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Authors: Og Mandino

Tags: #Autoayuda

El milagro más grande del mundo (6 page)

BOOK: El milagro más grande del mundo
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—No, no lo sabía, Simon. No me malinterprete. No soy desagradecido. Todavía no puedo creerlo. Posiblemente fue mi oración en la iglesia.

—Y probablemente fueron las oraciones de su madre, amigo. Ahora dígame, ¿a donde ha estado el resto del mes?

—Bien, ya que la edición de bolsillo no saldrá hasta la próxima primavera, el señor Fell decidió promover la edición actual durante el verano y el invierno, por lo que estuve de acuerdo en salir en viaje de promoción para la radio y la televisión durante tres semanas. He estado en catorce ciudades, he sido entrevistado más de noventa veces… esta empezando a gustarme… aun hasta las sesiones de autógrafos en las librerías.

—Estoy muy feliz y orgulloso por usted, señor Og.

Permanecimos sentados durante un rato, éramos dos camaradas compartiendo una victoria. Platicamos un poco antes de que tuviera el valor suficiente para preguntarle:

—Simon, ¿tuvo oportunidad de leer mi libro?

—Por supuesto. La misma noche que me lo regaló. Es hermoso. Los de la edición de bolsillo venderán millones de copias. Señor Og, el mundo necesita su libro.

Eso era adecuado para mí. Podían hacer todas las demás críticas del libro que quisieran. Simon se levantó y dijo:

—Venga. Debemos celebrar, con un jerez, su buena suerte.

Acepté.

Después de habernos instalado en las sillas acostumbradas y de que Simon había servido el jerez, resumió nuestra conversación en la oficina.

—Señor Og, las asombrosas similitudes entre su gran vendedor y mi vida me han dado muchas noches de insomnio. Y las extrañezas posibles, después de todas las demás coincidencias, como es que tanto la esposa de Hafid como la mía se llamaran Lisha, deben estar más allá de la capacidad de cálculo de una computadora.

—He tratado de olvidarme de todo, Simon. Creo que las personas que estudian la percepción extrasensorial llaman precognición a este tipo de cosas. O puede no serlo. Escribí el libro antes de conocerle, pero usted vivió esos sucesos antes de que yo escribiera el libro. No se cómo llaman a esto, pero me aterra pensarlo. ¿Usted cree que sólo se trata de una coincidencia?

El viejo suspiró y sacudió la cabeza.

—Coleridge escribió que la casualidad es solamente un seudónimo de Dios para esos casos particulares en los que Él escoge no aparecer de modo abierto mediante su firma.

—Me gusta eso. Y si este es uno de los secretos de Dios no creo que haya mucho que podamos hacer… por lo tanto no voy a profundizar en ello. Ni siquiera lo he discutido con alguien. ¿Quien me creería?

—Es una suerte que nos tengamos el uno al otro, señor Og.

Bebimos nuestro jerez en medio de una tranquilidad que solamente puede ser experimentada por dos personas que verdaderamente se relacionan entre sí, una paz que no necesitaba ser molestada con palabras sencillamente para reforzar la amistad. No sabía lo que Simon pensaba, pero yo estaba tratando de armarme del valor suficiente para hacerle una sugerencia, una que me había venido a la cabeza mientras volaba desde Nueva York después de mi reunión con los editores.

Una cosa que aprendí en Nueva York era que un buen esfuerzo propio y una inspiración al escribir eran de primordial importancia. Parecía ser que ya se tratara del estado de la nación, o sólo otro ciclo publicitario, todas las editoriales estaban buscando otro
Wake Up And Live
(Despierte y viva) o
The Power Of Positive Thinkins
(El poder del pensamiento positivo) o
How to Win Friends and Influence People
(Cómo ganar amigos y como influir en las personas). Cada vez que nuestro país va de pique parece ser que los libros sobre esfuerzo propio llegan al máximo de ventas y la mayoría de los editores tratan de adelantarse al futuro, y aparentemente el país se dirigía hacia otra «baja». Pensé que Simon era una persona con talento innato. Me aventuré.

—Simon, ¿a cuantas personas cree haber ayudado en su papel de trapero?

No vaciló.

—En los trece últimos años… cien.

—¿Exactamente?

—Si.

—¿Cómo lo sabe? ¿Ha llevado algún tipo de diario?

—No. Al principio de mi aventura mis intenciones eran buenas pero mis métodos para tratar de ayudar constituían un intento y un error… principalmente un error. Me temo que hice más daño que bien a esos primeros casos que descubrí, ya que les saqué parcialmente de su muerte viviente y después, a causa de mi ignorancia, les dejé caer nuevamente. Trataba de ayudar de diferente manera a cada uno de acuerdo con su personalidad individual. Gradualmente me di cuenta que debido a que somos diferentes (cada uno único en su forma), nuestra falta de dignidad que originó nuestro fracaso, es una enfermedad universal producida siempre por un complejo de ansiedad, culpabilidad o inferioridad… los tres niveles de los problemas emocionales aceptados por la mayoría de los estudiantes de psiquiatría. Como no sabía mucho sobre esta materia, tuve que aprenderlo en la forma más difícil… en la calle y en los basureros, y después en mis libros.

—¿Y cuando descubrió este común denominador hizo algo para uniformar su sistema de ayuda?

—Sí. El hombre ha estado tratando de resolver el reto de su escurridiza dignidad desde que empezó a caminar erguido, y los sabios han escrito sobre la enfermedad y su cura durante varios siglos… cada uno ha dado una solución similar, la cual, claro está, seguimos ignorando. Cuando esta verdad se me presentó claramente, dediqué varios meses encerrado en este departamento a la lectura de mis libros, extrayendo y purificando los verdaderos secretos del éxito y la felicidad para ponerlos en palabras tan sencillas como las verdades que proclaman… tan sencillas que la mayoría de los individuos que buscan una respuesta para sus problemas las reconocieran inmediatamente, sin tener que pagar un alto precio por seguir dichas normas sencillas al intentar conseguir una vida feliz y llena de significado.

—¿Cuantas normas son?

—Sólo cuatro… y después de esos meses de trabajo y una montaña de apuntes, me pareció que las pocas páginas que contenían la esencia de los secretos del éxito no merecían todo el trabajo que había realizado. Entonces me recordé a mi mismo que se necesitaban ya varias toneladas de piedra para producir una onza de oro. Subsecuentemente tomé mis descubrimientos y los utilicé a mi manera… y ¡jamás han fallado!

—¿Posee ese material en forma escrita?

—Cuando terminé mi trabajo, en forma manuscrita, lo lleve a un pequeño establecimiento de Broadway. Lo escribieron a máquina, con el formato que les proporcioné, y copiaron cien veces el original. Después numeré cada copia, del uno al cien.

—¿Cómo distribuyó el material? ¿Usted no lo proporcionó a cada alma vagabunda que encontraba, verdad?

—Oh, no. Por lo general el hombre no se precipita a un basurero hasta después de darse cuenta de que nadie se preocupa realmente por él. Cuando encuentro a alguien que necesita ayuda, primero trato de convencerlo de que todavía existen dos que se preocupan por él o ella: Dios… y yo. Uno en el cielo… y otro en la tierra.

—¿Y después?

—Una vez que lo he convencido de que verdaderamente nos Preocupamos y queremos ayudarlo, una vez que se que confía en mí, le digo que le voy a proporcionar un documento muy especial que contiene un mensaje de Dios. Le digo que lo único que quiero son veinte minutos de su tiempo todos los días, para que lea el mensaje que Dios le mandó… justamente antes de ir a dormir. Y que eso tiene que ser durante cien noches consecutivas. A cambio de esos veinte minutos diarios, que es un precio muy reducido, especialmente para quienes el tiempo ya no tiene mucho valor, aprenderá cómo salir del basurero y realizar el milagro más grande del mundo. Resucitará de su muerte viviente, literalmente, y al fin logrará todas las verdaderas riquezas de la vida con las que ha soñado. En otras Palabras, el mensaje de Dios, absorbido día a día por su subconsciente más profundo, que nunca duerme, les permite convertirse en su propio trapero. ¡Su esfuerzo propio al máximo!

—Un mensaje de Dios. ¿No le asusta eso? Especialmente porque usted parece una fotografía de Dios. Su barba, su figura, su forma de ser, su altura, su voz…

—Señor Og, se esta olvidando de algo. Yo empujé a estas personas fuera de sus propios infiernos. De su mente ya han abandonado esta vida. Están completamente seguros de que nada puede ayudarles y por eso están deseosos de asirse a cualquier mano que se les tienda. Es un poco de esperanza.

—¿Esperanza?

—Sí. ¿Conoce la historia del famoso fabricante de perfumes al cual se le pidió durante la comida que ofreció el día de su retiro que explicara el secreto de su éxito? Le recordó al público que el éxito no había surgido por las finas fragancias o los envases o los métodos de mercado que había utilizado con tanto ingenio. Había triunfado debido a que era el único fabricante de perfumes que se había dado cuenta de que lo que estaba vendiendo a las mujeres no era aromas exóticos o glamour o magnetismo sexual. Lo que les vendía era… ¡esperanza!

—Eso es maravilloso. Ahora bien, regresando al mensaje de Dios…

—En realidad, señor Og, cuando les proporciono el documento se percatan de que no sólo es un mensaje… es un memorándum de Dios. Tengo el documento escrito e impreso con el mismo formato que se utiliza en los memorándums de las oficinas.

Empecé a reír.

—¿Un memorándum de Dios? ¡Simon…!

—¿Por que no? Hace mucho tiempo Dios se comunicó con nosotros esculpiendo los diez mandamientos en dos tablas que mandó a Moisés en el monte Sinaí. Más tarde, escribió una advertencia en las paredes del palacio del rey Baltasar. ¿Como se comunicaría actualmente con nosotros, si decidiera hacerlo por escrito? ¿Cual es la forma más moderna de la comunicación escrita?

—¿Los memorándums?

—Exacto. Son concisos; tienen una forma universal; son prácticos, y pueden encontrarse en casi todos los países del mundo. Nuestra nación funciona mediante memorándums… o, a lo mejor, a pesar de ellos. ¿Cuántos trabajadores empiezan cada día con las instrucciones que de sus supervisores reciben en forma de memorándums… memorándums puestos en pizarrones… pegados en las troqueladoras… al final de las líneas de ensamble… en todas las fuerzas armadas… y pasan de mano en mano en millones de oficinas? Un memorándum se relaciona mayormente con esta generación… ¿así, que formato más efectivo que un breve memorándum de Dios podría dárseles a todos aquellos que necesitan la ayuda de los cuatro secretos de la felicidad y el éxito, en este apresurado mundo?

Su revelación me sacudió de tal forma que casi había olvidado la razón por la cual había sacado a relucir todo esto. En parte, para mi mismo, murmuré:

—¿Un memorándum de Dios?

Simon me escuchó y señaló hacia sus libros.

—¿Por que no? Me ha oído exponer, suficientes veces, mis teorías acerca de que Dios estaba involucrado en la escritura de muchos libros. Yo sólo extraje la esencia, suprimí a los mediadores humanos, y escribí un mensaje que proviene directamente de Dios.

—Querido amigo, ciertamente no soy un experto en dicha materia, ¿pero no podrían llamar a esto una blasfemia algunas personas?

El viejo sacudió la cabeza en esa forma tan especial que hace uno cuando trata con un niño que obviamente esta teniendo problemas para entender algo que le parece tan sencillo a un adulto.

—¿Por que razón va a ser una blasfemia? La blasfemia se relaciona con asuntos de Dios tratados de una forma profana o burlona. Lo que yo he hecho ha sido realizado con amor y respeto sin pensar obtener algún beneficio personal, ¡y… funciona!

—¿Cómo funciona, Simon? No me esta diciendo que simplemente por leer un memorándum de veinte minutos, proveniente de Dios o de cualquier otro, una persona puede cambiar su vida por otra mejor. ¿Puede tener la lectura de cualquier clase algún tipo de influencia sobre alguien… ya sea para bien o para mal? Recuerdo haber leído hace poco tiempo un informe de la comisión contra el crimen, en el cual uno de los miembros de esa comisión dijo, que no existía una relación directa entre la pornografía y el crimen y que, por lo que sabía, nadie había concebido ni se había enfermado por leer un libro sucio.

—Señor Og, la persona que hizo esa declaración debe ser muy estúpida e ingenua. Recuerde lo que le dije sobre los pensamientos que posee un individuo y como afectan sus acciones y su vida. Estoy de acuerdo en que el simple hecho de leer un memorándum de veinte minutos, una vez, hará muy poco. Pero, leer el mismo mensaje cada noche, antes de ir a la cama, abre muchos pasajes ocultos de la mente… y, durante la noche, esas ideas se filtran a todos los niveles de su ser. Al día siguiente, cuando está despierto, empieza a reaccionar inconscientemente, casi imperceptiblemente al principio, de acuerdo con el mensaje que imprimió en su cerebro la noche anterior. Lentamente, día a día, usted cambia… ya que el mensaje se trasforma de palabras e ideas en acción y reacción por su parte. No puede fallar, suministrándole lectura e impresión todas las noches.

—Pero, Simon, hemos poseído los Diez Mandamientos durante varios miles de años y observe la confusión en la que se encuentra el mundo.

—Señor Og, no culpe a los Mandamientos. ¿Cuantas personas los leen? ¿Puede usted, por ejemplo, recitar los diez?

Negué con la cabeza, y para ese entonces casi había olvidado mi idea original que dio lugar a esta conversación. Volví a intentar un acercamiento:

—Simon, usted mencionó que había ayudado a cien individuos. También dijo que cuando mandó imprimir el «Memorándum de Dios» había ordenado cien copias y las había numerado. ¿Significa eso que ahora no tiene, ni una?

—Sí, excepto por el original, de la cual fueron reproducidas las otras.

—¿Va a mandar hacer más?

—Señor Og, soy viejo y mis días están contados y, como ya le dije antes, existen muy pocos traperos. Es hora de que realice el esfuerzo supremo de multiplicarme para que mi trabajo continúe después de que me haya ido.

—¿Cómo le va a hacer, Simon?

—Me gustaría que considerara una proposición. Me encantaría que leyera el original del «Memorándum de Dios» y viera si llena lo que debería ser su destino… su destino preordenado.

—¿Cómo?

—Al final de su libro, su vendedor más grande del mundo, entonces un viejo como yo, pasa sus diez pergaminos del éxito a una persona muy especial. ¿No sería posible que, después de todas esas misteriosas coincidencias entre el héroe de su libro y mi persona, tuviéramos una más… la última coincidencia?

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