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Authors: Antonio Salas

El Palestino (34 page)

BOOK: El Palestino
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Teodoro Darnott: del Movimiento Guaicaipuro al yihadismo cristiano

Uno de mis tres objetivos al aterrizar en Maiquetía era llegar hasta HizbullahVenezuela. Tardé mucho tiempo en conseguirlo, pero creo que hoy estoy en disposición de conocer, mejor que nadie, toda la realidad sobre esta agrupación pseudoyihadista venezolana. De hecho, soy su depositario. Sin embargo, antes de mi primer viaje a Venezuela no podía aspirar más que a acceder a un foro anónimo en MSN Groups, y más tarde, justo ese mes de agosto de 2006, a una serie absurda e ilógica de blogs desestructurados e inconexos que aparecieron aleatoriamente en la red.

Después de docenas y docenas de e-mails personales entre su fundador, Teodoro Darnott, su hija, otros miembros de la agrupación y yo, que terminaron por hacerme merecedor de su confianza, creo que puedo reconstruir su biografía perfectamente.

Teodoro Rafael Darnott nació en Ciudad Bolívar un 18 de abril de 1955. Hijo de una mujer maltratada, Ana Cecilia Darnott, se sintió tan abandonado por su padre, Antonio García, que renegó de su apellido. Niño rebelde y precoz delincuente, solían mantenerlo encadenado por el pie, con un candado, sin siquiera poder evitar así sus fugas para cometer fechorías. Según su propio relato: «... pegaba colillas con goma de mascar en los zapatos de los borrachos, para quemarles los callos y luego verlos saltar y maldecir... Tenía mucho odio y tendencias homicidas. Torturaba insectos. Un día tomé un gato y traté de matarlo en oculto. Teniendo apenas unos diez años, con un arma de pescar, intenté matar a mi padre. Por esa razón me vi obligado a huir de casa y a partir de ese día me convertí en un niño de la calle, un delincuente infantil...».
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Malviviendo en las calles, Darnott conoció pronto los calabozos policiales de Ciudad Bolívar y de Maturín, donde, mezclado con los adultos, no tardó en ser un exquisito plato sexual para los reclusos mayores. No creo que sea necesario entrar en detalles.

A los dieciséis años, ya familiarizado con las drogas y el alcohol, intentó alistarse en el ejército venezolano como una forma de sobrevivir, pero no fue aceptado por su juventud. Volvió a intentarlo en 1972, mintiendo sobre su edad. A pesar de los consejos del médico militar, que le decía que era demasiado joven y débil para la disciplina castrense, Darnott aseguró que la perspectiva de un uniforme limpio, comida caliente y una cama en la que dormir era mucho mejor que la vida en la calle, por muy disciplinada que fuese. Pero su carácter rebelde y pendenciero hizo que fuese expulsado del ejército dos años después. Sin embargo, su experiencia militar le sirvió para encontrar trabajo en la policía del estado Monagas y después en la de Anzoátegui y Aragua, llegando incluso a realizar un curso de detective privado bajo la matrícula 260671-C del Instituto de Policía Científica Simón Bolívar. Aunque en todas esas instituciones presentó mala conducta. No solo con Chávez los «malandros» entraban en la policía... En esa época, además, contrae matrimonio con su primera pareja, María Elena López. Con ella tiene a su hija Ana Ce cilia Darnott, a quien le pone ese nombre en homenaje a su madre. Ana Cecilia, con el paso de los años, también terminaría trabajando en la policía de Baruta (o Polibaruta, como allí se la conoce).

Poco después de su nacimiento, el matrimonio y la niña se mudan a Caracas donde, dice Darnott: «Logré colocarme al servicio de las mejores agencias de seguridad e investigaciones. Clave Uno de Ángel Urueña Almolda; Cinco Cero de Vidal Castro; Sicoin de José de Jesús Navarro Dona; GPS, Grupo Profesional de Seguridad de José Gabriel Lugo; antigua ICI, Investigaciones Comerciales e Industriales de Luis Posada; también trabajé en Correproca, una empresa de escolta adscrita a la división 33, custodia de personalidades de la DISIP. Logré entrenarme en la mejor academia de artes marciales del momento, la de Marcelo Planchar, ubicada en la urbanización Las Mercedes. En Fuerte Tiuna me entrené en tiro al blanco...».

Pero aquellos años de estabilidad no tienen en Teodoro Darnott un efecto terapéutico. Comienza a frecuentar los bares de la avenida Nueva Granada, gastándose el salario en hembras, mientras su esposa trabajaba de dependienta para sacar adelante a la pequeña Ana Cecilia, una joven con la que contacté mucho después y en la que creo reconocer los traumas heredados de aquella dura infancia. Su padre, con un valor que no justifica sus actos, hoy reconoce humildemente: «En muchas oportunidades pasaba frente a la casa llevando otras mujeres en la parrilla de mi moto. Con inmenso dolor hoy tengo que confesar haber repetido en mi esposa la violencia, heredada del carácter de mi padre. Hasta las mismas palabras usadas por mi padre contra mí luego las usé yo contra mi preciosa hija. Un día le di un golpe a María Elena y le desprendí el pabellón de la oreja, la cual casi pierde. La llevé a una clínica privada donde, para no denunciarme, el médico me cobró muy caro; luego abandoné a mi esposa y a mi hija. Me fui del hogar abandonándolas a su suerte. Tomé un bus para la ciudad de Maracaibo sin siquiera conocer a alguien en esa ciudad. El primer lugar donde dormí fue en el paseo Ciencias, en la sede principal del MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria; trabajé para la agencia de detectives privados de Manuel Felipe Moreno, también con el detective Carlos Omar Arenas, con quien me unió una gran amistad, más que un amigo fue como un hermano».

En Maracaibo, Darnott se estableció un tiempo e inició su segunda relación formal: Maribel Atencio Rivas, de quince años de edad. Como sus padres no aprobaban la relación con el recién llegado, se fugaron. Y Darnott volvió a ingresar en prisión. Al salir, estaba de nuevo solo, en la calle y sin dinero. Llegó vagabundeando al barrio wayuu, donde una familia indígena se apiadó de él y le dio casa, comida y una nueva identidad. Integrado en los wayuu, aprendió su lengua, sus costumbres, su religión, y terminó uniéndose a una mujer wayuu. Con su nueva esposa se estableció, ocupando una parcela de tierra en Etnia Guajira, donde reuniría en torno a sí a los indígenas wayuu. Así es como nacería el insurgente comandante Teodoro y el Movimiento Guaicaipuro por la Liberación Nacional. Teodoro Darnott se veía a sí mismo como un nuevo Che Guevara, como un subcomandante Marcos para los indios wayuu, y no es casualidad que escogiese el nombre de Guaicaipuro para su movimiento indígena guerrillero particular.
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El comandante Teodoro, adoptado por la comunidad wayuu, vivió con ellos el drama de la pobreza indígena entre 1986 y 2001, siendo presidentes Jaime Lusinchi, Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera, etcétera, antes de llegar al actual Hugo Chávez. Pero con todos ellos la miseria de los indígenas fue similar. Y ante la imposibilidad de pagar los terrenos donde se instalaba la comunidad wayuu, optaban por la ocupación ilegal de los mismos... hasta que llegaban los desalojos de la Guardia Nacional y la Policía Regional, a golpe de porra, gases lacrimógenos o disparos de perdigones. Las hordas indígenas del comandante Teodoro respondían con junayas (hondas para arrojar piedras), lanzas y bombas incendiarias.

De hecho, encontré referencias al trabajo social del «dirigente indigenista Teodoro Darnott, que ha acompañado a los indígenas del Zulia en sus luchas» en el informe «Situación de los derechos humanos en Venezuela», de octubre de 1988, una publicación del Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos, muy anterior a la fundación de Hizbullah-Venezuela.

Tras muchas aventuras y desventuras, como un contacto con la Iglesia Evangélica Venezolana, la pérdida de su primera mujer wayuu y la llegada de una nueva (Adelaida Iguaran), Darnott fundó en casa de su nuevo suegro una pequeña escuela y vivió un tiempo como maestro. Y en ese rol intelectual, en la comunidad wayuu, inició sus escarceos políticos. Erigiéndose en portavoz de la comunidad indígena y de sus votos, se entrevistó con líderes sindicales y políticos, negociando mejoras de vida para los wayuu. Los diarios zulianos
Panorama
,
La Columna
o
La Verdad
publicaron algunas de sus reivindicaciones. Y, como ninguna de ellas obtuvo resultados, Darnott siguió la tradición revolucionaria, asaltando con sus milicias wayuu diferentes estamentos y edificios oficiales, y manteniendo como rehenes a sus ocupantes; como el consulado de Guatemala, la delegación del partido MAS, etcétera. Y como era previsible, de nuevo fue detenido e ingresó en prisión por aquellos asaltos. Aunque por pocas semanas.

Al salir, volvió a unirse a la lucha social, esta vez a favor de los buhoneros y vendedores callejeros, desalojados de las calles de Maracaibo por orden del gobernador de Zulia y líder de la oposición antichavista Manuel Rosales. Y siguieron más asaltos: la toma del consulado de Colombia, la toma del Palacio Arzobispal... Con la consiguiente retención de sacerdotes y diplomáticos, y la posterior detención y encarcelamiento de Darnott de nuevo.

Teodoro Darnott se sentía inspirado sobre todo por la figura del subcomandante Marcos y el levantamiento indígena en México del EZLN, e intentaba imitar ese fenómeno insurgente con sus indígenas wayuu. El 11 de octubre de 1994 convocó una asamblea tribal, para unir a los wayuu con otras etnias indígenas: los bari, los yukpa y los añu, en un intento de consolidar una fuerza indígena en el estado de Zulia. El comandante Teodoro pretendía impulsar un levantamiento armado contra el gobernador de Zulia, siguiendo el modelo del EZLN y del subcomandante Marcos. Y aunque no todos apoyaron su iniciativa, su Movimiento Guaicaipuro por la Liberación Nacional (MGLN) se consolidó notablemente, convirtiéndose en una organización oficial. «Me veía en mis sueños capturando al gobernador Rosales, para juzgarlo por enriquecimiento ilícito, rescatando la bandera zuliana del palacio del gobierno, mil veces mancillada por la injusticia, y devolviéndosela a los indígenas...», me describiría Darnott en uno de sus e-mails.

El comandante Teodoro Darnott, alias
Mario Morales Meza
, se convirtió en un tipo bastante incómodo en tanto aglutinaba en torno a él un colectivo indígena cada vez mayor, al que alentaba para realizar los asaltos y para iniciar una lucha armada. Y fue detenido por enésima vez, pero en esta ocasión por tropas militares, que lo trasladaron a la base militar de la Villa del Rosario de Perija, donde, según él, sufrió un feroz interrogatorio. Tanto allí como en la sede de la DIM (Dirección de Inteligencia Militar). Estrangulamientos, golpes, patadas, culatazos, etcétera, durante dos días y dos noches. Y, una vez liberado, continuó el ciclo de asaltos, detenciones y enfrentamientos mientras el MGLN intentaba reunir armas para su particular ejército revolucionario: pistolas, fusiles, revólveres, un par de granadas M-26 3.5...

Ya con Chávez en el poder, el MGLN de Darnott intentó conseguir fondos del Fondo Único Social (FUS). Según la Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela, número 37322, del 12 de noviembre del año 2001, el FUS es un «Instituto Autónomo que tiene por objeto concentrar en un solo ente, la captación y administración de los recursos para lograr la optimización de las políticas, planes y regulación de los programas sociales, destinados a fortalecer el desarrollo social, la salud integral, la educación y el impulso de la economía popular competitiva, con énfasis en la promoción de microempresas y cooperativas, como forma de participación popular en la actividad económica y en la captación para el trabajo de jóvenes y adultos». En el mundo real, el FUS es el último recurso al que, en mi presencia, han acudido grupos o individuos revolucionarios con el fin de conseguir dinero rápido para diferentes objetivos, que podían ir desde viajes hasta la compra de armas. Darnott no fue el primero, pero se encontró con algo que no conocía: la ineficiente y caótica burocracia administrativa venezolana, que supuestamente, solo supuestamente, mejoraría cuando tiempo después Alejandro Andrade o Rafael Cordero se hiciesen cargo del FUS, que en aquella época dirigía William Fariñas.

Darnott había presentado el proyecto: «Mi pequeño país», una comunidad indígena revolucionaria, que aspiraba a ser autosuficiente económicamente y que con el tiempo se convertiría en la semilla de Hizbullah-Venezuela. Hasta dicha comunidad se desplazó una comisión del FUS encabezada por William Fariñas e Iván Ballesteros, y se firmó un acuerdo de colaboración con los indígenas y con el Instituto Agrario Nacional (IAN), que debería haber posibilitado la propiedad de 17 999 hectáreas, y la construcción de viviendas dignas para los indígenas. Sin embargo, una enérgica campaña de propaganda contra el MGLN, acusándolos de ser en realidad indígenas colombianos; de colaborar con adecos y copeyanos (escuálidos de AD y COPEI respectivamente) de formar parte de las Autodefensas Unidas de Colombia, etcétera, abortó el proyecto. Cualquier lector mínimamente familiarizado con la dramática situación de las guerrillas en Colombia entenderá la gravedad de aquella acusación. El FUS jamás apoyaría a un colectivo sospechoso de colaborar con los paramilitares colombianos, y las subvenciones jamás llegaron. En ese momento, y esto también es muy importante, Teodoro Darnott se siente traicionado por el gobierno chavista de Caracas y se distancia tanto del chavismo como del gobierno zuliano de Rosales. Y el MGLN siguió en la clandestinidad, perseguido por unos y otros. «Me mudé a Río Aurare el Zamuro. Nunca dormía en un sitio fijo...», asegura Darnott.

En aquella época, Darnott aún intentó en dos ocasiones conseguir fondos oficiales para «Mi pequeño país» en estamentos oficiales, y viajó a Caracas para presentar una queja ante la Asamblea Nacional, donde sin duda se cruzó con quienes serían tiempo después mis guardaespaldas, camaradas y maestros de armas en Venezuela. Allí denunció la «traición» del FUS y del IAN, pero no sirvió de nada. A la Asamblea Nacional, doy fe, acuden todos los días portadores de quejas, reclamos y peticiones desde todos los rincones de Venezuela, y la capacidad administrativa y burocrática de sus instalaciones no estaba a la altura.

Darnott consiguió que no lo detuvieran en Caracas y regresar a Zulia, sabiéndose ya un prófugo de la justicia sobre el que pesaban varias órdenes de captura. Y hacia diciembre de 2001 se echó al monte, cruzando a Colombia por los «caminos verdes», es decir, esquivando los puestos y las patrullas fronterizas, y atravesando de Zulia a Colombia a través de la selva. «Salí por la vía de Mara hacia Carrasquero, sin dinero. Cuatro Bocas, Carrasquero, Varilla Blanca...». Según me relató Darnott, el viaje fue muy duro: era un territorio controlado por los paramilitares colombianos. Pero en Majayura recibió asistencia de las iglesias evangélicas, y con su ayuda llegó a Maicao, donde fue acogido por el doctor Lucho Gómez, secretario general del movimiento guerrillero, ya desmovilizado, M-19, que a diferencia de las FARC o el ELN había abandonado la lucha armada, sustituyéndola por lucha política. Darnott consiguió allí un trabajo como profesor de lengua wayuu, e incluso editó algunos folletos de iniciación a la lengua guajira. Y sobre todo descubrió Internet. Desde un cibercafé de Maicao subirían a la red los primeros mensajes del comandante Teodoro, todavía no relativos al Islam.

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