El misterio de la guía de ferrocarriles (21 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: El misterio de la guía de ferrocarriles
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»No es responder contestar que el hombre no estaba en sus cabales. Decir que un hombre comete locuras porque está loco es una solemne idiotez. Un loco es tan lógico y razonable en sus actos como un cuerdo, dado su peculiar y desviado punto de vista. Por ejemplo, si un hombre se empeña en salir a la calle sin otras ropas que una sábana, su conducta parece extremadamente excéntrica. Pero en cuanto sepamos que el hombre está firmemente convencido de que es el Mahatma Gandhi, entonces su conducta se hace perfectamente razonable y lógica.

»Lo necesario en este caso era imaginar un cerebro constituido de manera que resulte lógica y razonable la comisión de cuatro o más crímenes y el anunciarlos de antemano en cartas escritas a Hércules Poirot.

—Tenía usted razón —dijo secamente Franklin Clarke.

—Sí; pero desde un principio cometí un grave error. Permití que mi sensación, mi fuerte sensación acerca de la carta se convirtiese en una mera impresión. La traté como si hubiese sido una intuición. En un cerebro bien equilibrado no existen las simples intuiciones. Se puede suponer, y la suposición puede ser exacta o errónea. Si es exacta, se llama intuición. Si es errónea, lo más probable es que jamás vuelva a hablarse de ella. Pero lo que a menudo se llama intuición es, en realidad, una impresión basada en una deducción lógica o en la experiencia. Cuando un experto siente que hay algo irregular en un cuadro, en un mueble o en la firma de un cheque, basa, en realidad, esa sensación en un sinfín de pequeños detalles. No tiene necesidad de buscarlos minuciosamente, su experiencia se lo evita; el resultado neto es la definida impresión de que existe algo irregular. Pero no es una suposición, es la impresión basada en la experiencia.

»Eh bien, reconozco que no miré como debía aquella primera carta. Sólo me inquietó enormemente. La policía la miraba como una broma. Yo la tomé en serio. Estaba convencido de que, como se me decía, en Andover se cometería un crimen. Como saben, el crimen se cometió.

»En aquellos momentos no existía, como comprobé, medio alguno de descubrir al autor del crimen.

»El único camino que me quedaba abierto era intentar comprender qué clase de persona era el criminal. »Tenía algunos indicios acerca de la personalidad del asesino. La carta, la manera como se cometió el crimen, la persona asesinada. Lo que me quedaba por descubrir era el motivo del crimen y el de la carta.

—Publicidad —sugirió Clarke.

—Seguramente quedaba velado por un complejo de inferioridad —añadió Thora Grey.

—Este era evidentemente el camino a seguir. Pero, ¿por qué yo? ¿Por qué Hércules Poirot? Mayor publicidad se

hubiera obtenido enviando la carta a Scotland Yard. Y más aún enviándola a un periódico. Es probable que la primera no hubiese sido publicada, pero al tener lugar el segundo asesinato, A. B. C. hubiera tenido asegurada cuanta publicidad hubiese podido ofrecer la Prensa. ¿Por qué, pues, Hércules Poirot? ¿Era por algún motivo personal? En la carta se notaba cierta xenofobia, pero esto no era suficiente para explicar el asunto a mi entera satisfacción.

»Llegó después la segunda carta, que fue seguida del asesinato de Betty Barnard en Bexhill. Quedaba claramente de manifiesto (lo que yo había sospechado) que los asesinatos seguirían un orden alfabético, pero este hecho, que para muchos pareció final, dejó inalterable en mi mente la pregunta criminal. ¿Por qué necesitaba cometer A. B. C. esos crímenes?

Megan Barnard se revolvió en su silla.

—¿No existe algo llamado anhelo de sangre? —preguntó.

Poirot se volvió hacía ella.

—Tiene usted razón, mademoiselle. Existe ese anhelo. El ansia de matar. Pero no encaja en nuestro caso. Un loco homicida que ansía matar procura matar la mayor cantidad posible de víctimas. La idea principal de semejante asesino es ocultar sus huellas, no revelarlas. Cuando consideramos las cuatro víctimas escogidas, o por lo menos tres de ellas, pues sé muy poco del señor Dowues o del señor Earsfield, vemos que si lo hubiera deseado, el asesino se habría librado de ellos sin incurrir en ninguna sospecha. Franz Ascher, Donald Fraser o Megan Barnard, y posiblemente el señor Clarke. Estas son las personas de quienes la policía pudiera haber sospechado, aunque no hubiese encontrado ninguna prueba contra ellos. ¡No se habría pensado para nada en un loco homicida! ¿Por qué, pues, consideró necesario el asesino atraer la atención hacia él? ¿Era la necesidad de dejar en cada cadáver un ejemplar de la guía «A. B. C.»? ¿Había algún complejo unido a la guía de ferrocarriles?

»En ese punto me fue completamente imposible entrar en la mente del criminal. ¿No sería magnanimidad? ¿Horror a que la responsabilidad del crimen recayera en una persona inocente?

»A pesar de no poder contestarme a la principal pregunta, noté que iba descubriendo ciertas cosas acerca del asesino.

—¿Cuáles? —preguntó Donald Fraser.

—La primera, que era de gran importancia para él que los crímenes siguieran una progresión alfabética. Otra era que no tenía preferencia por sus víctimas. La señora de Ascher, Betty Barnard, sir Carmichael Clarke, todos difieren diametralmente entre sí. No existía el complejo del sexo, ni el de la edad, lo cual me pareció un hecho muy curioso. Si un hombre mata sin hacer distinción, es usual-mente porque quita de su camino a todo aquel que le estorba el paso o le molesta. Pero el orden alfabético demostraba que éste no era el caso. El otro tipo de asesino escoge usualmente para víctima un tipo determinado de persona, casi siempre del sexo contrario. Había algo en el proceder de A. B. C. que me pareció reñido con la selección alfabética.

»La selección de A. B. C. me sugirió que poseía lo que podríamos llamar una «mente ferroviaria». Esto es más común en los hombres que en las mujeres. Los muchachos adoran los trenes; en cambio, las niñas no. Podría ser también la señal de un cerebro poco desarrollado. El motivo «infantil» quedaba, pues, predominante.

»El asesino de Betty Barnard y la manera cómo se llevó a cabo me ofreció nuevos indicios. La forma de su muerte era muy sugerente. (Perdóneme, señor Fraser.) Ante todo, recordemos que fue estrangulada con su propio cinturón, lo cual indica que fue asesinada por alguien con quien estaba en afectuosos términos. Cuando me enteré de ciertos detalles de la joven aquella me formé inmediatamente un retrato.

»Betty Barnard era un «flirt». Le gustaban las atenciones de los hombres bien parecidos. Por lo tanto, A. B. C. debía tener, para convencerla de que saliera con él, cierta cantidad de atracción, de sex appeal. Debía de ser capaz de castigar. La escena en la playa me la imagino de la siguiente manera el hombre admira el cinturón de su compañera. ]Esta se lo quita y se lo ofrece. El asesino lo toma y como jugando rodea con él el cuello de Betty, diciendo tal vez: «Te voy a estrangular.» La broma es divertida, y Betty ríe... y él aprieta...

Donald Fraser se puso en pie de un salto. Estaba lívido.

—¡Por el amor de Dios, señor Poirot!

Mi amigo movió la cabeza diciendo:

—Ya he terminado, No diré ni una palabra más. Pasemos al siguiente asesinato, el de sir Carmichael Clarke. Aquí el asesino regresa a su primer método... el golpe en la cabeza. El mismo complejo alfabético..., pero algo me desconcierta. Para ser consistente, al asesino debiera haber escogido al población con cierto orden definido.

»Si Andover es el ciento cincuenta y cinco de la «A», entonces el crimen «B» debiera ser también el ciento cincuenta y cinco, o el ciento cincuenta y seis, y el «C» el ciento cincuenta y siete. De nuevo interviene el azar, esta vez en la selección de los lugares.

—¿No será debido todo eso a que tú. Poirot, eres terriblemente metódico y ordenado? A veces resultas enervante.

—No, de ninguna manera. ¡Enervante!... Quelle idee! De todas maneras reconozco que soy un poco exagerado sobre ese punto.

»El crimen de Churston me ofreció muy poca ayuda. Estuvimos bastante desafortunados con él, ya que la carta que lo anunciaba se extravió, y por ello no pudimos hacer ningún preparativo.

»Pero al anunciarse el crimen «D» se desplegó un formidable sistema defensivo. Era obvio que A. B. C. no podía continuar adelante con sus crímenes.

»Además fue en este punto cuando llegó a mis manos la pista de las medias. Era perfectamente claro que la presencia de un vendedor de medias en el escenario del crimen no podía ser una coincidencia. Así, el vendedor de medias debía ser el criminal. Debo decir que el retrato que de él me hizo la señorita Grey no concordaba con el que yo me había hecho del hombre que estranguló a Betty Barnard.

»Pasaré rápidamente sobre lo que sigue. Se cometió un cuarto asesinato... el de un hombre llamado George Earsfield; se supone que se le mató confundiéndose con un tal Dowues, cuya estatura era semejante y que se sentaba en la misma fila del muerto.

»Y ahora, al fin, llega el cambio de la marea. Las cosas se ponen en contra de A. B. C. en lugar de favorecerle. Está señalado, perseguido y al fin es arrestado,

»¡El caso, como dice Hastings, ha terminado!

»Cierto en cuanto al público se refiere. El hombre está en la cárcel y probablemente será encerrado en un manicomio. ¡No se cometerán más asesinatos! ¡Fin! R. I. P.!

»¡Mas no para mí! Yo no sé nada... nada en absoluto! ¡Desconozco el porqué!

»Y además existe un pormenor desconcertante. Cust tiene una coartada para la noche del crimen de Bexhill. —A mí me ha preocupado mucho este hecho —dijo Franklin Clarke.

—¡Sí! A mí también me preocupó. Porque la coartada tiene todas las apariencias de ser genuina. Pero no puede serlo a menos... y ahora llegamos a dos interesantes teorías. »Supongamos, amigos míos, que Cust cometía tres crím enes, el «A», el «C» y «D», pero el segundo, el «B», no era cometido por él.

—Señor Poirot, no...

Poirot hizo callar con una mirada a Megan Barnard.

—No diga nada, mademoiselle. ¡Voy en pos de la verdad! Supongamos, digo, que A. B. C. no sea el autor del segundo crimen. Recuerden que tuvo efecto a primeras horas del día veinticinco, el día señalado por él para el asesinato. Supongamos que alguien se le hubiese anticipado ¿Qué haría en semejantes circunstancias? Pues cometer un segundo asesinato o aceptar el primero como un funesto regalo.

¡Señor Poirot, eso es una fantasía! —exclamó Megan—. ¡Todos los crímenes debieron ser cometidos por la misma persona!

Sin hacer caso de la interrupción, Poirot continuó: —Esta hipótesis tiene la ventaja de explicar un hecho... la discrepancia entre la personalidad de Alexander Bona. parte Cust, quien jamás hubiera podido «castigar» a una joven, y la personalidad del asesino de Betty Barnard. Y no es la primera vez que unos asesinos se han aprovechado de los delitos de otros. No todos los crímenes de Jack el «Des-tripador» fueron cometidos por Jack el «Destripador». »Pero entonces me encontré ante otra dificultad.

»Por la época del asesinato de Betty Barnard no había llegado hasta el público el menor detalle acerca de los delitos de A. B. C. El asesinato de Andover despertó muy poco interés. El incidente de la guía de ferrocarriles encontrada sobre el mostrador ni siquiera se había mencionado en la Prensa. Por consiguiente, aquel que asesinó a Betty Barnard tuvo que tener acceso a hechos conocidos sólo por ciertas personas, yo, la policía y algunos amigos y vecinos de la señora Ascher.

»Esta línea de investigación conducía a un callejón sin salida.

Cuantos rodeábamos a Poirot estábamos pálidos. Donald Fraser dijo pensativo:

—Los policías, al fin y al cabo, son seres humanos, y muchos son hombres atractivos... —y se interrumpió, mirando inquisitivo a Poirot.

—No, no es eso —replicó mi amigo—. Ya les dije que había otra teoría.

»Supongamos que Cust no sea responsable del asesinato de Betty Barnard. Supongamos que fuera otro hombre su asesino. ¿Podría ser éste responsable de los demás crímenes?

—¡Todo esto no tiene sentido! —exclamó Clarke.

—¿No? Entonces hice lo que debía haber hecho al principio. Examiné desde un punto de vista totalmente opuesto las cartas recibidas. Desde el principio noté que había algo irregular en ellas... como un experto en pintura nota que un cuadro es defectuoso...

»Sin detenerme a pensar había supuesto que el defecto o la irregularidad que en ellas notaba se debía a la locura del hombre que me las enviaba.

»Volví a examinarlas... y esta vez llegué a una conclusión totalmente distinta. Lo irregular en ellas era ¡el hecho de que estaban escritas por un hombre cuerdo!

—¡Cómo! —exclamé.

—¡Sí, esto mismo! Eran irregulares lo mismo que un cuadro es irregular,.. ¡porque era una fabricación! Pretendían ser las cartas de un demente... de un loco homicida, pero en realidad no eran nada de eso.

—¡Todo eso no tiene sentido! —replicó, alterado, Franklin Clarke.

—Mais oui! Uno debe razonar, reflexionar. ¿Cuál podía ser el objeto de tales cartas? ¡Enfocar la atención hacia el que las escribía, llamar la atención hacia los crímenes! En verité, a primera vista no parecía tener sentido. ¡De pronto vislumbré una luz! Era para atraer la atención hacia varios asesinatos... hacia un grupo de asesinatos... ¿No fue su gran Shakespeare quien dijo: «No puedes ver los árboles a causa del bosque»?

No me entretuve en corregir a Poirot su error literario. Estaba intentando ver adónde iba a parar. Me dirigió una rápida mirada y prosiguió:

—Tenía que vérmelas con un inteligente asesino, despiadado y audaz, no con el señor Cust. ¡Él jamás hubiese podido cometer esos crímenes! No, tenía que luchar con un nombre totalmente distinto, un hombre de naturaleza infantil, lo demuestran sus cartas, propias de un colegial, y a la guía de ferrocarriles, un hombre atractivo para las mujeres, y con un despiadado desdén por la vida humana. ¡Un hombre que, forzosamente debía tener un papel prominente en uno de los crímenes!

»¿Cuáles son las preguntas que se hace la policía cuando se ha asesinado a un hombre o una mujer? Oportunidad. ¿Dónde se hallaba cada uno en el momento del crimen? Motivo. ¿A quién beneficia la muerte del asesinado? Si el motivo y la oportunidad son indudables. ¿qué ha de hacer el asesino? Falsificar una coartada, o sea manipular el tiempo de alguna manera. Pero éste es siempre un procedimiento azaroso. Nuestro criminal imaginó una defensa más fantástica, ¡Creó un loco homicida!

»No tuve más que revisar los crímenes y hallar al po. sible culpable. ¿El crimen de Andover? El más probable sospechoso en éste era Franz Ascher, pero no podía imaginarme a Ascher inventando y llevando a cabo un proyecto tan complicado; tampoco me lo imaginaba premeditando un crimen. ¿El crimen de Bexhill? Donald Fraser era una posibilidad. Tenia inteligencia y habilidad. Pero su motivo para matar a su novia podía ser sólo celos, y éstos no tienden a la premeditación. También supe que tuvo sus vacaciones en la primera quincena de agosto, lo cual hacía imposible que tuviera nada que ver con el crimen de Churston. Llegamos por fin al crimen de Churston, y en seguida nos hallamos en un terreno más prometedor.

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