El maleficio (16 page)

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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: El maleficio
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En cuanto Raquel y Morpet se deslizaron hacia el interior del bosque de Dragwood, los altos árboles los envolvieron en una oscuridad casi total. Unos cuantos rayos de luna se deslizaban por entre las ramas superiores hasta herir el suelo con su fulgor. Raquel oyó con ansiedad el rumor de un viento ligero. Ondeaba a través de las copas de los árboles haciendo que las ramas rechinaran como puertas viejas al abrirse.

Al principio avanzaron rápidos. Conforme se adentraron en el bosque, los árboles se hacinaban más y más y sus altas y nudosas raíces hacían difícil mantener un camino en línea recta. Tambaleándose, avanzaron de la mejor manera posible, Raquel aferrada con fuerza a Morpet todo el tiempo.

Entonces Morpet le apretó la mano.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

Se estremeció cuando la voz de Raquel resonó en el aire.

—Escucha —murmuró.

Raquel contuvo la respiración.

—No oigo nada.

—Exacto. Hay brisa y sin embargo las hojas de los árboles ya no se mecen. Nada se mueve. ¡Mira!

Señaló hacia la bóveda del bosque.

En todos los árboles, las hojas apuntaban rígidas, como dedos extendidos. Las ramas habían dejado de moverse también, como si se hubieran detenido a escuchar. Morpet y Raquel vacilaron por precaución.

De pronto, sin previo aviso, una rama azotó la cabeza de Raquel. Otros árboles comenzaron también a sacudir sus hojas, como para prevenir a los árboles de más adelante sobre la presencia de los extraños.

—¿Qué está ocurriendo? —chilló Raquel.

—¡El bosque de Dragwood ha despertado! —replicó Morpet.

Y salieron disparados.

Se agazaparon bajo las ramas más bajas y cruzaron a gran velocidad por entre las hojas, tropezando y cayendo, ayudándose a incorporarse para proseguir su carrera. Más adelante, Raquel vio un lugar donde los troncos se adelgazaban un poco: parecía una puerta en el extremo del bosque. Se precipitaron hacia la abertura.

Al acercarse, dos enormes ramas los alcanzaron y rasgaron sus capas blancas. En ese mismo instante, como si un millón de ojos se hubieran abierto, todas las hojas del bosque de Dragwood azotaron el aire. Varios troncos cercanos se agitaron hasta hacer saltar sus raíces arrancándose de la tierra.

—No pueden perseguirnos, ¿verdad? —gritó Raquel.

—Ni les hace falta —dijo Morpet.

Raquel observó que los árboles arrancados iban pasando de rama en rama por encima de los otros hasta que finalmente seis de ellos fueron arrojados a tierra hasta rodear a Morpet y a Raquel.

No había espacio para salir de ese círculo de árboles. Dragwood, ahora del todo despierto, no tenía la intención de dejarlos escapar.

Por un momento Raquel y Morpet permanecieron de pie, en silencio, en medio de los troncos, mientras que montones de hojas caían desde arriba y el bosque de Dragwood decidía qué hacer.

Al fin, dos de los árboles más grandes adelantaron sus rasgadas raíces y aprisionaron con sus ramas la garganta de Morpet.

—¡Deteneos! —les espetó una voz a sus espaldas. Los árboles se detuvieron al instante. Incluso Morpet se detuvo porque de inmediato reconoció la voz a sus espaldas: Dragwena.

Se dio la vuelta y vio a Raquel de pie con la cabeza orgullosamente alta, las manos en la cadera, dirigiéndose a los árboles.

—¿Acaso no me reconocéis? —musitó, y su voz era tan idéntica a la de la bruja que nadie excepto Dragwena misma habría sido capaz de notar la diferencia. Raquel metió la mano en el bolsillo y colocó su cuchillo en el cuello de Morpet—. Voy a acabar con esta criatura —ordenó.

No esperó a que los árboles reaccionaran. Siguió caminando con confianza mientras arrastraba consigo a Morpet. Lenta e inciertamente, los árboles se apartaron y los dejaron pasar al tiempo que sus ramas murmuraban. Ella señaló con furia a los últimos tres árboles que les bloqueaban el camino y estos se hicieron a un lado para abrirles paso.

Raquel y Morpet caminaron deprisa hasta el extremo del bosque de Dragwood; ella sostuvo el cuchillo contra la garganta de Morpet todo el camino.

—Sigue caminando… No corras —la previno Morpet.

Necesitaron de unos veinte pasos para quedar lejos del alcance de los árboles. Raquel soltó a Morpet y guardó el cuchillo en su chaqueta. En ese instante los árboles se dieron cuenta de que habían sido engañados. Se arremolinaron en el borde del bosque azotando sus ramas como látigos.

Raquel los miró con ansiedad, lista para correr.

—¿Por qué no nos persiguen?

—Parece que no pueden salir del bosque de Dragwood —dijo Morpet—. Su magia debe de estar confinada a sus límites —esbozó una sonrisa a medias, luego se puso rígido.

—¿Qué pasa? —preguntó Raquel.

—¡Tranquila! —soltó entre dientes Morpet—. ¡No te muevas!

A sus espaldas, mirándolos desde los árboles exteriores del bosque de Dragwood, había dos criaturas voladoras con rostro humano.

Tenían el cuerpo negro de un cuervo pero su cuello sostenía una pequeña cabeza humana: cara rosada, nariz respingada, pequeñas orejas redondas y cabello suave y delgado: el rostro de un
bebé
. Eran tan extrañas que Raquel hubiera soltado una carcajada si Morpet no hubiera estado tan preocupado.

—Míos —dijo una de las criaturas, con voz aguda parecida también a la de un bebé.

—No, míos —dijo la otra—. Los vi primero.

—Yo vi los árboles moverse.

—¡Los vi primero!

—No los hubieras visto si yo no hubiera visto a los árboles.

Su compañero le mostró la lengua y le hizo un gesto despectivo. El otro le escupió.

—Has fallado.

—Eso quería.

Al mismo tiempo volvieron la cabeza hacia Raquel y Morpet.

—¿Qué son? —preguntó uno.

—Un hombre y una niña.

—No se mueven. Los hombres y las niñas se mueven. Ellos no. En consecuencia, son otra cosa.

—Parece un acertijo. Mirémoslos más de cerca.

—Tú primero.

—Tú primero —gorjeó el otro inclinándose, y ambos se lanzaron al vuelo al mismo tiempo. Uno se posó sobre la cabeza de Raquel; el otro aterrizó en el hombro de Morpet. Raquel trató de no parpadear. El que estaba en su cabeza se inclinó y oprimió la punta de su diminuta lengua rosada contra su mejilla.

—Piel suave —dijo—. Debe de ser una niña. Tiene buen sabor.

El otro niño-pájaro mordió a Morpet en la oreja. Raquel lo vio, tenso, ahogar un grito.

—Hombre congelado. Estatua. No real.

—Pero lo vi moverse.

—No se mueve.

—¡Se movía! ¡Lo vi!

—¡Tonterías!

—¡Tonterías las tuyas!

—¡Tonterías las tuyas!

Los niños-pájaro discutieron unos minutos, mientras Morpet y Raquel permanecían tan rígidos como les era posible.

—Alejémonos y observémoslos —sugirió uno de los niños-pájaro, finalmente.

El otro se rascó la oreja con la garra.

—De acuerdo. Tú primero.

—Tú primero —dijo su compañero inclinándose, y ambos volaron al mismo tiempo. Retomaron su posición original en los árboles y allí se quedaron, inmóviles, mirando en silencio a Raquel y a Morpet a una corta distancia.

—¿Prapsis? —murmuró Raquel tratando de permanecer inmóvil.

—Sí —dijo Morpet—. Es probable que sea el mismo par que vimos antes. No pueden lastimarnos pero nada vuela más rápido que un prapsi. Pueden notificar a Dragwena dónde nos han visto. No te muevas. Son criaturas estúpidas y se aburren enseguida. Si permanecemos inmóviles, terminarán por irse.

Varias veces los prapsis volaron hasta ellos y se les posaron encima o cerca, luego volvían a los árboles, discutiendo sin parar entre sí.

—Estatuas. Definitivamente estatuas.

—Sí —decía el otro—. Estatuas tibias.

—¿Se lo contamos a Dragwena?

—No. Sería estúpido. Nos zurraría si le contamos algo sobre estatuas.

Dejaron escapar una risita.

—Vámonos entonces.

—Tú primero.

—Tú primero —dijo el otro inclinándose, y juntos se elevaron desde el árbol. En ese instante, sin embargo, Raquel sintió un calambre en la pierna derecha y por reflejo la levantó del suelo. Los prapsis titubearon de inmediato y armaron un tremendo griterío.

—Niña y hombre reales. ¡Vivos! ¡Vivos!

—¡Fingían ser estatuas! Hombre y niña.

—¡Raquel y Morpet!

—¡Morpet y Raquel!

—Hay que informar a Dragwena de inmediato. —De inmediato.

Mientras los sobrevolaban en círculos gritaron:

—Tú primero —y salieron volando al mismo tiempo. Morpet les arrojó un palo, pero ellos lo esquivaron con facilidad.

—¡Informemos a Dragwena! —chilló un niño-pájaro.

—¡Informemos a Dragwena y a los lobos!

—¡Informemos a los lobos!

—¡Informemos a los lobos!

—Que se los coman…

—¡De merienda!

Los prapsis volaron hacia el norte murmurando jubilosos «¡lobos, lobos, lobos!» hasta perderse de vista.

15
Los lobos

Morpet observó el rumbo que tomaron los niños-pájaro.

—Se dirigen hacia Dragwena, a las Montañas Raídas —dijo—. El recorrido es corto para un prapsi. Ahora tenemos que ganarle a la bruja la carrera hasta la Sima de Latnap.

Raquel se estremeció. Al llegar la noche, la nieve había comenzado a caer en abundancia arrastrando consigo un viento cortante. A sus espaldas, los árboles del bosque de Dragwood seguían azotando sus ramas con energía sin parar un segundo.

—Morpet, no puedo avanzar mucho más —dijo—. ¿No podríamos escondernos?

—No hay dónde esconderse de la bruja en la superficie —dijo Morpet tomándola de la mano con fuerza—. ¡
Podemos
llegar a la Sima de Latnap! No está muy lejos. Por favor, sé lo cansada que estás. Haz un último esfuerzo.

Raquel asintió con debilidad, casi incapaz de esbozar una sonrisa por más tiempo.

A pesar del peligro partieron a un ritmo lentísimo. Era todo lo que Raquel podía hacer, y además habían perdido sus botas en el bosque de Dragwood, lo que hacía más pesado cada paso en la nieve. Rodearon Dragwood y se dirigieron a poniente, atravesando un lodazal de tierra cenagosa.

Al fin, se dirigieron de nuevo hacia el sur. Al frente, surgió un ancho páramo ondulado. En otras condiciones, Raquel ni siquiera se hubiera percatado del esfuerzo al atravesarlo. Pero sus últimas reservas de fuerza se habían desvanecido en el fango y se arrastraba aturdida y agotada. Solo el miedo a la bruja mantenía en movimiento sus pies. Colocaba desganada un pie delante del otro, demasiado cansada para pensar en el siguiente paso.

Morpet permitió que Raquel se apoyara en su hombro y protegió su rostro lo mejor que pudo del azote del viento. Parecía que caminaban así desde siempre, con ráfagas heladas atravesando sus ropas y Armat brillaba tanto que sin sus capas habrían estado expuestos a los ojos de cualquiera.

Al fin Morpet permitió que Raquel descansara un poco más. Sabía que Dragwena llegaría muy pronto: sus débiles huellas serían como avisos brillantes para su visión nocturna y para los lobos. Raquel se durmió con el rostro sumido a medias en la nieve oscura. Morpet se la echó sobre la espalda. Inclinó su propio rostro y caminó contra el viento: era pura desesperación lo que impulsaba sus piernas.

Entonces vio al lobo.

Medía dos metros y medio de altura de la pata al hombro. Treinta o más bestias los habían rodeado sin que se dieran cuenta. Con el vaho congelado alrededor de sus hocicos, miraban casi con serenidad a Morpet y a Raquel con centelleantes ojos amarillos. El líder de la manada se adelantó al trote con tranquilidad. Era Scorpa, una loba feroz, enorme y mortífera. Morpet la conocía bien puesto que la había entrenado cuando era solo una lobezna.

—Hola, viejo —dijo Scorpa—. Veo que Raquel te hizo guapo. Es una pena que haya olvidado cambiar el modo como
hueles
. Ese fue un error.

La manada de lobos le mostró los dientes.

Morpet despertó a Raquel. Tuvo que sacudirla varias veces.

—Bienvenida, niña —dijo Scorpa inclinándose cortés—. Saludar a quien ha escapado de Dragwena misma es un raro honor.

—¡Aléjate! —intentó Raquel utilizando la voz de Dragwena.

La mayoría de los lobos se agitaron inquietos. Scorpa se apoyó en sus grises patas traseras y aulló en son de burla.

—No fue un mal intento. Pero no puedes engañarnos con tanta facilidad como a los árboles de Dragwood.

Morpet blandió su cuchillo contra la garganta de Raquel.

—¡Alejaos o la mataré! —gruñó.

Un lobo se le abalanzó y le arrebató el cuchillo de la mano.

—No has sido lo bastante rápido —se molestó Scorpa—. Raquel te ha dado un deficiente cuerpo joven, pues te mueves como un anciano. Otro error. Sin embargo, Dragwena limará pronto las aristas ásperas de la niña —se lamió los labios y pateó el suelo—. Te doy a elegir, Morpet: puedo lanzarte a la manada de golpe o puedes brindarme el honor de un combate frente a frente. Prometo que los otros no intervendrán. Al menos tendrás la oportunidad de hacerme cosquillas antes de morir. ¿Qué dices?

Los otros lobos retrocedieron un poco, abriendo espacio, Morpet levantó las manos de repente. Una luz azul se desprendió de ellas y atravesó el cielo como una bengala.

—¿Todavía esperas que te rescaten? —se mofó Scorpa—. Vamos. Empiezo a cansarme. ¡Elige!

Morpet le escupió en el hocico.

—¡Elijo pelear!

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