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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El reverso de la medalla (16 page)

BOOK: El reverso de la medalla
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Hicieron esta operación con la rapidez y la destreza características de los buenos marinos, casi sin decir una palabra, al menos sin decir palabras en tono malhumorado ni dar gritos, y, aunque Jack estaba abatido, lo percibió. Sin embargo, aunque hicieron la operación lo más rápido posible, tardaron algún tiempo, y mientras tanto el
Spartan
siguió avanzando en medio de la tormenta. El sol se pondría muy pronto y la luna no saldría hasta que cambiara la guardia; además daría muy poca luz.

Las esperanzas de Jack sólo podrían cumplirse si la fragata navegaba a toda vela. Ahora el viento, que soplaba con mayor intensidad y bramaba más fuerte, llegaba a la
Surprise
justo por delante de la aleta, por donde le convenía para navegar mejor, y Jack creía que la ráfaga que había rasgado la gavia anunciaba el final de sus cambios y estaba casi convencido de que se entablaría, aunque seguiría siendo fuerte.

Tal vez se equivocaba y esta idea era producto de sus deseos, pero tanto si era así como si no, era lo único que permitiría que sus esperanzas se cumplieran. Por otro lado, temía que la fragata encallara en los arrecifes de Ushant, pues no se había podido determinar su posición a mediodía y ya debía de haber recorrido gran parte de la distancia que la separaba de la isla. Pero enseguida apareció en su mente con claridad el resultado de las mediciones del día anterior e hizo una
estima
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, según la cual la fragata debía de estar cerca de tierra, aunque no sería posible avistarla antes de medianoche. Mientras miraba fijamente con el catalejo el barco corsario, que cada vez parecía más pequeño, ordenó:

—¡Larguen la juanete de proa!

Aunque esa vela era bastante pequeña, la fragata se tambaleó y cambió de movimiento como un caballo espantado cuando los marineros la largaron y cazaron las escotas, pues empezó a ejercer presión sobre ella en el mismo momento en que llegaba a la cresta de una ola. Cuando la fragata reanudó su rápido movimiento, Jack fue hasta la proa y, después de apoyar la mano en la buida del trinquete, asintió con la cabeza al mismo tiempo que decía:

—¡Largar la juanete mayor con cuidado!

La fragata ya navegaba con las gavias con un rizo, y esas dos velas, por estar tan altas, le dieron un gran impulso. Obviamente, avanzaba más rápido que el
Spartan
, pero no lo suficiente, pues a esa velocidad el
Spartan
se refugiaría en la oscuridad antes de que pudieran abordarlo. Ya no le era posible disparar, pues navegaba a tanta velocidad y el mar estaba tan agitado que las verdes olas llegaban unas tras otras hasta el castillo.

—¡Coloquen andariveles de proa a popa! —ordenó Jack— ¿Qué?

—¡Venga, señor! —dijo Killick en tono irritado—. ¡Le he llamado cincuenta veces! ¡Venga a la cabina!

Su indignación le daba superioridad moral sobre Jack, que le siguió, se cambió la camisa y la chaqueta empapadas por otras secas y luego se puso una capa y un sombrero de lona alquitranada. Cuando Jack regresó a la cubierta cogió el altoparlante de Honey y gritó:

—¡Prepárense para desplegar las velas!

Los marineros se prepararon, naturalmente, aunque pensaron que iban a navegar demasiado rápido y se lanzaron unos a otros miradas suficientemente explícitas.

Pero Jack no se sintió satisfecho con las alas superiores y las inferiores. La
Surprise
avanzaba a casi trece nudos, tenía el pescante de babor muy por debajo de la superficie del mar, la cubierta inclinada treinta y cinco grados y la borda de sotavento casi oculta por la espuma; formaba con la proa grandes olas que lanzaban salpicaduras a veinte yardas de distancia; sin embargo, Jack mandó desplegar la cebadera. Esa vela, que ya casi no se usaba, se colgaba del bauprés y ocultaba los cañones de proa, pero como se colocaba diagonalmente y la parte de sotavento quedaba fuera de la borda, tenía la ventaja de que la parte de barlovento podía dar el impulso adicional que Jack tanto deseaba.

Ambas embarcaciones ya tenían encendidos los faroles para la batalla en la entrecubierta y navegaban velozmente en la penumbra en medio de la lluvia y las salpicaduras de las olas. Los tripulantes del
Spartan
empezaron a tirar los cañones por la borda, y en el barco se vieron brillantes rectángulos de color naranja cada vez que abrían las portas, lo que hicieron una y otra vez porque tuvieron que arrastrar los cañones de sotavento hasta el costado de barlovento para arrojarlos, una difícil tarea en una marejada como aquélla. Luego empezaron a arrojar las lanchas, aligerando aún más la carga del barco; sin embargo, la velocidad de la
Surprise
superaba en un nudo la de su presa, y Jack creía que le sería posible capturarlo si no lo perdía de vista durante media hora. Pero las ráfagas de lluvia eran frecuentes y había mucha niebla más adelante, lo que presagiaba una noche impenetrable. Mandó a los marineros de vista más aguda a la cofa del trinquete y se quedó en el pasamano de barlovento mirando por el catalejo el
Spartan
, su blanca estela, la tenue luz del ventanal de popa y el negro nubarrón bajo que se aproximaba por el sur-suroeste. Los dos últimos cañones del barco cayeron al agua. Si la fragata seguía navegando a esa velocidad o más rápido, al cabo de diez minutos el barco estaría a menos de un cuarto de milla de distancia, pero también el negro nubarrón y las ráfagas de lluvia. El barco era cada vez menos visible. De repente se apagaron todas sus luces y desapareció. Su estela pudo verse unos momentos más, pero después también desapareció. La lluvia llegó empujada por el fuerte viento.

—¡Va a orzar! —gritó un serviola desde la cofa del trinquete.

Cuando la lluvia amainó, apareció de nuevo el barco, que se había desviado de su rumbo cincuenta grados y estaba tan poco iluminado que parecía un fantasma en la oscuridad.

—¡Ya lo tengo! —exclamó Jack.

Pero la lluvia amainó aún más en ese momento y mucho más cerca apareció un enorme barco, un navío de tres puentes que tenía en la cofa el farol que usaban los almirantes. Detrás de él había más barcos. El navío de tres puentes lanzó una bala por delante de la proa de la
Surprise
y Jack se dio cuenta de que estaba en medio de la escuadra del Canal, y de que el
Spartan
, oculto por la lluvia, había pasado entre sus barcos para refugiarse en Brest. La fragata orzó y sus tripulantes arrizaron las gavias e izaron las banderas para dar la señal secreta, el número de identificación y el mensaje: «Enemigo al estenoreste».

El navío de tres puentes, sin cambiar de rumbo, respondió con la señal «Capitán debe presentarse en buque insignia».

Jack leyó la señal antes de que le informaran. Miró hacia el lugar cubierto de niebla gris donde el
Spartan
había estado y luego hacia las turbulentas aguas que separaban la fragata del buque insignia, situado a media milla de distancia. Pensó que tendría que recorrer esa distancia navegando en contra del viento, y en ese momento notó que Mowett le miraba ansiosamente. Abrió la boca, pero como observaba rigurosamente la disciplina, volvió a cerrarla.

—¿Quiere la falúa, señor? —preguntó Mowett.

—No —respondió Jack—, el cúter azul, porque puede navegar y mantenerse a flote más fácilmente.

CAPÍTULO 4

Cariño mío —escribía Jack a su esposa desde el Crown—, ya se despidieron los marineros que estaban a bordo de la Surprise y, ahora, en vez de integrar una tripulación forman dos o tres grupos y deambulan ociosos por tierra. Puedo oír a los marineros del castillo, que eran los más viejos y sensatos de la fragata, armando un gran alboroto en Duncan's Head, a varias calles de distancia, aunque la mayoría en general son más silenciosos. Decir adiós a tantos viejos compañeros de tripulación fue doloroso, como puedes imaginar. Me sentiría muy triste si no fuera porque pienso que dentro de pocos días os veré a ti y a los niños; sin embargo, no serán tan pocos como quisiera, porque mientras esperábamos la señal para atracar y el cambio de la marea con la fragata anclada con una sola ancla, el paquebote de Lisboa, con gran cantidad de velamen desplegado, pasó junto a ella muy rápido, de la forma ostentosa en que los capitanes de los paquebotes los hacen navegar (hacen cualquier cosa por ganar velocidad), y no se limitó a rozar la popa, sino que chocó con ella. Todos dimos gritos de indignación, naturalmente, y tratamos de apartarlo con lampazos y todo lo que encontramos a mano, pero causó tantos daños a la fragata que desde entonces he estado tratando de repararla. Pero aún no he tenido tiempo de contarte cómo fue mi entrevista con el almirante. Subí a bordo de su buque después de hacer el viaje más desagradable que recuerdo y, sin preguntarme cómo estaba o si quería cambiarme de ropa o secarme la cara, me dijo que era un imprudente y un lunático por pasar entre los barcos de la escuadra a gran velocidad, con las alas superiores y las inferiores desplegadas. Me preguntó si no había visto los barcos, si no había saludado al buque insignia porque no lo había visto, a pesar de que era un navío de tres puentes, o porque no tenía serviolas, y si en la moderna Armada no se mandaban a los serviolas a las cofas. Entonces, en un tono apacible que reflejaba sumisión, respondí: «Había dos, milord». De inmediato dijo que, en ese caso, había que darles a cada uno dos docenas de azotes, una por él y otra por mí, y añadió que yo merecía una fuerte reprimenda. Luego agregó: «En cuanto a ese supuesto barco corsario, creo que era un mercante sin ningún valor. Ustedes los jóvenes siempre están persiguiendo mercantes. En cuanto les dan el mando de un barco, tratan de atrapar mercantes, o sea, tratan de conseguir botines. Lo he visto muchas veces, y debido a eso la escuadra pierde fragatas. Pero ya que está usted aquí, podría ser útil al rey y a su patria». Me agradó que me llamara joven, pero no que considerara que mi utilidad consistiera en llevar a cabo un ataque con brulotes
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al puerto de Bainville, que conozco muy bien. Nunca me han gustado los brulotes y el plan no me parecía bueno, porque no daba bastante importancia a las baterías costeras ni a la fuerte corriente que hay allí, ni brindaba a los tripulantes de los brulotes muchas posibilidades de escapar. Nadie que esté en un brulote puede esperar piedad si es atrapado, pues le matan enseguida o le llevan al paredón sin muchas contemplaciones. Ésa es la razón por la que están tripulados por voluntarios. Estoy seguro de que todos los tripulantes de la Surprise se habrían ofrecido voluntarios, pero no me gustaba la idea de que fuesen capturados, así que me alegré cuando en el consejo dijeron que si me daban el mando de la operación, eso significaría que me daban más importancia que a muchos otros capitanes de navío que estaban antes que yo en el escalafón. Varias personas hablaron de esto en tono irritado y, además, recordaron que no sólo lord Keith había mostrado preferencia por mí muchas veces en el Mediterráneo, sino que hacía sólo unos meses me habían encargado una misión que seguramente me había proporcionado una fortuna (ojalá hubiera sido así) y por la que muchos capitanes de navío habrían dado un ojo de la cara. Es cierto que he pasado menos tiempo en tierra que la mayoría de los capitanes, menos afortunados que yo, pero me sorprendió ver que muchos de ellos estaban celosos. No sabía que en la Armada hubiera tantos hombres que fueran mis enemigos o, al menos, me desearan mal. Al final abandonaron el plan y mi utilidad se limitó a llevar a la hermana del almirante a Falmouth. Sus médicos le habían ordenado que hiciera un viaje por mar porque le fallaba la respiración pero, como Stephen dijo, el viaje podría haberle curado todas las enfermedades incluidas en el libro Domestic Medicine, de Buchan, pues casi le quitó la respiración, ya que la pobre estuvo mareada desde el principio al fin, adelgazó y se puso amarillenta.

Stephen se fue a la ciudad esta mañana y se dio el lujo de alquilar un coche para dejar al señor Martin, el pastor, lejos del camino principal. Quisiera poder darte mejores noticias de él, pero parece angustiado y triste. Al principio pensé que estaba preocupado por problemas de dinero, pero no es posible, pues nuestro agente de negocios hizo inmediatamente las gestiones para que se decidiera si nuestras presas eran de ley y así venderlas. Además, cuando me contó que su padrino había muerto, me dijo que había heredado sus bienes, y aunque me parece que no ascienden a mucho, sé que Stephen siempre se ha contentado con poco dinero. Creo que está triste porque el caballero ha muerto, y angustiado debido a Diana. Nunca le he visto tan desasosegado.

Pensó contarle a Sophie que en el Mediterráneo se rumoreaba que Stephen había sido infiel, pero luego negó con la cabeza y continuó:

Ordenaré a Killick, a Bonden y tal vez a Plaice que lleven la mayor parte de mi equipaje a casa en la lenta diligencia que sale mañana, pero yo tendré que quedarme aquí un poco más de tiempo para asegurarme de que la fragata queda en las condiciones que quiero (hay esperanzas de que la dejen en la reserva en vez de llevarla al desguace) y para responder a las preguntas de algunos caballeros del Almirantazgo y la Junta Naval. A pesar de eso, tal vez pueda llegar a la ciudad al mismo tiempo que Stephen; o antes, si sigue soplando el suave viento del suroeste. Harry Tennant, que está al mando del Despatch, me prometió dejarme cerca de allí. El Despatch es un barco con bandera blanca que se utiliza para el canje de prisioneros (¿te acuerdas del barco con bandera blanca en que Stephen y yo vinimos cuando dejamos de ser prisioneros de los franceses?) y es muy rápido navegando a la cuadra, aunque es lento navegando de bolina. Después de una breve escala en Calais, iré en el barco hasta Dover, desde donde continuaré el viaje en la silla de posta de Londres. Tengo que hablar con mis abogados antes de ir a Ashgrove, pues podría haber habido un fallo en contra nuestra en alguno de los pleitos pendientes, y haría el tonto si llegara allí y me arrestaran por no pagar las deudas. Por esa razón, y porque en los periódicos se ha mencionado la llegada de la fragata hace días, me hospedaré en El Racimo de Uvas y no lo abandonaré hasta el domingo. Si quieres que te lleve algo, escríbeme al club, pues allí están acostumbrados a recibir cartas y no las pierden.

El Racimo de Uvas era un hostal antiguo, pequeño y confortable que estaba situado en el condado de Savoy y por eso los huéspedes estaban fuera del alcance de sus acreedores durante toda la semana. Jack había pasado allí mucho tiempo desde que consiguió una fortuna lo bastante grande para ser una apetecible presa para los tiburones de tierra, y durante todo el año Stephen tenía alquilada una habitación que usaba como base para sus actividades aún después de casarse con Diana, ya que ambos formaban una pareja extraña, una pareja medio separada.

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