Volví a Los Ángeles a la mañana siguiente. Mystery y Katya iban a quedarse en el hotel hasta la hora de su vuelo, que salía por la tarde.
Al cabo de un par de horas, me llamaron por teléfono.
—Soy Katya —dijo ella.
—Hola, Katya. ¿Pasa algo?
—No. Mystery quiere que nos casemos. Se ha arrodillado en la piscina del Hard Rock y se me ha declarado. Todo el mundo se ha puesto a aplaudir. ¡Ha sido tan bonito! ¿Crees que debería aceptar?
La única razón por la que se me ocurría que Mystery podría querer casarse con alguien era para conseguir un pasaporte estadounidense. Pero Katya no era ciudadana norteamericana; seguía teniendo pasaporte ruso.
—Es mejor no apresurarse con una decisión así —la aconsejé—. Si quieres, puedes comprometerte con él, pero yo no me casaría tan de prisa. En Las Vegas celebran ceremonias de compromiso. Podéis hacer eso. Después esperad un poco antes de casaros; así podréis estar seguros de que realmente queréis hacerlo.
Mystery se puso al teléfono.
—Te vas a cabrear conmigo —me dijo—, pero nos vamos a casar. Quiero a esta chica. Es maravillosa. Ahora mismo vamos de camino a la capilla. Bueno, tengo que dejarte. Adiós.
Mystery era un estúpido.
Esa noche, Mystery entró en Proyecto Hollywood con Katya en los brazos y cantando «Ya se han casado».
Hacía tres semanas que se conocían.
—Mira el anillo que me ha regalado —me dijo Katya sin disimular su emoción—. ¿A que es precioso?
—Nos costaron ocho mil dólares —declaró Mystery con orgullo.
Ocho mil dólares era más o menos el dinero que debía de tener Mystery en su cuenta. Aunque ingresaba montañas de billetes gracias a los talleres, era muy aficionado a todo tipo de juguetes: ordenadores, cámaras digitales, agendas electrónicas… Básicamente cualquier cosa que llevara un chip.
—Todo este asunto de casarse es la mejor
técnica
que he usado nunca —me dijo Mystery mientras Katya estaba en el cuarto de baño—. Ahora me adora. Le encanta decir que soy su marido. Es como una
distorsión temporal
.
—Pero, tío —le dije yo—, es una locura. Es la peor
técnica
del mundo. Sólo puedes usarla una vez.
Mystery se acercó a mí y se quitó el anillo.
—Voy a contarte un secreto —me susurró al oído al tiempo que ponía el anillo en mi mano—. No estamos realmente casados.
Si cualquier otro MDLS me hubiera dicho que acababa de casarse en Las Vegas con una chica a la que acababa de conocer, no habría tenido la menor duda de que estaba mintiendo. Pero Mystery era tan testarudo y tan impredecible que le había concedido el beneficio —o, para ser más preciso, el detrimento— de la duda. —Cuando te fuiste, encontramos una tienda de bisutería en el Hard Rock y decidimos fingir nuestro matrimonio. Así que compré dos anillos por cien dólares. ¿Verdad que Katya es buena mintiendo? Te lo has tragado todo.
—Desde luego. Tengo que reconocer que sois buenos actores.
—No le digas a Katya que te lo he dicho. Está disfrutando mucho con su papel.
A nivel emocional, para ella es casi como si realmente se hubiera casado.
Mystery tenía razón: la percepción es realidad. Durante los días que siguieron a su vuelta, su relación cambió por completo. De hecho, empezaron a comportarse como un típico matrimonio.
Ahora que vivía con una mujer, Mystery ya no se sentía obligado a salir tan a menudo. A sus ojos, las discotecas eran para
sargear
. A ojos de Katya, sin embargo, estaban hechas para bailar. Así que ella empezó a salir sin él. Mystery, en cambio, ya casi nunca salía de su cuarto; para ser exactos, prácticamente no se levantaba de la cama. Resultaba difícil saber si sencillamente estaba haciendo el vago o si se estaba sumiendo en una nueva depresión.
Existe un
patrón
que los MDLS llaman pedruscos contra oro. Es la charla que le da un hombre a la mujer con la que está saliendo cuando ella deja de acostarse con él. Le dice que lo que las mujeres buscan en una relación son pedruscos (o diamantes), mientras que los hombres buscan oro. Para las mujeres, los pedruscos son salir por la noche, el romanticismo y crear un lazo emocional. Para los hombres, el oro es el sexo. Si sólo le das oro a una mujer o si sólo le das pedruscos a un hombre, ninguno de los dos se sentirá satisfecho. Tenía que haber un intercambio. Y aunque Katya le daba a Mystery su oro, él ya no le daba a ella sus pedruscos. Para empezar, ya nunca salían de casa.
Y el resentimiento no tardó en aparecer.
Él decía:
—Se emborracha todas las noches. No puedo soportarlo más.
Ella decía:
—Cuando lo conocí tenía todo tipo de planes y ambiciones. Ahora ni siquiera se levanta de la cama.
Él decía:
—Nunca se calla. Siempre está diciendo alguna tontería.
Ella decía:
—Me emborracho todas las noches para olvidar mi realidad.
Mystery necesitaba a una chica con menos energía. Katya necesitaba a un hombre más activo.
En cuanto al resto de nosotros, la situación sencillamente nos entristecía. Después de vivir tantos meses en una casa en la que sólo había hombres, nos habíamos acostumbrado a la energía positiva y al optimismo de Katya.
Aunque supiera todo lo que había que saber sobre el arte de seducir a las mujeres, Mystery no tenía ni idea de cómo convivir con ellas. Tenía a una bellísima criatura, una mujer llena de vida y de alegría, y la estaba echando de su lado.
Pronto llegaría a Proyecto Hollywood una mujer con una energía muy distinta de la de Katya.
Recibí el mensaje en mi móvil a las once y treinta y nueve de la noche.
«¿Puedo quedarme en tu casa? Me han confiscado el coche. Y otras cosas peores. Necesito compañía».
Era Courtney Love.
Llamé a la puerta del apartamento de Courtney en West Los Ángeles.
—Pasa. Está abierto.
Courtney estaba sentada en el suelo con un rotulador amarillo en la mano entre una montaña de facturas de American Express y extractos bancarios. Llevaba un vestido negro de Marc Jacobs abotonado en el costado. Le faltaba uno de los botones.
—No puedo mirar ni una factura más —se lamentó Courtney—. Ni siquiera sabía que tenía la mitad de estos préstamos. Desde luego, yo nunca los aprobé.
Se levantó y tiró al suelo una factura de American Express. La mitad de los papeles estaban subrayados y tenían notas escritas en los márgenes.
—Como no salga pronto de aquí, te juro que voy a recaer en las drogas —exclamó.
Courtney ya no tenía mánager, y encargarse de sus propios asuntos le estaba resultando más difícil de lo que había imaginado.
—No quiero estar sola —me rogó—. Necesito un sitio donde pueda quedarme un par de días. Después desapareceré de tu lado. Te lo prometo.
—Está bien —le dije yo. Al parecer, no estaba molesta por el artículo que había publicado sobre ella en la revista
Rolling Stone
—. Herbal ha dicho que puedes quedarte en su cuarto. Pero te aviso: Proyecto Hollywood no es una casa normal.
—Ya lo sé, pero quiero conocer a todos esos maestros de la seducción. Puede que, entre todos, consigáis ayudarme.
Salimos del edificio y até su maleta, que pesaba más de treinta kilos, al portaequipajes que había en la parte trasera de mi Corvette.
—También deberías saber que el hermano de Katya está durmiendo en la mansión —le dije—. Si te parece que se comporta de una manera un poco extraña es porque tiene el síndrome de Tourette.
—¿No es ésa la enfermedad que te hace gritar «mierda» y «cojones» y cosas de ese tipo?
—Sí, algo así.
Aparqué en el garaje y arrastré la maleta de Courtney hasta la mansión. La primera persona con la que nos encontramos fue Herbal, que acababa de salir de la cocina.
—Hola, cara de culo —le dijo Courtney.
—No —le dije yo—. Ése no es el hermano de Katya.
El hermano salió de la cocina un momento después. Se estaba bebiendo una Coca-Cola.
—Hola, cara de culo —repitió Courtney Love.
Al dar un paso atrás, Courtney pisó a Lily, que gimió lastimeramente. Ella se dio la vuelta, pero, en lugar de disculparse, le espetó al perro:
—Lárgate.
Desde luego, ese par de días iban a resultar interesantes.
Le enseñé la mansión y me despedí de ella hasta el día siguiente. Dos minutos después, entraba en mi habitación.
—Necesito un cepillo de dientes.
Y sin más, Courtney entró en mi cuarto de baño.
—Hay uno sin estrenar en el armario de las medicinas —le grité desde la cama.
—Con éste me vale —contestó secamente al tiempo que cogía mi viejo y desgastado cepillo de dientes del lavabo.
Había algo entrañable en ella. Poseía un rasgo de personalidad que todos los MDLS ansían, aunque muy pocos lo tienen: sencillamente le daba todo igual.
Al levantarme a la mañana siguiente me la encontré en el salón, fumando un cigarrillo, sin más ropa que unas braguitas de seda japonesa. Tenía el cuerpo como si se hubiera estado revolcando sobre una montaña de carbón.
Y fue así como conoció al resto de los inquilinos de Proyecto Hollywood.
—He montado muchas veces a caballo con tu padre —le dijo Papa cuando los presenté.
Courtney hizo una mueca de asco.
—Si vuelves a mencionar a ese hombre, te juro que te mato.
No es que intentara ser desagradable; sencillamente vivía el momento y reaccionaba a éste sin tener en cuenta nada más.
Pero Papa no reaccionaba bien a la agresividad. Lo único que había querido hacer Papa desde que nos habíamos instalado en Proyecto Hollywood era codearse con famosos, y ahora que vi vía con una estrella —probablemente fuese la mujer más famosa del país en ese momento—, ésta le había gritado delante de todos los demás. A partir de ese momento, Papa la evitó siempre que pudo, igual que evitaba a todo el mundo que no formaba parte de la
VDS
.
Después, Courtney conoció a Katya.
—Acabo de hacerme una prueba de embarazo —le dijo Katya frunciendo los labios con una expresión infantil de autocompasión—. Ha salido positivo.
—Yo que tú lo tendría —dijo Courtney—. No hay nada más bonito que tener un hijo.
Yo estaba viviendo «The Surreal Life»
[1]
.
Mystery se arrodilló delante de Katya y le besó el vientre.
—Si quieres tener el niño, yo apoyo tu decisión, estemos juntos o no. Sería un bebé precioso.
El sol inundaba la cocina, iluminando la ordenada hilera de hormigas que iba desde uno de los ladrillos del muro exterior hasta la bolsa de basura. Antes de incorporarse, Mystery se chupó un dedo y trazó una barrera de saliva atravesando la hilera de hormigas. Al llegar a la barrera, las hormigas huían rápidamente en todas las direcciones.
—No puedo creer que estés pensando en que tengamos el niño —le contestó Katya con un tono de voz desdeñoso—. Hablas como si estuviéramos casados.
Las hormigas empezaban a recomponer la línea. El orden no tardaría en imperar de nuevo, sin dejar ningún indicio de la catástrofe acontecida unos segundos antes.
—Te quiero —dijo Mystery sin aparente emoción—. Y tú sabes cuál es mi misión en la vida: sobrevivir y procrear. Así que no veo qué tiene de malo tener ese niño. Yo estoy dispuesto a cumplir con mi parte de las obligaciones.
La mansión no se organizaba sola, como la hilera de hormigas. En Proyecto Hollywood no teníamos ni una cadena de mando ni ningún tipo de estructura funcional. En nuestro caso, la invisible senda química que seguíamos era la de nuestras hormonas masculinas. Y su estado natural era el caos.
Mystery y Katya pasaron la tarde discutiendo sobre si ella debía abortar y sobre quién debería pagarlo. Tres días después, fueron a una clínica de interrupción del embarazo.
—¿A que no adivinas lo que ha pasado? —exclamó con regocijo Katya al volver—. No estoy embarazada.
Se sentó a mi lado y juntó las palmas de las manos, como dando gracias por su suerte. Mystery estaba detrás de ella, levantando el dedo corazón. Su mirada era de odio. Nunca lo ha bía visto así.
Un par de horas después me encontré a Katya sirviendo una copa de chardonnay en el bar del salón. Después se sirvió otra. Y después otra.
—Mystery no quiere salir del cuarto —protestó—. Y tampoco quiere follar.
Así que esta noche voy a divertirme sin él.
—Hazlo —le dije yo—. Mereces divertirte.
—Tómate algo conmigo —pidió ella.
—No me apetece tomar nada. Gracias.
—Al menos, quédate conmigo un rato.
Bebió un sorbo de vino y nos sentamos juntos en el sofá.
—Has estado yendo al gimnasio, ¿verdad? —me dijo—. Se te nota en los brazos.
—Gracias.
Una de las cosas que había aprendido durante el último año y medio era que la mejor manera de aceptar un cumplido era decir, sencillamente, «gracias».
Katya se acercó un poco más a mí y me tocó el brazo.
—Eres la única persona con la que puedo hablar en la mansión —dijo. Tenía la cara a apenas unos centímetros de la mía.
Entonces empecé a notar la energía, esa misma energía que había sentido justo antes de besar a la chica de Tyler Durden en Las Vegas.
—Mira —me dijo al tiempo que se levantaba la camiseta—. Tengo un arañazo.
—¿Un arañazo?
—Sí. Tócalo.
Me cogió la mano y la acercó a su pecho.
Tenía que largarme de ahí.
—Me alegro de que hayamos tenido la oportunidad de hablar —comenté—, pero tengo que ir a cepillarle los dientes al gato.
—Pero si no tienes gato —protestó Katya.
Salí al jardín, rodeé el edificio y entré en la habitación de Mystery por el patio. Mystery estaba tumbado en la cama, con el ordenador portátil apoyado sobre el vientre, viendo
Regreso al futuro II
.
—Cuando tenía dieciséis años quería suicidarme porque ya no tenía nada por lo que vivir —me dijo—. Entonces me enteré de que estrenaban la segunda parte de
Regreso al futuro
al cabo de veintitrés días. Marcaba cada día que pasaba en el calenda rio. Si no hubiera sido por esta película, hoy no estaría vivo.
Paró la película y apoyó el ordenador en la cama.
—Cuando oí la música, al empezar la película, me eché a llorar. Te lo juro, tío.
Esta peli era la única razón por la que merecía la pena vivir. Lo sé todo sobre esta peli. —Cogió el estuche del DVD y me enseñó la carátula—. En una ocasión, llegué a tocar este coche.