—Quizá tenga razón —tuvo que reconocer Leia de mala gana—. Esto podría ser un fragmento de lo que usted afirma que es y de donde usted dice que proviene. Todavía no comprendo por qué tiene tantas ganas de buscarla, sobre todo si insiste en que el potencial de esta joya no le interesa.
—Todavía no comprendes, ¿verdad? —murmuró Halla. Giró bruscamente para mirar a Luke—. Tócala, muchacho.
Luke vaciló y paseó su mirada de la princesa a Halla. Ésta sacó la piedra de la caja y se la ofreció formando un cuenco con la mano.
—Mira, no está caliente —dijo—. Vamos, tócala y cree. ¿Tienes miedo?
Luke seguía vacilando.
—Yo la tocaré —se ofreció la princesa y extendió un dedo, pero Halla la puso fuera de su alcance.
—No, no es para ti. Para ti tocarla no significaría nada —volvió a ofrecérsela a Luke—. Vamos, muchacho, no te hará daño.
Luke se mordió el labio inferior y rozó cautelosamente la astilla con un dedo. La tocó.
La sensación al tacto era exactamente igual a lo que parecía: un fragmento de vidrio brillante y sin calor. Pero las sensaciones que lo recorrieron no provenían de su dedo, no fueron transmitidas por los nervios de su piel. Retiró el brazo rápidamente, como si hubiese contactado una corriente activa.
—Luke, ¿qué pasa? —preguntó la princesa súbitamente preocupada. Miró a Halla con aire acusador—. ¡Le ha hecho daño!
—No, boquita pintada, no le hice daño. Su asombro y sorpresa lo han exaltado tanto como a mí la primera vez que toqué este cristal.
Leia miró a Luke.
—¿Qué sentiste?
—Yo… no sentí nada —le informó con serenidad, totalmente convencido de la sinceridad de la anciana—. Lo experimenté. Esto —señaló el fragmento de mineral rojo—aumenta la percepción que uno tiene de la fuerza.
Amplía y aclara… creo que proporcionalmente a su tamaño y densidad —observó a Halla atentamente—. Si el cristal es mucho mayor que este fragmento, el que lo posea tendrá tal dominio de la fuerza que podrá hacer prácticamente cualquier cosa, cualquier cosa.
—Coincido contigo, muchacho —afirmó Halla. Guardó el fragmento de mineral en la caja, cerró la tapa y después volvió a envolverla en la tela suave. Se la entregó a Luke—. Para demostrarte que hablo en serio, guárdala. Vamos, cógela.
Luke cogió la caja y después la guardó en el bolsillo.
—Creo que no tenéis más remedio que ayudarme —agregó Halla—y sin tardanza.
—¿Quién lo dice? —protestó la princesa.
—Nadie lo dice, bonitilla. Los hechos lo dicen. Al tocar el fragmento, Luke provocó una minúscula pero perceptible agitación de la fuerza. Yo la sentí. Quizá no fue más allá de esta taberna o tal vez afectó a los seres sensibles que se encuentran en la otra mitad de la galaxia. Dentro del gobierno imperial hay seres sensibles a la fuerza que podrían percibir semejante agitación. Sin embargo —prosiguió al tiempo que se encogía de hombros—, como he dicho, la sensación tal vez no fue más allá de mí misma. Pero, Luke, ¿puedes correr ese riesgo? Si ambos formáis parte de la Alianza Rebelde, y a esta altura estoy bastante convencida de que es así, los imperiales se interesarán realmente por Luke. Por lo que he oído, no les gusta pensar que en el bando rebelde hay alguien capaz de manejar la fuerza. Además, muchacho, sabes qué tipo de daño podría provocar un maestro de la fuerza con todo el cristal en sus manos. ¿Puedes correr el riesgo de que el Imperio sea el primero en encontrarla? —puso una expresión que parecía pedir disculpas—. Lo siento, pero tenía que hacer algo para llevaros más allá del punto sin retorno. No podía correr el riesgo de que los primeros colaboradores realmente confiables se alejaran de mí, ¿verdad?
—Tiene razón, Leía —dijo Luke a su compañera—. No podemos correr el riesgo de que el cristal caiga en manos de los imperiales.
—Si estás en lo cierto, Luke…
—Además, Leia, no tenemos alternativa. Necesitamos a Halla para que nos ayude a salir del planeta y, de todos modos, no colaborará con nosotros hasta que encontremos el cristal —la miró esperanzado—. ¿De acuerdo?
—Vaya, vaya, ¿qué significa esto? ¿Un minero que pide permiso a su criada? —ninguno de los dos pudo aguantar su mirada astuta—. Tomadlo con calma, chicos. Al margen de quiénes seáis, no os delataré —miró a su alrededor—. Éste no es el lugar más adecuado para hacer negocios. Bien, si habéis terminado la cena, será mejor que conversemos en otra parte.
Luke asintió con la cabeza.
—Es hora de que tranquilicemos a Artoo y a Threepio.
—Un momento —Halla estiró una mano, como si parara algo—. Creí que se trataba de vosotros dos únicamente.
Luke sonrió.
—Son dos androides que adquirí… podríamos decir que heredé.
—Ah, si es así, está bien.
Mientras pagaba, Luke echó una mirada en dirección al funcionario imperial. El hombre no se mostró interesado en ellos, ni siquiera los miró. Evidentemente, la historia de la criada le había convencido.
Una vez afuera y cerrados los paneles metálicos de la puerta doble, Leia pateó violentamente las espinillas de Luke. Él trastabilló, tropezó en el estrecho andén y cayó en la trinchera cubierta de barro que lo separaba de la calle más sólida. Cuando recuperó el sentido, la miró sorprendido.
—Ahora te pareces más a un minero —le sonrió la princesa—. Es por la bofetada que me diste en la taberna.
¿Nada de rencor?
Luke se sacudió el barro de las manos, las limpió contra el pecho y después le sonrió.
—Nada de rencor, Leia.
Luke se estiró y extendió una mano. La princesa se agachó, se agarró con la mano izquierda a un poste y estiró la derecha para ayudar a Luke.
Su precaución de nada le sirvió. Luke tiró con fuerza y ella se zambulló bruscamente en la trinchera.
Permaneció sonriente mientras ella giraba y se miraba preocupada.
—¡Mírame! ¡Mira lo que me has hecho!
—Para que se parezca más a una criada —respondió afablemente—. Sabe que aquí no podemos ser demasiado pulcros.
—De acuerdo, pero en ese caso… —Luke esquivó el primer puñado de estiércol que ella le arrojó, recibió parte del segundo y luchó con la princesa.
Halla observó divertida hasta que varios hombres corpulentos salieron de la taberna. Se detuvieron, atraídos también por el encuentro pugilístico que se celebraba en medio del barro. Estaban todos demasiado borrachos para ser peligrosos y, cuanto más miraban, más se serenaban.
—¡Por nuestras almas y nuestra salud, deteneos! —dijo Halla a los dos contendientes.
Cubiertos de barro, ni Luke ni la princesa oyeron la advertencia, que angustiada, les musitaba Halla.
Uno de los hombres se inclinó hacia la derecha, escupió algo a través de la barba y comentó:
—Muchachos, se supone que una criada no debe devolver los golpes.
—Por algún motivo, no parece correcto —coincidió su compañero.
—Además —agregó el primer hombre—, luchar en público va contra las leyes de la ciudad, ¿no es así?
—Así es —coincidió otro hombre—. Quizá podamos arreglarlo antes de que el centinela nocturno los prenda.
Les haremos una buena pasada —se agachó hacia Luke—. Aguanta, jovencito. No permitiremos que ella te haga daño.
Sonrientes y burlones, los cinco bajaron del andén. Como descubrió que todos los participantes la ignoraban, Halla se escabulló entre las sombras.
—Señora, ¿podemos hacer algo? —le dijo una voz en el oído.
La anciana se sobresaltó. Threepio se sobresaltó.
—¡Tú, refugiado de una tienda de segunda mano, no tienes derecho a asustarme de semejante manera!
—Discúlpeme, pero mi amo y la dama…
—Ah. ¿Tú eres Threepio? —el androide asintió—. Entonces aquél debe de ser Artoo —un bip surgió desde una difusa forma cercana—. Sospecho que, de momento, nada podemos hacer —miró hacia la calle—. Quizá esos mocetones sólo estén jaraneando.
Dos hombres separaron a Leia de Luke. Gracias a ello pudieron verla claramente por primera vez. Su chanza inicial desapareció bruscamente a medida que exteriorizaban sentimientos menos afables.
—Ya está bien —murmuró un individuo con pecho de barril y bigote a lo manchú—. Indudablemente, ésta no es una criada androide.
Leia reparó en las miradas de los mineros. Algunas de las hebillas y correas de la ropa ajustada se habían soltado mientras luchaba con Luke. A pesar de la capa de barro que los cubría, las zonas al descubierto llamaban incómodamente la atención. Sentía que algo reptaba sobre su cuerpo, bajo la ropa.
Ignoró el barro, intentó unir los extremos sueltos de su atuendo, se irguió como una reina y anunció con temblorosa dignidad:
—Muchísimas gracias. Es un asunto privado. Ahora espero que tengan la amabilidad de dejarnos resolver nuestras diferencias.
— Muchísimas gracias, es un asunto privado —repitió uno de los hombres con tono remilgado.
Los demás rieron a carcajadas. El hombre de la barba la miró maliciosamente.
—Amada, no eres una ciudadana registrada —señaló su hombro—. No llevas la tarjeta con el nombre ni nada que se le parezca. Luchar en la vía pública es ilegal. Las leyes mineras dicen que, siempre que podamos, debemos arrestar a todo el que transgreda la ley. Acércate y deja que te detenga —estiró una sólida garra.
La princesa dio un rápido paso atrás y siguió mirándolos furiosa, pero su confianza se disolvía como la nieve en un hornillo.
—No puedo decirles quién soy, pero si alguno llega a ponerme la mano encima, tendrá que responder por ello.
Pecho de barril se acercó. Su voz carecía de humor y no le sonrió:
—Pollita marina, pondré algo más que una mano encima de ti…
Una forma esbelta se interpuso entre la princesa y su aspirante a aprehensor.
—Escuche, amigo, ésta es una discusión privada que podemos resolver por nuestra cuenta.
—Hijito, no soy tu amigo —respondió serenamente el hombre, extendió una mano y empujó a Luke hacia atrás—
. Apártate. Tu discusión ya no tiene importancia.
La princesa lanzó una exclamación de sorpresa. Uno de los hombres se había deslizado a sus espaldas y la había sujetado del pecho con el brazo izquierdo. Luke se acercó rápidamente y dejó caer con fuerza el borde la mano sobre el puño del otro. El minero dio un grito de dolor, retrocedió y se sujetó la muñeca.
En la calle remaba un silencio mortal. Ahora todos estaban concentrados en Luke, no en la princesa. Los únicos sonidos de la bruma provenía de la selva distante.
—El hijito quiere jugar —afirmó tajantemente el hombre al que Luke había golpeado en la muñeca—. Se niega a ser detenido en público.
El hombre agitó el antebrazo derecho. Se oyó un chasquido y de debajo de la manga del mono surgió un estilete de doble hoja. El plano de las hojas estaba nivelado con el dorso del puño. La luz difusa que provenía de las protegidas ventanas de la taberna reflejó, de modo siniestro, ambas cuchillas mientras el hombre avanzó agazapado hacia Luke.
La princesa no pronunció palabra; se limitó a mirar. Halla, Threepio y Artoo hicieron lo mismo, protegidos por la sombra.
—Vamos, hijito —le apremió el hombre e hizo una señal con la mano no armada para que Luke se acercara.
Después agitó el arma y las hojas gemelas surgieron de la manga vacía. Movió la pierna derecha y después la izquierda. De la suela de cada bota surgió un par de hojas dobles—. Vamos, bailemos. Haré que dure.
Luke intentó mirar las ocho hojas a la vez y, al mismo tiempo, distraer a su agresor.
—La dama y yo discutíamos algo. No necesitamos ayuda de nadie.
—Demasiado tarde, hijito —el hombre sonrió—. Ahora tú y yo estamos enredados.
Los compañeros del minero miraban, reían socarronamente y de vez en cuando se codeaban. Evidentemente, disfrutaban de cada uno de los movimientos.
El hombre de las cuchillas se abalanzó sobre Luke con el brazo izquierdo, siguió el movimiento errado mientras Luke retrocedía con una patada lateral giratoria, luego trazó un arco y se estiró con el brazo derecho. Las hojas dobles produjeron sonidos sibilantes en el denso y húmedo aire de la noche.
—No queremos problemas —declaró Luke y, de mala gana, acercó la mano al pomo de su sable de luz.
—En un par de minutos no tendrás que preocuparte por ello —le aseguró su agresor.
Se lanzó con un grito sobre Luke, que esquivó ágilmente las patadas y los movimientos de los brazos.
—¡Cuidado, Luke! —gritó la princesa… demasiado tarde.
Otro de los hombres se había acercado a la espalda de Luke y en ese momento le sujetó ambos brazos a los costados. El portador de las cuchillas se acercaba con displicencia, sin sonreír, y realizaba movimientos entrelazantes con los puños. Las hojas resplandecían tanto como sus ojos.
—Muchacho, eres un bailarín avezado, ¿no? Estoy harto de seguirte.
—Cárgatelo despacio, Jake —pidió uno de los espectadores—. Es un chico parlanchín.
—He dicho que no queremos problemas —repitió Luke y mantuvo la vista fija en las hojas entrelazadas que se aproximaban mientras volvía a llevar la mano derecha a su cintura. Apretó el botón de la empuñadura del sable.
Una vez activado, el haz de energía azul de un metro de longitud que apuntaba hacia atrás se materializó a través del muslo derecho del hombre que lo sujetaba. Con un aullido el hombre soltó a Luke, cayó al suelo y se agarró a la pierna.
El hombre de las navajas se quedó inmóvil un instante y luego avanzó. Luke describió con el sable una serie compleja de arcos y círculos entrelazados en la semioscuridad, movimientos que hicieron vacilar a su agresor.
El hombre caído emitía un gemido constante.
Luke se lanzó contra el portador de las navajas lo suficiente para hacerlo retroceder.
—Ahora, todos ustedes… despejen.
En lugar de irse, el cuarteto de torva expresión mostró más hojas y otras armas de mano. Comenzaron a realizar maniobras para rodear a Luke, aunque se mantuvieron fuera del alcance de ese haz de luz saltarín y letal.
Leia igualó las distancias cuando saltó sobre la espalda del hombre que estaba más cerca y le arañó la cara.
Los tres restantes siguieron atenazando a Luke con sus armas, probaron su velocidad y reflejos con pericia profesional, conversaron entre sí y compararon las habilidades de Luke mientras decidían cuál era el mejor modo de atraparlo. Si esperaba que su cuarto compañero se les reuniera, se decepcionarían. Estaba ocupado con la princesa, que los maldecía a todo pulmón.