El ojo de fuego (55 page)

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Authors: Lewis Perdue

Tags: #Intriga, #Terror, #Ciencia Ficción

BOOK: El ojo de fuego
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Buscó por toda la habitación hasta que su mirada se detuvo en la larga daga que reposaba en el tatami que estaba en una esquina. Fue hasta ella.

—He estado allí —dijo Lara mientras se agachaba para recoger la pequeña pistola del hombre—. Casi les sirvo de alimento.

Alargó el arma a Sugawara, consultó el reloj y sacó el móvil.

—Llamaré al helicóptero para que vengan.

—Todavía no —dijo Sugawara mientras se agachaba a recoger la daga.

La funda estaba por el suelo unos pocos pasos más allá; la recogió y deslizó la daga dentro.

—¿Qué quieres decir con «todavía no»? ¿Estás tan encantado con el trato que te han dado aquí que quieres quedarte para recibir aún más? —preguntó con incredulidad.

Ella arremetió bruscamente contra el teclado del teléfono y golpeó la tecla de enviar. En el exterior, voces excitadas retumbaban como un bajo continuo entre el bramido operístico de las sirenas.

—¿No lo comprendes? Kurata se va a salir de ésta y culpará a los enemigos que intentan destruirle. Tiene una habitación llena de jefes militares de todo el mundo cenando en el piso de abajo, justo donde estamos nosotros y, si recuerdo bien, les está haciendo una oferta para que compren el Ojo de fuego para sus arsenales; el arma precisa para exterminar insurgencias regionales o étnicas sin tener que usar las convencionales y sin tener que parecer mala gente.

Lara escuchó que alguien descolgaba el teléfono al otro lado de la línea.

—Sí —ella hizo una pausa—. Es hora de que empiece el baile. Dile a Victor que intentáremos llegar a los corrales tal como planeamos.

Cerró la tapa del móvil y se volvió a Sugawara.

—Escucha, todos esos visitantes no cambian las cosas —dijo Lara—. Sabíamos que venderlo a varios militares era parte de su plan.

—Sí, pero apostaría que ellos tienen toda la documentación preparada y son las pruebas que podrían destapar todo el asunto. Quitaríamos de en medio a mucha gente que no tiene los recursos de Kurata para ocultarlo todo —insistió Sugawara.

Resonaron pasos por las escaleras. Deslizó la daga por el cinturón de sus pantalones.

—Eso no detendrá el proyecto del Ojo de fuego —afirmó Lara—. Kurata no hará más que seguir presionando para que se concluya.

Sugawara inspiró profundamente.

—No, si no vive lo suficiente para cambiar su testamento.

Lara alzó las cejas.

—Esta noche me ha dicho que soy el único heredero de todo su imperio, hasta mañana, después de que yo hubiese muerto y él cambiase el testamento sin siquiera pestañear.

Lara soltó un suave silbido.

—Como ves, puedo hacer que todo esto se detenga.

—¿Podrás matar a tu tío?

—¿Después de todo lo que ha hecho? Por supuesto.

—Él es de tu propia carne y sangre.

—La genética no es el destino. A veces tienes que hacer cosas que no quieres —dijo Sugawara.

La puerta que daba al pasadizo de la escalera se abrió y entraron hombres vestidos con ropas deportivas.

Capítulo 62

El primer hombre que atravesó la puerta encajó la bala del.45 de Lara en el ojo izquierdo; dejó caer la metralleta que llevaba y cayó de rodillas.

Los tres hombres que iban tras él, tropezaron con su camarada caído. Lara les disparó, y cayeron sobre el que había sido su avanzadilla; Sugawara disparó al tercero, falló la primera vez y luego hizo diana con dos disparos en el pecho izquierdo del hombre.

Se escucharon más pasos por las escaleras. Lara guardó el.45 en el bolsillo del pantalón y se agachó para recoger las metralletas de los guardas.

—Una H&K —dijo mientras le alargaba una de las tres a Sugawara—. Sólo lo mejor.

Los pasos en las escaleras resonaron más fuertes, no se oía ninguna voz. Lara pensó que aquellos hombres eran disciplinados.

—Ven, por aquí —dijo Sugawara.

Se dirigió hacia la esquina de la habitación, una esquina ciega sin nada para cubrirse y defenderse, paredes sólidas, sin ventanas, sin vías de escape. Lara le lanzó una mirada interrogativa.


Chodai-gamae
—dijo Sugawara, mientras se inclinaba y pasaba la mano por el borde de los paneles de la pared. Con un chasquido apagado, un panel se abrió.


Chodai-gamae
significa «cámara secreta». —explicó Sugawara—. Todas las casas de los aristócratas de aquella era tenían muchas de éstas, muchas. Para esconder guardas, para emboscar a sus enemigos, para esconderse de las emboscadas de los enemigos. Y, algunas veces, para escapar.

—¡Hay que joderse! —dijo Lara, con la voz llena de sorpresa y aprobación.

—¡Vamos!

Lara dio un paso hacia la
chodai-gamae
, y luego se detuvo. Sosteniendo dos de las metralletas H&K en una mano por los seguros del gatillo, buscó en el bolsillo a la altura de su pantorrilla derecha y sacó de él una lata de gas lacrimógeno, diseñada como un tubo de spray para protección personal. A medida que los pasos se acercaban por las escaleras, salió al rellano que daba al hueco de la escalera y dejó el bote en el borde del escalón de arriba de todo.

De pronto, en la distancia, una explosión siguió a un destello de luz.

Lara consultó su reloj, una hora, tres minutos. No estaba mal para un temporizador de gomas elásticas. Los pasos frenaron en seco en el rellano, obviamente reaccionando al ruido de la explosión.

—Quien ríe el último ríe mejor, amigos…; —murmuró Lara, retrocediendo hacia la habitación de Sugawara. Alzó una de las metralletas con su mano derecha y luego apuntó con atención al bote. La primera bala quitó la tapa al bote y lo envió rebotando por el hueco de la escalera vomitando nubes de productos químicos irritantes tras él. Enseguida se escucharon gritos excitados por el hueco de la escalera, seguidos del sonido de pasos retirándose. Sólo entonces Lara se unió a Sugawara en la
chodai-gamae
.

Se trataba de un túnel pequeño y estrecho. Sugawara volvió a colocar el panel del
chodai-gamae
, y le hizo señas para apremiarla a que lo siguiese. Lara abrazó las metralletas con una mano, y avanzó muy despacio, en tres movimientos, hasta que el pasadizo se abrió a un hueco vertical con una escalera.

Desde el otro lado de las paredes se escuchó el apagado estruendo de la segunda granada.

Lara no pudo evitar sonreír.

—Hemos salido de la sartén para caer al fuego —susurró Sugawara lacónicamente mientras miraba hacia abajo, al fondo del hueco—. Esto conduce a una salida al fondo de la casa y va a parar directamente al agua.

Lara asintió.

—Pero primero tenemos que acabar con Kurata, ¿de acuerdo? —dijo el joven.

Lara asintió de nuevo.

—De acuerdo, entonces. Al bajar hay más de una salida antes de llegar a la del fondo. Conduce a un panel que da al interior de la habitación donde Kurata celebra su reunión. A él le gusta colocar su podio justo delante del panel.

Lara sintió que su corazón le ardía de ira hacia aquellos hombres que se habían reunido para descubrir cómo matar a millones de personas, cómo cometer un genocidio sanitario. Todos ellos eran los Pol Pot, Hitler y Milosevic del futuro. No iba a sentir ningún remordimiento por eliminarlos de la faz de la tierra. Si alguno de ellos abandonaba la habitación, ellos matarían, matarían y matarían mil veces de nuevo a víctimas inocentes, cuyos únicos crímenes eran tener un color de piel distinto, diferente religión o afiliación política.

Sin hablar más, Lara siguió a Sugawara y descendió por el hueco.

En el rellano que conducía al salón de reuniones de Kurata del segundo piso, el murmullo de una animada conversación se filtraba por el panel de la
chodai-gamae
.

Primero se escuchó la voz de Kurata, murmurando como un hombre que está al teléfono. Luego se escuchó el chasquido de un auricular al ser colgado.

—Me acaban de informar que se ha producido algún disturbio en la finca. Las autoridades ya han sido avisadas y estarán aquí de un momento a otro para reforzar a mi personal de seguridad y al de ustedes.

Otra explosión. El murmullo de la conversación se intensificó.

—Comprendo que todos nosotros tenemos a alguien que desea herirnos —continuó Kurata—. Les garantizo que aquí estamos a salvo. Como ustedes saben, esta habitación es interior y está protegida con paredes de madera de un pie de grosor. Y, como han comprobado, las puertas están cerradas por dentro. —A continuación siguió una pausa—. Deberíamos considerar la ironía que las precauciones medievales que se tomaron hace siglos todavía sean tan apropiadas para el salvaje mundo en que vivimos en la actualidad.

El murmullo de la conversación menguó poco a poco.

—Les sugiero que terminemos nuestros negocios mientras el personal de seguridad especializado se ocupa de estas molestias.

—¿Ahora? —preguntó Sugawara.

—Ahora.

Lara se lanzó a través del panel de la
chodai-gamae
, y golpeó la espalda de Kurata. Los dos cayeron al suelo con fuerza bajo una lluvia de astillas de madera y tela.

—No se muevan —gritó Sugawara.

Una serie de voces furiosas y asustadas llenaron la habitación. Lara rodó con rapidez, se puso en pie y se separó de Kurata, que aún estaba en el suelo, bajo los restos del panel de la
chodai-gamae
. Al ponerse en pie, Lara vio a más de una docena de hombres, sentados al estilo occidental, con sillas dispuestas tras mesas. Delante de cada hombre, encima de las mesas había jarras de agua y vasos. Casi todas las superficies horizontales estaban cubiertas de documentos.

La furia se agudizó en su interior cuando reconoció a muchos de los hombres de la habitación. Había oficiales del ejército norteamericano y, a su lado, se sentaban hombres que podrían ser clasificados como criminales de guerra de la peor calaña, si el gobierno de Estados Unidos no hubiese sancionado su inhumana masacre con ayuda exterior y el razonamiento que eran esenciales para la estabilidad en no importa las regiones en las que ellos señoreaban.

Un hombre vestido con traje militar caqui se puso en pie de un salto, volcando su silla al suelo al lanzarse hacia la puerta. Lara lo reconoció; era el jefe corrupto del servicio de inteligencia de México, un hombre conocido por proteger a los señores de la droga y por masacrar a la población nativa que quería agua corriente y electricidad.

El estallido de la H&K de Lara alcanzó al jefe del servicio de inteligencia en la parte baja de la espalda y luego subió hacia arriba; la parte posterior de la cabeza del hombre pareció explotar y salpicó de materia rosa, gris y roja a todos los que le rodeaban.

¡Se produjo un auténtico caos!

Igual que el mexicano muerto, todos los individuos de la habitación salieron disparados de sus asientos y se dirigieron hacia la única puerta de la habitación. Lara y Sugawara los abatieron uno a uno, hasta que no se escuchó ningún sonido en la estancia, excepto los golpes que daban los guardas al otro lado de la puerta, en el exterior, luchando por entrar en la habitación.

Resonó otra explosión en la distancia; los golpes de la puerta cesaron un momento y luego continuaron.

Por fin, Lara, en pie, erguida en medio de aquella carnicería, miró a su alrededor. En aquel momento, entre el silencio que se produjo se escuchó el gruñido de alguien que hacía un esfuerzo. Akira y Lara se volvieron hacia la fuente del sonido. Sus ojos se encontraron con Kurata que, con gran dificultad, cojeaba hacia la puerta, con las manos extendidas hacia los cerrojos que mantenían a sus hombres acorralados.

Tanto Sugawara como Lara saltaron al unísono hacia la puerta, salvando mesas, cuerpos y sillas tirados por el suelo. Kurata no era rival para ellos.

Él frunció el ceño desafiante cuando Lara le hizo dar media vuelta e incrustó sus hombros en la pared.

—Podéis matarme —dijo Kurata—, pero no viviréis lo suficiente para ver otro amanecer.

Lara se encogió de hombros.

—Tal vez.

Luego se dirigió a Sugawara:

—Todo tuyo.

Lara soltó a Kurata, se apartó a un lado y se sacó el.45 silenciado del bolsillo del pantalón. Se concentró en desenroscar el silenciador. Ya no había ninguna razón para sacrificar velocidad y precisión en beneficio de un sigilo que no era necesario.

Kurata permaneció más tieso que un palo mientras miraba fijamente a su sobrino. Sugawara alzó la boca del cañón de la H&K.

—¿Así que no tienes valor para quitarte la vida y en cambio quieres la mía? —los ojos de Kurata miraron a los de su sobrino.

Sugawara dudó tan sólo un instante, distraído por el poder de la mirada de su tío. Kurata se echó a reír.

—¿Y bien, sobrino, ni siquiera tienes el valor de matar a tu enemigo en la batalla? —lo acosó.

El insulto galvanizó a Sugawara, que lo apuntó con la metralleta y empezó a apretar el gatillo. Por un momento, la dura mirada de Kurata se tambaleó, mostrando el miedo tras ella.

Sugawara inspiró profundamente y luego bajó el cañón.

Del exterior de la casa se escuchó otra explosión. La habitación tembló con la actividad frenética de los hombres, que habían logrado abrir una brecha en la seguridad del cuarto.

Lara dio un paso hacia delante con el.45.

—Acaba con esto y vámonos.

Sugawara bajó el arma. Lara se detuvo al ver que sacaba la daga de su cinturón y se la entregaba a Kurata.

—¿Te has vuelto jodidamente loco? —dijo mientras retrocedía ante el ahora armado Kurata.

Éste observó la daga con una mirada de reconocimiento y, luego, miró a su sobrino, que permanecía apartado del alcance de la daga, con el cañón apuntando al suelo.

—Podría matarte ahora. Terminar yo mismo el trabajo —dijo Kurata.

—Y serías abatido por mi amiga —dijo Sugawara—. El gran defensor de Yamato asesinado por una
gaijin
—hizo una pausa—. Es mejor que el
wakizashi
y tu propia mano te libren de esa humillación.

Kurata miró la daga, una pequeña espada en realidad. Pareció encogerse, deshincharse y convertirse en un viejo cuando la realidad le clavó firmemente las garras.


Hai
—asintió con tristeza—. Has ganado la partida.

Seguidamente, Kurata se desnudó de cintura para arriba y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas. Dudó, miró a Sugawara y ordenó:

—Sé
kaishaku
.

Lara miró a Sugawara.

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