El pequeño vampiro y el paciente misterioso (11 page)

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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

BOOK: El pequeño vampiro y el paciente misterioso
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—Él quiere, por todos los medios, averiguar si su programa realmente funciona. Y es que en el caso de Igno Rante él todavía tiene dudas, porque no sabe si es un auténtico vampiro o no.

—Ahora entiendo: ¡Quiere experimentar con nosotros!

—¡No! —le contradijo Anton—. Él ni siquiera sabe que sois vampiros. Pero piensa que vosotros podríais proporcionarle un vampiro de verdad.

Como Anna no dijo nada, él siguió hablando:

—Podríais ir a verle y decirle que habéis oído hablar de él y que queréis hacer su programa. ¡Es una oportunidad única!

—Sí, si funcionara, sí —repuso Anna—. Pero yo creo que mi abuela tiene razón: no se puede cambiar el curso de las cosas. Ya lo he intentado una vez..., con el resultado de que no ha servido de nada, absolutamente de nada, y me siento peor que antes.

—Pero hoy hay unos programas estupendos —intentó animarla Anton—. ¡Unos programas que obran verdaderos milagros!

Anna se frotó los ojos con la mano.

—Me gustaría creer en ello —dijo—, pero no puedo.

Bajó los ojos y soltó un reprimido sollozo.

Anton la observó apocado y sin saber qué hacer. ¡Nunca había visto a Anna tan desanimada y tan desmoralizada!

¡Y él había creído que ella quería ir inmediatamente con él a ver al Señor Schwartenfeger para empezar enseguida con el programa!

Pero su decepción por estar saliéndole los dientes de vampiro tenía que ser tan grande que ya no creía en nada y había perdido todas sus esperanzas.

—Bueno, tú piénsatelo —dijo él cauteloso.

Ella solamente asintió con la cabeza.

Perseguida por la mala suerte

Y como no se le ocurrió nada mejor, Anton se dirigió hacia su armario.

—Seguro que quieres ponerte tu vestido —dijo él sacando el vestido de encaje de Anna de debajo de su gordo jersey de invierno—. ¡Toma, lo había escondido bien!

Pero Anna ni se movió. Se quedó allí sentada sin más y parecía no interesarse por nada.

—¡Tu vestido! —volvió a decir Anton.

Ella sacudió lentamente la cabeza.

—No lo necesito.

—Pero, ¿y la fiesta de regreso a casa de esta noche?... ¿No querías llevarlo puesto?

—La fiesta no se celebra —repuso sombría Anna.

—¿No se celebra? —dijo Anton, que no sabía si tenía que estar decepcionado o aliviado—. ¿Y por qué no?

—Ay, ¡por Lumpi y su estúpido grupo nuevo! Precisamente para esta noche ha tenido que organizar una reunión del grupo a la que, por supuesto, Rüdiger no puede faltar. Y una fiesta de regreso a casa a la que sólo vayamos nosotros dos... —dijo sollozando— ...¡no sería ninguna fiesta de regreso a casa!

—Pues entonces podríamos hacer alguna otra cosa —opinó Anton.

—¿El qué?

—Podríamos ir otra vez a mi clase —dijo él pensando en lo feliz que parecía Anna aquella noche que estuvieron en su escuela y se sentaron juntos en su pupitre.

—Eso sólo me pondría todavía más triste —repuso Anna.

—¿Y si vamos a una discoteca? —propuso Anton.

—No —repuso ella—. No me apetece nada estar entre seres humanos. —Luego ella, después de pensar un poco, dijo—: Pero podríamos organizar la discoteca en tu casa; aquí, en tu habitación.

La voz de ella se animó:

—¡Sí, podríamos ponernos nuestros trajes y bailar!

—¿En mi casa? —dijo Anton mirando con malestar hacia la puerta, que, afortunadamente, había cerrado con llave—. Es..., están mis padres. Y si pongo la radio alta, seguro que vienen enseguida.

—¿Es que no te dejan oír música?

—¡Sí, claro que sí! Pero la señora Miesmann, que vive debajo de nosotros, siempre está protestando. Y además, yo mañana tengo que hacer un examen de matemáticas y me tengo que ir a la cama muy pronto.

Anna puso cara de decepción.

—¡Nada me sale bien! ¡Absolutamente nada! Mi solicitud también la han rechazado...

—¿La solicitud que presentaste al consejo de familia?

—Sí ¡Mis parientes son unos cabezotas y unos cerdos! A los niños-vampiro nos prohíben, así por las buenas, que nos vistamos como
nosotros
queramos. —Y amargamente añadió—: ¡A mí es que me persigue la mala suerte!

—¡No, no es verdad! —la contradijo Anton.

¡Se le había ocurrido cómo le podía levantar la moral a Anna! Metió rápidamente el vestido de encaje en el armario y se dirigió hacia su escritorio.

Se volvió hacia Anna con la carta de color rojo sangre —la invitación a su fiesta— en la mano.

—¡Esto es para ti! —dijo él.

Anna abrió el sobre.

—«Querida Anna, querido Rüdiger» —leyó ella a media voz—. ¡Pero si es una invitación! —exclamó sin poder creérselo. Levantó la cabeza—. ¿Y tus padres están de acuerdo?

—¡Sí, sí! —dijo Anton.

Aquello respondía bastante a la verdad, ¡pues sus padres con la fiesta sí estaban de acuerdo!

—Una fiesta en tu casa después de que se haya puesto el sol —dijo Anna en voz baja y casi absorta—. ¿Y Rüdiger y yo estamos invitados y tus padres no tienen nada en contra? —La voz de ella se animó—: Oh, entonces yo me pondré mi vestido y tú tu traje.

En aquel momento unos pasos se acercaron por el pasillo.

—Anton, ¿ya estás durmiendo? —le oyó Anton preguntar a su madre.

—¡Nnn, no! —dijo él apresuradamente.

Ella llamó a la puerta y luego bajó el picaporte.

—¿Por qué has cerrado la puerta con llave? —exclamó en tono de reproche su madre.

—Porque... —dijo Anton mirando preocupado cómo Anna se subía al poyete de la ventana—. Porque todavía quería estudiar matemáticas.

—¡Pero para eso no necesitas cerrar la puerta con llave!

—Es que así puedo estudiar mejor —repuso Anton.

—¡Abre inmediatamente, por favor! —dijo ella, y el «por favor» sonó más bien como una amenaza.

—Hasta pronto, Anton —susurró Anna—. Y muchas gracias por la invitación.

—Hasta pronto, Anna —contestó Anton yéndose de puntillas hacia la puerta.

—¡Anton, te he dicho que abras! —exclamó su madre detrás de la puerta..., tan cerca que a Anton le dolieron los oídos.

Esperó a que Anna hubiera echado a volar.

Luego le dio la vuelta a la llave y se fue corriendo a su escritorio. Aún tuvo tiempo para abrir su libro de matemáticas antes de que su madre entrara en la habitación.

Tú y tus dichosos vampiros

Ella se detuvo junto al escritorio.

—¡Pero si estás estudiando de verdad! —dijo ella anonadada—. Papá y yo nos estábamos temiendo ya que estarías otra vez con las narices metidas en uno de esos libros de terror.

Anton no contestó nada y miró con cara de concentración su libro de matemáticas.

—¿Qué, le has sorprendido con uno de sus vampiros? —se oyó desde la puerta la voz de su padre.

Anton levantó la vista del libro y se rió irónicamente.

—Nooo, cuando mamá ha llegado, el vampiro ya se había ido volando.

—¡Muy gracioso! —dijo la madre de Anton sin reírse—. Si en esta habitación hubiera habido un vampiro, seguro que no olería tan bien a jazmines.

Ella se acercó a la ventana y se asomó respirando profundamente.

—¡Qué noche tan estupenda y tan suave! —dijo ella con ensueño—. Esta noche podríamos dormir incluso con las ventanas abiertas.

—Mejor no —dijo Anton—. Si no, van a entrar polillas... ¡O vampiros!

—¡Tú y tus dichosos vampiros! —exclamó ella de mal humor retirándose de la ventana—. Yo me pregunto: ¿cuándo vas a superar por fin esa fase vampiresca?

Anton se rió burlonamente a sus anchas.

—¿Que cuándo voy a superar la fase vampiresca? —dijo él—. ¡Nunca!

Y en sus pensamientos añadió:

«¡Por lo menos mientras esté el pequeño vampiro!»

Su padre se rió.

—¡Mañana, gracias a Dios, empieza otra vez la vida cotidiana normal y sin vampiros!

—¡Desgraciadamente! —suspiró Anton, y cerró con estruendo su libro de matemáticas.

Como los de un Bohnsack

—¡Anton, tienes que levantarte! Aquella era la voz de su madre.

—¿Levantarme? ¿Por qué?

—¡Porque hoy es tu primer día de escuela!

—¡Escuela! Oh, no...

Anton abrió los ojos a regañadientes.

—¡Date prisa! —le urgió su madre—. Ya estamos desayunando.

—¿Papá está aquí todavía?

A Anton le parecía como si aquel día todo estuviera boca abajo. ¡Pero no era de extrañar siendo el primer día de clase!

—Sí, y ahora venga —contestó su madre saliendo de la habitación.

Él se levantó y desfiló hacia el baño.

Cuando Anton entró en la cocina había en la mesa panecillos recién hechos y —no pudo dar crédito a sus ojos— tres trozos de pastel de manzana con nata.

—¿Es el cumpleaños de alguien? —preguntó—. ¿O es que es el cincuenta aniversario de vuestra boda?

A pesar de haber dicho aquello, él ya se había dado cuenta hacía mucho de que aquel desayuno fuera de lo normal tenía algo que ver con la mano escayolada de su padre. ¡Probablemente el padre de Anton sufría remordimientos de conciencia por que le hubieran dado la baja por enfermedad y pudiera quedarse en casa!

—¡Qué gracioso! —siseó la madre de Anton.

—¿Nuestro
cincuenta
aniversario de bodas? —dijo riéndose el padre de Anton—. Yo creo que realmente tu cabeza no anda muy bien para las cifras. ¡En otoño celebramos nuestro
quince
aniversario de bodas!

Anton, para quien aquello no era ninguna novedad, ni mucho menos, cogió complacido un trozo de pastel de manzana.

—Acuérdate de entregar las invitaciones en la escuela —le dijo su madre.

La mirada de ella recayó con disgusto sobre el trozo de pastel. ¡A ella seguro que le hubiera parecido mejor que Anton se comiera uno de aquellos «saludables» bollos de pan integral.

—Sí, sí —dijo Anton.

—No digas sí, sí —repuso ella—. Acuérdate. Ya te va quedando poco tiempo. Al fin y al cabo, tu fiesta es ya este sábado.

—No te preocupes —dijo Anton—. Tengo todo controlado.

Sin embargo, en aquel momento se le cayó del tenedor el trozo de pastel y se espachurró contra las baldosas de la cocina.

—¡Oh, no! —se quejó su madre—. Tus modales en la mesa son como..., como...

—¿Como los de un Bohnsack? —la ayudó a terminar la frase Anton, riéndose irónicamente con disimulo.

—¡Oye! —exclamó ella indignada.

—Déjale, anda —dijo el padre de Anton—. Voy a limpiar el suelo.

—¡Lástima! —dijo Anton.

—¿Lástima? —repitió su padre estupefacto—. ¿Te parece una lástima que yo me ofrezca a limpiarlo por ti?

—No. ¡La lástima es que tú no estés
siempre
en casa!

Miedo a la escuela

Su padre se rió de buen humor.

—Yo creo que a la larga se me haría demasiado monótono.

—¿Monótono? —dijo Anton con una risita burlona—. Hoy, por ejemplo, va a ser un día muy emocionante.

—Ah, ¿sí?

—¡Sí! Sobre todo cuando me lleves en el autobús a ver al señor Schwartenfeger.

—Ah, es verdad, tu consulta con el psicólogo. Pero eso de que vaya a ser tan emocionante. ..

Anton no contestó.

Para él la visita iba a ser incluso
muy
emocionante, ¡pues quizá volvería a ver a Igno Rante, el paciente misterioso! Incluso estando allí, sentado a la mesa desayunando, Anton sintió un estremecimiento al pensar en aquella cara pálida y maquillada con sus profundos y sombríos ojos... y en el olor a moho que Igno Rante intentaba tapar con el perfume de lirios del valle.

—¡Brrr! —se le escapó, y se estremeció sin querer.

—¿Es que no te gusta mi desayuno? —preguntó su padre, medio divertido, medio ofendido—. Has dejado el pastel de manzana; sólo te has comido medio panecillo...

—Es..., es por la escuela —dijo Anton.

—¿Por la escuela? —dijo su madre mirándole con una sonrisa sarcástica—. ¡Probablemente te acabas de acordar de que no has hecho suficientes ejercicios para el examen de matemáticas! Y ahora quieres hacernos creer que tienes miedo a la escuela..., ¡con la esperanza de que te dejemos quedarte en casa!

—¿Miedo a la escuela? —fingió no comprender Anton—. ¿Es que eso es una enfermedad?

—Puede ser incluso una perturbación psíquica muy seria —contestó su madre—. ¡Pero tú seguro que no la tienes!

Anton puso un gesto muy digno.

—De todas formas, le preguntaré al señor Schwartenfeger por si tengo ese miedo a la escuela. —declaró él. Y mirando de soslayo a su padre añadió—: Podría ser que a mí me diera la baja por enfermedad.

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