El planeta misterioso (21 page)

BOOK: El planeta misterioso
5.03Mb size Format: txt, pdf, ePub

* * *

Por la mañana, después de que el muchacho y Obi-Wan hubieran superado la prueba de ser inspeccionados por el magister, o eso pensaba Gann, les entregaron las llaves de Distancia Media. Gann también les dio túnicas de clientes rojas y negras claramente visibles entre todas las túnicas verdes, y se les dio acceso a la pequeña biblioteca del valle, la cual se alzaba por encima del risco en el tronco de un inmenso y viejo bora.

Aunque no dispondrían de mucho tiempo para visitar la biblioteca, ni para recorrer los alrededores de Distancia Media. La fase de diseño no tardaría en empezar. Sheekla Farrs les explicó que su esposo, Shappa, se encargaría de guiarlos a través de ella.

Después las semillas serían combinadas y enviadas a los misteriosos manufactores sekotanos llamadas jentaris, de los que apenas se les había dicho nada. Gann les informó de que los jentaris sólo harían una nave, pero viniendo de quince semillas, Gann creía que había muchas probabilidades de que fuese una nave bastante especial.

—La dotación normal es de tres o cuatro —dijo con sutil desaprobación.

Gann era un hombre de firmes convicciones, un devoto creyente en la tradición.

Anakin soportó los maullidos, la caída de los pinchos y el incesante ir y venir de sus nerviosos compañeros, sabiendo que se encontraba un poco más cerca de su meta de volar en la nave más veloz de la galaxia.

Aunque para eso hubiera tenido que pasar la noche en vela.

Obi-Wan salió de su habitación, seguido por sus tres compañeros-semilla y con un aspecto tan exhausto y preocupado como se sentía el muchacho. El maestro saludó a su Padawan con un gruñido mientras les servían un desayuno especial en la terraza exterior.

Se sentaron en cómodos asientos de lámina y bebieron un zumo dulce que ninguno de los dos pudo identificar, y Obi-Wan no tardó en husmear el aire y dijo:

—Olemos distinto.

—Nos están preparando para el próximo paso —dijo Anakin—. Si vamos a guiar a los compañeros-semilla, tenemos que oler como es debido.

A Obi-Wan no le hizo mucha gracia la idea de que estuvieran alterando su química interna, pero la reacción de Anakin le preocupó todavía más.

—Ojalá hubiera menos misterio aquí —dijo.

Anakin sonrió, y Obi-Wan supo que el muchacho estaba haciendo un considerable esfuerzo de voluntad para no exclamar «¡Ya me lo imaginaba!». En vez de eso dijo:

—Apuesto a que el olor es temporal.

Su nuevo olor hacía que los compañeros-semilla parecieran encontrarlos irresistibles y los impulsaba a tratar de mantenerse todavía más cerca de ellos que antes, suponiendo que eso fuera posible. Algunos de ellos se habían desprendido completamente de sus antiguos caparazones para convertirse en pálidas bolas de forma un poco aplanada, con dos gruesas patas delanteras bastante separadas, dos puntos negros por ojos entre ellas y dos patas más pequeñas detrás. Todas las patas estaban equipadas con pinzas provistas de tres palpos que eran capaces de asestar un pellizco notablemente fuerte.

A primera hora de la tarde, cuando Gann y Sheekla Farrs vinieron en su busca, la situación era casi insostenible. Los compañeros-semilla correteaban frenéticamente por los alojamientos y tan pronto se colgaban de las paredes y el techo como volvían corriendo con Obi-Wan o Anakin para pegarse a ellos, soltando estridentes chillidos de inquietud cuando otro compañero-semilla se interponía en su camino, cosa que ocurría con frecuencia.

Farrs sonrió ante toda aquella conmoción como una madre entrando en el cuarto de los niños. Gann contempló la situación con cierta preocupación, ya que estaba planeando la próxima fase del proceso y se preguntaba cómo se las iba a arreglar para transportar a tantos compañeros-semilla de la manera ritualmente aceptada.

Farrs se burló de su tozudez.

—El ritual debe adaptarse —dijo—. Usaremos una aeronave más grande.

— ¡Pero los colores...! —protestó Gann.

—Todo el mundo lo sabrá, y todo el mundo lo entenderá.

Eso no pareció tranquilizar demasiado a Gann. Finalmente, empuñó un pequeño comunicador e hizo los arreglos necesarios para que colgaran una barquilla más grande de la estructura de globos de la aeronave roja y negra.

Anakin consiguió recoger y conservar a todos sus compañeros, aunque unos cuantos se le cayeron cuando salieron por la puerta. Las bolas trotaron tras él, maullando y gimoteando. Con sólo tres Obi-Wan tuvo menos problemas, aunque las esferas no paraban de removerse encima de sus ropas, trepando por sus pantalones
y
su túnica y deteniéndose unos instantes sobre sus hombros o su cabeza para atisbar con sus minúsculos ojos-puntos mientras se agarraban dolorosamente alrededor de las orejas con sus palpos.

Ver a los jóvenes Jedi jugando con sus mascotas había permitido que Obi-Wan se hiciera cierta idea de cómo se comportarían los niños en presencia de otros seres más avanzada su vida. Nunca había visto más contento a su padawan. Anakin, pensó, sería paciente y delicado, un auténtico contraste con el frecuentemente revoltoso joven que era en aquellos momentos.

El muchacho les habló cariñosamente a sus compañeros-semilla y finalmente, siguiendo su ejemplo, Obi-Wan también consiguió calmar a los suyos. Sheekla les dijo que todavía habría una separación más antes de que subieran a la aeronave.

El arquitecto de la nave, Shappa, el esposo de Sheekla, había conseguido hacer un hueco en su apretada jornada laboral para verlos aquella mañana.

—Ahora iremos allí—dijo—. Shappa está convencido de que su tiempo es muy valioso y, para mantener la paz, siempre le sigo la corriente.

—A ver si lo adivino —dijo Anakin con ojos chispeantes—. ¡Pasa la mayor parte del día pensando en naves!

—Pensando no, soñando —dijo Sheekla con un bufido—. Las naves son su vida. El magister hizo de él un hombre feliz cuando le encargó ese trabajo.

Anakin y Obi-Wan fueron por una estrecha pasarela que circundaba los grandes ventanales del despacho de Shappa Farrs. Empujaron una puerta de lámina y cristal y entraron en la pequeña y atestada sala de diseño, situada al extremo de una terraza desde la que se dominaba el desfiladero y a la que el sol de mediados de la mañana inundaba de luz.

Shappa Farrs estaba sentado en un taburete muy alto en el centro de una mesa de dibujo de forma semicircular, la cabeza envuelta en un casco de diseño mientras trazaba grandes arcos con el repliescríba que empuñaba en la mano izquierda; la única que tenía, ya que le faltaba el brazo derecho. Anakin vio que la mano sólo contaba con dos dedos y un pulgar.

—Trabajar con los jentaris debe de ser peligroso —le susurró a Obi-Wan.

Shappa alzó la cabeza y examinó la sala durante unos momentos, pese a estar cegado por el casco, como sí buscara a la persona que había hablado. Después sonrió con una enorme sonrisa que reveló un montón de dientes y se quitó el casco.

—Oh, nada de eso —dijo con una risa melodiosa—. Pero el forjar y dar forma sí que pueden dejarte sin extremidades. Los forjadores y moldeadores nunca me enseñaron cómo había que manejar sus herramientas, así que ahora trabajo aquí. No dejan que me acerque a los pozos porque temen que pierda una pierna o la cabeza. —Se levantó y los saludó con una gran reverencia—. Bienvenidos a mis dominios. ¿Qué os parece si hoy creamos algo único y muy hermoso?

Shappa Farrs era flaco y no muy alto, e iba inmaculadamente vestido. Su cara era delgada y un poco achatada, con la nariz sobresaliendo apenas entre unos pómulos prominentes, y los años le habían ennegrecido los cabellos casi por completo. Saliendo de detrás de su escritorio, contempló a los Jedi con los ojos muy abiertos y expresión divertida.

Vio a Sheekla acechando detrás de la puerta, donde estaba hablando con Gann, y se inclinó bruscamente hacia adelante con el cuello extendido. Después aleteó con el brazo y emitió una especie de agudo graznido.

— ¿Estabas al acecho, querida mía?

—No hagas eso —dijo Sheekla, torciendo el gesto y entrando en la sala—. Pensarán que estás loco. Y lo está, ¿sabéis? Está completamente loco.

Gann la siguió de tan mala gana como si entrara en una tienda llena de ropa interior femenina.

—Sabe cómo soy y sin embargo me ama —dijo Shappa con maliciosa satisfacción—. En el fondo de su corazón, tengo el doble de cerebro y de cuerpo que cualquier otro hombre, a pesar de que estoy mutilado. En cuanto a Gann... ¡Él es mi relación con cuanto hay de práctico en Zonama Sekot! ¡Tan tímido! ¡Tan temeroso de los oscuros secretos de la vida sekotana! Para él, es como volver la mirada hacia el interior del útero.

La expresión de Gann se volvió todavía más hosca, pero no dijo nada.

—Entrad, entrad todos —canturreó Shappa—. Todos sois bienvenidos.

El escritorio estaba lleno de pilas de plastiláminas y viejos discos de información, no vistos en Coruscant desde hacía siglos salvo en los museos. Shappa se volvió hacia Anakin y después miró a Obi-Wan.

—Tú pagas y el vuela, ¿verdad? —le preguntó.

—Compramos la nave espacial juntos —dijo Obi-Wan—. Y él la pilotará.

—Apuesto a que en este mismo instante vuestros compañeros-semilla se están comiendo la tapicería del sofá de mi sala de espera —dijo Shappa—. No puedo permitir que entren aquí. Les encanta comerse las láminas y tirar los discos. Pero no os entretendremos más de un par de horas. —Volvió a centrar su atención en Anakin—. ¿Te gustaría ver lo que es posible?

El rostro de Anakin resplandeció de entusiasmo.

—Por eso he venido —murmuró.

—Posible, quiero decir, en naves, jovencito, únicamente en naves —añadió Shappa, retrocediendo levemente ante la respuesta del muchacho—. Veo que el chico tiene apetito. Muy bien, pues vamos a darle de comer. ¡Toma! —Extendió la mano y cogió una plastilámina cambiante de grandes dimensiones que crujió entre sus dedos—. Aguanta esto —le dijo a Gann, y éste sujetó la plastilámina por un extremo mientras Shappa la desenrollaba con dedos tan diestros corno veloces.

Los trazos rojos y marrones que cubrían la plastilámina formaban el minucioso diseño de una soberbia nave estelar, toda ella curvas compuestas y delicadas protuberancias, con los motores ubicados dentro de gráciles módulos y la superficie sombreada con un arte maravilloso para que pareciera tan lisa y apretadamente suave como la piel de un shellava maduro. A juzgar por la escala, la nave medía treinta metros de longitud con una envergadura alar —aunque las alas no podían distinguirse del fuselaje— de aproximadamente tres veces esas dimensiones.

—Ya hace algún tiempo que quería hacer una nave como esta, pero hasta el momento sólo era un sueño —dijo Shappa—. Ninguna semilla quiere llegar a volverse tan complicada, y los clientes sólo me traen tres o cuatro semillas. Pero para vosotros...

Sonrió y deslizó los dedos sobre el dibujo. Activada por su roce, la plastilámina fue produciendo distintas perspectivas y un esbozo tras otro emergió de la superficie porosa en la que estaba almacenado, cobrando vida al sentir la orden del artista.

Anakin silbó.

—Esto es feroz —comentó.

—Es un gran elogio —tradujo Obi-Wan para un Shappa perplejo.

—Sí. Me traéis quince semillas, la mayor dotación jamás vista para una nave.

— ¿Podrás trabajar con tantas? —preguntó Gann.

— ¿Que si podre? —exclamó Shappa, y un estremecimiento de pura energía nerviosa recorrió todo su cuerpo—. ¡Espera y verás! La mejor nave sekotana jamás creada. Una maravilla.

—Le dice eso a todo el mundo —les advirtió Sheekla.

—Pero esta vez hablo en seno. —Shappa le ofreció el extremo de la plastilámina cambiante a Obi-Wan y rozó el hombro de Anakin con las puntas de los dedos—. ¿Sabes dibujar? —preguntó—. Dispongo de un segundo casco. Y de un tercero. Venid, clientes. Estoy seguro de que tenéis vuestras propias ideas.

—Estoy seguro de ello —dijo Obi-Wan con una inclinación de cabeza a Anakin.

—Juntemos cabezas y cascos y empuñemos nuestros escribas como si fueran... ¿espadas de luz, no? Soñemos en el aire. Todo acabará cobrando forma sobre las plastiláminas cambiantes. Nuevos diseños sustituirán a los viejos. Será como hacer magia, joven Anakin Skywalker.

—Yo no necesito hacer magia —dijo Anakin solemnemente.

Shappa rió un poco nerviosamente,

—Y apuesto a que tú tampoco —le dijo a Obi-Wan. Obi-Wan sonrió—. Lo había olvidado. Sois Jedi. Bueno, entonces nada de magia. Pero misterio sí que habrá, y en abundancia. Dudo que los forjadores y los moldeadores estén dispuestos a revelar todos sus secretos ni siquiera a vosotros, mis queridos Jedi.

Sacó un par de cascos de diseño de un cajón, se los pasó a Anakin y a Obi-Wan y acercó dos taburetes a la periferia de la mesa. Mientras el aprendiz y el maestro tomaban asiento, Shappa se encaramó a su taburete, que era un poco más alto que los suyos, dio una palmada sobre la mesa y dijo:

—¡Ahora os toca a vosotros!

—Queremos un diseño resistente y en el que se pueda confiar —le recordó Obi-Wan a Anakin, y Anakin arrugó la nariz.

Shappa cogió su casco, lo sostuvo sobre su cabeza y contempló en silencio durante unos segundos primero a Obi-Wan y luego a Anakin con el rostro vacío de toda expresión. Después frunció los labios y dijo:

—Todo está en la mente de los dueños. A veces lo único que tenemos que hacer es descubrir quiénes somos en realidad, y las naves, las hermosas naves, estarán allí, como visiones de un amor perdido.

—Tú no tienes ningún amor perdido —dijo Sheekla, muy divertida—. Sólo me tienes a mí. Nos casamos cuando éramos muy jóvenes —le explicó a Obi-Wan.

—Sólo era una figura retórica —dijo Shappa—. Permíteme mis entusiasmos.

El resto de la mañana transcurrió rápidamente. Obi-Wan descubrió que el proceso de diseño era profundamente absorbente, y acabó tan concentrado en él como su padawan, cuya participación no podía ser más intensa. También descubrió que el arquitecto le parecía más y más impresionante a cada minuto que pasaba. Debajo de la superficie felizmente alocada de Shappa acechaba una poderosa personalidad. Obi-Wan ya se había encontrado con algunos casos similares en el curso de su vida, grandes artistas que en cierto sentido parecían concentrar la Fuerza a su alrededor, colaborando con ella a un nivel tan profundo como instintivo.

Durante una sesión de adiestramiento con Qui-Gon y Obi-Wan, Yoda había dicho: «Un artista es la Fuerza. ¡No felices debe hacernos eso, porque mirad lo que los artistas hacen! Impredecibles son, como niños».

Other books

The Pixilated Peeress by L. Sprague de Camp, Catherine Crook de Camp
Mind Sweeper by AE Jones
Chosen (9781742844657) by Morgansen, Shayla
The Cowboy and the Lady by Diana Palmer
Soul Hostage by Littorno, Jeffrey
Another Kind Of Dead by Meding, Kelly
Country Wives by Rebecca Shaw
Everyone's Favorite Girl by Steph Sweeney