene. Pues te diré una cosa, después de lo que has hecho, considérate cesado a partir de ahora.

Forsythe apretó con fuerza el auricular.

—No tienes autoridad para…

—¿Quién mierda te crees que soy? —gritó Kendall a pleno pulmón—. Soy el director adjunto del FBI y, te lo creas o no, tengo algunas influencias en esta ciudad. Hablé con el senador MacDougal de todo el embrollo de esta mañana y ambos estuvimos de acuerdo en la conveniencia de que renuncies hoy. Tienes treinta minutos para recoger tu mierda antes de que mande a la policía militar para que te eche del edificio. Ha sido un placer conocerte, capullo.

Kendall colgó con tanta fuerza que el golpe resonó en los oídos de Forsythe. Estaba atónito. Aún no estaba preparado. Sí, los trabajos de Tversky prometían mucho, pero ¿qué pasaría si no funcionaban? Había creído que contaría como mínimo con un mes para robar información de la base de datos del laboratorio y utilizar los recursos de la ANS antes de instalarse por su cuenta. Ahora no tenía nada. Nada, excepto a Tversky y su «demonio», y ni siquiera eso. Forsythe se tomó un momento para calmarse antes de llamar a Grimes a su despacho.

—Steven no sé cómo decirlo, pero… —dijo y se interrumpió para que Grimes pensara lo peor antes de soltarle la mentira—. Nos han despedido. Hoy es nuestro último día.

—¿Qué? Sabía que usted estaba acabado, pero ¿por qué yo?

—Es una decisión política —afirmó Forsythe—. Pero quizá acabe siendo algo bueno para ambos.

—¿A qué se refiere? —Grimes torció el gesto.

Forsythe pensó en la mejor manera de decírselo. No quería que Grimes supiera que llevaba seis meses planeando abandonar el barco y que en ningún momento había contado con él. Ya tenía montado el laboratorio y diez millones de dólares en el banco. Sólo le faltaba el plantel de científicos. Había pensado en buscarlos en el sector privado en vez de reclutar a algunos de los «talentos gubernamentales», pero ahora se le había agotado el tiempo.

Tampoco estaba dispuesto a dejar de colarse en los archivos del laboratorio. Dado que a Grimes no lo habían despedido, sus códigos de acceso se mantendrían activos hasta que alguien se diera cuenta del engaño de Forsythe, y para entonces él ya tendría toda la información que necesitaba. Por mucho que le repugnara admitirlo, Grimes era esencial.

—Me lo tenía reservado como una sorpresa, pero… —Forsythe dedicó los quince minutos siguientes a explicarle su plan. Recalcó el hecho de que sólo él sabía lo del despido de Grimes, y por lo tanto, más le valía no decir nada. Cuando acabó, Grimes se acarició la barbilla cubierta de granos.

—Quiero una parte.

—¿Qué?

—Ya me ha oído —dijo Grimes—. Si quiere que me una a usted, quiero una parte del pastel.

—¿Cuánto? —preguntó Forsythe, que cerraba y abría los puños por debajo de la mesa.

—El diez por ciento.

Forsythe silbó por lo bajo. No tenía tiempo para discutir y tenía claro que Grimes sería absolutamente infantil a la hora de negociar. Tomó la decisión en el acto.

—Steven, si fuese el único propietario de la empresa, te daría el diez por ciento con mucho gusto. Pero los capitalistas ya tienen el ochenta por ciento. —La mentira salió de la boca de Forsythe con toda facilidad; los capitalistas podían ser unos buitres, pero sólo le habían exigido un treinta y cinco por ciento por los doce millones que aportaban; dos ya se los había gastado en montar el laboratorio—. Te hago otra propuesta. ¿Qué tal un diez por ciento de mi parte?

—Eso sería sólo un dos por ciento —lloriqueó Grimes.

—Es una oferta justa, Steven —declaró Forsythe con gravedad.

—Súbala al tres y hacemos trato —propuso Grimes.

—Hecho.

Grimes le tendió la mano. Forsythe se la estrechó y luego se apresuró a limpiarse en la pernera del pantalón.

—Excelente —añadió Forsythe, dispuesto a que la relación con Grimes volviera cuanto antes a ser de patrón-empleado—. Llama a Crowe.

—Desde luego, socio. —Grimes lo obsequió con una sonrisa que dejó al descubierto sus dientes amarillentos antes de salir del despacho. Dieciocho segundos más tarde, comenzó a parpadear la luz roja en el teléfono de Forsythe. Respiró hondo y cogió el teléfono—. Señor Crowe, soy James Forsythe. Hay un cambio de planes…

Crowe acabó la conversación y dejó que su mente se quedara en blanco mientras contemplaba el cielo. El sol asomaba entre las nubes y creó un arco iris. A Betsy le encantaban. Cada vez que veía uno, se subían al coche y partían a la búsqueda del caldero de oro oculto en su final.

Se le nublaron los ojos. Betsy siempre se había sentido muy orgullosa de su papá. Se preguntó qué diría si lo viera en esos momentos. Sabía por la conversación tramposa de Forsythe que nada bueno podía resultar de lo que quería que hiciera, pero había demasiado dinero en juego para rechazarlo.

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