El orígen del mal (10 page)

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Authors: Jean-Christophe Grangé

Tags: #Thriller, policíaca

BOOK: El orígen del mal
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La experta lo miró fijamente. Un brillo de desconfianza pasó por su mirada.

—Prefiero seguir el procedimiento normal. Envío todo al Instituto Médico Forense. Usted recibirá una copia en su despacho.

—Por supuesto —dijo Kasdan inclinándose—. Solo quería quemar una etapa. Usted me ha ayudado a ganar mucho tiempo.

France Audusson cogió una tarjeta de visita y escribió su número de teléfono.

—Mi móvil. Es cuanto puedo darle.

Kasdan cogió el gorro y lo sacudió, provocando un ruido de cascabeles.

—Muchas gracias. ¡Y feliz Navidad!

13

Después del hospital Trousseau, Kasdan visitó las tres parroquias en las que Goetz trabajaba de organista y director del coro. En Notre-Dame-du-Rosaire, en el distrito 14, no encontró a nadie que pudiera informarle. El capellán estaba enfermo y el sacerdote oficiante, ausente. En Notre-Dame-de Lorette, rue Fléchier, interrogó al padre Michel, que le hizo un retrato estándar de Goetz. Discreto, apacible, nada conflictivo. Kasdan fue a Saint-Thomas-d’Aquin, cerca del boulevard Saint-Germain. Otro fiasco. El personal religioso estaba de viaje por dos días.

A las tres y media de la tarde, Kasdan regresó a su casa. Fue a la cocina y se preparó un bocadillo. Pan de molde. Jamón. Queso Gouda. Pepinillos. Mientras bebía un café templado, se dijo que no le apetecía llamar a la casa de las familias donde Goetz daba clases de piano. No más de lo que le apetecía estudiar la historia reciente de Chile. Por el contrario, el extraño y joven policía le intrigaba. Debía evaluar a la competencia.

Se comió el bocadillo en tres o cuatro bocados, se sirvió otro café y se sentó al escritorio. Marcó directamente el número de Jean-Louis Greschi, antiguo colega de la Criminal que se había hecho cargo de la dirección de la Brigada de Protección de Menores.

—¿Qué tal? —exclamó el comisario—. ¿Sigues rompiendo dientes?

—Sobre todo los míos. Con la miga del pan.

—¿Qué mal viento te trae?

—Cédric Volokine. ¿Lo conoces?

—Uno de mis mejores elementos. ¿Por qué?

—Al parecer, investiga un asesinato que concierne a mi parroquia. La catedral armenia.

—Imposible. Está de baja. Por tiempo indeterminado.

—¿Y eso?

Greschi dudó.

—Volokine tiene un problema —dijo en voz baja.

—¿Qué problema?

—El colocón. Está enganchado a la heroína. Lo pillaron con una jeringuilla en los cagaderos de nuestras dependencias. Eso crea mal ambiente. Lo hemos enviado a una cura de desintoxicación.

—¿Lo han cesado?

—No. Yo enterré el asunto. Con la edad, me vuelvo sentimental.

—¿Dónde está el centro?

—En el Oise. Juventud y Recursos. Pero todo el mundo lo llama Cold Turkey.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Es la expresión anglosajona para el síndrome de abstinencia sin ayuda de medicamentos ni de sustancias químicas. Parece que allí los curan con la palabra. Y también con el deporte. Tipos a los que les va lo alternativo. Herederos de la antipsiquiatría.

Kasdan pensó en la expresión inglesa. Imaginó pipas de opio, minaretes, narguiles bajo una lluvia helada en Estambul. Luego comprendió que se había colado. Turkey no designaba el país sino el ave. Cold Turkey significaba simplemente «pavo frío». Alusión transparente al síndrome de abstinencia: sudores fríos y piel de gallina…

—En tu opinión —insistió—, ¿podrían haberle pasado el soplo de mi caso?

—Lo internaron hace tres días. Para mí que ahora mismo le castañetean los dientes y está debajo de un edredón.

—¿Qué edad tiene?

—Diría que entre veintisiete y veintiocho años.

—¿Formación?

—Licenciatura en derecho y en filosofía, Cannes-Écluse. Un cerebrín, pero además primero en tiro al blanco. Ha sido también campeón nacional de una de las artes marciales, no recuerdo cuál.

—¿Y en la poli?

—Primero, dos años con los Estupas. Supongo que fue ahí donde se metió en la droga.

—¿Y luego lo aceptaste en tu brigada?

—No llevaba escrito «yonqui» en la frente. Y él quería incorporarse. No puedes rechazar a un tío con semejante currículo. En los Estupas tenía una tasa de dilucidación del noventa y ocho por ciento. Ese muchacho es un candidato al libro Guinnes de los récords.

—¿Qué más?

—Músico. Pianista, creo.

Kasdan unía los fragmentos y cada vez estaba más impaciente por el resultado final. Un poli realmente poco común.

—¿Casado?

—No, pero es un auténtico donjuán. Las chicas se vuelven locas por él. A las tías les gusta ese tipo de hombres. Guapo. Atormentado. Escurridizo. Atrae a las hembras como un imán.

Kasdan había dado en el clavo. Sin lugar a dudas, Volokine había conquistado el corazón de alguna de las chicas del Estado Mayor, lo que le permitía husmear en los casos que le interesaban.

—Presentó su candidatura a la BPM. ¿Sabes por qué?

—Porque algo en él lo empujó a hacerlo. Existe una razón personal, estoy seguro. Volokine es huérfano. Pasó por un montón de orfelinatos, centros de acogida, institutos religiosos. De ahí a imaginar que se lo pasaron por la piedra hay un paso. Y de ahí a pensar que tiene un ajuste de cuentas pendiente con los pederastas, menos de un paso.

—Un poco simplista, ¿no?

—Cuanto más simplista, más posibilidades de que sea cierto, Kasdan, lo sabes tan bien como yo.

El armenio pasó del comentario. Sus cuarenta tacos en la policía le habían enseñado que la especie humana carece de imaginación. Cada mañana, en la vida de un poli, se demuestra la ley de los clichés.

—En todo caso —prosiguió Greschi—, se le va la mano con frecuencia. Hace poco reventó a hostias a un pederasta. En la brigada se hizo la vista gorda sobre el asunto y al degenerado le prometieron una celda llena de asesinos si hacía la denuncia. Pero me llevé al chaval aparte y le hablé de hombre a hombre. No estamos aquí para moler a palos a los sospechosos. Aun si en nuestro oficio vivimos siempre con esa tentación.

Kasdan se hacía una idea de ese loco sabueso. Con talento. Inteligente. Peligroso. ¿Por qué tenía interés en el asesinato de Saint-Jean-Baptiste? ¿Porque había chavales relacionados con el caso?

—Pero su mayor cualidad —prosiguió Greschi— supera con creces a las demás. Su
feeling
con los críos. En la brigada, nuestro problema son los chicos. La mayoría de las veces son los únicos testigos de cargo. Niños aterrorizados. En estado de shock. Nadie puede sacarles una palabra. Salvo Volokine.

Kasdan pensó en su fracaso con los chicos del coro.

—¿Cómo lo hace?

—Es un misterio. Sabe manejarlos. Logra que se sientan cómodos. Comprende sus silencios. Sus frases interrumpidas. También sabe descifrar sus dibujos, sus gestos. Un auténtico loquero, te lo juro. E infatigable. Trabaja día y noche. Por aquí circula un chiste sobre él: se dice que conoce mejor a las asistentas que trabajan de noche que a sus propios compañeros.

El armenio se preguntó de repente si no había encontrado un aliado potencial. Un tío marginal, como él, pero con treinta y cinco años menos y una mano izquierda que él no poseía.

—¿Tienes las señas exactas de ese centro?

Greschi le dio la dirección de la institución, situada a cincuenta kilómetros de París, y volvió a insistir en su escepticismo. A esa hora, Cédric Volokine debía de estar en su cama, echando los hígados. Kasdan se despidió del comisario.

Quería saber más. Decidió dedicar una hora a conseguir información y hacerse una idea exacta de ese poli. Empezó por Cannes-Écluse. Pidió hablar con el oficial de orientación. Mostrando seguridad, con un número de placa y cierta forma de expresarse, se conseguía que cualquier colega informara sobre cualquier cosa.

—Lo recuerdo —dijo el oficial—. Estuvo con nosotros desde septiembre de 1999 hasta junio de 2001. No se retire, voy a buscar el expediente.

Pasó un minuto y luego el hombre volvió al teléfono.

—Hemos tenido pocos de su calibre. Fue el mejor de su promoción. Unas notas excepcionales. En todos los campos. Y si me permite la expresión, tiene un par de cojones. Los informes de sus prácticas insisten sobre ese punto. Valiente. Tenaz. Intuitivo.

—En junio de 2001, cuando acabó los estudios, ¿qué edad tenía?

El policía desconfió.

—¿No tiene su fecha de nacimiento?

—Aquí no.

—Iba a cumplir veintitrés años. Nació en septiembre de 1978.

—¿Dónde?

—En París, en el distrito 9.

—Según mis notas, después de la escuela entró en la brigada de Estupas.

—Lo pidió él. En vista de sus resultados académicos, podría haber elegido algo mucho mejor.

—Exacto. ¿Por qué no escogió un puesto más ambicioso? El Ministerio del Interior, por ejemplo.

—Los despachos no son lo suyo. En absoluto. Quería estar en la calle. Comerse vivos a los camellos.

Kasdan le dio las gracias y colgó. Greschi le había dicho que Volokine era huérfano. Kasdan marcó el número de la DDASS, la Dirección Departamental de Asuntos Sanitarios y Sociales. Volokine no estaba registrado como Bebé X. Tampoco era huérfano de nacimiento. Los niños abandonados siempre tienen apellidos que están compuestos por nombres: Jean-Pierre Alain, Sylvie André. Por otra parte, su nacimiento se registra siempre en el distrito 14, en la sede de la DDASS. Una convención que significa, sobre todo, que esos críos han nacido con mala estrella.

Tal como esperaba, Kasdan dio con un funcionario impenetrable, parapetado detrás de su mutismo. El hombre soltó únicamente algunos monosílabos, entre dientes. No obstante, Kasdan consiguió una dirección. El primer centro de acogida de Cédric Volokine en 1983 en Epinay-sur-Seine. Tenía 5 años.

Después de hablar con varias personas, se demoró con una anciana que se acordaba del chico. El armenio se inventó que estaba redactando un artículo para el diario interno de la PJ y añadió que Cédric Volokine había sido citado por haber protagonizado una acción de gran valentía.

—¡Estaba segura! —se enorgulleció la anciana—. Estaba segura de que Cédric saldría adelante…

—¿Cómo era?

—¡Tenía un talento enorme! ¿Sabe usted que aprendió a tocar el piano solo, sin profesor? También cantaba en la misa. Una voz de ángel. Podría haber entrado en los Chanteurs à la Croix de bois si no hubiera sido por su abuelo paterno. Un granuja infecto.

—Deme más detalles.

—¿De verdad necesita toda esa información?

—Cuénteme lo que recuerde. Yo escogeré lo que me interese.

—Acogimos a Cédric cuanto tenía cinco años. Su padre había muerto poco tiempo después de que él naciera. Un alcohólico. Un inútil que vivía del Estado.

—¿Y la madre?

—También bebía. Y además tenía un problema mental. Cuando Cédric nació, ella hizo una especie de regresión. Después de que sacaran al niño, ya no sabía leer ni escribir.

—¿Por qué el abuelo no se hizo cargo de él?

—Porque no era mejor que su hijo. Un ruso. Un mal bicho.

—¿Iba a verlo a su centro?

—De vez en cuando. Era mala persona. Agrio. Odioso. Siempre me alegré de que Cédric no viviera con él. Sin embargo, unos años más tarde lo llevó a otro centro. De religiosos, creo. Había recuperado la tutela. —La anciana bajó la voz para preguntar—: ¿Quiere saber mi opinión?

—Desde luego.

—Creo que hizo eso por dinero. Pensaba que cobraría los subsidios sociales. Pero tuvo cáncer. Se murió, y Cédric fue trasladado a otra parte. No sé adónde.

—¿Ha sabido algo de él desde entonces?

—Durante una decena de años no. Luego vino a visitarme. Acababa de terminar el bachillerato. ¡Con diecisiete años! Era guapo como un ángel. A partir de entonces, vino a verme varias veces al año. O me llamaba por teléfono. Todavía me llama, ¿sabe?

Kasdan tomaba notas. Volokine había debido de saltar de centro en centro hasta la mayoría de edad. ¿Cómo se había pagado los estudios? ¿Lo había ayudado el SAV, el servicio de acogida de la ciudad, que concede una pequeña pensión a los huérfanos?

El armenio le dio las gracias e hizo sus cuentas. Si Volokine había terminado el bachillerato antes de cumplir los dieciocho, eso significaba que se lo había sacado en junio de 1996. Luego debió de inscribirse en la Sorbonne, en la facultad de Assas o en la de Nanterre para estudiar la carrera de derecho. ¿Debía ponerse en contacto con los profesores? No. Kasdan prefería orientar sus pasos hacia las proezas deportivas. Tal vez quedaran rastros en la red.

No tuvo que buscar mucho. Tecleó las palabras
«kick-boxing
», una rama que había elegido al azar, «campeón» y «Francia», y encontró un sitio muy completo: El boxeo pieds-poings. El sitio trataba al mismo tiempo sobre el
kick-boxing
, el
full-contact
, el boxeo francés y el
muay
thai
: el boxeo tailandés. Una de las entradas ofrecía la lista de campeones por decenios, con todas las ramas mezcladas: «años 80», «años 90», «campeones del futuro»…

En la categoría «90», encontró sin dificultad el palmarès de Volokine, acompañado de una foto de mala calidad:

Cédric Volokine.

Dos veces campeón junior francés de
muay thai
en 1995 y 1996.

Nacido el 17 de septiembre de 1978 en París. Altura: 1,78 m. Peso:

70-72 kg. Palmarès: 34 combates, 30 victorias (23 victorias por KO), 2 empates, 2 derrotas.

El artículo señalaba que el atleta se había mantenido siempre fiel a su club, el Muay Thai Loisirs, de Levallois-Perret. Kasdan llamó.

—¿Diga?

Respiración agitada. Kasdan los había pillado en plena clase. Se presentó y pidió hablar con el director.

—Soy yo. Soy el entrenador del club.

—Lo llamo a propósito de Cédric Volokine.

—¿Tiene problemas?

—En absoluto. Simplemente estamos actualizando nuestros expedientes.

—¿Es usted un policía de los policías?

El hombre parecía duro de pelar. Kasdan utilizó su tono más amistoso.

—No. Mi petición es puramente administrativa. Necesitamos la trayectoria precisa de nuestros mejores elementos. Para tomar futuras decisiones en lo que los concierne, ¿comprende?

Silencio. El entrenador no parecía convencido; la excusa, en efecto, no era muy convincente.

—¿Qué quiere saber?

—Según nuestras informaciones, Cédric abandonó las competiciones en 1996, después de haber sido por dos veces campeón junior de Francia.

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