El retorno de los Dragones (42 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El retorno de los Dragones
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Antes de que pudiese finalizar la frase, Raistlin se adelantó y se arrodilló junto al montón de armas. De la mano del mago salió un brillante destello de luz. Raistlin cerró los ojos y comenzó a murmurar unas extrañas palabras, con las manos extendidas sobre la pila de armas y paquetes.

—¡Detenedlo! —gritó Toede. Pero nadie osó moverse. Finalmente Raistlin dejó de hablar y su cabeza cayó hacia adelante.

Raistlin se puso en pie.

—Sabed esto! —dijo mirando a su alrededor con los ojos centelleantes—. He formulado un hechizo sobre nuestras propiedades. Cualquiera que las toque será lentamente devorado por la gran oruga Catyrpelius, que surgirá de los Abismos y chupará la sangre de vuestras venas hasta que no seáis más que una cáscara vacía.

—¡La gran oruga Catyrpelius! —suspiró Tasslehoff con los ojos brillantes —. ¡No me lo puedo creer! Nunca he oído hablar de...

Tanis le tapó la boca con la mano.

Los goblins se alejaron del montón de armas, que parecía relucir con un halo verde.

—¡Que alguien tome esas armas! —ordenó furioso Toede.

—Tómalas tú —murmuró un goblin.

Nadie se movió. Toede estaba aturdido. A pesar de que no era especialmente imaginativo, en su mente se dibujó la vívida imagen de una gran oruga.

—Muy bien, ¡llevaos a los prisioneros! —murmuró—. Encerradlos en jaulas y llevad las armas también, aunque esa oruga, cualquiera que sea su nombre, chupe vuestra sangre. —Toede se alejó torpemente.

Los goblins comenzaron a empujar a sus prisioneros hacia la puerta, pinchándolos con sus espadas en la espalda No obstante, ninguno de ellos tocó a Raistlin.

—Raistlin, ese hechizo fue maravilloso —le dijo Caramon en voz baja—. ¿Cuán efectivo es? ¿Podría ser...?

—¡Es tan efectivo como tu inteligencia! —susurró Raistlin levantando su mano derecha. Cuando Caramon vio en ella las reveladoras manchas de polvo luminoso, sonrió, comprendiendo el truco.

Tanis fue el último en abandonar la posada. Echó una última mirada a su alrededor. Todo estaba en penumbra, las mesas estaban volcadas, las sillas rotas. Las vigas del techo estaban ennegrecidas por el fuego, algunas de ellas totalmente chamuscadas. Las ventanas estaban recubiertas de hollín.

—Casi preferiría haber muerto antes que ver esto así.

Al salir, lo último que oyó fue a dos goblins discutiendo acaloradamente sobre quién era el que iba a transportar las armas encantadas.

3

La caravana de esclavos.

El viejo mago.

Los compañeros pasaron una fría noche en vela, encerrados en una jaula de hierro con ruedas instalada en la plaza de la ciudad de Solace. Había tres jaulas encadenadas a uno de los postes clavados en el suelo de la plaza. Los postes, ennegrecidos por el incendio, tenían las bases chamuscadas y astilladas. En aquel terreno desarbolado ya no crecía ni una brizna de hierba; incluso las piedras estaban atezadas y chamuscadas.

Cuando amaneció, los compañeros pudieron ver más prisioneros en las otras jaulas. Era la última caravana de esclavos que iba a salir de Solace en dirección a Pax Tharkas, bajo el mando de Fewmaster Toede.

A lo largo de la noche, Caramon había intentado forzar los barrotes de la jaula, sin conseguirlo.

A primeras horas de la mañana se había levantado una espesa neblina que ocultaba la arrasada ciudad a los compañeros. Tanis miró a Goldmoon y a Riverwind..Ahora podía comprenderlos, pensó. Ahora conozco ese gélido vacío interior que hiere más que una estocada. Me he quedado sin hogar.

Dirigió su mirada a Gilthanas, quien se encontraba acurrucado en un rincón. Durante la noche el elfo no había hablado con nadie, se había disculpado, alegando que le dolía la cabeza y se sentía fatigado. Pero Tanis, que se había mantenido en guardia durante toda la noche, se había percatado de que Gilthanas no había pegado ojo, ni siquiera había fingido dormir. Mordiéndose el labio superior, se había pasado la noche con la mirada perdida en la oscuridad. La imagen le recordó a Tanis que tenía, si decidía recuperarlo, otro lugar al que podía llamar hogar: Qualinesti.

«No, pensó Tanis apoyándose en los barrotes, Qualinesti nunca será mi hogar. Es sólo un lugar en el que he vivido...»

Fewmaster Toede apareció entre la niebla, frotándose sus rechonchas manos y sonriendo satisfecho, tras contemplar con orgullo la caravana de esclavos; probablemente le ascenderían. Esta última era una buena «cosecha», considerando que en aquella asolada ciudad, la recolección ya estaba hecha. Lord Verminaard estaría contento con este último lote. Especialmente con aquel corpulento guerrero —un excelente espécimen que seguramente podría realizar en las minas el trabajo de tres hombres—. El bárbaro alto también era un buen ejemplar. En cambio, al caballero, probablemente, habría que matarlo; los solámnicos no solían cooperar. A Lord Verminaard le encantarían también las mujeres —muy diferentes, pero muy bellas las dos—. Al propio Toede siempre le había atraído la camarera pelirroja; sus ojos eran seductores, y su escotada blusa blanca revelaba lo suficiente de su piel —ligeramente pecosa— para despertar en él curiosidad por lo que habría debajo.

Las ensoñaciones de Toede fueron bruscamente interrumpidas por el sonido del batir de las espadas y unos gritos roncos que flotaban en la niebla. Los gritos fueron aumentando de volumen. Al poco rato, todas las personas que integraban la caravana estaban despiertas y oteando a través de la niebla para intentar ver algo.

El gran goblin lanzó una inquieta mirada a los prisioneros y deseó haber conservado a su lado unos cuantos guardias más. Los goblins, viendo que los prisioneros se desperezaban, se pusieron en pie y los apuntaron con sus arcos y flechas.

—¿Qué sucede? —refunfuñó Toede en voz alta—. ¿Es que esos imbéciles no pueden hacer prisioneros sin organizar todo este barullo?

De repente, por encima de los gritos se oyó un bramido. Era el aullido de agonía y de dolor de un hombre, pero la rabia que se desprendía de él superaba a todo lo demás.

Gilthanas se levantó con la tez pálida.

—Conozco esa voz. Es Theros Ironfield. Me lo temía. Desde el incendio de la ciudad ha estado ayudando a escapar a las gentes que habitaban en Solace, a los enanos, a los kenders, a los elfos... Ese Lord Verminaard ha jurado exterminar a todos los elfos —Gilthanas observó la reacción de Tanis.

—¿O no lo sabías?

—¡No!, claro que no lo sabía. No tenía ni idea. ¿Cómo iba a saberlo?

Gilthanas se calló, examinando a Tanis durante un largo instante.

—Perdóname. Creo que te he juzgado mal. Pensé que quizás ésa era la razón por la que te habías dejado crecer la barba.

—¡Nunca! —Tanis saltó hacia delante—. ¿Cómo te atreves a acusarme...?

—Tanis —le avisó Sturm.

El semielfo se volvió y vio que los guardias goblins avanzaban en dirección a la jaula, apuntándole al corazón con sus flechas. Con las manos en alto, retrocedió hacia su lugar en el preciso momento en que un grupo de goblins aparecía arrastrando a un hombre alto y corpulento.

—Me enteré que Theros había sido traicionado —dijo en voz baja Gilthanas—. Regresé para advertírselo. Si no hubiese sido por él, nunca hubiese conseguido escapar vivo de Solace. Anoche habíamos quedado en encontramos en la Posada. Cuando vi que no venía, temí que...

Fewmaster Toede abrió la puerta de la jaula en la que estaban los compañeros, chillándoles a los goblins para que se apresuraran a meter dentro al prisionero. Algunos apuntaron con sus armas a los cautivos, mientras otros arrojaban a Theros al interior de la misma.

Toede cerró la puerta de golpe.

—¡Ya está! —chilló—. Enganchad a las bestias , nos vamos. .

Escuadrones de goblins llevaron inmensos alces a la plaza y comenzaron a engancharlos a las carretas. Tanis sólo oía, como ruido de fondo, el alboroto y los chillidos de los goblins, pues por el momento su atención estaba centrada en el herrero.

Theros Ironfield yacía inconsciente en el suelo de la jaula, que estaba cubierto de paja. En el lugar donde debería haber estado su fuerte brazo derecho, sólo había un muñón. Le habían cercenado el brazo por debajo del hombro, con un arma afiladísima. De la horrible herida no dejaba de manar sangre, derramándose sobre el suelo de la jaula.

—¡Qué esto les sirva de lección a aquellos que ayudan a los elfos! — gritó Fewmaster.

—¡Nunca volverá a forjar nada... a menos que se forje un brazo nuevo! Yo... ¡eh! —Un alce inmenso casi lo arrolla, obligándolo a ponerse a salvo.

Toede se volvió hacia la criatura que guiaba el alce.

—¡Sestun, eres un asno! —exclamó dándole un empujón y derribándolo.

Tasslehoff contempló a la criatura, creyendo que era un goblin muy pequeño. A los pocos segundos se dio cuenta de que se trataba de un enano gully vestido con una armadura de goblin. El enano se levantó, enderezó su ladeado casco y se quedó mirando a Fewmaster, quien andaba torpemente hacia el principio de la caravana. Frunciendo el ceño, el gully comenzó a patear barro en esa dirección. Aparentemente, esto lo tranquilizó, pues a los pocos segundos volvía a azuzar al alce para situarlo en su lugar.

—Mi leal amigo —murmuró Gilthanas arrodillándose junto a Theros y tomando la mano fuerte y negra del herrero entre las suyas —. Has pagado la lealtad con tu vida.

Theros lo miró con los ojos en blanco, sin oírle. Gilthanas intentaba detener la hemorragia, pero la sangre seguía fluyendo por el suelo de la carreta. La vida del herrero se estaba evaporando ante sus ojos.

—No —dijo Goldmoon arrodillándose junto a Theros—. No tiene por qué morir. Tengo el poder de la curación.

—Señora —le replicó Gilthanas con impaciencia—, no existe nadie en Krynn capaz de ayudar a este hombre . Ha perdido mucha sangre. Sus pulsaciones son tan débiles que casi no puedo sentirlas. Lo mejor que podemos hacer es dejarlo morir en paz, sin molestarlo con uno de esos rituales bárbaros.

Goldmoon no hizo caso de sus palabras y posó su mano sobre la frente de Theros, cerrando los ojos.

—Mishakal, amada diosa de la curación, bendice a este hombre. Si su destino no se ha cumplido, sánalo, que viva para poder servir a la causa de la verdad.

Gilthanas protestó una vez más, e intentó apartarla del herido, pero de pronto se detuvo, mirando atónito lo que sucedía. La sangre había dejado de manar y la carne comenzaba a cerrarse sobre la herida. La piel ennegrecida del herrero recuperó su color, su respiración se hizo constante y tranquila; Theros se sumió en un sueño saludable y relajado. Los prisioneros de las jaulas vecinas comenzaron a murmurar de admiración. Tanis miró a su alrededor, temeroso de que los goblins o los draconianos se hubiesen percatado, pero éstos, aparentemente, se hallaban todos enfrascados en la tarea de enganchar a los ariscos alces en los carromatos. Gilthanas se dejó caer de nuevo en su rincón, mirando a Goldmoon con expresión pensativa.

—Tasslehoff, reúne un montón de paja —ordenó Tanis —. Caramon y Sturm, ayudadme a trasladarlo a este rincón.

—Toma —Sturm le ofreció su capa—. Ponle esto para que no pase frío.

Goldmoon se aseguró de que Theros estuviese cómodo y luego regresó a su lugar junto a Riverwind. Su rostro irradiaba tanta paz y serenidad, que parecía como si las criaturas que se hallaban fuera de la jaula fuesen los verdaderos prisioneros.

Casi anochecía cuando la caravana se puso en marcha. Se acercaron algunos goblins y lanzaron comida a las jaulas; pedazos de carne y de pan. Ninguno de los compañeros, ni siquiera Caramon, comió esa carne rancia y pestilente, sino que volvieron a lanzarla fuera de las jaulas. No obstante, devoraron el pan con fruición, pues no habían comido nada desde la noche anterior. Toede pronto lo tuvo todo preparado y, montado en su pony peludo, dio la orden de iniciar la marcha. Sestun, el enano gully, trotaba tras él. Al ver los pedazos de carne sobre el barro, se detuvo, los recogió ansiosamente y los engulló al instante.

Cuatro alces tiraban de cada una de las jaulas. Dos goblins, sentados en plataformas de madera, los guiaban. Uno de ellos llevaba las riendas y el otro un látigo. Toede se situó al frente de la caravana, seguido de unos cincuenta draconianos ataviados con armadura y fuertemente armados. Una tropa de unos cien goblins, cerraba la caravana.

Después de gran confusión y griterío, la caravana comenzó por fin a avanzar, dando bandazos, observada por algunos de los pocos residentes que aún quedaban en Solace. Estos, si conocían a alguien entre los prisioneros, no les dirigían la palabra ni hacían señal alguna o gesto de despedida. Tanto los rostros de dentro de los carromatos como los de afuera, eran rostros incapaces de sentir dolor. Al igual que Tika, habían jurado no volver a llorar jamás.

Se dirigieron hacia el sur, por un viejo camino a través del paso Gateway. Hacia el mediodía del día siguiente, los goblins y los draconianos, que se quejaban de tener que andar bajo el calor del sol, se animaron y aceleraron el paso cuando llegaron a la sombra de las altas paredes que formaban el cañón del paso. Los prisioneros pasaron mucho frío en el cañón, pero tenían sus buenas razones para sentirse aliviados; al menos ya no estaban obligados a contemplar por más tiempo su asolada región.

Era casi de noche cuando dejaron los estrechos caminos del cañón y llegaron a Gateway. Los prisioneros se agolparon contra los barrotes para poder observar la próspera ciudad mercante. Pero lo único que quedaba de ella eran dos bajos muros de piedra, oscurecidos y chamuscados. No quedaba ningún signo de vida. Los prisioneros se dejaron caer en el suelo de la jaula, desmoralizados.

Una vez en campo abierto, los draconianos anunciaron que preferían viajar de noche. Por lo tanto, la caravana sólo hizo unas breves paradas hasta el amanecer. Era imposible dormir en aquellas asquerosas jaulas que traqueteaban y daban tumbos en cada bache del camino. Los prisioneros tenían hambre y sed. Aquellos que habían conseguido tragar la comida que los draconianos les habían arrojado, la vomitaron toda al poco rato. Y sólo les daban pequeños tazones de agua dos o tres veces al día.

Goldmoon permaneció junto al herrero herido. A pesar de que Theros Ironfield ya no estaba al borde de la muerte, seguía muy grave. Tenía una fiebre muy alta y deliraba acerca del saqueo de Solace. Theros hablaba de draconianos cuyos cuerpos, al morir, despedían ácido, quemando la carne de sus víctimas; y de draconianos cuyos huesos explotaban después de muertos, destrozándolo todo dentro de un amplio radio. Tanis le escuchaba, horrorizándose hasta sentir náuseas. Por primera vez, comprendía la inmensidad del drama. ¿Cómo podían pretender luchar contra dragones cuya respiración era letal, cuya magia excedía aquella de los mejores y más poderosos hechiceros que hubiesen vivido nunca? ¿Cómo podían derrotar a numerosos ejércitos de esos draconianos, cuando incluso sus cadáveres tenían el poder de matar?

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