El Reino del Caos (18 page)

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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

BOOK: El Reino del Caos
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—El vino depende de tres elementos esenciales: el poder del sol, la disponibilidad de agua potable y los sabores de la tierra, todos los cuales se combinan de una forma mágica en la uva. Las propiedades únicas de cada viñedo estarán presentes de una manera intangible en el carácter final del vino, junto con las variedades infinitas de tiempo, clima, etcétera. Aquí, en Ugarit, gozamos de lluvias suaves y brumas matinales que riegan las viñas. Algunos dicen que el rocío constituye el secreto del sabor del vino. Otros dicen que está relacionado con las sombras de la noche, que se congregan de forma misteriosa en la negrura de las uvas. Pero yo digo que es el mismo suelo: es fértil pero ligero, con asombrosos tonos secos de minerales de las rocas y las aguas subterráneas. ¿Y el resultado? Vinos aromáticos, con un perfume voluptuoso, una dulzura indefinible y un fondo tan fuerte y auténtico… —Se paró de repente en la calle y abrió los brazos—. «¡Todo el día sirven vino! ¡Vino digno de reyes! ¡Vino dulce y abundante!»

Sonrió a modo de disculpa.

—Versos de un antiguo poema. Perdóname. Parezco un idiota cuando hablo de vino…

—No hay tema mejor —repuse.

—Salvo el amor, por supuesto. Que es casi lo mismo. ¡Pero el vino es mejor, porque puedes embotellarlo!

Rió de nuevo, enlazó su brazo con el mío y continuamos caminando.

—Najt es un gran hombre, tiene un intelecto formidable, pero me he dado cuenta de que aprecia el vino sin llegar a amarlo. De hecho, se me acaba de ocurrir que es como un amante con las manos atadas a la espalda. Puede ver, pero no tocar. En cambio vi tu cara. ¡Daba la impresión de que habías entrado en trance! La señal de un auténtico devoto…

—Es uno de los mejores vinos que he tenido la suerte de paladear. Pero tú, como comerciante, habrás saboreado otros legendarios…

—Sí, desde luego. La Estrella de Horus en la Cima del Cielo debe de ser el mejor, y el más antiguo de nuestras añadas del país.

Había oído hablar de él, pero el exorbitante precio de una tinaja también era legendario. Solo reyes y nobles podían permitirse tales excentricidades.

—¿Has probado el Chassut tinto? —pregunté.

Sonrió y aplaudió.

—¡Solo una vez! Dicen que los Chassut solo están en su punto para ser degustados cuando cumplen cien años. Puedo confirmar en persona esa opinión. ¡La espera vale la pena!

Estaba a punto de hacer más preguntas, pero la majestuosa calle, flanqueada de tiendas sombreadas donde los comerciantes invitaban a los transeúntes a examinar sus productos, se abrió de repente y reveló un inmenso panorama: el puerto y el mercado de Ugarit. Innumerables barcos estaban amarrados a las largas hileras de muelles de madera. Otros entraban y salían sorteando las naves que poblaban las atestadas aguas. Cientos de velas ondeaban y se desplegaban a la brisa. Las aguas del puerto, domeñadas por los brazos de piedra de los malecones, centelleaban y rielaban a la luz diáfana de la mañana. Justo delante de nosotros se extendía el gran mercado, que ocupaba todo el inmenso espacio despejado hasta los muelles.

—Menudo espectáculo, ¿verdad? —dijo Paser tomándome de nuevo del brazo y guiándome hacia el caos del mercado.

Había miles de puestos ambulantes dispuestos bajo las sombras; clientes, mirones, mercaderes, mulas y porteadores que cargaban mercancías, se apretujaban, gritaban insultos, imprecaciones, consejos y ofertas irresistibles. Pasamos ante puestos que vendían cerveza, y otros que vendían aceites, uvas e higos, así como magníficos utensilios de plata.

—Plata de Ascalón. Un trabajo excelente —dijo Paser, al tiempo que la señalaba—. ¡Deberías comprar algo para regalárselo a tu esposa!

Al instante, el mercader de plata se adelantó, con una reverencia y una sonrisa, saludó a Paser y trabó conversación con él. Pero yo negué con la cabeza, pues no tenía dinero ni ánimos para tal transacción. Con un gesto desenvuelto de su mano imperiosa, Paser siguió caminando y el mercader se zambulló en las sombras; la venta fallida le había borrado al instante la sonrisa.

—Aquí están las piedras preciosas. Lapislázuli, oro, amatista, jaspe, turquesa… Todo cuanto quieras, y mucho más barato que en Egipto. Anillos, pendientes, brazaletes forjados por los mejores artesanos de Minos, ¿para tus hijas, quizá? Allí, a la izquierda, aceite de oliva y vino. Mira, están desembarcando un cargamento recién llegado de Creta. ¡Sus bajeles son los más hermosos! Allí, los perfumes, y al otro lado, la lana y el lino, sobre todo de Egipto, por supuesto, muy caros y muy solicitados entre la nueva clase de familias acaudaladas…

Me protegí los ojos con la mano. Más lejos, cerca del agua, observé largos depósitos de techo bajo llenos de hombres y carretillas.

—¿Y allí?

—Son almacenes destinados a los cargamentos de materias primas: hojalata, cobre, cedro, plomo y bronce. Esos mercaderes reciben importantes pedidos de todas partes del mundo, de familias reales y de nobles. Las caravanas fueron contratadas hace mucho tiempo, y pronto iniciarán su viaje hacia destinos remotos.

Contempló con satisfacción el panorama de riquezas que se desplegaba ante nosotros, y después señaló hacia delante con la cabeza y nos acercamos a un corral de caballos que se cocían al sol. Mercaderes con largas túnicas de lana examinaban con detenimiento a los hermosos, dignos y nerviosos animales.

Paser se acercó más a mí.

—Son mercaderes hititas. Compran los mejores caballos para su infantería.

—¿Los mercaderes hititas y egipcios comercian entre sí? ¿Pese a la guerra?

—Querido amigo, el mundo no es más que un inmenso mercado. ¿A quién le importa de dónde sea un hombre mientras lleve oro en el bolsillo o algo que desees? Y lo más notable es esto: las guerras no han hecho más que incrementar la demanda, el comercio ha experimentado un tremendo auge en estos años difíciles. Los barcos van cargados hasta los topes, todo el mundo es feliz. La guerra y la política son irrelevantes, a menos que perturben el gran flujo del comercio.

—¿De qué van cargados los barcos?

—De todo lo que el mundo puede ofrecer. Plata y cobre, vidrio y bronce, lapislázuli y oro, aceites, perfumes, pieles de animales, animales vivos, pociones, tintes, cedro, esclavos, mujeres, niños… —dijo con indiferencia.

—¿Y opio?

—¿Por qué lo preguntas? —dijo con cautela.

—Curiosidad.

Pero la respuesta no satisfizo a Paser. Me llevó a un lado con brusquedad.

—Me caes bien, Rahotep, de modo que seré sincero contigo. Najt ya me ha hablado de tu pérdida particular. Lo sentí mucho.

—Agradezco tus palabras. Perdí a un gran amigo. Se llamaba Jety. Era un buen agente de los medjay que investigaba una nueva banda de traficantes de opio. Hasta que le asesinaron brutalmente.

Solo pronunciar esas palabras logró agitar de nuevo la negrura alojada en mi sangre.

Paser asintió con semblante compasivo.

—Vivimos tiempos oscuros, pero debo decirte que Najt me ha ordenado que, bajo ninguna circunstancia, hable contigo de asuntos relacionados con esto.

Saqué el papiro con la estrella negra de mi bolsa de cuero y se lo enseñé.

—¿Significa algo para ti? —pregunté.

Lo miró asombrado.

—¿De dónde lo has sacado?

—De la boca de mi amigo asesinado. El verdugo lo dejó a modo de señal después de cortarle la cabeza. Veo que lo reconoces.

Paser asintió despacio.

—Es la señal del Ejército del Caos —dijo.

Por fin. Paser había confirmado mis sospechas. Existía una relación entre la banda de Tebas y los bárbaros despiadados del Ejército del Caos.

—¿Cómo es posible que el Ejército del Caos esté relacionado con una banda de traficantes de opio de Tebas? —pregunté con la boca seca.

Paser se enjugó la frente, ahora sudorosa, con un paño bordado.

—Ya veo qué clase de hombre eres, Rahotep. Eres un hombre de honor. Una rara virtud en este mundo corrupto y terrible en que vivimos. Pero también es una virtud peligrosa. Has de andarte con mucho cuidado.

—Solo sé que no me mantendré al margen ni permitiré que destruyan las cosas que amo. Ha de hacerse justicia —afirmé—. Si no hay justicia, ¿qué será de nosotros?

Paser palmeó mi mano.

—¡Justicia! Esa es una palabra que no se oye mucho últimamente.

Parecía falto de aliento. Yo estaba decidido a seguir tirándole de la lengua.

—¿Continuamos? —sugerí. Asintió—. Te he preguntado por el opio porque creo que se trafica con él en el mercado negro y que un nuevo tipo de banda en Tebas está implicada. Has confirmado que la estrella negra es el símbolo del Ejército del Caos. Necesito saber cómo transportan el opio, dónde lo consiguen y cómo entra en Egipto.

Paser se detuvo en seco.

—Deja que te advierta, Rahotep, de amigo a amigo. El opio es el peor de los comercios, y el más violento. Nadie que participa en él vive mucho tiempo.

—Mi amigo Jety lo descubrió y lo sufrió en sus propias carnes. ¿Sabes cómo lo mataron? —Sentí las manos temblorosas y sudorosas de repente. Las sequé con mi manto.

—No, y no quiero saberlo.

Llegamos al malecón y subimos en silencio los escalones tallados, pulidos por innumerables pies a lo largo de los siglos; en lo alto, nos paramos y, protegiéndonos los ojos, admiramos la belleza del litoral, verde debido a los árboles y campos, gris en los tramos rocosos, y al otro lado el gran espectáculo del mar, siempre cambiante.

—No intentaré vengar la muerte de Jety durante el curso de este viaje. Sé que tengo un trabajo que hacer. Pero necesito saber. Si no descubro la verdad, seré incapaz de soportarlo.

Paser me miró y suspiró.

—Te diré algo, pero ha de quedar entre nosotros. ¿De acuerdo?

—Por supuesto —prometí.

—En estos tiempos extraños, todo está patas arriba. Todo cambia continuamente, y eso es estupendo para los malvados, porque ganan fortunas gracias al caos. Estas largas guerras han comportado extrañas consecuencias: han creado fronteras inestables; han permitido que conflictos locales derivaran en alianzas cambiantes y poco fiables que, a su vez, han afectado de manera negativa a los grandes imperios. El equilibrio de poder ya no es seguro. Los caciques son capaces de enfrentarse a reyes debido a sus alianzas. Da igual lo que hayan prometido y jurado sobre lealtad y alianzas políticas arraigadas, todos están motivados por imperativos egoístas. Y en el caso de pequeños reinos eso significa no solo aprovechar todas las ventajas de los mercados habituales del comercio internacional, sino también las oportunidades del mercado negro. ¿Comprendes?

Asentí.

—Las guerras han abierto el mercado negro a las bandas, y ahora tienen poder, mientras que Egipto está perdiendo el control… —dije.

—Exacto. Y además Egipto se ha vuelto arrogante. Ha asumido su superioridad absoluta sin llevar a cabo el esfuerzo político necesario para ganarse el respeto del mundo. Ha cometido injusticias contra los pueblos de esta región. Con excesiva frecuencia ha hecho caso omiso de sus vasallos y aliados, y cuando no los ha ignorado los ha tratado con desprecio. Lo digo como egipcio leal, pero veo las consecuencias negativas por todas partes.

Paser se acercó más a mí.

—Por supuesto, nadie quiere oír esto. Ni siquiera Najt. Pero temo que Egipto esté sembrando las semillas de su propio desastre. Esta guerra ha propiciado las mejores condiciones para el éxito de un tipo de delito diferente que se extiende más allá de estas fronteras permeables. Ahora el mercado negro es más grande y poderoso que nunca. Teniendo en cuenta su escala y magnitud, un día podría desafiar el poderío económico del mismísimo Egipto. Así que, como ves, tu pregunta apunta al meollo del asunto.

Reflexioné al respecto.

—¿Y el opio se ha convertido en uno de los artículos más lucrativos del mercado negro?

Paseó la vista a su alrededor y esperó a que un grupo de turistas pasara de largo, para que nadie pudiera oírnos.

—Es el más lucrativo. Y, por lo tanto, el más peligroso.

—¿Se vende aquí?

—Por supuesto, pero espero que no seas tan ingenuo como para suponer que puedes descubrir su fuente y destruirla tú solo. Es una serpiente de muchas cabezas. Es fácil que lo encuentres aquí, y que te lo ofrezca un niño en la calle. El chico es el peldaño más bajo de la escala. No descubrirías al hombre que hay detrás de esa transacción, pero si lo hicieras no descubrirías al hombre que está detrás de ese hombre, y así sucesivamente. Esos hombres no son comerciantes. No son delincuentes de poca monta. Los egipcios somos un pueblo que admira el orden. Veneramos a la diosa Maat, guardiana de la Justicia y la Armonía en las estaciones, las estrellas y las relaciones entre los dioses y los mortales. Pero no es la única deidad poderosa. ¡Existe Seth, el dios del Caos y la Confusión, patrón de los desiertos y los lugares agrestes, criatura aborrecible, mitad perro mitad asno, con su cola bífida, que planta cara y ciega a Horus, el que asesinó al mismísimo Osiris, el que gobernó la Tierra!

Se secó la frente y lanzó una breve carcajada.

—Pensaba que estábamos hablando de hombres, no de dioses —dije.

—Ciertamente, pero te diré algo: he prestado atención a las habladurías, y hay quien dice que Seth ha vuelto y camina invisible entre los vivos. Dicen que su era ha vuelto. Dicen que llegará un hombre que será Seth el Destructor.

Se encogió de hombros.

—No hace falta ser un vidente para imaginar quién sería el primer candidato para ese papel —dije—. Imagino que Aziru, a juzgar por lo que contaste anoche, lo bordaría. ¿Ese hombre misterioso tiene nombre?

—Si lo tiene, yo no lo sé —contestó Paser con cautela.

—¿Has oído mencionar el nombre Obsidiana en algún momento?

Paser me miró.

—No. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque he oído ese nombre relacionado con el comercio de opio en Tebas.

Los gritos y ruidos del mercado se me antojaron de repente muy lejanos.

—Mi amigo Jety fue asesinado por una misteriosa banda nueva de Tebas. Ahora me has confirmado que el papiro introducido en su boca es el símbolo del Ejército del Caos. Y es probable que esté relacionado con Aziru, quien es muy probable que esté confabulado con los hititas. ¿No te parece que existe una cadena de conexiones entre mi amigo decapitado en Tebas y el lugar donde estamos ahora?

Paser hinchó los carrillos, como si fuera a decir algo, pero prefirió guardar silencio. Contemplamos sin decir palabra la gloriosa visión incongruente del agua centelleante, los hermosos barcos ajetreados y el gran espectáculo del comercio mundial. Di la vuelta para abarcar con la mirada la inmensa ciudad. Las montañas lejanas estaban coronadas de nieve deslumbrante. Probé otra táctica.

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