Read El líder de la manada Online
Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier
Tags: #Adiestramiento, #Perros
Por eso los canes son un modelo tan magnífico para nosotros: porque no discriminan en función de la raza. Sí, a veces gravitan hacia su propia raza cuando se trata de determinados comportamientos o de jugar, como en el ejemplo de Lotus y Molly. Pero la energía juega un papel primordial en la atracción. Los perros son sólo perros a los ojos de otros canes. Cuando el huracán Katrina azotó el país y los perros abandonados de Nueva Orleáns comenzaron a salir de sus casas, automáticamente comenzaron a formar manadas para sobrevivir. En una de las fotos que se tomaron de esas manadas vi a un viejo y gran rottweiler, un pastor alemán y otros perros grandes. Pero ¡era un beagle quien los dirigía! ¿Por qué decidieron seguirle? Pues porque el beagle tiene un mejor sentido de la dirección. Por eso. Y obviamente poseía la energía que se necesita para el liderazgo. Los animales saben cuándo otro animal muestra determinación y asume el mando con firmeza; entonces deciden seguirlo. No dicen «oye, que tú eres un beagle y yo un rottweiler. Yo no sigo a los beagles. Va contra mi religión». El rottweiler se dio cuenta de que el beagle estaba en un estado de firmeza serena, y eso era lo que él andaba buscando en un líder. Los perros tienen un gran sentido común y carecen de prejuicios contra otras razas. Tampoco nosotros deberíamos tenerlos.
«¿Qué es el hombre sin las bestias? Si todas ellas
desaparecieran, el hombre moriría de una profunda soledad
de espíritu. Porque lo que le ocurre a las
bestias, también le ocurre al hombre».
CHIEF SEATTLE
Sabías que en algún momento llegaríamos a este punto, ¿verdad? Todas las personas de las que he hablado en la primera parte necesitaban información práctica para vencer sus problemas caninos. Pero al igual que ocurrió con mi amigo, el Magnate de una empresa de facturación millonaria, todos ellos llegaron a darse cuenta de que sus perros no eran los únicos responsables del problema. Es hora ya de que abramos los ojos al modo en que nuestros propios problemas influyen sobre el comportamiento de nuestros perros, y a cómo solventar la parte humana de la ecuación.
«Si un perro no acude a ti después de haberte mirado a los
ojos, deberías irte a casa y reflexionar cuidadosamente».
WOODROW WILSON
Ya estaba otra vez aquel ruido. Aquel horrible siseo, un ruido metálico e irritante. Provenía del garaje, como siempre, y Lori sabía exactamente lo que iba a ocurrir, de modo que se dispuso a esperar.
Como se imaginaba, Genoa, su golden retriever de 9 años, salió a toda velocidad del dormitorio donde se estaba echando una siesta. Aquel animal normalmente dulce y dócil empezó a ir y venir aterrada por la habitación para intentar esconderse detrás de los muebles y gimotear. Lori acudió a consolarla. «No soportas ese compresor, ¿verdad?», le susurró en voz baja intentando calmarla. Pero las caricias de Lori no surtieron efecto alguno, así que suspiró moviendo la cabeza. Genoa estaba teniendo otro de sus «ataques de pánico», que era como los llamaba su marido.
Cuando el matrimonio formado por Lori y Dan decidió adoptar a Genoa descubrieron que era una perra tan perfecta como se pudiera esperar. Era la clásica golden retriever con una capa de pelo digno de una estrella de Hollywood y una amorosa lealtad que ni el mismo Lassie habría podido superar. Genoa era afectuosa al extremo y obediente. Incluso salía por las mañanas hasta la esquina de la calle para traerles el periódico. Lori y Dan tenían al perro de sus sueños y no podían imaginarse a su familia sin ella. Pero había un pequeño problema.
Durante los últimos nueve años, cuando ya sus hijos se habían hecho mayores, Dan había ido desarrollando una afición que practicaba al volver del trabajo. Se cambiaba de ropa y se metía en el garaje a trabajar en sus coches y sus motos. Para esta clase de trabajo solía necesitar la ayuda de un compresor de aire, pero resultó que Genoa cada vez se asustaba más al oír el ruido del motor. Empezaba a correr en círculos, a gimotear, y entraba a todo correr en el baño y se escondía en la bañera. Lori terminaba a lo mejor detrás de un mueble intentando consolar a aquella magnífica perra que había pasado de ser una compañera dulce y buena a un manojo tembloroso de nervios con la facilidad con la que se acciona un interruptor.
Lori y Dan enviaron un vídeo con el comportamiento de Genoa a nuestro programa de
El encantador de perros
. Nos pareció que era un comportamiento verdaderamente extremo. Los productores se entrevistaron con Lori y le hicieron las preguntas habituales respecto a la salud de la perra. ¿Habían llevado a Genoa al veterinario para asegurarse de que no padecía problemas físicos o neurológicos que pudieran explicar su comportamiento? Cuando supieron que la perra se encontraba en un estado de salud excelente, pensaron que se trataba de un caso de fobia clásico, pero tanto ellos como sus propietarios se llevaron una buena sorpresa.
Como ya hablamos en el caso de mi amigo el Magnate, no hay espejo más acertado en el que poder mirar las interioridades de nuestra vida que nuestros perros. Como no viven en un mundo de pensamientos, lógica, arrepentimiento o preocupación por el mañana, los perros interactúan entre ellos y con nosotros en el ahora, y en un nivel puramente instintivo. Su interés por nosotros se centra en cómo nuestro comportamiento personal y nuestra energía van a afectar al resto de la manada, y si algo en nuestro interior amenaza con perturbar la estabilidad de la manada, nuestros perros lo reflejarán de inmediato, a veces sutilmente, a veces dramáticamente.
En capítulos anteriores de este libro y en
El encantador de perros
analizamos las diferentes dificultades que pueden desarrollar nuestros perros y examinamos varios modos de enfrentarnos a ellas. Lo que aún no hemos analizado es el hecho de que, en el 95 por ciento de las ocasiones en las que se requieren mis servicios para tratar a un perro inestable hay un humano inestable detrás. No se puede ni siquiera intentar corregir el comportamiento de nuestro perro si no corregimos antes el nuestro, y para hacerlo hemos de estar dispuestos y ser capaces de ver lo que necesita de nuestra intervención. Tenemos enormes puntos ciegos en nuestra existencia que se acomodan en nuestro lóbulo frontal y que se autodenominan «racionalizaciones». ¡Ahí es cuando intervienen nuestros perros para salvarnos! Si tienes un problema con tu perro lo más probable es que haya algo en tu propia vida que esté desquilibrado. A diferencia de los humanos, los perros no piensan únicamente y ante todo en sus necesidades. No anteponen a todo la protección de su propio ego. Los perros piensan en el bien de la manada, y si el humano con el que conviven no tiene las cosas claras, el perro descubrirá que vive en una manada inestable... y actuará de acuerdo con ello.
Nuestro perro siente nuestro estado emocional de muchas maneras distintas. Una de ellas es a través de su increíble sentido del olfato. Su nariz salva vidas en las operaciones de búsqueda y rescate, e incluso ayuda en la actualidad a los científicos a descubrir toda clase de cosas, desde especies raras de animales y plantas en peligro de extinción... ¡hasta excrementos de ballena en mitad del océano!
[1]
. Hoy nuestros perros tienen trabajos nuevos: detectan el cáncer, la diabetes y otras graves enfermedades en las personas
[2]
. Son capaces de sentir cambios casi invisibles en el cuerpo humano y en la composición química de nuestro organismo. En el trascendental trabajo del doctor Bruce Fogle,
Conozca a su perro
, un clásico ya en la materia, se citan estudios realizados en los años setenta en los que se demostraba que los perros pueden detectar el ácido butírico, uno de los componentes del sudor humano, en una concentración un millón de veces menor que la que el olfato humano puede detectarlo
[3]
. ¿Cómo funcionan los detectores de mentiras de la policía? Midiendo electrónicamente el incremento de sudoración humano. Éste es sólo uno de los medios que tu perro emplea para trabajar como un «detector de mentiras de cuatro patas».
En
Inteligencia emocional
, Daniel Goleman nos recuerda que el 90 por ciento o más de los mensajes emocionales son no verbales
[4]
. Constantemente estamos transmitiendo señales a través del lenguaje corporal, de nuestro rostro y la química de nuestro cuerpo, señales que nuestros perros leen sin dificultad. Aunque los humanos valoramos por encima de todo lo demás lo que decimos con palabras, todos los animales se comunican utilizando pautas no verbales. Muchos de estos mensajes se envían de un modo automático, es decir, que ni siquiera sabemos que los estamos enviando. Y según Allan y Barbara Pease, en
El lenguaje del cuerpo
, el lenguaje corporal humano es casi imposible de manipular ya que el observador (animal o humano) enseguida se daría cuenta de que los gestos no son congruentes, especialmente con lo que el sujeto pretende estar comunicando. «Por ejemplo, abrir las manos se asocia con la sinceridad, pero cuando alguien abre las manos y te sonríe mientras te está diciendo una mentira, sus microgestos pueden delatarle: las pupilas se contraen, puede arquear las cejas o temblarle la comisura de los labios, y todos estos signos contradicen el de la apertura de las manos y la sonrisa de aparente sinceridad. El resultado es que el destinatario de todos esos gestos, especialmente si se trata de mujeres, no suelen creer lo que oyen»
[5]
. Si no somos capaces de engañar a otra persona alterando nuestro lenguaje corporal, ¿cómo vamos a poder engañar a un animal?
Es curioso que los animales, en ocasiones, consigan engañarse los unos a los otros. Ser capaz de engañar a otro animal es un rasgo que ha sido seleccionado por muchas especies por su capacidad de mejorar el índice de supervivencia. El etólogo de Harvard Marcus D. Hauser ofrece muchos ejemplos de engaños de este tipo presentes en el reino animal en su libro
Mentes salvajes: ¿qué piensan los animales?
, como por ejemplo algunos pájaros en los bosques pluviales de Perú que usan una «falsa señal de alarma» para distraer a la competencia y que no se acerque a una fuente de comida; el cangrejo mantis que finge tener un caparazón duro durante el vulnerable periodo de la muda; el chorlito en época de cría que finge estar herido para atraer a los depredadores sobre sí mismo y alejarlos del nido
[6]
. Los perros, especialmente los pequeños y más alborotadores, se echan faroles los unos a los otros fingiendo agresividad cuando lo que en realidad sienten es miedo. La cuestión es: ¿mienten intencionadamente, o se trata sólo de técnicas de supervivencia? Hauser dice que la naturaleza ha desarrollado una especie de «política de sinceridad» en el reino animal mediante la que lo que ves, en la mayoría de ocasiones, es lo que hay. Pero los animales saben leer muy bien bajo la superficie. En su libro sobre lenguaje corporal, los Pease describen un experimento en el que los investigadores intentaron engañar a un pájaro dominante haciéndole creer que otro sumiso era también dominante: en muchas especies de aves, cuanto más dominante es el individuo, más oscuro es su plumaje. Los que poseen un plumaje más oscuro son los primeros en cuanto a emparejarse y apropiarse de la comida. Para el experimento tiñeron el plumaje de pájaros más sumisos para intentar engañar visualmente a los verdaderos dominantes. No lo consiguieron porque los falsos seguían desplegando una energía y un lenguaje corporal débil y sumiso. En una segunda prueba, inyectaron testosterona al «falso dominante», lo cual imprimió dominancia a su cuerpo y sus actos. Esta vez consiguieron engañar por completo al pájaro dominante.
Aunque la mayoría de mis clientes no pretenden engañar deliberadamente ni a sus perros ni a las demás personas con quienes comparten su vida, sí es cierto que en muchas ocasiones viven sin darse cuenta de cuál es su estado emocional. Porque los humanos tenemos la increíble capacidad de racionalizar, de encontrar excusas para todo tipo de comportamientos que serían inaceptables en el mundo natural. El milagro de los perros es que son espejos de cuatro patas, y en lo que se refiere a nosotros nunca mienten. Intento enseñarles a mis clientes cómo ver su propia disfunción en el espejo que es el comportamiento de sus perros.
Lori y Dan resultaron ser una pareja estupenda. Debían de tener ambos en torno a los 40 años, pero su aspecto era muy joven. Cuando llegué a su casa, nos sentamos en el jardín y Genoa se tumbó a mis pies. Cuando me describieron su comportamiento extremo y lo que ellos creían que era una fobia, presentí que algo no cuadraba. La energía de Genoa era muy tranquila y relajada; es más: me parecía un animal totalmente equilibrado. La inestabilidad debía provenir de otra parte, pero ¿de dónde?
Identifiqué su origen cuando los dos me hablaron del momento en que tenía lugar el comportamiento. Dan dijo: «es sólo cuando pongo en marcha el compresor». En ese momento la expresión de Lori cambió. Fue algo muy breve, un movimiento rápido de los ojos, una bajada de las comisuras de sus labios. Sólo eso. ¡El lenquaje corporal nunca miente! «Incluso basta con que entre en el garaje. ¡Y últimamente pasa mucho tiempo allí!». La forma en que dijo
mucho tiempo
me hizo reír. En mi opinión, ésa era una conversación que Lori intentaba tener con su marido. La conversación era interna, pero para mí resultaba clara como el cristal. Para mí estaba diciéndole «llevo mucho, pero mucho tiempo intentando decírtelo. ¡Me pone enferma que pases tanto tiempo en el garaje!». Evidentemente yo no soy psicólogo humano, pero gran parte de mi trabajo debe comenzar por los humanos para acabar en el perro. Con toda la delicadeza que me fue posible le pregunté a Lori qué sentía cuando Dan se encerraba en el garaje. Ella dudó, porque no podía esquivar el asunto. Ya tenía que ser sincera. Al final admitió que sí, que se enfadaba cuando después de estar fuera todo el día trabajando, Dan llegaba a casa y se pasaba más tiempo en el garaje que con ella.
Vaya... todo resumido en un par de frases. Lori estaba muy enfadada porque su marido se metía en el garaje todas las noches a trabajar. Así de sencillo. Su marido, que no había captado las señales, se echó a reír con nerviosismo. Pero Lori lo cazó al vuelo. «¿Me estás diciendo que la perra lo hace por mi culpa?», me preguntó. «Exacto», le contesté. Era una clásica situación triangular. La esposa estaba ocultando su resentimiento, su frustración y su ira, el marido la ignoraba para irse a trabajar en la dichosa moto, y cada vez que Lori escuchaba el compresor, sus sentimientos crecían. El garaje y el compresor se habían convertido en rivales de Lori, acaparando la atención de Dan, y cada vez que su marido entraba en el garaje ella mantenía una conversación consigo misma... y Genoa «oía» esa conversación. Lori habría terminado explotando, pero durante nueve años había conseguido guardarse para sí misma esos sentimientos. Pero la perra, que sólo sabía ser sincera, había explotado mucho antes. El compresor era el pistoletazo de salida para Genoa, el detonante... lo que marcaba el momento en que todas aquellas emociones negativas y tensas aparecerían en la casa. Y como un niño cuyos padres están siempre discutiendo, la pobre Genoa estaba tan desbordada por los sentimientos tóxicos de Lori que tenía que salir corriendo y esconderse.