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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

El mundo y sus demonios (52 page)

BOOK: El mundo y sus demonios
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La noche del 20 de febrero de 1895 —más de treinta años después de la Emancipación—, tras una aparición en un mitin por los derechos de la mujer junto a Susan B. Anthony, sufrió un colapso y murió.

Capítulo
22
A
DICTOS DEL SIGNIFICADO

También sabemos qué cruel es a menudo la verdad, y nos preguntamos si el engaño no es más consolador.

H
ENRI
P
OINCARÉ
(1854-1912)

E
spero que nadie me considere excesivamente cínico si afirmo que un buen resumen de cómo funciona la programación de la televisión comercial y pública es simplemente éste: el dinero lo es todo. En horas punta, la diferencia de un solo punto en la audiencia vale millones de dólares en publicidad. Especialmente desde principios de la década de los ochenta, la televisión se ha convertido en algo motivado casi enteramente por el beneficio. Eso puede verse, por ejemplo, en el declive de los informativos y programas especiales de noticias o en las patéticas evasivas de los canales principales para burlar la orden de la Comisión Federal de Comunicaciones de mejorar el nivel de la programación infantil. (Por ejemplo, se defendieron las virtudes educativas de una serie de dibujos animados que sistemáticamente representa mal la tecnología y el estilo de vida de nuestros antepasados del pleistoceno y retrata a los dinosaurios como animales domésticos.) En el momento de escribir estas páginas, la televisión pública en Estados Unidos corre el peligro real de perder el apoyo del gobierno y el contenido de la programación privada va camino de una caída abrupta a largo plazo.

Con estas perspectivas, luchar por conseguir más ciencia real en televisión parece ingenuo y desesperado. Pero los propietarios de cadenas y productores de televisión tienen hijos y nietos cuyo futuro, como es lógico, los preocupa. Deben sentir alguna responsabilidad por el futuro de su nación. Hay pruebas de que la programación científica puede tener éxito, y de que la gente pide más. Mantengo esperanzas de que antes o después veremos presentada regularmente la ciencia real con habilidad y atractivo en las principales cadenas de televisión de todo el mundo.

E
L BÉISBOL Y EL FÚTBOL TIENEN ANTECEDENTES AZTECAS
. El fútbol es una nueva representación ligeramente disfrazada de la caza; lo jugábamos antes de ser humanos. El
lacrosse
es un antiguo juego de los nativos americanos y el hockey está relacionado con él. Pero el baloncesto es nuevo. Llevamos más tiempo haciendo películas que jugando al baloncesto.

Al principio no se les ocurrió hacer un agujero en la canasta para poder recuperar la pelota sin tener que subir una escalera. Pero, en el breve tiempo transcurrido desde entonces, el juego ha evolucionado. En manos de jugadores principalmente afroamericanos, el baloncesto se ha convertido —bien jugado— en la síntesis suprema en el deporte de la inteligencia, precisión, valentía, audacia, anticipación, artificio, juego de equipo, elegancia y gracia.

Muggsy Bogues, con su metro sesenta de altura, se abre paso entre un bosque de gigantes; Michael Jordán vuela hasta el aro desde algún lugar oscuro más allá de la línea de tiros libres; Larry Bird da una precisa asistencia mirando a otro lado; Kareem Abdul Jabbar suelta un gancho por los cielos. No se trata de un juego en el que el contacto sea fundamental como en el fútbol. Es un juego de finura. La presión en toda la pista, los pases largos, las asistencias, el robo de balones en la línea de pase, el palmeo de una mano que aparece volando de la nada constituyen una coordinación de intelecto y atletismo, una armonía de mente y cuerpo. No es sorprendente que el juego se haya hecho popular.

Desde que empezaron a aparecer regularmente en televisión los partidos de la NBA, me di cuenta de que podrían utilizarse para enseñar ciencias y matemáticas. Para apreciar un promedio de tiros libres del 0,926 se debe saber algo sobre la conversión de fracciones en decimales. Una bandeja es la primera ley de movimiento en acción de Newton. Cada tiro representa el lanzamiento de un balón en un arco parabólico, una curva determinada por la misma física gravitacional que especifica el vuelo de un misil de balística, la órbita de la Tierra alrededor del Sol o una nave espacial en su encuentro con algún mundo distante. Cuando salta para hacer un mate, el centro de la masa del cuerpo del jugador está brevemente en órbita alrededor del centro de la Tierra.

Para meter el balón en la canasta se debe elevar exactamente a la velocidad precisa; un uno por ciento de error y la gravedad le hará quedar mal. Los tiros de tres puntos, sean conscientes o no, compensan la resistencia aerodinámica. Cada bote sucesivo de un balón suelto está más cerca del suelo debido a la segunda ley de la termodinámica. Que Daryl Dawkins o Shaquille O'Neal rompan un tablero ofrece la oportunidad de enseñar —entre otras cosas— la propagación de las ondas de choque. Un tiro con efecto contra el cuadro desde debajo del tablero entra en la canasta debido a la conservación del impulso angular. Es una infracción de las normas tocar la canasta en «el cilindro» por encima del aro; hablamos ahora de una idea matemática clave: la generación de objetos n-dimensionales moviendo objetos (
n
-1) dimensionales.

En el aula, en los periódicos y la televisión, ¿por qué no usamos los deportes para enseñar ciencia?

Cuando era pequeño, mi padre solía traer todos los días un periódico a casa y leía con atención (a menudo con gran placer) la sección de puntuación del béisbol. Allí estaban, ininteligibles para mí, con oscuras abreviaciones (W, SS, K, WL, AB, RBI), pero a él le hablaban. Los periódicos los imprimían en todas partes. Pensé que a lo mejor no eran tan difíciles. Con el tiempo, también yo acabé enganchado al mundo de las estadísticas de béisbol. (Sé que me ayudaban a entender los decimales, y todavía me da cierto escalofrío cuando oigo, normalmente al principio de la temporada de béisbol, que alguien está «bateando un mil». Pero 1000 no es 1,000. El afortunado jugador está bateando uno.)

O echemos una ojeada a las páginas financieras. ¿Alguna introducción? ¿Notas explicatorias? ¿Definiciones de abreviaturas? Casi ninguna. O sabes nadar, o te hundes. ¡Todos aquellos metros de estadísticas! Sin embargo, la gente las lee voluntariamente. No superan su capacidad. Es un problema de motivación. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo con las matemáticas, la ciencia y la tecnología?

E
N TODOS LOS DEPORTES
, los jugadores parecen actuar a rachas. En baloncesto se llama tener la mano caliente. Es casi imposible que les salga algo mal. Recuerdo un partido de play-off en que Michael Jordán, cuyo tiro a media distancia no suele ser extraordinario, se encontró haciendo sin esfuerzo tantas canastas consecutivas de tres puntos desde toda la pista que, sorprendido de sí mismo, se encogió de hombros. En cambio hay veces que uno está frío y no entra nada. Cuando un jugador está en plena forma parece aprovecharse de algún poder misterioso y, cuando está frío, es como si estuviera sometido a algún tipo de gafe o maleficio. Pero esto es pensamiento mágico, no científico.

Las rachas, lejos de ser curiosas, se esperan incluso de acontecimientos aleatorios. Lo que
sería
sorprendente es que no hubiera rachas. Si lanzo diez veces seguidas una moneda al aire, podría conseguir esta secuencia de cara y cruz: CCCXCXCCCC. Ocho caras de cada diez, ¡y cuatro seguidas! ¿Es posible que haya ejercido algún control psicoquinético sobre la moneda? ¿O estaba en una racha de caras? Parece demasiado regular para ser casualidad.

Pero entonces recuerdo que he lanzado la moneda antes y después de esta serie de caras, que se encuentra dentro de una secuencia mucho más larga y menos interesante: CCXCXXCCCX CXCCCCXCXXCXCXX
.
Si pudiera prestar atención a algunos resultados e ignorar otros, siempre sería capaz de «demostrar» que hay algo excepcional en mi racha. Ésta es una de las falacias de nuestro equipo de detección de camelos; la enumeración de circunstancias favorables. Recordamos los aciertos y olvidamos los errores. Si el tiro a media distancia de alguien tiene un promedio ordinario del cincuenta por ciento y le es imposible mejorar la estadística a fuerza de voluntad, lo más probable es que tenga tan buena mano para el baloncesto como yo para lanzar monedas. Por cada ocho caras que yo saque de diez, él meterá ocho de cada diez tiros. El baloncesto puede enseñar algo sobre probabilidad y estadística, además de un poco de pensamiento crítico.

Una investigación de mi colega Tom Gilovich, profesor de psicología en Cornell, demuestra persuasivamente que nuestra comprensión ordinaria de las rachas en el baloncesto es una mala percepción. Gilovich estudió si los tiros que hacían los jugadores de la NBA tendían a agruparse más de lo que se podría esperar por casualidad. Después de conseguir una o dos canastas, los jugadores no tenían más probabilidades de acertar que tras una canasta fallada. Eso era así con los grandes y los menos grandes, no sólo en lanzamientos a media distancia sino también para tiros libres... cuando no hay ninguna mano que cubra la cara del que lanza. (Desde luego, algunas atenuaciones de las rachas de tiro se pueden atribuir al aumento de atención del defensa del jugador que tiene la «mano caliente».) En béisbol existe un mito relacionado con lo anterior: alguien que batea por debajo de su promedio «debe» hacer un golpe.

Eso es tan cierto como que una serie de caras seguidas propicia una posibilidad superior al cincuenta por ciento de conseguir cruz la siguiente vez. Si hay rachas más allá de lo que uno puede esperar estadísticamente, son difíciles de encontrar.

Pero, en cierto modo, eso no es del todo satisfactorio. No parece verdad. Preguntamos a los jugadores, entrenadores o aficionados. Buscamos algún significado, incluso en números aleatorios. Somos adictos al significado. Cuando el célebre entrenador Red Auerbach tuvo conocimiento del estudio de Gilovich, su respuesta fue: «¿Quién es ese tío? Muy bien, ha hecho un estudio. No podría importarme menos.» Y es fácil comprender lo que sentía. Pero si las rachas del baloncesto no aparecen más a menudo que las secuencias de cara o cruz, no tienen nada de mágico. ¿Reduce eso a los jugadores a meras marionetas manipuladas por las leyes de la probabilidad? Ciertamente que no. Su promedio de porcentaje de tiros es un verdadero reflejo de sus habilidades personales. Aquí sólo hablamos de la frecuencia y duración de las rachas.

Desde luego, es mucho más divertido pensar que los dioses han tocado al jugador que está en buena racha y castigado al que tiene la mano fría. ¿Y bien? ¿Qué daño hace una pequeña mistificación? Sin duda supera los aburridos análisis estadísticos. En baloncesto, en los deportes, no hace ningún daño. Pero, como manera habitual de pensar, nos plantea problemas en algunos de los otros juegos a los que nos gusta jugar.

«C
IENTÍFICO, SI; LOCO, NO»
, dice riendo el científico chiflado en
Gilligan's Island
mientras ajusta el mecanismo electrónico que le permite controlar la mente de otros para sus aviesos propósitos.

«Lo siento, doctor Nerdnik, la gente de la Tierra no querrá ser reducida a siete centímetros de altura aunque sirva para ahorrar espacio y energía...»

El superhéroe de dibujos animados le está explicando pacientemente un dilema ético al típico científico que sale retratado en los programas de televisión para niños los sábados por la mañana.

Muchos de esos llamados científicos —a juzgar por los programas que he visto (y con deducción verosímil de los que no he visto, como el
Mad Scientist's Toon Club)—
son tarados morales guiados por un afán de poder o dotados de una insensibilidad espectacular hacia los sentimientos de los demás. El mensaje que se transmite al público infantil es que la ciencia es peligrosa y los científicos algo peor que malvados: están enloquecidos.

Desde luego, las aplicaciones de la ciencia
pueden
ser peligrosas y, como he intentado subrayar, prácticamente todo avance tecnológico importante en la historia de la especie humana —hasta la invención de las herramientas de piedra y el control del fuego— ha sido éticamente ambiguo. Esos avances pueden ser usados por personas ignorantes o malas con propósitos peligrosos o por personas sabias y buenas para beneficio de la especie humana. Pero parece que sólo se presenta un aspecto de la ambigüedad en lo que ofrecemos a nuestros hijos.

¿Dónde están los placeres de la ciencia en todos esos programas? ¿Las delicias de descubrir cómo funciona el universo? ¿La emoción de conocer bien una cosa profunda? ¿Qué ocurre con las contribuciones cruciales que la ciencia y la tecnología han hecho al bienestar humano... o los millones de vidas salvadas o posibilitadas por la tecnología médica o agrícola? (Para ser justo, sin embargo, debería mencionar que el profesor de
Gilligan 's Island
solía usar su conocimiento de la ciencia para resolver problemas prácticos de los marginados.)

Vivimos en una era compleja en la que muchos de los problemas a que nos enfrentamos, sean cuales sean sus orígenes, sólo pueden tener soluciones que implican una comprensión profunda de la ciencia y la tecnología: la sociedad moderna necesita desesperadamente las mejores mentes disponibles para buscar soluciones a estos problemas. No creo que la programación televisiva de los sábados por la mañana, ni la mayor parte del menú de vídeo disponible en Norteamérica, ayude a muchos jóvenes dotados a seguir una carrera de ciencia o ingeniería...

A lo largo de los años han ido apareciendo gran cantidad de series de televisión crédulas, acríticas y «especiales» sobre percepción extrasensorial, canalización, el triángulo de las Bermudas, ovnis, antiguos astronautas,
Big-Foot
y cosas similares. La importante serie «In Search of...» empieza con una renuncia a la responsabilidad de presentar una visión equilibrada del tema. Se ve en ella una sed de maravillas que no está templada ni siquiera por el escepticismo científico más rudimentario. Prácticamente cualquier cosa que uno diga ante la cámara es verdad. La idea de que pueda haber explicaciones alternativas que se decidirían según el peso de las pruebas no aparece nunca. Lo mismo ocurre con «Sightings» y «Unsolved Mysteries» —en los que, como sugiere el propio título, se aceptan muy mal las soluciones prosaicas— y un número incontable de otros clones.

«In Search of...» toma con frecuencia un tema intrínsecamente interesante y distorsiona sistemáticamente la prueba. Si hay una explicación científica racional y una que requiere la explicación para-normal o psíquica más extravagante, podemos estar seguros de cuál se destacará. Un ejemplo casi al azar: se presenta un autor que dice que más allá de Plutón hay un gran planeta. La prueba que aporta son sellos cilíndricos de la antigua Sumeria, cincelados mucho antes de la invención del telescopio. Dice que los astrónomos profesionales cada vez aceptan más sus puntos de vista. No se hace mención siquiera a que los astrónomos —que estudian los movimientos de Neptuno, Plutón— y las cuatro naves espaciales que hay más allá no han sido capaces de encontrar un solo rastro del supuesto planeta.

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