Aparte de eso, el tal Boccaccio escribía bien: una prosa, en florentino, que recordaba la latina de Livio. Y admitía que había sabido representar fielmente ese mundo. «En el fondo es solo literatura», se dijo.
Los tiempos cambiaban y la historia parecía haber adoptado un feo cariz. Después del Bávaro, sobre las cenizas de una única Europa avanzaban las naciones. Iban a sucederse guerras y más guerras. Nadie soñaba ya en buscar en el mundo los signos de lo divino. A esta conclusión llegaron la última vez que se vieron ella y Giovanni, mientras hablaban de los últimos acontecimientos, de la guerra que se preparaba en Francia, de las disputas entre güelfos y gibelinos de Italia, del papa de Aviñón: no había que meterle prisa a la historia. Un río tarda millares de años en excavar su cauce, a veces traza meandros que parecen hacerle retroceder, pero su destino es el mar. Esto mismo pensó al final de su padre: que aunque los tiempos y los güelfos negros parecían haberlo derrotado, sus versos continuarían hablando para siempre.
Oyó que llamaban a la puerta: el escritor había llegado. Corrió a abrir, lo hizo entrar y él le besó la mano. Le mostró la casa y se pusieron de acuerdo sobre los detalles para la ceremonia del día siguiente, la entrega oficial, el monasterio y los florines de oro. Después saludó al olivo para sus adentros. Se metió en el bolsillo la carta de Giovanni y salieron juntos. Ella comenzó a decir que en la
Comedia
de su padre…, cuando él la interrumpió bruscamente.
—¿Por qué insistís en llamarla
Comedia?
—protestó, casi echándoselo en cara…
El viejo boticario de la esquina de la calle, el que leía a Aristóteles y a Boecio de Dacia y ordenaba los pensamientos como las ampollas en los estantes de su tienda, vio pasar a un hombre más bien gordo, de mediana edad, con un traje muy elegante, junto a la anciana monja que él tan bien conocía: la hija del poeta enterrado en San Francesco, que había escrito todos aquellos versos de once sílabas sin equivocarse ni siquiera en una…
«Pero ¿para qué servirán todas esas palabras, aunque sean con rima…?». Él, en cambio, ¡cuánto dinero había ganado con la peste!, con esa mezcla a base de romero que había vendido en ampollas que se debía mantener cerca de la nariz, con la boca cerrada; la había vendido como un remedio seguro para filtrar el veneno del aire que emanaban los apestados…
Por otro lado, ninguno de sus clientes había venido nunca a protestar: o porque estaban vivos y creían que el remedio había funcionado, o porque estaban muertos.
Los miró a los dos con cierto aire de superioridad. «Literatura, nada más que literatura», pensó cuando escuchó a la monja hablar de una comedia y al hombre gordo repetir sin parar, quién sabe por qué o sobre qué, el adjetivo de
divina…
Q
uerido lector, espero que la novela no te haya desagradado del todo y también que te haya ofrecido, ocasionalmente, alguna idea para la reflexión. Dado el contenido del libro que acabas de leer, considero que es mi deber hacerte algunas aclaraciones, que en lo que pueda intentaré proporcionar en esta breve nota. Los acontecimientos aquí narrados, en tanto que fruto en gran parte de la invención, han sido entretejidos de modo que resulten en la medida de lo posible plausibles. La
verdad
de una novela, tú lo sabes bien, es conceptual más que referencial,
alegoría de los poetas,
para usar el lenguaje dantesco: es decir, no es
verdad
que Orfeo haya bajado a los infiernos (amansando con el tañido de la lira a las bestias infernales) para recuperar a su Eurídice, y después perderla por mirar hacia atrás en el incauto intento de volver a abrazarla; pero la fábula de todos modos es
verdadera,
diría Dante, en el sentido de que el concepto es verdadero: la poesía y la música (Orfeo y su lira) pueden efectivamente aliviar las angustias (los monstruos infernales) y hacernos recuperar en nuestro yo más hondo (los infiernos) recuerdos agradables (Eurídice), hacerlos aflorar a la superficie, hacerlos revivir (volver a la luz), pero a condición de que permanezcan intactos, como recuerdos puros; pues cuando intentamos tocarlos, ya no los encontramos. En la memoria se puede hacer revivir las pasiones, pero no la cosa en sí.
Así pues, que el Giovanni de Dante Alighieri de Florencia, que aparece en un solo documento de Lucca de 1308 (testigo en una causa, así pues mayor de edad, y que después no vuelve a aparecer en las demás actas, incluidas aquellas sobre la división de la herencia de los Alighieri), sea o no sea un hijo ilegítimo de Dante es algo que quedará siempre abierto, pero para la historia aquí narrada resultaba práctico que quien investigara sobre el poeta fuera alguien que se sintiera su hijo. Otras anécdotas sobre el poeta aquí empleadas (como el hallazgo de los últimos trece cantos del poema algunos meses después de la muerte del autor o el hecho de que Gemma Donati no lo siguiera en el exilio) tienen su fuente en Boccaccio, que estuvo varias veces en Rávena (entre ellas la de 1350 que cierra nuestra historia) recogiendo información de primera mano que después plasmaría en su biografía de Dante, por otra parte no siempre fidedigna.
El enigma numerológico contenido en la
Comedia
puede comprobarlo cualquiera y su significado puede ser objeto de infinitas discusiones. El intento de Bernard de usarlo como clave para localizar en el poema un mensaje secreto da efectivamente sus frutos, pero hay que reconocer que no es precisamente unívoca la localización de los tercetos central y final en cada canto del poema, mediante el endecasílabo aislado de cierre que concluye la serie de las concatenaciones. La estructura estrófica del poema sagrado es la que ya conocemos: ABABCB CDC… XYZ YZY Z. Consecuentemente, podremos considerar terceto final tanto el último efectivo de la serie (YZY) como aquel que incluye el verso de cierre (ZYZ). Análogo razonamiento podremos aplicar al terceto central. Tomemos un ejemplo teórico simplificado, un canto de trece versos: ABA BCB CDC DED E. El séptimo es el verso central entre los 13 del canto virtual, y el terceto central estaría entonces formado por los versos 6-8, BCD, aunque tratándose de secuencias sin rima, no es un terceto dantesco; así pues, tendremos que escoger entre CBC y CDC. En cualquier caso, tendremos por norma cuatro combinaciones posibles para cada canto (las dos finales por las dos centrales) y por tanto 64 posibilidades para cada cantiga, 64
3
para el poema entero. Es fácil que una de esas 262.144 cadenas silábicas esté provista de sentido. Hay que decir que Bernard tiene serias motivaciones para encontrar algo y que nuestro extemplario acaba por hallar aquello que busca. Pero ¿qué busca en realidad? Una caja, dentro de la caja dos tablas de piedra con inscripciones en un alfabeto que Daniel de Saintbrun no es capaz de descifrar. Podría ser el arca de la alianza, podría ser cualquier otra cosa. Por otra parte, exactamente en el momento en que Dan lo tira todo al mar se cierra la época en que lo divino se manifiesta a los humanos.
En cualquier caso la solución hallada por Bernard, y esto es lo importante, lo lleva a Epiro, a orillas del río de los muertos, el Aqueronte virgiliano y dantesco, donde el personaje vive una personal catábasis en tres etapas, una síntesis rudimentaria, si queremos llamarla así, del viaje de Dante. La tesis de una primitiva topografía infernal en la llanura de Fanari, transmitida por Homero a la posteridad, es retomada por el sugestivo escrito de un poeta y escritor epirota del siglo XX, Spyros Mousselimis
(L'antico Ade e l’oracolo necromantico di Efira,
impreso también en italiano en Giannina en 1991; no sé si aún puede encontrarse o si aquel hallazgo inesperado de mi mujer en una pequeña papelería y librería de Praga era la última copia que quedaba. ¡Ah, las mujeres, sin ellas a veces nos perderíamos!). Además la visión sobre la naturaleza del tiempo que Bernard tiene en Dodona, en la zona sagrada para Zeus, es una síntesis entre la idea medieval del eterno presente de Dios y las tesis de un físico contemporáneo, Julián Barbour,
The end of Time. The next Revolution in Physics,
de 1999 (traducción italiana:
La fine del tempo. La rivoluzione fisica prossima ventura,
Turín, Einaudi, 2003), que devuelven a aquella remota visión de las cosas, aunque realmente sea en un plano distinto, una cierta dignidad científica.
Tendría que citar centenares de libros de historia por lo que respecta a las noticias sobre los templarios y sobre la crisis del siglo XIV. Me referiré a los que me han proporcionado algunas ideas que no se limitaban a la ambientación y a la crónica. Por ejemplo, un Ceceo da Lanzano, sargento analfabeto de los templarios, es mencionado en las actas del proceso de la Inquisición que tuvo lugar en Penne el 28 de abril de 1310. Alain Demurger en
Les Templiers. Une chevalerie chrétienne au Moyen Âge,
París, Éditions du Seuil, 2005; traducción italiana:
I
templari. Un ordine cavalleresco cristiano nel Medioevo,
Milán, Garzanti, 2006) cita un acta de 1294 de la Aduana de Manfredonia que autoriza la exportación exenta de tasas de cereales a Chipre en una nave templaria: 1.770 de las 2.720 toneladas embarcadas pertenecen a la empresa florentina de los Bardi (los grandes mercaderes y banqueros citados en la novela, a cuya familia, según Boccaccio y Pietro di Dante, pertenecía el marido de Beatrice). El mismo historiador francés cuenta también la historia de otra nave templaria, el
Faucon,
presente en San Juan de Acre los días de la derrota.
La crónica del parto por cesárea relatado casi al pie de la letra en el penúltimo capítulo del libro es del siglo XV:
La commare o riccoglitrice,
de Girolamo Mercurio en edición de M. L. Altieri Biagi, C. Mazzotta, A. Chiantera y P. Altieri,
Medicina per le donne nel Cinquecento. Testi di Giovanni Marinello e di Girolamo Mercurio,
Turín, UTET, 1992. No me consta documentación medieval de una práctica similar, conocida por otro lado en la Antigüedad y mencionada por Plinio; aunque si se hacía en la época de los hechos narrados, acabaría ciertamente aún peor. Que Beatrice, a los veinticuatro años, muriera de parto es algo bastante plausible. De todos modos murió joven, y de esto ni Dante ni yo somos responsables. Lamento en cambio la muerte de Bernard, tendré remordimientos durante el resto de mis días.
«Cuando Acre fue desheredada…, / … el rencor, la discordia, el odio / arraigaron entre la gente / y el amor desapareció…».
[Todas las notas a pie de página son de la traductora].
Las traducciones de
La divina comedia
corresponden a la versión del poeta y traductor Ángel Crespo, Editorial Planeta, 1971.
[N. de la T.]
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Nombre genérico dado a los Estados cruzados establecidos después de la Primera Cruzada y que se usaba como equivalente de Tierra Santa, Siria, Levante o Palestina.
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«Cuando tenía siete o más cantos terminados, y antes de que cualquier otra persona pudiera verlos, se los enviaba al señor Can della Scala, hasta donde dicho señor pudiera estar, dado que nuestro poeta lo reverenciaba por encima de cualquier otro hombre, y solo hasta entonces hacía copias para quienquiera que se las solicitara. Y cuando los hubo escrito y enviándole todos, excepto los últimos trece, por olvidar que debía enviárselos, lo sorprendió la muerte. Sus hijos y sus discípulos buscaron una y otra vez, inútilmente, los cantos restantes entre los demás escritos del poeta, y todos sus amigos lamentaron que Dios no le hubiese dado vida y licencia para terminar lo poco que aún faltaba para completar dicha obra, y, cansados ya de tanto buscar y desesperados de no hallar nada, desistieron de su búsqueda». [Traducción de Francisco Almela y Vives: Giovanni Boccaccio,
Breve tratado en alabanza de Dante.
Publicado junto a: Dante Alighieri,
Vida nueva.
México, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 2000].
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«Así en mi hablar quiero ser áspero / como en los actos esta bella piedra…». Son los dos primeros versos de la rima CIII de las
Rimas
de Dante Alighieri.
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«Tiene asiento la tierra en que he nacido / sobre la costa a la que el Po desciende / a buscar paz allí con su partido. »Amor, que en nobles corazones prende…».
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«íbase el día, el aire empardecido»,
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«Como en el verde vegetal la vida».
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«Lo sabe quien, si anillo yo tenía, / me desposó poniéndome su gema».
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«Tanto es a Dios dilecta y persuasiva / esa viudita a la que tanto amé / cuanto, sola, en el bien es más activa».
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«En el mundo yo fui monja y doncella».
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«Y seguir su camino prometía.
»Del dulce claustro luego me raptaba / gente más en el mal que en el bien diestra. / Después, Dios vio la vida que llevaba.
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«No sé qué murmuraba de "Gentuca"».
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«Una mujer nació que aún no usa venda, / … que agradable habrá de hacerte / a mi ciudad».
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«Santiago, Pedro y Juan fueron llevados».
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«¿Dónde Beatriz —le dije— se halla ahora?».
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Pedro, Juan y Santiago.
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«Tres mujeres vinieron a mi corazón», de la rima CIV de las
Rimas
de Dante.
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«Os baste con el
quia,
humana prole…».
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«Un leopardo liviano allí surgía… / … la imagen, que vi entonces, de un león… / … y una loba, que todos los antojos… »… En que le dé el lebrel muerte espantosa».
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