Read El olor de la magia Online
Authors: Cliff McNish
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
Por un momento, mientras miraba aquel anguloso rostro sobreexcitado, Raquel se formó una imagen probable del futuro: los adultos totalmente aniquilados, los niños más débiles marginados, los más dotados modelados para integrar una elite adiestrada en el odio a los magos… y liderada por un puñado de niños, los más crueles, como Heiki.
«No», se dijo Raquel, pensando en su padre. «Eso no tiene que suceder».
—Es mejor que te hagas a la idea —dijo Heiki—. Puede que Morpet y Eric sigan con vida, pero no durarán mucho.
—¡Dime dónde están!
—No.
—¡Lo harás!
—¡Oblígame!
Los hechizos de ataque se ofrecieron al instante por sí mismos. Raquel los ignoró. Tenía que alejar a Heiki de su madre y encontrar el rastro de Morpet. Tal vez pudiera descubrir su etiqueta de olor en las inmediaciones de la casa.
Dirigió una breve mirada agónica a su madre… y lanzó un hechizo de transporte.
No sucedió nada. Al ver el desconcierto de Raquel, Heiki se rió. Raquel lo intentó de nuevo, pero de repente percibió la presencia de un hechizo que nunca había experimentado antes. Era un
contrahechizo
de transporte. Heiki la retenía en el lugar.
Raquel cambió a un hechizo de vuelo más sencillo y escapó a través de la ventana de la cocina. Voló hacia el cielo del amanecer con celeridad, pero no demasiado deprisa hasta haber comprobado que Heiki la seguía. Una vez sobrevoladas las calles de la ciudad, y viéndose en campo abierto, Raquel decidió poner a prueba de verdad la velocidad de Heiki. Sus hechizos más veloces se hicieron con el control, pero por rápido que ella fuera Heiki se mantenía a su altura sin esfuerzo.
—No escaparás tan fácilmente —dijo Heiki, sonriendo—. Tengo un hechizo particularmente asqueroso que me encantaría probar contigo. Sería una pena no aprovechar la ocasión, Raquel, ya que Calen y yo lo ideamos especialmente para ti. Lo llamamos la
babosa cazadora de multiseñales.
Es capaz de detectar lo que piensas.
—Oh, no. No…
Heiki entreabrió sus finos labios y escupió el cazador hacia Raquel.
El cazador era una criatura viva. Tenía la forma de una babosa, negra y moteada, y se alejaba de la boca de Heiki con movimientos convulsos extrañamente metódicos. Raquel no necesitó pedirles a sus hechizos que la protegieran, ya que saltaron de inmediato, formando un complejo entramado de defensas. Buscaban frenéticos las combinaciones que pudieran reducir la amenaza del cazador.
—No puedes detenerlo —dijo Heiki—. Al menos no a tiempo. ¿Qué harás ahora, Raquel?
Los hechizos de información de Raquel investigaron al cazador. Mientras volaba hacia su cabeza, ella se dio cuenta de que no podía defenderse de aquella arma, ni eludirla ni huir de ella, ni siquiera transportarse lo suficientemente deprisa como para evitar su mordedura. «Solo hay una elección», le dijeron sus hechizos: «conviértete en nada. Un cazador necesita una víctima».
«¿Convertirme en nada?», se preguntó Raquel. ¿Qué significaba eso exactamente? Ella estaba hecha de carne y de músculos; respiraba, sudaba. ¿Cómo podía convertirse en nada?
El cazador avanzaba hacia ella sacudiendo la cola. Ya estaba muy cerca.
Raquel, que aún llevaba a Heiki volando a su lado, se paró en seco en el cielo. Heiki y su arma se detuvieron también. Los tres estaban anclados en medio de las nubes dispersas, inmóviles. Por un momento el cazador quedó perplejo, pero al cabo de un segundo se lanzó al corazón de Raquel.
«¡Ocúltate!», le gritaron sus hechizos.
Tratando de no dejarse llevar por el pánico, Raquel camufló sus señales más evidentes. Dispersó su olor mágico. Disimuló su blanco y jadeante aliento congelado. Hizo palidecer todo color de su cuerpo, incluso el de la ropa, hasta quedar prácticamente transparente. El pálido cielo azul era visible a través de su rostro.
Pero el cazador seguía con su ataque contra ella.
«¿Cómo puede seguir detectándome?», se preguntó Raquel, y entonces se percató de la cantidad de alternativas entre las que todavía podía escoger.
Como su corazón, por ejemplo, su pobre corazón que no dejaba de latir. Raquel no podía evitar que latiera, pero sí podía suprimir las casi imperceptibles vibraciones que cada latido producía. Así lo hizo. La brisa le levantó la ropa y el pelo. Raquel mantuvo rígidas todas las fibras de su cuerpo, hasta los más finos pelos de las manos. Sus ojos abiertos, secos, necesitaban parpadear. No parpadeó. En sus ojos las nubes que pasaban arrojaban multiformes efectos de luz. Raquel los congeló.
El cazador fue aminorando su carrera paulatinamente. Abrió la boca, caliente, justo al lado de su ojo izquierdo… y esperó.
La quietud era total, sin el menor movimiento ni sonido.
El cazador miró a derecha e izquierda, desconcertado. ¿Dónde estaban sus señales? Se volvió al percibir una sensación de calor. Allí mismo, tras él, había una piel pigmentada, y un aliento húmedo, y movimiento.
—¡No! —gritó Heiki, comprendiendo de pronto.
El cazador estaba ideado para que atacara sin piedad, y el grito de Heiki no hizo sino atraerlo con mayor rapidez. Antes de que pudiera defenderse, el cazador se precipitó por entre sus piernas. Mordió profundamente, atravesando la carne y el hueso hasta masticarle por completo los dos delgados tobillos a la vez. Para cuando Heiki había podido rechazar su ataque, toda la mitad inferior de su cuerpo estaba carbonizada y humeaba en el cielo frío.
Raquel observaba, abrumada. Luego vio cómo la increíble Heiki tenía la parte más afectada por las quemaduras bajo control… Pronto estaría lo suficientemente en forma como para continuar elaborando hechizos. Raquel se transportó con rapidez, deslizándose sobre los mares árticos. Ampliando el espacio que la separaba de Heiki, extendió sus aletas de olor, tratando de percibir cualquier posible rastro de la etiqueta de Morpet.
Al final lo encontró: una señal muy débil… pero suficiente para poder seguirla.
Raquel siguió la pista hacia el norte, sobrevolando las profundas aguas del océano. Si era capaz de oler el rastro, ¿significaba eso que Morpet seguía con vida? Comprendió que, al margen de que él respirara o no, la señal duraría un tiempo. Pensó en Eric… y le asaltó la mente una imagen de su rostro, pálida y mortal. ¡No!
Surcaba el océano a toda velocidad.
Heiki no estaba muy lejos. Mientras que Raquel seguía un vago olor, Heiki conocía con exactitud el lugar en que habían sido atrapados Morpet y Eric. La flanqueaba ya, a distancia, en amplios y precisos giros sobre el mar de Noruega, limitándose a esperar. No se molestó en disimular su presencia.
Raquel estuvo a punto de chocar contra Heiki. Al verla, con el tiempo justo para eludir el golpe, adoptó una posición favorable por encima de las olas para poder observar los movimientos de su oponente. Las piernas quemadas de Heiki crujían y chasqueaban al contraerse en el aire helado, pero las heridas sanaban con rapidez. Heiki parecía estar a sus anchas, y los mechones de su fino cabello blanco ondeaban al viento en todas direcciones. Abrió las palmas de las manos, y Raquel vio nuevas armas en ellas. Hechizos mortales.
Heiki los sostenía como a preciados cachorrillos.
—¿Estás preparada para esto?
Raquel observó a Heiki. Se le retorcía el rostro de agitación. Era un rostro brutal… aterrador, casi inhumano. «Pero es humana», se recordó Raquel a sí misma. Sabía que si quería seguir contando con alguna posibilidad de encontrar a Eric con vida, tenía que eludir aquellos hechizos. Aunque fuera capaz de luchar contra ellos y derrotarlos a todos, eso le llevaría demasiado tiempo. Pensó: «Antes de que una bruja se apodere de ti, Heiki, deberías comportarte de otro modo. Tiene que haber una manera de llegar hasta ti».
Raquel, con cautela, giró en dirección hacia Heiki mientras abría las manos y la boca para mostrar que no ocultaba armas.
—¿Ya te rindes? —preguntó Heiki.
—No, solo vengo a hablar.
Heiki se rió.
—Habla entonces.
—¿Qué premio te han ofrecido las brujas por derrotarme?
—Algo especial.
—Lo dudo —dijo Raquel—. Pero apuesto a que podría adivinarlo. Prometieron cambiarte, ¿no es así? Prometieron que transformarían a la vulgar Heiki en una bruja.
La boca de Heiki se abrió como por un resorte.
—¿Cómo… cómo sabes eso?
—A mí me ofrecieron lo mismo, en otro mundo.
—¿Y tú no quisiste? —Heiki estaba atónita—. ¿Lo rechazaste?
—No me gustó que tuviera que matar a cambio.
Heiki se encogió de hombros.
—Únicamente sobreviven los mejores. No puedes andarte con remilgos.
Raquel la escrutaba con atención.
—¿Por qué has ordenado a aquellos niños que castigaran a mi mamá? Ella no es una rival. ¿Qué mérito tiene?
—Los padres son asquerosos —dijo Heiki con vehemencia.
—A ti no te gustan los padres, ¿verdad? —Raquel se acercó más a ella—. ¿Por qué no te gustan? ¿Por qué les tienes tanta manía a los padres?
—No son mágicos. Las brujas…
Raquel la cortó en seco.
—No. No es por eso. Hay algo más, ¿verdad que sí? ¿Qué quieres esconderme? —Heiki parecía de pronto incómoda—. Ese odio a los adultos —dijo Raquel—, no… no tiene nada que ver con las brujas, ¿verdad? —Dio un salto en la oscuridad—. ¡Tú ya odiabas a los padres
antes
de que vinieran las brujas!
Heiki no decía nada.
—¿Qué sucedió? —insistió Raquel—. Algo horrible tuvieron que hacerte tus padres, ¿qué fue?
—No pienso decirte nada.
—¿Te hicieron daño? —Raquel hizo un movimiento de aproximación, hasta que ambas casi se tocaban—. No, tampoco es eso. ¿Qué sucedió? ¿No puedes decírmelo? ¿Es demasiado doloroso?
—¡Cállate!
—Te abandonaron, ¿no es eso?
Heiki se dobló en dos, como si le hubieran propinado un golpe.
—¡Cállate! —gritó.
—¿Es eso lo que te prometieron las brujas? —le preguntó Raquel—. Poder vengarte de los adultos. ¿Es eso la causa de todo?
El rostro de Heiki se ensombreció, le temblaban los labios de la emoción. Fue entonces, por primera vez, cuando Raquel vio a Heiki tal como era: una muchacha adolescente no deseada, instigada por Calen a que se vengara de todo el mundo.
—Tú no quieres a nadie, ¿verdad que no? —le dijo Raquel en un susurro—. Porque nadie te quiere a ti.
—¡Cómo te atreves…! —empezó Heiki, pero las lágrimas se le saltaron de los ojos enojados y rencorosos. Las lágrimas surgieron de forma tan inopinada y enérgica que Raquel alargó instintivamente la mano para consolarla.
Heiki la apartó de sí encogiéndose de hombros, mientras se tapaba la cara para mantener ocultos sus sentimientos.
—Las brujas me quieren… —murmuró por fin—. A Calen le gusto.
—No —dijo Raquel—. A ella no le gustas. Calen lo único que hace es jugar contigo.
Heiki cerró los párpados con fuerza, aguantándose las lágrimas que le quedaban.
—¡No quiero tu compasión! —dijo en voz baja—. Yo
soy
especial, mejor que los demás niños. ¡Calen me lo dijo!
Raquel buscaba un atisbo de esperanza en la expresión resentida de Heiki… pero el breve momento de fragilidad había pasado.
—Ellas nunca te aceptarán como una bruja de verdad —le dijo Raquel—. Calen te ha mentido.
—Estás equivocada. ¡Yo
ya soy
una bruja! —Heiki se acarició la garganta y bajó la mirada con orgullo. Contra su cuello descansaba una delgada serpiente gris—. ¡Mira!
Raquel examinó la cría de serpiente y se dio cuenta al instante de que se trataba de un engaño. Apenas podía respirar ni mantener abiertos sus amarillos ojos, como si la escasa vida que poseía estuviera ya desvaneciéndose. Levantó su fláccida cabeza, y la serpiente ni siquiera trató de impedírselo.
—Fíjate en ella con un poco de atención —dijo Raquel—… ¿De verdad crees que la serpiente compañera de Calen podría tener este aspecto? Te han dado un juguete raquítico, para que te quedes contenta. Una broma de brujas.
—¡Eso no es verdad! —chilló Heiki, con las mejillas encendidas—. Si es pequeña y débil es solo porque… porque no es más que una cría y porque mi magia aún no es lo suficientemente poderosa.
—Tu magia no tiene nada que ver con este artilugio mecánico. Y voy a demostrártelo.
Raquel le propinó una bofetada a la serpiente. Esta abrió las mandíbulas, que se quedaron colgando en el aire, y todo su color de serpiente se difuminó de inmediato. Blanca y semirrígida, se quedó inmóvil sobre la palma de la mano de Heiki.
Heiki dio un salto hacia atrás, reprimiendo un chillido. Examinó su serpiente con gran ternura, acariciándole con delicadeza las escamas. Le insufló aire por las ventanas de la nariz, con la esperanza de que ello pudiera devolverla a la vida. Al ver que la serpiente no reaccionaba, miró fijamente a Raquel.
—¡La has matado!
—No, yo no la he matado —dijo Raquel con gran seriedad—. Tú misma has visto que apenas si la he tocado. Una serpiente de compañía de verdad habría sabido defenderse. Ninguna criatura viva se muere por una simple bofetada. ¿Por qué eres incapaz de comprenderlo?
—Estás dispuesta a decir cualquier cosa para convencerme, ¿no es verdad? —rezongó Heiki—. Habías conseguido confundirme, pero ahora ya veo qué era lo que pretendías. ¡Lo que te pasa es que tienes miedo de luchar contra mí!
—No, créeme —le imploró Raquel—. No es eso…
—¡No era más que una cría! Necesitaba aprender, igual que yo, ¡eso es todo! —Heiki acariciaba con ansiedad el fláccido cuello de la serpiente—. Ahora… quizá nunca consiga que vuelvan a darme otra… —Guardó silencio, y luego su rostro se ensombreció con ira controlada—. Será mejor que te des prisa, Raquel. Trata de encontrar a Eric. ¡Vamos! ¡Vete! Pero no te servirá de mucho. Aunque consigas llegar hasta él antes que yo, el grupo te encontrará de todas formas. Conocen tu aspecto exterior, y tu olor mágico. Les he adiestrado para matar a simple vista. —Esbozó una sonrisa feroz—. Y ellos hacen exactamente lo que yo les digo.
—Pero…
—¡No! ¡Ya no te escucho! Te daré algunos segundos de ventaja.
Raquel dijo:
—¿Estás segura de que quieres luchar, Heiki? Si es así, será mejor que te asegures de no perder. No cometas errores. Calen no lo aceptaría.
Heiki doblegó la rígida serpiente formando un arco y, apretándola con fuerza contra su propio cuello, profirió unas dulces palabras ante su rostro inexpresivo. Al ver aquel gesto, Raquel se dio cuenta de que cualquier posibilidad de influir sobre Heiki se había evaporado. «Si disfruta acariciando su cuerpo sin vida», pensó Raquel, «es muy probable que nunca nadie pueda convencerla».