El señor de los demonios (20 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El señor de los demonios
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—Belgarath quiere que desviéis la atención de los espías —dijo un tanto preocupado—. Creo que tiene un plan para sacarnos de la ciudad, pero para ponerlo en acción necesita deshacerse de todos los espías que nos vigilan —añadió rascándose la nariz para ocultar la boca con la mano.

—¿Tienes la fiebre del heno? —le preguntó Seda.

—No. Velvet nos dijo que algunos de los espías son sordos, pero pueden leer los labios a distancia.

—¡Qué talento tan extraordinario! —murmuró Sadi—. Me pregunto si un hombre normal podrá adquirirlo.

—Yo también recuerdo varias ocasiones en que me habría resultado útil —asintió Seda mientras se cubría la boca con la mano, simulando un ataque de tos. Miró a Sadi—. ¿Si te hago una pregunta, me contestarás la verdad?

—Eso depende de la pregunta, Kheldar.

—¿Sabes que existe un lenguaje secreto?

—Por supuesto.

—¿Y lo comprendes?

—Me temo que no. Nunca conocí a un drasniano que confiara en mí lo suficiente como para enseñármelo.

—Me pregunto por qué.

Sadi le respondió con una breve sonrisa.

—Creo que podremos arreglarnos cubriéndonos la boca con la mano —dijo Garion.

—¿No te parece que después de un tiempo ese recurso resultará demasiado evidente?

—¿Qué pueden hacer? ¿Pedirnos que dejemos de hacerlo?

—Eso no, pero a veces puede ser conveniente pasarles información falsa; en cambio, si saben que conocemos su forma de espiar, no podremos hacerlo. —El eunuco dejó escapar un suspiro de pesar por la pérdida de esa oportunidad, pero luego se encogió de hombros y dijo—: ¡Oh, da igual!

—¿Se te ocurre algo que desvíe la atención de la policía? —le preguntó Garion a Seda.

—No —respondió el hombrecillo—. En estos momentos, el consorcio melcene parece ocupado en mantener en secreto la lista de precios de este año y en intentar convencer al barón Vasca de que restrinja mis negocios y los de Yarblek a unos pocos puntos de la costa oeste. Sin embargo, Vasca hará lo que le digamos... Siempre que sigamos pagándole su soborno. Hay varias intrigas secretas en curso, pero no creo que vaya a estallar ningún escándalo ahora mismo. Aunque así fuera, no creo que eso bastara para que la policía secreta abandonara su trabajo de vigilancia.

—¿Por qué no ir directamente a lo más alto? —sugirió Sadi—. Yo podría intentar sobornar a Brador.

—No lo creo —dijo Garion—. Nos vigila por orden expresa de Zakath y no hay dinero en el mundo suficiente para que decida arriesgar su cabeza.

—Hay otras formas de sobornar a la gente, Belgarion —dijo Sadi con una sonrisa maliciosa—. Tengo algunos brebajes en mi maletín que hacen que la gente se sienta muy bien. El único problema es que después de tomarlos varias veces, necesitan seguir usándolos. Si dejan de hacerlo, el dolor puede llegar a ser insoportable. Yo podría apoderarme de Brador en una semana y luego obligarlo a hacer lo que yo quisiera.

Garion sintió una súbita sensación de asco.

—Preferiría no tener que hacer eso —dijo—. Sería el último recurso que emplearía.

—Los alorns tienen una idea extraña de la moralidad —dijo el eunuco mientras se pasaba la mano por la cabeza afeitada—. Cortáis a la gente en dos trozos sin que se os mueva un pelo, pero se habla de venenos y de drogas y os parece un método reprobable.

—Es una cuestión cultural, Sadi —explicó Seda.

—¿Habéis descubierto algo que pueda servirnos de ventaja? —preguntó Garion.

—Nada que sea lo bastante importante por sí mismo —respondió Sadi tras reflexionar un momento—. Sin embargo, no olvidemos que la burocracia genera una corrupción endémica. Hay unas cuantas personas en Mallorea que se aprovechan de eso. Por ejemplo, no dejan de asaltar caravanas en las montañas dalasianas o en el camino de Maga Renn. Las caravanas necesitan un permiso del Departamento de Comercio y se sabe que Vasca vende información sobre rutas y horarios a ciertas bandas de salteadores o, si el precio es adecuado, vende su silencio a los comerciantes de Melcene. —El eunuco rió—. Una vez vendió información sobre la misma caravana a tres bandas de ladrones diferentes. Según me dijeron, se armó una batalla campal en las llanuras de Delchin.

—Tengo la impresión de que deberíamos centrar nuestra atención sobre el barón Vasca —dijo Garion, pensativo—. Velvet nos ha informado de que también está intentando arrebatar el Departamento de Aprovisionamiento Militar de manos del ejército.

—No lo sabía —dijo Seda, sorprendido—. La pequeña Liselle está haciendo grandes progresos, ¿verdad?

—Son los hoyuelos, príncipe Kheldar —dijo Sadi—. Yo soy totalmente inmune a todas las armas femeninas, pero debo reconocer que cuando sonríe, me tiemblan las rodillas. Es muy adorable y, como es natural, no tiene ningún escrúpulo.

Seda asintió con un gesto.

—Sí —dijo—, estamos bastante orgullosos de ella.

—¿Por qué no vas a buscarla? —sugirió Garion—. Si reunís vuestra información sobre el barón Vasca, tal vez podamos llegar a alguna conclusión. Quizá necesitemos dar una batalla en los pasillos del palacio para poder escapar.

—Tienes verdadero talento para la política, Garion —exclamó Sadi con admiración.

—Aprendo rápidamente —admitió Garion—, además, por supuesto, de frecuentar la compañía de algunos hombres de mala reputación.

—Gracias, Majestad —respondió el eunuco Sadi con tono burlón.

Poco después de cenar, Garion cruzó el palacio para ir a su habitual entrevista con Zakath. Como de costumbre, un policía secreto de pasos sigilosos lo seguía a una distancia prudencial.

Aquella tarde, Zakath se hallaba pensativo, sumido en profunda melancolía, como la que solía embargarle en Rak Hagga.

—¿Has tenido un mal día? —le preguntó Garion sacando un gatito del taburete tapizado situado frente a su silla. Luego extendió los pies y los apoyó sobre el taburete.

—Me estoy ocupando de todo el trabajo acumulado durante mi estancia en Cthol Murgos —dijo Zakath con una mueca de disgusto—. El problema es que ahora que estoy de vuelta, la pila sigue creciendo.

—Conozco esa sensación —asintió Garion—. Cuando regrese yo a Riva, tal vez necesite un año para desocupar la mesa de mi despacho. ¿Me permites que te sugiera algo?

—Sugiéreme lo que quieras, Garion. Ahora mismo soy capaz de aceptar cualquier consejo. —Miró con expresión reprobadora al gatito blanco y negro que le mordisqueaba los nudillos—. No tan fuerte —murmuró, pegándole con un dedo en el hocico.

El gatito echó hacia atrás las orejas y dejó escapar un pequeño maullido.

—No es mi intención ofenderte —comenzó Garion con cautela—, pero creo que estás cometiendo el mismo error que Urgit.

—Esa es una observación interesante. Continúa.

—Creo que necesitas reorganizar tu gobierno.

Zakath pestañeó.

—Ésa sí que es una propuesta interesante —comentó—, aunque no veo dónde está la relación con Urgit. Él era un absoluto incompetente, al menos hasta que tú llegaste y le enseñaste el funcionamiento de un buen gobierno. ¿Qué tenemos en común nosotros dos?

—Urgit es un cobarde —dijo Garion— y tal vez lo sea siempre. Tú no eres un cobarde, aunque a veces sí pareces un poco loco. El problema es que ambos estáis cometiendo el mismo error: intentar tomar todas las decisiones vosotros, incluso las más pequeñas. Aunque dejaras de dormir, no encontrarías tiempo para llevarlas a cabo.

—Ya lo he notado. ¿Y cuál es la solución?

—Delegar responsabilidades. Tus jefes de Departamento y tus generales son competentes. También son corruptos, desde luego, pero conocen bien su trabajo. Diles que se encarguen de todo y que sólo te molesten a ti con las decisiones muy importantes. Y diles también que si algo sale mal, los reemplazarás.

—Ése no es el sistema de los angaraks, Garion. El gobernante, en este caso el emperador, siempre ha tomado todas las decisiones. Ha sido así desde antes de que el mundo se dividiera. En la antigüedad, Torak tomaba todas las decisiones, y los emperadores de Mallorea han seguido su ejemplo, al margen de lo que pensáramos de ellos.

—Urgit cometió el mismo error —dijo Garion—. Ambos olvidáis que Torak era un dios y que su mente tenía un poder ilimitado. Los seres humanos no pueden intentar imitar ese tipo de cosas.

—No podría confiar esa autoridad a ninguno de mis jefes de Departamento ni a mis generales —dijo Zakath sacudiendo la cabeza—. Tal como están las cosas, ya se encuentran hasta fuera de control.

—Aprenderán a respetar las reglas —le aseguró Garion—. Después de que destituyas a varios de ellos, los demás comprenderán la situación.

—Ése tampoco es un método angarak, Garion —dijo Zakath con una sonrisa— Cuando yo quiero poner a alguien como ejemplo, no lo destituyo, le mando cortar la cabeza.

—Es un asunto interno, por supuesto —admitió Garion—. Tú conoces a tu gente mejor que yo, pero si un hombre tiene talento, no podrás contar con él una vez que le hayas cortado la cabeza, ¿verdad? No desperdicies el talento, Zakath. No abunda tanto como para poder permitirte ese lujo.

—¿Sabes una cosa? —preguntó Zakath con expresión divertida—. Me llaman el hombre de hielo, pero a pesar de tu benevolencia, tú tienes más sangre fría que yo. Eres el hombre más pragmático que he conocido en mi vida.

—Me crié en Sendaria, Zakath —le recordó Garion—, y allí el sentido práctico es casi una religión. Aprendí a gobernar en el reino de un hombre llamado Faldor. Un rico se parece mucho a una granja. Créeme, el mayor objetivo de un gobernante es impedir que las cosas se desmoronen. Naturalmente, los subordinados con talento son demasiado valiosos como para desperdiciarlos. He tenido que reñir a algunos, pero nunca he necesitado emplear medidas más drásticas. De este modo, si los necesito, siempre los tengo cerca. Tal vez te convendría pensar un poco en esto.

—Lo haré —asintió Zakath—. A propósito, hablando de la corrupción en el gobierno...

—¡Oh! ¿Hablábamos de eso?

—Estábamos a punto de hacerlo. Los jefes de mis Departamentos son todos más o menos deshonestos, pero tus tres amigos están complicando las pequeñas y vulgares intrigas del palacio hasta un punto que no estoy dispuesto a tolerar.

—¡Ah!, ¿sí?

—La encantadora margravina Liselle ha hecho creer al rey de Pallia, por una parte, y al príncipe regente de Delchin, por otra, que va a interceder en su favor. Ambos están absolutamente convencidos de que su larga disputa, por fin, va a salir a la luz. No quiero que se declaren la guerra; ya tengo bastantes problemas en Karanda.

—Hablaré con ella —prometió Garion.

—Y el príncipe Kheldar se ha apoderado de secciones enteras del Departamento de Comercio. Tiene acceso a más información que yo mismo. Los comerciantes de Melcene se reúnen todos los años para fijar los precios de cuanto se vende en Mallorea. Esa lista de precios es el secreto mejor guardado del imperio, pero Kheldar ha conseguido comprarla. Ahora está bajando deliberadamente esos precios, desestabilizando nuestra economía.

—No me lo había dicho —dijo Garion con un gesto de preocupación.

—No me importa que obtenga un beneficio razonable, siempre que pague sus impuestos, pero no puedo admitir que se haga con el control de todo el comercio de Mallorea, ¿comprendes? Después de todo es un alorn y su filiación política no está demasiado clara.

—Le pediré que se modere un poco, pero tienes que comprender a Seda. Creo que ni siquiera le interesa el dinero. Para él, es como un juego.

—Sin embargo, el que más me preocupa sigue siendo Sadi.

—¿Cómo?, ¿Sadi?

—De repente se ha interesado mucho por la agricultura.

—¿Sadi?

—Hay cierta planta silvestre que crece en las marismas de Camat. Sadi paga mucho por ella y uno de nuestros principales bandidos ha puesto a todos sus hombres a recolectarla... y a protegerla, por supuesto. Según tengo entendido, ya han estallado varios conflictos.

—Sin embargo, un bandido que se dedica a recoger plantas está demasiado ocupado y no asaltará a los viajeros en los caminos —señaló Garion.

—Esa no es la cuestión, Garion. No me preocupaba que Sadi hiciera sentirse bien y actuar tontamente a varios oficiales, el problema estriba en que ahora está trayendo cargamentos enteros de esa planta dentro de la ciudad y su consumo se ha extendido a los trabajadores y a los soldados. Eso no me gusta nada.

—Veré lo que puedo hacer para que suspenda estas operaciones —asintió Garion. Luego miró al emperador malloreano con los ojos entornados—. ¿Te das cuenta de que si los detengo, los tres buscarán otra actividad nueva y tal vez tan peligrosa como éstas? ¿No sería mejor que los alejara de Mal Zeth?

—Muy ingenioso, Garion —sonrió Zakath—, pero no lo permitiré. Tendrás que esperar a que mi ejército vuelva de Cthol Murgos. Entonces todos saldremos de Mal Zeth juntos.

—Eres el hombre más terco que he conocido en mi vida —dijo Garion con vehemencia—. ¿No puedes entender que estamos perdiendo el tiempo? Esta demora podría resultar desastrosa. .. no sólo para ti y para mí, sino para el mundo entero.

—¿El legendario encuentro entre el Niño de la Luz y la Niña de las Tinieblas? Lo siento, Garion, pero Zandramas tendrá que esperar. No quiero que Belgarath y tú vaguéis a voluntad por mis territorios. Me caes bien, Garion, pero no acabo de confiar en ti.

Garion se enfureció. Se puso de pie, con la barbilla alta en actitud belicosa.

—Se me está acabando la paciencia, Zakath. He intentado actuar con educación, pero hay un límite para todo y ya estamos llegando a él. No pienso quedarme en el palacio tres meses más.

—En eso te equivocas —le respondió Zakath con firmeza, mientras se levantaba de su sitio con brusquedad y arrojaba al sorprendido gato al suelo.

Garion apretó los dientes e intentó controlarse.

—Hasta ahora he sido cortés, pero me gustaría recordarte lo sucedido en Rak Hagga. Sabes muy bien que podemos irnos de aquí cuando queramos.

—Y tú sabes que cuando lo hagáis, tendréis a tres de mis regimientos pegados a vuestros talones —gritó Zakath.

—No durante mucho tiempo —respondió Garion con tono amenazador.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Zakath con desprecio—. ¿Convertir a todos mis hombres en sapos? No, Garion, te conozco muy bien y sé que eres incapaz de hacer algo así.

—Tienes razón —dijo Garion, irguiéndose—, no lo haría. Sin embargo, se me ocurre algo más drástico. Torak usó el Orbe para agrietar el mundo, ¿recuerdas? Sé cómo lo hizo y si fuera necesario podría repetirlo. Tus tropas tendrían dificultades para alcanzarnos si de repente se toparan con una zanja de quince kilómetros de profundidad y noventa de ancho, dividiendo a Mallorea de un extremo al otro.

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