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Authors: Antonio Salas

El Palestino (88 page)

BOOK: El Palestino
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Varios medios de comunicación venezolanos estaban interesados en esta entrevista a Leyla Khaled, así que la enfoqué en ese sentido. En realidad se trata de dos entrevistas, realizadas en días diferentes, unidas en una.


¿Cómo empezaste tu trayectoria como guerrillera?

—Antes de empezar con el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) yo ya era miembro del Movimiento Nacionalista Árabe (MNA). Y entre los líderes del MNA estuvieron los que fundaron el FPLP, y la mayoría de los miembros se pasaron al FPLP, por eso yo soy miembro del FPLP.

—Aunque sé que te lo han preguntado mil veces, ¿cómo fue tu primera operación, en 1969? Te convertiste en la primera mujer en el mundo que secuestró un avión de pasajeros...

—Esa primera acción tenía como objeto dar una campanada y llamar la atención de la gente sobre la liberación de Palestina. Y también tenía como objetivo liberar a los prisioneros de las cárceles israelíes. Porque la comunidad internacional consideraba hasta entonces a los palestinos como meros refugiados que necesitaban ayuda humanitaria, y olvidaban los derechos políticos que teníamos. Yo fui nombrada para esta misión por mi jefe de entonces, junto con otro compañero, para secuestrar un avión que iba de los Estados Unidos a Tel Aviv pasando por Roma. Así que nos subimos al avión en Roma, y media hora después del despegue en Roma fuimos a la cabina y tomamos el mando. Y empecé a hablar por la radio con las distintas estaciones con que conectábamos, diciéndoles quiénes éramos, por qué lo hacíamos y cuáles eran los objetivos que pretendíamos conseguir con ello. Y cuando estaba llegando a Tel Aviv le pedimos al piloto que descendiese y nos dejara ver Palestina. El piloto estaba sorprendido porque le dijimos que era la primera vez que veíamos nuestra tierra. Y luego ya le pedí que fuera a Damasco, en Siria. Después del aterrizaje en Damasco evacuamos a los pasajeros e hicimos explotar la cabina del avión...

Me dio la impresión de que, hasta ahora, Leyla Khaled respondía mecánicamente. Aburrida de que siempre le hiciesen las mismas preguntas, pero en cuanto pronuncié el nombre de mi «mentor» Ilich Ramírez Sánchez, alias
Carlos el Chacal
, alias
Comandante Salem
, la Khaled dejó escapar una sonrisa de complicidad... Fue la primera vez que la vi sonreír.

—En aquella época, como ahora, la izquierda latinoamericana ya sentía mucha simpatía por la causa palestina, y personajes vinculados al FPLP como el nicaragüense Patrick Argüello o el venezolano Ilich Ramírez,
Comandante Carlos
. Tú los recuerdas muy bien, ¿verdad?

—La causa palestina era muy atractiva, y atrajo de hecho a otros movimientos de América Latina. En esa época el sandinismo estaba todavía luchando por la independencia, así que teníamos buena relación con el movimiento sandinista. Y Argüello fue uno de los miembros que vinieron a luchar con nosotros. Yo solo le conocí por un breve período de tiempo, antes del intento de secuestrar otro avión israelí en 1970. Desgraciadamente, él resultó muerto. También tuvimos a gente de Venezuela como Carlos... (Sonríe.)

—¿Y qué recuerdas del Comandante Salem?

—Cuando yo conocí a Carlos era todavía un hombre muy joven, y después se convirtió en un hombre muy carismático y valiente. Cuando ante los tribunales franceses le preguntaron sobre su relación con la causa palestina, él respondió que no estaba allí para responder preguntas sobre la causa palestina, ni que los palestinos pudiesen ser culpados de nada...

—¿Has seguido la evolución de la política de Chávez en Venezuela, que tanto ha apoyado a los pueblos árabes?

—Sí. Nosotros siempre seguimos con interés la política de los países amigos, y sabemos que Venezuela está de parte de todos los pueblos ocupados y que luchan por su libertad. Y sabemos que Hugo Chávez nos ha demostrado su amistad a los palestinos, libaneses, iraquíes... Somos conscientes de que hay ciertos países en América Latina que podemos poner como ejemplo, como Cuba, que ha resistido el embargo durante cuarenta años. Y también ponemos como ejemplo de que hay fuerzas progresistas en diferentes países latinoamericanos que han llegado al poder, como Bolivia o Venezuela...

—Hace solo unas semanas vivimos en Venezuela una crisis muy tensa con Colombia, y nuestro presidente comparó a Colombia con el Israel de América Latina...

—Sí, hemos seguido este conflicto y hemos visto cómo los colombianos, siguiendo las directrices de los Estados Unidos, estaban haciéndoles el trabajo sucio en esa frontera. Y apreciamos la actitud que tomó Hugo Chávez en relación con eso.

Ni que decir tiene que me hice unas fotos con Leyla Khaled, que ocuparon un lugar preferente en mi álbum, y que despertarían la envidia en muchos de mis hermanos musulmanes. No todo muyahid puede presumir de haber estrechado la mano de una leyenda viva como Leyla. Tras nuestro encuentro, continuaría teniéndola al día de la evolución del Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez a través de su correo electrónico.

Pero al regresar a Madrid, a principios de ese mismo mes de julio, me esperaba otra sorpresa. Hacia las 3 o las 4 de la madrugada, ya que existen cinco horas y media de diferencia entre Caracas y Europa, recibí una llamada telefónica de mis camaradas. Comandante Chino y Comandante Candela acababan de enterarse de la noticia, y me telefonearon antes incluso de que los medios europeos se hubiesen hecho eco: un comando militar colombiano, gracias a una brillante operación de inteligencia e infiltración en las filas de las FARC, había conseguido liberar a Ingrid Betancourt, a tres ciudadanos norteamericanos y a otros once militares y policías colombianos en poder de la guerrilla colombiana. La llamada Operación Jaque marcó un antes y un después en la lucha antiterrorista en Colombia, porque nunca antes se había desarrollado una labor de infiltración destinada a la liberación de un grupo de rehenes como aquel. Pero a mis camaradas no les hizo ni pizca de gracia. De hecho, al Chino se le escapaban las lágrimas de rabia y frustración.

Yo alucinaba con aquella reacción y tardé unos minutos en comprender que, para todos mis camaradas, Ingrid Betancourt era una moneda de cambio que solo Hugo Chávez podía negociar. La operación de la inteligencia colombiana, muy probablemente apoyada por la DGSE francesa y la CIA norteamericana, nos había dejado sin la mejor baza de Venezuela para negociar la repatriación de Ilich Ramírez desde Francia. Y cuando esa misma noche Ingrid Betancourt y los demás rehenes colombianos comparecieron en una rueda de prensa internacional, al lado del presidente Uribe, las esperanzas de repatriar al Chacal a su país sufrieron un duro revés.

«¿Aló, Muhammad?... Soy Ilich»

Ilich Ramírez Sánchez recibió la noticia de la liberación de Ingrid Betancourt en su nueva «residencia», ya que había sido trasladado desde la prisión de máxima seguridad de Clairvaux a la de Poissy, en París, donde disfrutaría de mayores libertades. Desde hacía tiempo seguía mis pasos en Internet a través de su esposa y abogada, Isabelle Coutant-Peyre, o de mis camaradas del CRIR. Y, sin yo saberlo, mis camaradas, especialmente Marta Beatriz y Vladimir, le habían manifestado su preocupación por los riesgos que asumía con mis constantes viajes a Oriente Medio o al norte de África, mis largas barbas y mi vocación de martirio.

Antes incluso de ser trasladado desde Clairvaux, Ilich Ramírez había tenido un gesto increíble hacia mí, al dedicarme uno de sus textos. Según me explicaron Vladimir y los demás, cuando Chacal escribió su
Comunicado a mis camaradas y hermanos de la resistencia palestina
, estaba pensando en mí. Afirmaban que, cuando escribía: «Los voluntarios residentes fuera de Palestina deben utilizar sus capacidades profesionales, culturales, lingüísticas, de nacionalidad... para sembrar la causa palestina en los cinco continentes. Cortarse la barba y vestirse de manera apropiada para el trabajo en el Occidente, es necesario...»,
5
se estaba refiriendo directamente al camarada palestino-venezolano porque, aseguraban, «Ilich tiene muchos planes para ti...». Y yo, por supuesto, no les creí. Y no lo haría hasta que el mismo Ilich Ramírez Sánchez me confirmase personalmente que había escrito ese texto pensando en mí. Algo que iba a ocurrir ese mismo verano. Porque, al ser trasladado a la prisión de Poissy, en París, había recibido los mismos derechos que el resto de presos comunes, que no disfrutaba en Clairvaux. Ahora ya podía utilizar la cabina telefónica de la prisión para telefonear a cualquier número, no necesariamente a los autorizados por vía judicial. Y cuando su hermano me pidió un número de móvil, porque Ilich quería hablar conmigo, sufrí un ataque de pánico.

Como es natural, esa misma mañana me compré un teléfono móvil con una tarjeta prepago, imposible de rastrear, que estaría destinado en exclusiva a las llamadas de Ilich Ramírez. Ese fue el número que di a los camaradas venezolanos para que se lo facilitasen a Chacal, junto con mi número de digitel. Aunque sabía que, por una cuestión puramente económica, Ilich preferiría utilizar el número europeo.

Estaba claro que no podía dejar pasar esa oportunidad única. Pero era evidente que tenía que grabar la conversación como fuese. Aunque grabar una conversación telefónica a través de un teléfono celular, sin que se acople el sonido, es más complicado que hacerlo a través de un fijo. Así que tuve que inventar un sistema de grabación para esta ocasión.

En la madrugada del 23 de agosto de 2008 me llamaron de Venezuela para advertirme que Ilich me llamaría ese mediodía. Era sábado. Habían transcurrido solo setenta y dos horas desde el terrible accidente de un avión de Spanair y un año, ocho meses, dos semanas y un día desde aquel 8 de diciembre de 2006, en que un cúmulo extraño de coincidencias posibilitó que hablase por primera vez con Ilich Ramírez y que mi cámara grabase ese momento.
Allahu akbar
.

Me pasé la mañana haciendo varios ensayos con el «prototipo» de mi sistema de grabación, y todo parecía funcionar perfectamente. Pero una cosa son los ensayos y otra la hora de la verdad. A medida que pasaban los minutos, sentado delante del teléfono esperando a que me llamase el Chacal, mi corazón latía como un tambor africano.

Por fin, exactamente a las 15:14 suena el teléfono. En la pantalla del móvil: «número desconocido». Tiene que ser él. En ese instante me hago consciente de que al otro lado de la línea está marcando mi número el terrorista más famoso del siglo
XX
y el tambor de mi pecho se marca un solo de percusión que haría palidecer «la mula» de Ian Paice. Me tiemblan las manos... Me pongo tan nervioso que no soy capaz de activar la grabadora digital. Me lío con el micrófono. La grabadora se me cae al suelo. El teléfono sigue sonando. Intento desenredarme del micro y activar la grabadora. Chacal se cansa de esperar, no tiene mucha paciencia, y cuelga. Y yo me siento el periodista más estúpido y ridículo del mundo.

Al segundo me suena un aviso de mensaje. Es el buzón de voz. Ilich me ha dejado grabadas un par de frases, exactamente a las 15:15: «Aló... Me dio el teléfono tuyo Marta Beatriz, ayer en la tarde. Debió haberte informado de que te llamaría a esta hora. Trataré más tarde. Un abrazo, viejo, hasta pronto». Y yo me siento todavía más ridículo.

A las 16:53 me llama de nuevo. El corazón vuelve a repiquetear como una batería de heavy metal. Intento tranquilizarme. Fracaso. Conecto la grabadora, pero estoy tan nervioso que en lugar de pulsar el botón de responder a la llamada pulso el de colgar. Y le cuelgo el teléfono al terrorista más legendario antes de Ben Laden. Me siento tan imbécil que me entran ganas de llorar. Pero no me da tiempo. De nuevo llega un aviso de mensaje... Es el segundo que me deja Ilich Ramírez en el buzón de voz... Dice, en tono evidentemente malhumorado: «Ilich de nuevo... Te llamo más tarde. Chao».

Dicen que a la tercera va la vencida. Pero, en mi caso, ni con esas. Por razones que ya me da demasiada vergüenza reconocer, tampoco fui capaz de coger la tercera llamada que me hizo el Chacal ese 23 de agosto, exactamente a las 17:59. Los nervios volvieron a desbordarme y fui incapaz de activar mi sistema de grabación antes de que colgase la llamada. En su tercer mensaje en mi buzón de voz, más enfadado que en los anteriores, me dice tan solo: «Te llamo mañana entonces. Hasta mañana». La providencia, por alguna razón incomprensible, se había empeñado en que yo no consiguiese hablar con el Chacal ese primer día. No tengo forma de saber si Carlos interpretó la imposibilidad de contactar conmigo como un cierto desinterés por mi parte. O quizás supuso que estaba embarcado en alguna misión yihadista más urgente que atender la llamada del viejo terrorista desde la prisión donde está recluido. El caso es que su interés por hablar directamente conmigo no mermó.

Pero eso yo no lo sabía, y esa noche no pude pegar ojo. Me sentía como el hazmerreír más incompetente de toda la historia del periodismo mundial. Había tenido al terrorista más famoso llamando con insistencia a mi teléfono y no había sido capaz de activar el sistema de grabación a tiempo de cogerle la llamada. Y ahora solo tenía tres mensajes suyos en mi buzón de voz, cada vez más enojado. Conservo la grabación de los tres mensajes para mi vergüenza y escarnio.

Probé mi sistema una y otra vez, hasta conseguir perfeccionarlo. Y cuando Ilich Ramírez volvió a telefonearme, en la mañana del domingo, toda la conversación quedó perfectamente registrada. Busqué una excusa para justificar que no le hubiese cogido el teléfono el día anterior, y pensé en el terrible accidente que había colapsado el aeropuerto de Barajas pocos días atrás y que bien podría haberme afectado directamente, y funcionó:

—¿Aló?

—Aló.

—¡Oh, Ilich!

—Ilich... (ininteligible) ¿qué tal, hermano?

—Amigo, me tienes que perdonar. Ayer tuve un montón de problemas en Barajas, en el aeropuerto...

—¿No me digas? Con tu barba, con tu barba seguro...

Así comenzó aquella primera conversación que según la grabación duró 39 minutos y 44 segundos. En aquella primera llamada comentamos los envíos postales que le había hecho a la prisión de Clairvaux, aunque no todos le habían sido entregados. Pero también hablamos de mi encuentro con Leyla Khaled y de mi entrevista a Jorge Verstrynge, del libanés Issan y de los tupamaros venezolanos, del húngaro-boliviano Eduardo Rózsa y otros antiguos camaradas que habían contactado conmigo a través de la página web. Charlamos sobre mi primer encontronazo con la policía, al salir de la mezquita de Tenerife, y de sus contactos con el Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC) y su brazo armado, las Fuerzas Armadas Guanches, fundado por el lanzaroteño Antonio de León Cubillo Ferreira, a principios de los años sesenta. Es posible que ni el mismo Cubillo sepa que, durante su exilio en Argelia, su vecino en un piso franco del FPLP en Argel era el legendario Ilich Ramírez Sánchez, que en aquella época también entrenaba en Argelia a los gudaris de ETA que más tarde asesinarían a Carrero Blanco.

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