Todas las familias tienen sus secretos. ¿Pero qué sucede cuando, investigando a un abuelo encantador, el detective se encuentra con una ilustración del mal? Durante más de cincuenta años, la familia de este nazi perfecto había conseguido guardar el secreto, hasta que su nieto escocés decidió enfrentarse a la verdad. Y se dedicó a investigar quién y qué había sido realmente su abuelo materno, un joven dentista de Berlín que a los diecinueve años ya era un nazi ferviente y militante. Pero el propósito de su autor también es iluminar el mal que hasta los hombres insignificantes pueden hacer en las épocas en que la historia enloquece…
'Un libro en el que Davidson ha hecho lo contrario a lo que hacen la mayoría de los mortales: mostrar las vergüenzas familiares en vez de maquillarlas. Davidson es el nieto de un nazi que no cometió atrocidades, pero que se sentía identificado con quienes las cometieron… Un libro que trasciende del caso particular de un joven dentista de Berlín que se afilió a los 19 años al partido nazi para reflejar un arquetipo, es del hombre vulgar que toma parte alegremente de un negro episodio de la Humanidad'
Martin Davidson
El nazi perfecto
ePUB v1.0
NitoStrad06.06.13
Título original:
The Perfect Nazi
Autor: Martin Davidson
Fecha de publicación del original: enero 2010
Traducción: Jaime Zulaika
Editor original: NitoStrad (v1.0)
ePub base v2.0
Para Alexander y Louis
Ma la notte risurge, e oramai
è da partir, ché tutto avem veduto.
Pero la noche renace y es hora de
partir, porque todo lo hemos visto.
DANTE,
Inferno
, Canto XXXIV
Durante treinta y cinco años de mi vida, mi hermana y yo vivimos bajo la sombra de una pregunta sin respuesta: ¿qué había hecho durante la guerra nuestro abuelo alemán, Bruno Langbehn? Cuando éramos jóvenes no sabíamos
cómo
preguntarlo. Pero tampoco pudimos abordar esta incógnita a medida que nos hacíamos mayores y entendíamos mejor. Sabíamos que estaba allí, pero, como los demás familiares, pasábamos de puntillas alrededor. Se convirtió en un tabú.
La respuesta, que llegó a principios de la década de 1990, demostró que en un mundo lleno de oscuros secretos de familia, el nuestro no había perdido un ápice de su inquietante fuerza. Durante los diez años siguientes, fue abriendo un surco profundo en mi interior, hasta que ya no pude soportarlo más tiempo. Tenía que averiguarlo todo. Me impulsaba la curiosidad. Pero también el temor. ¿Qué descubriría? ¿De
verdad
quería saber? Una vez embarcado, no había vuelta atrás. Estaba resuelto, de una vez por todas, a conocer la verdad sobre mi abuelo nazi.
Puede que Bruno no participara en las más oscuras atrocidades nazis; había muchos más odiosos que él. No era un Kommandant de campo ni un arquitecto del Holocausto, no era un Höss ni un Eichmann, pero sí un transmisor del mal, uno de sus muñidores indispensables y muy activos.
Hombres como Bruno propulsaron el movimiento nazi desde los márgenes fanáticos hasta la corriente principal. Su apoyo insufló vida hasta mucho después de que hubiese debido apagarse en las cervecerías de Múnich donde había nacido; se aseguraron de que arraigaba en la mente de más de un simple puñado de locos. Bruno y correligionarios más tempranos aportaron la energía, la determinación y la violencia que contribuyeron a superar todos los obstáculos del camino hacia el poder. Formaron la columna vertebral del aparato de terror que garantizó la sumisión en el nuevo Tercer Reich y ocuparon su primera línea, combatiendo en la guerra que estalló seis años más tarde, a la que consideraron la gran expresión definitiva de los valores nazis y su proyecto más importante.
Como un confeso militante nazi, Bruno no hizo nada de esto coaccionado ni impelido por la conveniencia, sino por una convicción profunda y duradera. Su compromiso con el nacionalsocialismo nunca flaqueó. Se mantuvo fiel hasta el amargo final a la visión del mundo de esta ideología. Aceptaba sin reservas el genio de Hitler o sus consecuencias para los pueblos de Europa. Sólo el instinto de conservación le obligó finalmente a abdicar de su fe.
Por consiguiente, sería incompleto todo relato de la vida de Bruno que no examinara sus creencias y los valores que tanto le inspiraban y que estaba dispuesto no sólo a apoyar, sino también a contribuir a su realización, incluso si ello suponía la guerra. El movimiento nazi se propuso destruir todo lo que era liberal, decente y humano, que ellos consideraban debilidad y corrupción, y poco faltó para que lo consiguieran. Bruno portaba orgullosamente uniformes que para él encarnaban una verdad superior, más fuerte y heroica que los valores, a su entender desfasados, sostenidos por el resto del mundo civilizado.
Era un tipo muy particular de nazi, pero de esos cuya historia rara vez se refiere. Sabemos muchas cosas de los secuaces de alto rango, e incluso de la población alemana más amplia a la que quizá, o quizá no, sedujo el mensaje de Hitler. Se da por sentado a los agentes voluntarios, los factótums, los gestores como Bruno, que actúan como entidades irreflexivas. Estaban allí al principio, fueron cruciales en cada coyuntura y estaban allí al final, y más allá. Sin ellos es inconcebible la historia de los nazis. Bruno aspiraba a convertirse en un nazi todo lo respetado y fidedigno que pudiese, y esto al menos lo logró.
No es difícil entender por qué los que vinimos después de Bruno preferimos la cautela al enfrentamiento. ¿Quién quiere verse afectado por un secreto tan tóxico, sobre todo cuando está profundamente alojado en el corazón de la familia? Este libro ha sido difícil de escribir porque contiene una historia que me cuesta aceptar. Pero es importante, y he aprendido mucho al redactarlo.
Bruno nunca se arrepintió. Quienes le conocieron sabían que no pensaba que tuviese que dar cuentas de nada. Su causa había sido derrotada, pero estaba plenamente dispuesto a seguir adelante y a disfrutar de los beneficios compensatorios de una economía alemana de posguerra. Tampoco pensaba que hubiese motivos para explicar lo que había ocurrido, y mucho menos para mostrar contrición. ¿Por qué iba a hacerlo? No había habido sacrificio, desde luego no había habido sanciones, y llegó a vivir hasta la estupenda edad de ochenta y cinco años, lo bastante anciano para observar la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. No hubo un juicio final, aparte de tener que renunciar al derecho de jactarse del importante personaje en que le había convertido el Tercer Reich, cuando menos para quienes se encontraban fuera del círculo de sus
Kriegskameraden
.
Este libro, por tanto, se propone reparar el muy defensivo sentido que Bruno tenía de su irresponsabilidad, sondear, aunque sea póstumamente, el éxito evidente con que sorteó todas las consecuencias materiales y morales de una larga y belicosa trayectoria nazi. A escribirlo me ha empujado no sólo enjuiciar lo que hizo, sino por qué lo hizo. ¿Qué le motivaba? ¿Por qué pensaba estas cosas con tanto fanatismo? ¿Qué había en el nacionalsocialismo que le atraía con una voz tan alta e irresistible? ¿Qué clase de hombre considera que Adolf Hitler es la respuesta a sus sueños políticos? En la medida en que la vida de Bruno contiene una «advertencia de la historia», aquí se encuentra; no sólo en crímenes concretos, sino en su mentalidad, que le espoleó a afiliarse al movimiento y le impelió a trabajar incansablemente en su favor.
Por eso este libro no es una biografía convencional ni una monografía. Al documentarme me vi obligado a revaluar todo lo que pensaba que conocía sobre el sistema nazi y el lugar que Bruno ocupaba en él. He extrapolado cuando era necesario, juntando las lagunas y los puntos seguidos de su historia, al rastrear su historial nazi durante un cuarto de siglo y tratar de comprender cuál era su móvil en cada etapa clave. Los sucesos que componen su historial delatan una pauta subyacente que he utilizado combinada con mi recuerdo residual de su personalidad para mejor reconstruir su trayectoria desde adolescente fanático hasta ejecutor del Tercer Reich.
Fue una ayuda que Bruno no fuese una figura reticente ni enigmática. Llevaba escritas en la manga todas sus ideas sobre el mundo. Algunas eran las bravatas de un viejo egoísta, pero otras representaban los rescoldos de la más grande aventura de su vida: sus años de activista nazi. Había pasado decenios convencido de que estaba en posesión de una verdad grandiosa y trascendente, y este hábito nunca le abandonó del todo.
En una época en que la historia familiar ha florecido en la televisión, los libros y las revistas, me doy cuenta de que pertenezco a una generación que se ha erigido en custodio de la vida de sus abuelos. Somos locuaces y emotivos sobre sus experiencias, mientras que ellos eran modestos y reticentes. Por lo general, el resultado es una especie de orgullo retrospectivo, un mayor reconocimiento de los logros del que recibieron en el curso de su vida. En mi caso, por supuesto, no hay nada de esto. No puede haber satisfacción personal aquí: sólo la constatación aleccionadora de que apenas cincuenta y cuatro años separan nuestras fechas de nacimiento respectivas, aunque, por suerte, nuestros mundos no podrían haber sido más distintos.
Bruno, por supuesto, estaba obligado a guardar un hermético silencio sobre su pasado, para su notable pesadumbre. Que optara por hacer la vista gorda sobre su pasado no era producto de una natural modestia, sino de un poderoso embargo posbélico, motivado al principio por la necesidad de evitar que le descubriesen y le detuvieran, y más tarde como parte de una reticencia nacional mucho más extendida. Así pues, esto es lo que he podido recomponer de su arquetípico historial nazi y del camino seguido por una generación de alemanes nacidos en los primeros años del siglo pasado. Parte, al menos, de la historia de Bruno se halla ahora al descubierto, tal como debía ser.
EDIMBURGO Y BERLÍN, 1960-1984
Es una filmación tiernísima. Estoy yo, riéndome, agitando encantado mis bracitos regordetes. Detrás se extiende la suave curva de una playa escocesa a una hora en coche de Edimburgo, donde nací y me crié. Es un día soleado y caluroso, el día perfecto para un trayecto a la costa, armado con una flamante cámara de cine súper 8. Sujetándome en su hombro hay un hombre a mediados de la cincuentena, que sonríe y está contentísimo de desempeñar este papel en este instante de vida familiar. Tiene una cara singular, con el pelo muy corto, las orejas grandes, la nariz bulbosa, un severo contorno de los ojos y una sonrisa ligeramente dentada. Aparte de esto, parece perfectamente inofensivo, quizá un poco adusto, pero de cara franca y nada molesto por que le manosee la mejilla el borboteo de un bebé. Es agosto de 1961 y tengo nueve meses.